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Capitulo XVIII: Rescate (I/II)


Ryu, sentado en el suelo de la celda apenas iluminada, tenía las manos atadas en la espalda y el collar de plata y estrancio en su cuello. El clima cálido hacía que el cabello se le pegara a la frente bañada en sudor. Si alguna vez sintió algo como eso ya no lo recordaba. Casi no tenía memoria de su pasado humano mucho menos de algunas de las sensaciones ancladas a esa condición, pero ahora, sin duda las experimentaba de nuevo y era desagradable.

Deslizó su lengua seca por los labios y los sintió cuarteados, tragó en un fútil intento de aliviar la sed. Aparte de las incomodidades y de las necesidades tan típicamente humanas, tenía un deseo irrefrenable de sangre, uno abrasador que le quemaba el cuerpo y lo debilitaba aún más, tal como el que sintió cuando se volvió vampiro hacía cientos de años.

Miró desde el suelo con ojos arrogantes a los vampiros frente a él. Estaba decidido a no dejarles ver lo mal que la estaba pasando.

Deducía que habían transcurrido varios días desde que sucedió la masacre en la ONU y no tenía idea de cómo iban las cosas en el exterior. Después que lo apresaron esta era la primera vez que ellos lo visitaban.

Zahyr lo miró y se mordió el labio inferior conteniendo el placer que se transfiguraba en el brillo de sus ojos rojizos. Se inclinó sobre él, acarició su cabello húmedo de sudor y le levantó el mentón para que sus miradas se encontraran.

—¡Ah! No sabes cuánto me complace verte de esta manera, postrado ante mí. Esto es algo que he deseado por siglos. Desde que me humillaste durante la peste negra he querido tenerte así.

Ryu apartó su cara de las manos frías del albino.

—Lo que hicieron...ustedes... Han cavado nuestra tumba.

Zahyr se rio antes de hablar.

—¿Nuestra? No Ryu, solo la tuya. Somos los emisarios de la muerte y seremos misericordiosos contigo otorgándote el descanso eterno. ¿No crees que ya has vivido bastante, mi querido "príncipe"?

Ryu apretó los dientes cuando vio a Zahyr extender su brazo, sus uñas de cristal brillaron al ser iluminadas por la luz. Un momento después el ardor se extendió por toda su mejilla. El albino sonreía con esa inquietante manera que tenía de hacerlo mientras se lamía los dedos manchados con su sangre.

—No me gusta la sangre de vampiro, ¿sabes? La encuentro algo agria. La tuya no es la excepción, tiene un sabor terrible.

Luego sin más lo abofeteó tan fuerte que el cuerpo de Ryu fue a dar a un rincón de la celda. El vampiro de ojos violetas suprimió un quejido.

—Mírate ahora, Ryu. Tanto amas a los humanos, siéntete uno de ellos.

La bota de Zahyr golpeó una y otra vez sus costillas, abdomen y rostro. Ryu se ovilló intentando protegerse, pero no existía manera de escapar a la furiosa paliza que él le propinaba. Vencido por el dolor dejó escapar varios quejidos al tiempo que sostenía el tobillo del albino tratando de evitar más golpes. Zahyr se rio complacido con una risa un tanto desquiciada mientras se sacudía de su pierna las trémulas manos del de ojos violeta.

—Es música para mis oídos. Tus gemidos son dulces mi querido príncipe, tanto más cuanto mayor es el dolor y saber que soy yo el causante lo hace deliciosamente placentero.

Una furiosa patada más y Ryu escupió un gran buche de sangre. Sentía que no podría mantenerse consciente por mucho tiempo, pero no quería darles el gusto de verlo del todo derrotado. Se arrodilló como pudo y luego se sentó. Su respiración era dificultosa, debía tener varias costillas rotas, hacía tanto que no experimentaba un dolor semejante. Vagamente retrocedió siglos atrás, a cuando no era otra cosa que un andrajoso pordiosero en las calles de Lyon y estaba a merced de los más fuertes. Cada vez que respiraba el dolor lo atravesaba. La sangre, que esta vez era suya, escurría por su barbilla. Ryu miró a Zahyr con los ojos nublados, la cabeza le daba vueltas.

