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Capitulo XVI: Miguel Blanco


—¿Estás seguro de esto, Phidias? —preguntó Amaya, mirándolo fijamente mientras el vampiro conducía rumbo a la propiedad de Miguel Blanco en México.

—Estoy seguro, señorita, además, no tenemos más opción. Viajar hasta Aiskia desde Estados Unidos es un vuelo muy largo, el amanecer está próximo y lo más importante, en las actuales condiciones en las que se encuentra ese país, nos habría resultado muy difícil tomar un avión allá. En cambio, el señor Miguel domina toda esta región y ha prometido ayudarnos.

—Sé que este Miguel Blanco tiene el control de América Latina, pero a lo que me refiero, es... si crees que le es fiel a Ryu.

—Siempre lo ha sido.

Amaya suspiró y miró por la ventana del lujoso auto que el vampiro latino les había facilitado al llegar al helipuerto, el paisaje exuberante y salvaje de Yucatán. El helicóptero los había dejado en esa región después de escapar de la incendiada Nueva York.

No dejaba de pensar en Ryu. ¿Qué fue lo que pasó? ¿Cómo pudo salir todo tan mal? Quería alejar la principal pregunta de su mente, si dudaba que él vivía se derrumbaría. Ahora lo importante era que este Miguel Blanco realmente ayudara a rescatarlo.

La vivienda del vampiro latino era una inmensa propiedad alejada de la zona habitada de la región y como era de esperarse, la entrada estaba resguardada por sofisticada seguridad. El auto atravesó el portón de acero y cruzó un largo camino custodiado a ambos lados por inmensas palmeras hasta adentrarse en el estacionamiento.

Estaba nerviosa, no tanto por lo que le pudiera pasar a ella sino por conocer a este nuevo vampiro. Su experiencia le decía que estos seres eran personajes misteriosos, con motivos ocultos. El mismo Ryu era así, entonces ¿cómo debería abordarlo? ¿Y si se negaba a ayudarlos? Cerró los ojos y respiró profundo. Si el vampiro les negaba ayuda, de alguna forma encontraría la manera de traer a Ryu de vuelta. La voz de Phidias la sacó de su ensimismamiento y la hizo abrir los ojos.

—No esté nerviosa señorita, no permitiré que le hagan daño.

La ex cazadora frunció el ceño.

—No tengo miedo, al menos no en ese sentido. Solo que me pregunto ¿cómo será este vampiro?

—Ya lo conocerá, hemos llegado.

Un vampiro le abrió la portezuela del coche y ella salió, vestida con un pijama que era lo que llevaba puesto en el momento en el que huyó del hotel y ahora lucía sucio y ensangrentado. Delante de ella tenía una construcción moderna en concreto y vidrios polarizados. Otro vampiro les pidió sus armas y principalmente las espadas. Con algo de reticencia, Amaya se la entregó y entró en la edificación.

A pesar de que la iluminación indirecta, los pisos de mármol y los muebles de cuero, acero y madera, le daban un aire sofisticado, los ambientes tenían una profusión de cuadros, estatuillas y adornos de la cultura prehispánica. Ella no era una experta en arte, pero se daba cuenta de que eran hermosos y valiosos. La mayoría de las obras de arte eran indígenas, tal vez mayas. Había máscaras rituales, representaciones de lo que parecía un calendario, una enorme e impresionante escultura en madera de una serpiente emplumada y, lo que más le llamó la atención, un gran cuadro en óleo de la virgen de Guadalupe que ocupaba gran parte de la pared del lujoso salón. El contraste era fuerte en la decoración, una mezcla de lo moderno y la herencia cultural, que sin duda era parte de la personalidad del vampiro.

El sirviente que los acompañó hasta allí les pidió que esperaran en el salón y se retiró con discreción hasta la puerta. Minutos después hacía su entrada un hombre alto y delgado, con facciones marcadas, de porte elegante y vestido de traje. Llevaba el cabello negro corto, peinado con gel y su piel, aunque pálida, tenía un color tostado. Amaya lo miró a los ojos y se sintió inquieta, su mirada era inescrutable, le era imposible adivinar algo de él.

—Bienvenidos —los saludó con una ligera inclinación de cabeza—, deben estar cansados, siéntense por favor. ¿Desean algo de beber?

—Agua, por favor —pidió Amaya

El anfitrión hizo señas a uno de los sirvientes y en seguida este le entregó un vaso de vidrio con agua fresca a la ex cazadora. Mientras bebía, Miguel Blanco le dedicó una intensa mirada, que ella presentía era para leer su mente.

