Capitulo XIX: Amaya, Hatsú y Ryu
Desde que los Belrose llegaron, el doctor Branson trataba de aparecer lo menos posible en la casa, no quería incomodar a Hatsú, por eso permanecía gran parte del tiempo en su laboratorio ubicado en el sótano de la vivienda. Se moría de arrepentimiento cada vez que la veía y la tristeza lo embargaba al notar el odio con que lo miraban sus ojos azules, pero sabía que no podía hacer nada para revertir ese sentimiento en ella, era imposible cambiar el pasado, por eso prefería darle espacio y aunque estaba algo celoso de los Belrose, no podía menos que agradecer que ellos aparecieran en su vida y tomaran el lugar que él desaprovechó.
Diferente a la nocturna brisa marina que soplaba fría afuera, dentro, en la salita, era acogedor. El fuego crepitaba en la chimenea y esparcía una agradable calidez entre los jóvenes que conversaban y jugaban a las cartas.
Se sentaban en el suelo, en un círculo. Lili sonreía con picardía viendo su mano de cartas. Hatsú no podía menos que sorprenderse. Tenía la irreal sensación de que afuera nada malo pasaba, se sentía tan bien volver a estar con los Belrose aunque tuviera que ser en esas circunstancias. Solo la presencia del doctor rompía el ensueño, eso y recordar que los vampiros habían vuelto el mundo un caos.
Pero, aun así, anidaba un cálido sentimiento en su pecho, pues a pesar de estar segura que para los Belrose resultó una terrible impresión el verla en acción, no la rechazaron, sino que, por el contrario, la aceptaron como si ella siempre hubiese sido un miembro de la familia que solo se ausentó por unos días.
Arnold no jugaba cartas con ellos. Algo apartado del grupo, trataba de superar el pánico que le producía Hatsú y de vez en cuando la miraba de soslayo, inquieto, luchando contra el miedo de que en cualquier momento ella se transformara en una bestia y los devorara a todos.
—¡Gané de nuevo! —dijo Lili haciéndole una mueca burlona a Estela.
—¡Porque haces trampa! —le dijo la chica, harta de que la niña no dejara de ganar— ¡No quiero jugar más este juego, es tonto!
—¡Dices que es tonto porque tú no ganas!
Estela no llegó a replicar, la alarma en la casa empezó a sonar al activarse. Los jóvenes que antes compartían un momento de tranquilidad se alertaron, Arnold se escondió detrás de uno de los muebles de la sala, Max se colocó de manera protectora delante de Lili y de su novia, quién tenía un pie inmovilizado por el esguince sufrido durante su huida del mirador cuatro noches antes. Hatsú tomó su espada y se paró frente a la puerta, lista para enfrentar la amenaza que había sido detectada por los sensores y las cámaras de seguridad en las afueras de la propiedad.
El doctor Branson subió las escaleras de prisa desde el laboratorio en el sótano. Caminando hacia la puerta principal exclamó para calmarlos:
—¡Tranquilos chicos, no se preocupen, son amigos!
Sin embargo, los rostros no se relajaron, continuaron en guardia, expectantes.
Cuando el doctor abrió la puerta, Hatsú levantó la espada dispuesta a atacar. Frenó en seco al ver de quien se trataba.
Max abrió la boca, asombrado, cuando vio en el umbral a la mujer más hermosa que jamás había visto en su vida. Sus rasgos eran perfectos, tenía el cabello rubio muy corto y unos grandes ojos azules. La chica vestía enteramente de negro, con un traje ajustado igual al que utilizaba Hatsú cuando los salvó en el mirador. A su lado estaba un hombre alto y esbelto, muy pálido, ligeramente encorvado que se apoyaba en su hombro. Tenía el cabello negro, lacio, cayéndole sobre la frente. Parecía que había recibido una gran paliza porque su rostro atractivo, pero lleno de moretones y cortes, se crispaba de dolor.
Lili y Estela lo reconocieron de inmediato como el vampiro de la televisión.
Ninguno de los presentes salía de su asombro ni atinaba a hacer nada, no sabían si huir o darles la mano. El doctor Branson se adelantó y con algo de reticencia los invitó a pasar.
Amaya lo miró a los ojos, dubitativa. Jamás creyó que llegaría el día en que tendría que pedirle ayuda al médico a quien culpaba de gran parte de su tragedia personal, pero en las actuales circunstancias no tenía otra opción más que confiar en lo que decía Karan: el doctor había cambiado, estaba realmente arrepentido y dispuesto a ayudarlos. Si eso era cierto, este era su momento de demostrarlo.
—Amaya, pasa por favor. Ryu, ¿verdad? Adelante, soy el doctor Branson.
Lili abrió muy grande los ojos, Max la empujó protectoramente detrás de su cuerpo mientras seguía con la mirada al par de recién llegados.
En un susurro la niña le comentó a Estela:
—¡Sí es, si es él, es el vampiro!
La chica dio un leve asentimiento sin apartar su mirada asustada del vampiro. A su mente regresó la horrible escena vivida en el bosque donde tres vampiros intentaron asesinarlos y luego la brutalidad con que Hatsú les dio muerte. Un escalofrío la hizo temblar y arrimarse al brazo de Max.