—Te vencerán —dijo con voz lenta pero firme—. Ellos te vencerán.

Zahyr lo tomó por el pelo y le levantó el rostro, sonriendo preguntó:

—¿Quiénes me vencerán? ¿Tu clan? ¡Todo lo que una vez fue tuyo ahora está bajo mi mando!

Los ojos de Ryu se cerraron, Zahyr lo sacudió con fuerza para que despertara, aun no terminaba de divertirse con él.

—¡No me digas que te refieres a los humanos! ¿Ellos serán los que me vencerán?

El albino estalló en carcajadas enloquecidas. Luego miró a Ryu con enojó y lo estrelló cual si fuera un muñeco contra la pared. Cuando se disponía a patearlo de nuevo, Vlad lo sostuvo por el brazo.

—Está inconsciente, déjalo.

Zahyr lo miró con el ceño fruncido, apretó la mandíbula y se zafó de su agarre. La punta de su pie impactó de nuevo la cara del príncipe caído.

—¡Dije basta! —gritó Vlad —¡Déjalo ya, no quiero que lo mates!

—¿Por qué? ¿Por qué debo dejarlo? Quiero destruirlo, hacerle pagar con dolor todo lo que nos ha hecho.

—¿Y qué fue lo que hizo, Zahyr, sino defender sus creencias?

La furia en los ojos del albino hacia arder sus ojos como brasas rojas. Se dio la vuelta y quedó frente a Vlad.

—Sabes a lo que me refiero. Siempre lo defiendes. ¿Por qué? —le preguntó Zahyr con una mirada enojada— Parece que continúas particularmente interesado en él. Persistes en protegerlo y ahora le perdonas la vida.

Vlad bufó, contrariado.

—¿Después de siglos insistes con eso? ¡A veces eres tan infantil! —Sus ojos se volvieron un par de cuchillas de acero frío, su voz gélida era apenas un siseo— ¡Vivo es más útil! Dorian es nuestro aliado. ¿Quién vendrá por él? ¿La cazadora? ¡No! Si alguien trata de rescatarlo serán otros vampiros y cuando lo hagan estaremos esperándolos. Será una manera de acabar con nuestros enemigos atrayéndolos. Convertiremos a Ryu en nuestro cebo. Diviértete con él, tortúralo si eso te hace feliz, pero no lo mates.

Un destello rojizo y peligroso brilló en los ojos de Zahyr.

—¿De verdad es solo eso? ¿Un interés netamente político?

Vlad le dio la espalda, antes de salir de la celda le contestó.

—Piensa lo que quieras.

Amaya echaba en falta su uniforme negro de poliamida. El traje resistente a balas y a cortes superficiales era muy superior al incómodo chaleco antibalas de Kevlar que llevaba y que estaba segura le incomodaría cuando tuviera que usar su espada . Vestida así se sentía más pesada, y con menos amplitud de movimiento.

A su lado estaban Phidias y unos cincuenta vampiros más, todos del equipo de seguridad del clan de Miguel Blanco. El vampiro también venía con ellos, aunque permanecía en la cabina con el capitán del bote.

Se dirigían por mar hacia isla Valaquia. Miguel Blanco pensaba que sería más difícil detectarlos de esa forma. La isla de por sí estaba rodeada de una anomalía electromagnética que hacía inútil los radares tanto del exterior como de la propia isla, por eso era difícil que alguien que no conociera su ubicación llegara hasta ella. Era prácticamente una isla invisible, pero también la hacía vulnerable pues desde ella tampoco se podía detectar si algún transporte se acercaba.

Desembarcaron por el sur de la isla, que era el extremo con menor seguridad. Camuflados en la noche, eran difíciles de percibir.

El plan consistía en formar dos grupos: uno compuesto por Amaya Phidias y la mitad de los hombres de Miguel Blanco y el otro equipo lo conformarían el propio Miguel y el resto de sus vasallos. Este grupo partiría rumbo al castillo y buscarían a los prisioneros en él, además era casi seguro que se encontrarían con Vlad y Zahyr y Miguel estaba decidido a acabar con los príncipes, había vuelto aquello una cruzada personal. El equipo constituido por Amaya y Phidias explorarían el resto de los edificios de la isla para localizar a los hermanos de ojos violeta.

