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Capitulo XX: Dudas


La señora Lilian acababa de salir del baño y secaba su cabello con una toalla, al ver a su esposo que estaba acostado en la cama, dijo:

—Entonces ¿qué es lo que piensa Freddie?

—La verdad no lo sé. Me dijo que tomó las huellas de Patricia ese día en el hospital y las hizo analizar con un amigo que tiene en la policía. No encontró nada, lo cual debería ser bueno, ¿verdad?

—¡Claro! —contestó su mujer— Quiere decir que ella no está solicitada por la policía, ni tiene antecedentes.

—¡Pues no! Eso lo puso peor. Dice que no hay registros de ella en ninguna parte. No tiene antecedentes médicos, como si nunca hubiese ido a ningún hospital en su vida, ni ficha en el sistema escolar. Él dice que es como si Tris no existiera.

—¿Tris? —preguntó la señora enarcando la ceja derecha y una media sonrisa.

El señor Marc la miró con un gesto de culpabilidad antes de responder.

—Es el diminutivo de Patricia, ya sabes de cariño.

La señora sonriendo negó con la cabeza antes de continuar.

—No veo porque esto tiene que preocuparlo tanto. Es lógico que no haya acudido a una escuela convencional. Esos orfanatos generalmente tienen su propio sistema educativo y de seguro también cuentan con algún médico que hace el chequeo regular de los niños.

El señor Marc suspiró.

—Freddie se está obsesionando. Piensa que Tris oculta algo. Sinceramente no me importa si oculta algo, estoy convencido que si alguien es capaz de arriesgar su vida por salvar a un desconocido no puede ser mala persona.

—Estoy de acuerdo contigo cariño—dijo la señora Lilian para luego darle un beso en los labios a su esposo. Su bondad y fe en las personas era lo que más le gustaba de él—, pero no podrá quedarse para siempre.

—No tiene donde ir, Lilian.

—¿Y si decide marcharse? Creo que Freddie tiene algo de razón en que deberíamos llamar a Trabajos sociales, pudiéramos pedir ser un hogar de acogida temporal o como quiera que se llame. Es cierto que la chica parece dulce y dócil, pero no sabemos nada de ella, mejor hacer todo de manera legal, ¿no crees?

El señor Marc permaneció unos momentos en silencio pensando en lo que su mujer decía. Para él, su opinión era valiosa, ella solía tener un pensamiento mucho más pragmático que el suyo.

—Bueno, hablaré con Freddie, le pediré que me asesore.

—Bien, me parece lo mejor —y alzó sus manos para abrazar a su marido—. Otra cosa querido, mañana vendrán por el gato negro que rescataste, conseguí que los Miller lo adoptaran. Hiciste un gran trabajo con él, a veces creo que habrías sido un estupendo veterinario —dijo con voz melosa y orgullosa.

—No todo es solo mi mérito. Tú y los chicos también se esfuerzan en cuidar a esos pobres animalitos heridos. No soporto verlos sufrir.

La señora Lilian entornó los ojos y se separó un poco de su esposo para verlo a la cara.

—¿Será que tú crees que Tris es uno de esos animalitos heridos? Es muy diferente cuidar un gato que hacerse cargo de un adolescente.

—Se la diferencia amor, y no creo que Tris sea igual  Azabache, pero ambos necesitan quien cuide de ellos.

La señora Lilian sonrió enternecida. Su esposo había nacido para cuidar a otros, era parte de su personalidad y ya estaba acostumbrada a tener en su casa desde pajaritos con el ala rota a perros con heridas llenas de gusanos. Ahora era una adolescente... ¿Mañana serían vagabundos? Suspiró y cerró fuerte los ojos imaginado a su esposo fundando un hogar de acogida.

Esa misma noche, Hatsú aguardó que Lili se durmiera. Cuando vio a la niña rendida en su cama, salió sin hacer ruido de la habitación que compartían.

Tenía poco menos de una semana en la casa de los Belrose y se había propuesto comenzar a conocer los límites de sus recién descubiertas habilidades.

Excepto por lo enfermiza que su padre le hizo creer que era, nunca se sintió diferente físicamente del resto de las personas, por eso jamás pensó que tuviese alguna habilidad extraordinaria. Claro, ella tampoco se había forzado antes a revelarlas. Pasaba los días encerrada en su casa leyendo, viendo televisión o cocinando. Jamás se lesionó, así que no sabía que podía sanar más rápido de lo normal. El accidente con Lili le reveló que su cuerpo poseía esta habilidad. La atropelló un auto a gran velocidad y no se le rompió una sola uña. Nunca practicó ningún deporte, por lo que tampoco tenía idea si tenía fuerza sobrehumana. Ya experimentó al escapar de La Orden que podía ser muy veloz y que era físicamente resistente al correr miles de kilómetros sin detenerse siquiera mientras huía. No tenía poderes psicoquinéticos o telepáticos, pero no sabía si al igual que los cazadores de La Orden, este era una habilidad que pudiera desarrollar con entrenamiento.

Por eso quería practicar.

Paso a paso, casi sin respirar, salió de la cama vigilando que Lili no se despertara. Giró el picaporte y para su mala suerte la puerta chirrió al abrirse. Hatsú maldijo en su interior y volteo para ver como Lili se revolvía en su cama. Aguardó unos segundos, pero la niña no dio señales de despertar. Hatsú terminó de salir y no se atrevió a cerrar la puerta para que no sonara de nuevo.