—Lo que ha ocurrido es una gran tragedia. Jamás pensé que los príncipes se traicionarían entre sí. Phidias, por favor, no dudes en que los ayudaré a regresar a Aiskia.

El aludido inclinó la cabeza en gesto de respeto. Amaya se moría por hablar, por decirle lo que realmente quería de él, pero aún no lograba leer al vampiro, no se atrevía a abordarlo y la actitud sumisa de Phidias no ayudaba.

—¿Dónde está Dorian? —preguntó Miguel Blanco, dirigiéndose a Phidias —Creo que no estaba en la ONU, ¿verdad? Ahora que la señora Lía y el príncipe Ryu ya no están, supongo que asumirá el mando del clan.

Amaya frunció el ceño, sin poder contenerse por más tiempo, dijo:

—No sabemos dónde está Dorian, pero Ryu no está muerto sino prisionero, debemos rescatarlo.

El vampiro de nuevo fijó sus ojos oscuros en ella y la miró con curiosidad.

—Eres Amaya, la cazadora, ¿verdad? El príncipe habló de usted. Sé que eran ¿amigos? ¿Por qué supone qué está vivo?

Su pregunta la hizo temblar «¿Por qué supongo que está vivo? Porque así lo siento, porque tiene que estarlo.»

Pero Phidias fue el que habló.

—Discúlpeme, señor. Pero el príncipe debe estar vivo. Los príncipes Vlad y Zahyr, pienso que no van a matarlo hasta que no aseguren que todos los clanes se les unan y ellos saben que el señor Ryu tiene aliados, si lo matan solo lograrían que tomemos acciones para destruirlos. Su asesinato desencadenaría una rebelión interna. En cambio, teniéndolo vivo aseguran la obediencia de todos los clanes.

Miguel Blanco meditó por un momento.

—¿Quieres decir que utilizarán a Ryu como chantaje?

El vampiro asintió.

—¿Y si te equivocas? Si ellos matan a Ryu estarían enviando un poderoso mensaje a todos aquellos que no estamos alineados y, además acabarían con su enemigo más fuerte.

—Es cierto, pero también se echarían en su contra clanes como el suyo, mi señor, ¿no es así?

El vampiro sonrió.

—Es así. Eres un buen negociador, Phidias. Y supongo que deseas que te ayude a rescatar al príncipe, en el caso de que siga vivo, por supuesto, ¿verdad? —Phidias asintió y el taciturno anfitrión continuó hablando— He orado mucho pidiéndole a Dios su guía después de que me enteré de lo que Vlad y Zahyr hicieron. Mi espíritu está turbado, han asesinado a muchas personas, han desatado un infierno, casi como si fuesen el mismísimo anticristo que está pronosticado, vendrá trayendo muerte y desesperación.

Amaya frunció el ceño al escucharlo hablar. ¿Estaba hablando de Dios? ¿El vampiro era creyente? Recordaba que Ryu en algún momento le dijo que él era alguien bastante particular. Quizás esta era su peculiaridad.

—...Dios me ha hablado —continuó el vampiro—, he sentido en mi corazón que debo actuar y detener toda esta mortandad.

—¿Eso quiere decir que nos ayudará? —intervino ella sin poderse contener.

El vampiro asintió.

—Nosotros los vampiros, estamos llamados a poner orden y paz en la tierra. El señor nos ha bendecido otorgándonos un gran poder y debemos ser sus herramientas para garantizar la paz en el mundo. Lo que han hecho Vlad y Zahyr debe ser castigado. Aun si el príncipe Ryu no estuviera vivo y aunque ustedes no hubiesen venido a solicitar mi ayuda, de todas formas, no pensaba quedarme sentado a ver como estos dos demonios destruyen toda la creación de mi señor.

Amaya parpadeó varias veces al escucharlo hablar, de verdad era alguien bien particular, pero parecía decidido a enfrentar el caos y lo más importante a ayudarlos a traer a Ryu de vuelta.

—¡Gracias! —exclamó la ex cazadora.

El vampiro de nuevo la miró sin siquiera sonreír, sus ojos tenían un brillo peligroso.

—No debes agradecerme. No hago esto solo por el príncipe. Los vampiros somos en la tierra los seres más parecidos a nuestro señor, él nos ha delegado una importante misión y aunque muchos no lo entiendan, yo sí lo hago y nunca permitiré que el caos domine el mundo. 

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