El plan era sencillo y su posibilidad de éxito recaía en la sorpresa, por eso debían actuar rápido, para evitar la posibilidad de que sus enemigos organizaran su defensa.

Amaya no conocía la isla, pero Phidias sí, pues varias veces estuvo junto a Ryu en ella en reuniones con los líderes de los clanes, así que, estaba familiarizado con los edificios que había y cuál era la función de cada uno, por eso supuso que el príncipe debía estar prisionero en el lugar destinado a la granja, en el extremo oriental. Era allí donde habitualmente Vlad y Zahyr mantenían encarcelados a un nutrido grupo de humanos que les servían para alimentarse, y también era el sitio que contaba con las celdas de seguridad por lo tanto sería dónde primero buscarían.

Desembarcaron en total silencio amparados por la noche. Cuando todos estuvieron en la orilla, Miguel Blanco se dirigió a ellos:

—Nos veremos aquí en dos horas —dijo el vampiro manipulando su reloj de muñeca—. Programen sus relojes, así hayamos logrado o no nuestros objetivos, después de ese tiempo el bote se marchará, permanecer más tiempo nos pondría en peligro a todos.

»Nos mantendremos informados a través de los intercomunicadores en caso de encontrar a alguno de los prisioneros. Debemos ser rápidos —El vampiro llevó su mano derecha a la frente y se persignó—. ¡Que el señor nos bendiga y nos acompañe!

Se separaron, Miguel Blanco se encaminó al castillo junto a su grupo mientras que Amaya, Phidias y el resto partieron al sur oeste.

Al avanzar unos cuantos metros la ex cazadora escuchó gritos y el chocar de metales. Al voltear se dio cuenta de que el equipo de Miguel Blanco se enfrentaba ya a aun cuantioso número de vampiros en la playa. Cuando miró al frente vio que delante de ellos un grupo también los esperaba. Tal parecía que su llegada no era una sorpresa.

La chica hizo un movimiento un poco torpe por la presencia del chaleco antibalas al desenvainar a Gisli y comenzó a luchar.

Eran alrededor de cincuenta vampiros los que tenía por delante y ellos eran apenas veinte además de Phidias, así que, la ex cazadora intentó la psicoquinesis. Movió su mano y sintió fluir en ella la energía que dirigió a sus oponentes. Los elevó en el aire y los hizo chocar entre ellos. Muchos cayeron aturdidos en la arena.

Phidias y el resto, aprovecharon para degollar a unos cuantos mientras ella avanzaba en dirección a la granja.

Después de correr varios metros, al frente podía verse el edificio de concreto de unos dos pisos de altura. Las puertas de acero estaban cerradas y delante varios vampiros la custodiaban. Amaya saltó y en un amplio movimiento su espada se posó alternativamente en el cuello de dos vampiros cuyas cabezas rodaron delante de la puerta. Phidias y cinco vampiros más, que eran los últimos sobrevivientes de su equipo, se acercaron.

—¡Está cerrada! —dijo Amaya contemplando, frustrada, la cerradura de la puerta.

Phidias volteo hacia atrás cuidando que no se acercaran más vampiros. Luego miró de nuevo la puerta.

—Déjeme intentar.

El vampiro le dio varios golpes con la empuñadura de su espada sin conseguir abrirla.

Amaya empezaba a desesperarse. Ya Vlad tu Zahyr debían saber que estaban allí y sería solo cuestión de tiempo que el edificio se minara de vampiros. Apartó a Phidias y concentró gran parte de su energía en la mano que posó sobre la cerradura. Al cabo de unos minutos esta empezó a derretirse, de una patada finalmente la abrió.

Dentro, el edificio estaba oscuro, sus pupilas se adaptaron a la poca luz permitiéndole ver un largo pasillo sin puertas que se extendía hacia adelante. Corrieron por él hasta llegar a unas escaleras.

—¿Hacia dónde? —preguntó la cazadora

Phidias, sin dudar dijo:

—Los dos pisos contienen las celdas destinadas a la granja, pero las de abajo son las de seguridad. Dividámonos, yo buscaré arriba.