La casa estaba a oscuras y en total silencio. Descalza, bajó de uno en uno los escalones y caminó de puntillas hasta la puerta trasera que daba al jardín posterior. Era una noche oscura, sin luna, la lámpara del jardín se encontraba apagada, pero aún así, Hatsú podía ver a la perfección. Sin embargo, siempre había visto así y para ella no era nada extraordinario distinguir formas en las sombras.

Entró al jardín y con la mirada buscó algo pesado para mover, lo único que vio fue un banco de hierro donde los Belrose, en épocas de calor, se sentaban a la sombra de los árboles para refrescarse.

«Eso servirá» pensó, pues se veía bastante sólido y pesado. Tomó el asiento por un extremo con ambas manos y lo levantó sin ningún esfuerzo. Muy bien, tenía fuerza sobre humana. Eso en realidad no supuso ningún esfuerzo para ella y al contrario de sentirse feliz por el hallazgo, su espíritu más bien se tornó abatido.

Suspiró y se sentó en medio del jardín con las piernas cruzadas y las manos apoyadas sobre los muslos. Quería probar con lo de la psicoquinesis. Cerró sus ojos y se concentró. Tantos años yendo a La Orden, sabía que los cazadores empleaban la meditación para acceder al poder total de sus cerebros modificados y controlar la energía de su propio cuerpo y la que circulaba a su alrededor y poder levantar así objetos. Pero una cosa era la teoría y otra tratar de llevarla a cabo sin ninguna guía.

Recordó aquella vez cuando tenía cinco años y casi se muere de la impresión al presenciar en La Orden como un cazador grande, de piel oscura, movía objetos en el aire sin usar sus manos. Salió corriendo al sótano donde estaba la división médica, para contarle a su padre que arriba había un brujo. Su padre tardó en comprender lo que le decía, cuando finalmente lo hizo, se echó a reír. Entonces detuvo lo que estaba haciendo y con paciencia le explicó que, así como existían los vampiros, había seres con otras mutaciones que les permitían tener habilidades extraordinarias. Allí en La Orden, él los ayudaba cambiando aún más sus genes para hacer notorias esas habilidades o desarrollar otras y los entrenaban para que lograran controlarlas y aprovecharlas al máximo. Hatsú, con absoluta inocencia, le preguntó si ella tenía algún don especial, su padre la miró por largo rato fijo a los ojos y luego negó con la cabeza.

Ahora ella estaba allí, inspirando y exhalando, regulando su ritmo respiratorio, concentrándose en sentir energía fluir en su interior. Después de unos minutos, sintió calor en sus manos. Al abrir los ojos y mirarlas, pudo ver que el aire se arremolinaba alrededor de sus dedos. Sorprendida, levantó una mano, pero la bajó rápidamente porque escuchó un ruido dentro de la casa.

Como un rayo, se levantó y fue a esconderse detrás de uno de los árboles más gruesos y aguardó rogando que la persona noctámbula no estuviera ya en el jardín. Esperó detrás del árbol, sin embargo, nada ocurrió. Lentamente asomó la cabeza, pero no vio a nadie. Quizá había sido solo algún roedor.

De nuevo esperó casi sin respirar, ni mover un solo músculo, pero después de lo que a ella le pareció una eternidad, no se produjo ningún nuevo ruido.

La chica exhaló todo el aire contenido en sus pulmones y dio por terminada su sesión de autoentrenamiento. Sigilosa, volvió a entrar a la casa tratando de descubrir algo extraño en la oscuridad, tal vez unos ojos curiosos que la hubiesen estado espiando, pero todo estaba igual que siempre, así que rogó que solo hubiese sido su imaginación y se fue a la habitación que compartía con Lili.

Al entrar, se dirigió al baño, cerró la puerta y levantó la tapa del tanque del excusado. Sacó una bolsa de plástico sellada y la abrió. Dentro había unos trozos cuadrados de una sustancia esponjosa similar a la goma, de unos cinco centímetros de largo y ancho, de color rosado intenso. Tomó uno de esos "spongy" y antes de metérselo a la boca se remojó los labios. Cerró los ojos al sentir la textura suave y el agradable sabor inundar sus papilas gustativas y luego deslizarse por su garganta refrescándola, seduciéndola, llenándola de deseo por más. Dejó escapar un pequeño suspiro de satisfacción y se contuvo de comerse todo el contenido de la bolsa.

Se comía uno cada dos días, ese era el alimento que su padre, el doctor Branson, sintetizó para ella y que sustituía las transfusiones. Ya solo quedaban diez, le durarían veinte días como mucho, tenía que irse antes de que se acabaran, pero no quería marcharse de esa casa donde la recibieron con brazos abiertos, quería seguir disfrutando de ese calor familiar que nunca antes experimentó. Bajó la mirada al contenedor de plástico y observó los trozos de eso que la hacía humana, los pequeños rectángulos de aspecto inocente que evitaban que el monstruo que vivía en su interior despertase.

Se sentó en el piso del baño y apoyó la cabeza entre sus rodillas dejando escapar dolorosas lágrimas. No quería irse, por primera vez sabía lo que era una familia y aunque estaba muy consciente de que esa no era la suya, no podía evitar sentirse parte de ellos. Se dijo a sí misma, que se iría antes de que se terminara el alimento. Solo estaría unos días más, robando instantes a una vida usurpada.  

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