Amaya asintió y empezó a bajar. Era extraño que no hubiese nadie dentro del edificio. Su corazón empezó a latir con fuerza, la adrenalina recorría su cuerpo, presentía una trampa. Detrás de ella venía la mitad del grupo de vampiros, atentos a que nadie los atacara por la espalda.

Al llegar al piso de abajo la luz brillante hirió sus ojos acostumbrados a la absoluta oscuridad de arriba. Varios quejidos y llantos podían escucharse venir de las celdas a los lados del pasillo. Delante de ellos, tal como lo presentía, había un nutrido grupo de vampiros que al verla levantaron sus espadas.

Amaya se lanzó a la contienda siendo la primera en atacar con su espada. Segundos después, el resto de su equipo avanzó posicionándose a su lado y empezaron a batirse con ellos.

El tiempo se les agotaba. La ex cazadora esgrimió su espada asestando cortes rápidos para quitarse del frente a quienes le estorbaban, detrás de ella, el resto de su equipo se hacía cargo. Ella avanzó decidida a encontrar a Ryu. A mitad del pasillo había puertas de hierro a cada lado.

Podía escuchar del otro lado de cada una de las celdas gemidos lastimeros y llantos amortiguados. Cerró los ojos compungida, le habría gustado liberar a todos los prisioneros, pero sabía que no tenía ni el tiempo ni los elementos para rescatarlos. Se mordió el labio inferior frustrada, y continuó revisando. Llamaba a través de las puertas de hierro y luego apoyaba en ellas la oreja, esperando escuchar la voz que buscaba.

Detrás de ella continuaba la encarnizada lucha entre vampiros de clanes opuestos. Las espadas chocaban, resonaban con estruendos metálicos. Amaya dio dos golpes en la última puerta de la derecha y esperó. Nada, no hubo respuesta. Esa fue la única puerta donde nadie gimió o lloró. Volvió a llamar, con el corazón retumbando esperó. Se llevó la mano a la boca y cubrió sus labios para ahogar el llanto ¿Y si Ryu estaba muerto? ¿Y si todo era en vano? No estaba en ninguna celda. Apoyó la frente en el hierro de la puerta y lloró desesperada. Su puño se estrelló con fuerza para descargar la frustración que sentía. Y entonces escuchó. Un tenue quejido.

—¡Ryu! —gritó con la esperanza llameando en la voz —¡Ryu!

Otro trémulo quejido y luego un susurro:

—¿Amaya?

Los ojos de ella volvieron a la vida.

—¡Sí! ¡Aléjate de la puerta, voy a sacarte de allí!

La ex cazadora hizo lo mismo de antes y derritió la cerradura. Cuando entró, el corazón se le partió en pedazos. Su amado príncipe, tumbado en el suelo de piedra, estaba en tan mal estado que le costó reconocer sus facciones. Tenía cortes, moretones y sangre seca en el rostro y la camisa. Trató inútilmente de ponerse de pie. En el cuello traía el collar que ella una vez también fue obligada a usar.

Se tragó sus lágrimas y avanzó hasta él, tratando de que la voz no se le quebrara le dijo:

—Vamos, apóyate en mí.

Ryu asintió. Se sentía feliz de verla, pero al mismo tiempo avergonzado. Habría dado todo para que ella nunca lo hubiese visto en ese estado tan vulnerable.

—¿Dónde está Lía? —le preguntó ella. Aunque ambas no se llevaran bien, estaba consciente de la importancia de la vampiresa para Ryu y sabía que también debía rescatarla.

Él negó con la cabeza antes de hablar, cuando lo hizo su voz sonó ronca, con un toque de desesperación.

—¡No sé dónde está!

Amaya lo miró sin decir nada. Rápidamente analizó la situación: si Lía estuviera en la isla el sitio donde debía encontrarse de ser prisionera era ese edificio, en esas celdas. Ella las revisó una a una cuando lo buscaba a él, de haber estado allí, ya la habría hallado. También estaban las posibilidades de que estuviera en el piso de arriba, en ese caso Phidias la encontraría o que Vlad y Zahyr la tuvieran en el castillo, de ser así, Miguel Blanco la rescataría.

La ex cazadora intentó hacer contacto a través del dispositivo en su oído con el otro equipo para avisar que tenía a Ryu y que intentaran localizar a Lía, pero no obtuvo resultado. A través del intercomunicador nadie le contestó.

Un mal presentimiento continuaba apretándole el estómago, era menester escapar de allí. Con Ryu apoyándose en su hombro, salieron de la celda. En el pasillo ya solo quedaban dos vampiros de su equipo que persistían combatiendo. Lo más difícil venía ahora, salir de la isla.

Amaya atacó con su espada a uno de los vampiros, el otro fue vencido por los suyos.

Ella reflexionó en que ese rescate estaba resultando un desastre. Los vampiros de la isla los superaban en número. ¿Cómo pudo ocurrir algo así? Antes de ir habían discutido ampliamente sobre la cantidad de vampiros soldados que el grupo de Vlad y Zahyr poseía en la isla y tanto Miguel como Phidias estuvieron de acuerdo en que no debían sobrepasar el centenar. Teniendo en cuenta que muchos estarían en las ciudades provocando caos, estimaron que unos cincuenta —equivalentes a la mitad del clan— se mantendrían custodiando la isla y apostados en diferentes lugares de ella. Sus cálculos evidentemente estuvieron errados. En la isla había muchos más vampiros que esa cantidad. ¿Por qué había tantos vampiros?

Cuando el pasillo quedó despejado, los tres empezaron a correr y después a subir por las escaleras.

En el pasillo que daba al exterior, se encontraron con Phidias que venía solo. El vampiro dirigió una mirada reverente a su señor que además de respeto estaba teñida de preocupación, sin duda al ver el estado en que este se encontraba.

—¿Dónde está el resto? —le preguntó Amaya, el vampiro negó con la cabeza— ¿Y Lía?

Otra negativa. Ya solo podía contar con que el equipo de Miguel Blanco tuviera suerte y pudiera encontrarla.

Al salir al exterior, la brisa cálida que soplaba suavemente acompañada por el apacible rumor del mar, contrastaba con los cadáveres en la arena blanca, la mayoría de los cuales pertenecían a su equipo de rescate, pero no había ningún enemigo esperándolos afuera.

De nuevo tuvo un mal presentimiento, había demasiada calma. Casi arrastrando a Ryu por la fina arena, corrieron los cuatro rumbo al bote que ya debía estar por partir cuando una figura vestida de escarlata se les apareció en frente y de un solo tajo decapitó al vampiro que abría la marcha, el único sobreviviente del calamitoso rescate.

—¡Mi querido príncipe! ¿Nos dejarás tan pronto?

Zahyr tenía un aspecto aterrador. Su cabello casi blanco flotaba en el aire y contrastaba con su caftán rojo sangre. En la mano sostenía una larga y delgada cimitarra con la empuñadura enjoyada; la hoja manchada de sangre estaba labrada con signos que en la oscuridad eran difíciles de distinguir. En la otra mano llevaba una pequeña cajetilla que parecía un mando a distancia. Amaya sintió contra ella el cuerpo de Ryu temblar.

—Vete, no te arriesgues —le susurró él al oído—. No te expongas.

Ella le dedicó una mirada de soslayo y lo soltó para agarrar su espada con las dos manos.

—¡Eh, Eh, Eh! —negó Zahyr con su largo dedo índice rodeado por una sortija de oro al ver que ella se disponía a atacar— ¿Sabes qué es esto? —le mostró el mando a distancia— ¿No? Te haré una demostración.

Zahyr accionó el control que llevaba en su mano y de inmediato, Ryu cayó al suelo retorciéndose presa del dolor. Amaya gritó horrorizada al verlo sufrir en la arena, se inclinó sobre él para tratar de quitarle el collar con las manos, pero todo intento fue inútil.

El albino disfrutaba la escena riéndose de los dos. Cuando al fin se calmó dijo aun con la voz teñida de risa:

—¡Dejen las espadas! Será la única forma de detener su dolor.

Amaya lo miró a los ojos con odio. Quería saltar sobre él, cortarle el cuello, arrancarle con las manos el corazón. El detestable ser frente a ella era el culpable de todo el horror que ahora vivían no solo ellos, sino la mayor parte del mundo.

Pero los gemidos ahogados de Ryu le hicieron desistir en su impulso asesino. Apretó los dientes y tanto ella como Phidias soltaron las espadas lanzándolas a un lado.

Zahyr la vio desde su imponente altura hacia abajo, dónde ella permanecía agachada al lado de Ryu y sonrió complacido. Sus ojos brillaron con un sádico placer. Dejó que Ryu se retorciera unos minutos más antes de detener la tortura que ejercía el collar en él.

—¡No me cansaré de decírtelo, es delicioso verte así! —dijo dirigiéndose a su homólogo, quien tendido en la arena blanca aún respiraba con dificultad. El albino avanzó hacia ellos—: ¡Vencido, inútil, de rodillas! Vlad no quiere que te mate, sospecho que todavía tiene debilidad por ti, pero yo no Ryu, yo deseo verte sufrir. ¡Quiero que pagues lo que me hiciste!

Ryu siempre creyó que el odio de Zahyr hacia él provenía del hecho de que en la edad media él se le opuso durante la peste negra.

La enfermedad comenzó asolando Asia, pero cuando llegó a Europa un flagelo diferente se camufló entre los efluvios pestilentes de la peste. Zahyr y sus seguidores, que por ese entonces eran muchos, amparados en la muerte que producía la enfermedad, comenzaron a desangrar a los humanos. En poco tiempo acabaron aldeas y ciudades enteras, Florencia casi se extinguió bajo su sed de sangre.

Ryu tenía pocos años siendo vampiro y todavía no se despedía por completo de su humanidad. Vivía en Italia entre las personas cuando la peste lo alcanzó y se llevó a casi toda la familia que administraba la humilde posada en la que se hospedaba.

En aquel entonces no contaba con seguidores, no pertenecía a ningún clan, ni siquiera Lía se encontraba a su lado, no era el poderoso vampiro en que se convirtió después. Aun así, no podía simplemente contemplar como las personas morían diariamente por decenas.

Vagó por los barrios clausurados debido a la peste y se dio cuenta que la causa de la muerte era muy distinta a la ocasionada por esa contagiosa enfermedad.

La mayoría de las personas morían desangradas.

Pero tanto era el pánico al contagio entre la gente que los cuerpos eran quemados sin apenas mirarlos, mucho menos examinarlos. Los cadáveres se acumulaban llenando calles enteras que se convertían en áreas prohibidas de cuarentena. ¿Quién se atrevería a entrar allí a investigar?

Solo él.

Al ver los extraños signos en los difuntos y las peculiaridades que rodeaban las muertes, Ryu comenzó a sospechar. Se propuso vigilar por las noches las calles más pobres de Florencia y descubrió que la causa del aumento exponencial de las muertes eran los vampiros.

Llegaban por la noche y asesinaban familias enteras. Ryu se dedicó a espiarlos, se infiltró entre ellos y descubrió que el líder se llamaba Zahyr, que era un antiguo vampiro proveniente del imperio otomano y que antes de llegar a Europa occidental estuvo muy atado a las luchas independentistas de un voivoda valaco muerto en misteriosas circunstancias.

No le fue difícil atar cabos. Las leyendas sangrientas que rodeaban al monarca valaco, la fiereza en la batalla que lo hacía prácticamente invencible y, a pesar de eso, su muerte misteriosa, no le dejaban dudas, ese príncipe tenía que ser un vampiro. El hecho de que no estuviera al lado de Zahyr y su séquito de muerte en ese momento, tal vez significaba que eran enemigos o por lo menos no eran amigos.

Viajó a Europa oriental con la idea de encontrarlo y ganar un aliado que lo ayudara a luchar contra Zahyr.

En su viaje a oriente se encontró con turbias leyendas que hablaban de seres nocturnos que se alimentaban de sangre.

En mil cuatrocientos ochenta, Ryu llegó a una tierra fría y oscura asediada por luchas entre príncipes, reyes y sultanes que buscaban hacerse con el poder. Valaquia era una región donde los campesinos empobrecidos por las largas guerras morían de hambre y vivían aterrados por el monstruo que, según contaban, se deslizaba en la noche cual sombra salida de la tumba para adentrarse en sus chozas y robar la sangre de los niños y los más débiles.

Temían al "Strigoi".

Al llegar al principado de Valaquia, Ryu percibió un olor particular. Lo siguió y encontró al monstruo a los pies de los Cárpatos, escondido en el monasterio Cozia.

Detrás de los blancos muros de arcos bizantinos, en la casa de Dios se escondía el hijo del diablo. ¡Qué curioso!

Ese feroz héroe que luchó por la libertad de su pueblo y que después de su aparente muerte el folclore convirtió en un demonio chupa sangre, no era más que un triste despojo que buscaba en medio de frescos de santos y piadosas esculturas, la absolución de un Dios que lo había abandonado.

Ryu le tuvo paciencia. Escuchó su dolor.

Vlad quería respuestas que él no tenía, no podía explicar porque eran lo que eran.

Lo que si podía era escuchar su historia. Ryu se sorprendió con el relato de su vida y con el sufrimiento que experimentó cuando aún era humano. Vlad vivió una existencia marcada por guerras, traiciones y abandono.

El vampirismo en Ryu surgió de repente, nadie fue el culpable, simplemente sucedió, pero con Vlad fue distinto. Su mejor amigo lo transformó y él sintió que de esa forma lo traicionó, lo alejó de su pueblo y de su Dios. Ese amigo era Zahyr, ¿Cómo podría algún día Vlad perdonarle? No quería hacerlo, lo odiaba con fervor.

Ryu vio una oportunidad en esa enemistad. Rehabilitó a Vlad, lo ayudó a aceptarse a sí mismo, a qué recobrará su antigua seguridad y recordara su estricto sentido de la justicia. Lo convenció de luchar contra Zahyr y de esa forma Vlad le encontró un sentido a su propia existencia.

Entre los dos se creó un lazo que fue creciendo hasta convertirse en amistad. Convivieron juntos durante meses en Valaquia. En ese tiempo Vlad le enseñó aritmética además de leer y escribir, le inculcó el gusto por las bellas artes, lo educó en etiqueta y modales. Después de todo, Vlad era un noble, un príncipe y él un miserable campesino que un día se despertó con sed de sangre y miedo del sol.

Con Vlad aprendió a usar la espada. El manejo que de ella tenía el voivoda era formidable, tanto que en su época mas gloriosa de guerrero llegó a causar pánico entre los otomanos y los sajones que deseaban apropiarse de su tierra.

El príncipe valaco a su vez fue educado en el imperio otomano y aprendió de ellos la estrategia y el arte de la guerra. Por lo tanto Ryu tuvo un gran maestro que con el tiempo se convirtió en un amigo.

Descubrió durante su convivencia que los dos tenían una visión parecida de la vida y de la justicia.

Así, cuando llegaron a Florencia estaban decididos a detener a Zahyr.

El odio de Vlad era tan profundo que Ryu pensó que su propósito era matarlo. El valaco quería vengarse de él por transformarlo en vampiro.

Pero cuando estuvieron frente a frente en las pestilentes calles de un barrio en cuarentena de Florencia, comprendió que diversos sentimientos aparte del odio unían a Vlad y a Zahyr, su relación iba más allá de eso. Ryu se convirtió en ese momento en un mero espectador de la tragedia de los dos vampiros.

No fue Zahyr, como había pensado Ryu, quien abandonó a Vlad para que enfrentara en total soledad su transformación y se adaptara a su nueva condición inmortal sin ninguna guía, sino el príncipe valaco quien lo obligó a irse, sintiéndose incapaz de tolerar su presencia.

No podía verlo frente a él, no quería que le recordara todo lo que había perdido al volverse vampiro. No le importaba que Zahyr lo hubiera transformado en el campo de batalla cuando los otomanos lo dejaron al borde de la muerte. Habría preferido perecer que transformarse en el monstruo que era.

Con lágrimas en los ojos, Vlad le gritó a Zahyr a la cara que hubiese preferido mil veces morir a ser un demonio condenado al infierno, a verse obligado a contemplar en las sombras como los otomanos se apoderaba de su tierra.

Zahyr lo veía con sus ojos rojizos inundados en lágrimas mientras escuchaba de labios de Vlad el reclamo de su dolor. El rostro del príncipe valaco mostraba todo el odio y el desprecio que sentía por él.

Finalmente, Vlad no se pudo controlar más, su resentimiento estalló como la lava de un volcán en erupción, arrasó con todo y lo tornó en cenizas. Entre agresivos reclamos, agredió a Zahyr.

Levantó su cimitarra dispuesto a acabar con el albino. Hizo varios movimientos en los cuales Zahyr se limitó a esquivar hasta que la persistencia de Vlad en su ataque lo llevó a no luchar más, ni siquiera evitaba las estocadas. Se rindió. Parecía dispuesto a redimir con su muerte el dolor del otro.

Una y otra vez la filosa hoja del sable se hundió en el cuerpo de Zahyr. Una vez acuchilló su garganta, muchas veces se clavó en su pecho y abdomen. Su cabeza se dobló como un lirio incapaz de sostener el peso de sus pétalos. Los rojizos ojos de Zahyr no querían contemplar la mirada de furia y dolor de los orbes azules de Vlad.

Gritos enfurecidos rasgaron la noche. El príncipe valaco manchó su espada con la sangre de su creador hasta que su brazo, agotado de herir, no pudo levantarse una vez mas para atacar.

La sangre infectada y maldita de Zahyr corrió por las sucias callejuelas y se mezcló con los cadáveres putrefactos de sus víctimas.

Cansado, con el corazón roto, Vlad cayó de rodillas al lado del albino. El amor y el odio se mezclaban como la sangre y el agua en las calles sucias de Florencia. Lo odiaba, pero también lo quería. Zahyr era su creador en más de un sentido.

Con sus manos blancas manchadas de carmesí acunó su rostro, lo mojó con sus lágrimas de dolor y angustia, porque más que odio, Ryu comprendió que lo que Vlad sentía era desesperación.

El cruel empalador que una vez arrinconó al imperio otomano, era un niño perdido llorando de miedo en la oscura soledad de la noche.

Zahyr levantó su rostro y miró a Vlad. Además del dolor que sentía por su cuerpo desgarrado, Ryu pudo ver en sus ojos el deseo sincero de protegerlo que lo movió a transformarlo, a negarse a verlo morir en ese campo de batalla.

Haberlo transformado era la muestra del profundo amor que sentía por él. El dejarse acuchillar hasta convertir su cuerpo en un amasijo de carne y sangre, era la muestra de su devoción, la forma de solicitar su perdón.

Vlad se inclinó sobre él, se abrió la muñeca y dejó fluir su sangre hasta su boca. En pocos segundos el cuerpo de Zahyr se recuperó de sus heridas pero su alma todavía sangraba y después de tantos siglos, Ryu sospechaba que continuaba sangrando.

Vlad se levantó. Tal vez Zahyr creyó que después de su sacrificio él lo perdonaría, le permitiría estar a su lado, pero el príncipe valaco lo miró sin palabras, en sus ojos persistía el dolor. En lugar de quedarse con él, se marchó con Ryu.

Vlad y Ryu permanecieron juntos por algún tiempo en el que descubrieron más semejanzas que diferencias, pero la vida de un vampiro es demasiado larga, sus caminos finalmente se separaron y aunque jamás perdieron el contacto, nunca más volvieron a estar juntos.

En el tiempo que Ryu compartió con Vlad, él y Zahyr no volvieron a verse a pesar de que Ryu sabía que el albino siempre estaba cerca.

Ese tiempo con Vlad, Ryu estaba seguro que era el origen del profundo odio que Zahyr sentía hacia él. 

*** Hola,  Que les ha parecido el capitulo y este pequeño vistazo del pasado de nuestros príncipes?

Espero no haberlos aburrido, este es el capitulo mas largo de la novela.

La visión que tengo de Vlad Tepes, luego de  investigar sobre él y leer entre líneas, es la de un héroe patriota que hizo de todo por mantener libre su territorio en una época en la que tanto sajones como otomanos querían apoderarse de él. Por supuesto luego de tanto luchar, Vlad murió, fue el perdedor y jamás la historia la escriben los que pierden. A que me refiero? A que este personaje es considerado un héroe en Rumania, pero los sajones (actuales alemanes) se dedicaron a divulgar historias sobre su crueldad, exagerándolas para darle una mala imagen que pasó a la historia. 

Yo mezcle ambas para crear su pasado. Este personaje histórico me tiene fascinada, y bueno no quiero seguirlos aburriendo. 

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