Cuando vio a este vampiro en televisión le pareció hermoso y sexy, ahora no sabía que creer. Herido como estaba no parecía alguien tan diferente a ellos, incluso lucía peor, más débil y vulnerable.
Cuando Arnold escuchó aquella palabra de labios de la niña, comenzó a sollozar detrás del sofá sin atreverse a salir.
Amaya miró a su alrededor con algo de timidez y disgusto. Sabía que esas personas eran la familia que Hatsú amaba, pero estar entre ellos le resultaba incómodo. Karan en ningún momento le mencionó que la casa estaría llena de humanos y mucho menos que su hermana estaría allí. Tal vez era porque todos la miraban con miedo o por el hecho de que ella no acostumbraba a estar entre civiles, pero no podía dejar de sentirse extraña entre esas personas.
Tragó intentando ignorar las expresiones de los presentes y dirigió los ojos a su hermana que sostenía en su mano la espada y miraba fijamente a Ryu.
Jamás la había visto de esa forma, sus ojos lucían un brillo rojizo y amenazador, la postura de su cuerpo también era diferente, semejante a un animal al acecho. Amaya recordó que antes deseó verla en acción enfrentando vampiros, pero sin duda este no era el momento, ni Ryu debía ser ese vampiro. Esperaba que pudiera controlarse y no le saltara encima, no deseaba tener que enfrentarla.
—Hatsú, ¿estás bien? —le preguntó la rubia con voz aprehensiva.
Ella apartó la mirada del vampiro y fijó sus ojos rojos en los de su hermana. Asintió con un ligero temblor, pasando saliva.
—¿Qué hacen aquí? ¿Pensé que él había muerto en la masacre de la ONU? —preguntó la chica con voz cavernosa.
Amaya, con todos los músculos de su cuerpo en tensión, la observó. Luego miró al doctor.
—Necesitamos de su ayuda, de la de ambos.
Hatsú se sorprendió de la petición de ella. ¿Para qué una fuerte y experimentada guerrera podría querer su ayuda?
—¿Podemos hablar en un sitio más privado? —Se arriesgó la ex cazadora con Ryu apoyado en su hombro.
Amaya necesitaba de los conocimientos del médico, pero si Hatsú podía controlarse, si contenía su deseo de atacar a Ryu, entonces ella podría ser una pieza clave en esa lucha que estaba por venir.
El vampiro no había dicho palabra desde que llegó y miraba la escena con curiosidad. El de la casa era un grupo variopinto muy interesante. Humanos simples y corrientes, el doctor, artífice de gran parte del desastre que vivían y la pequeña adolescente, el arma más poderosa contra su especie. Jamás esperó encontrarla allí y en su mente no la imaginaba de esa forma: pequeña, tan joven. De no saber quién era nunca hubiese supuesto los alcances de la chica.
—Podemos ir a mi laboratorio —contestó el doctor.
Aquella palabra tenía connotaciones funestas para ambas hermanas. Al escucharla, las dos temblaron ligeramente, hubiesen preferido que el encuentro se realizara en otro sitio, pero al no tener más opción, descendieron las escaleras junto al doctor y a Ryu.
—Me alegra que hayas venido, Amaya, que por fin decidieras confiar en mí.
Hatsú bufó al escuchar las palabras del médico, pero no dijo nada.
—No tenemos otra alternativa —dijo la ex cazadora, cortante— Necesitamos que le quite el collar.
El doctor miró a Ryu y al collar de plata y estrancio que llevaba en el cuello a modo de gargantilla, luego la miró a los ojos con duda en ellos.
—¡Es un vampiro!
—Sí —dijo Amaya algo fastidiada— y yo soy medio vampiro y Hatsú es un supravampiro. ¿Qué con eso?
—¡Que esta casa está llena de humanos!
Ryu se rio al escuchar las palabras del científico.
—No soy un animal, doctor, sé controlarme. Usted fue quien hizo este collar, ¿no es cierto? Necesito que me lo quite, necesito arreglar todo este desastre, sin mi poder no puedo hacerlo.
—No sé si deba confiar en usted —le dijo el médico con franqueza mirándolo a los ojos.
—Nosotros estamos aquí, confiando en usted cuando es evidente que tenemos muchas más razones para no hacerlo —intervino Amaya.
El doctor Branson no dijo nada, los examinaba a través de las gafas de pasta con sus ojos grises alternativamente a ambos. Parecía reflexionar en silencio. Luego se dio la vuelta y caminó hasta el fondo del laboratorio donde se encontraba un estante de acero. Colocó la palma abierta de su mano sobre el panel de seguridad y después de unos segundos la puerta se abrió con un pitido.
El médico tomó en su mano una pequeña caja de seguridad. Cuando la abrió pudieron ver dentro de ella un collar igual al que tenía Ryu en el cuello junto con un pequeño mando a distancia. Branson tomó el mando y lo dirigió al cuello del vampiro, accionó varios botones, pero nada pasó.
—Parece que lo han modificado. Déjeme revisarlo, por favor.
Ryu se acercó cojeando al científico y dejó que él comenzara a manipular el dispositivo en su cuello.
Hatsú y Amaya se miraron en silencio.
«¿Así que este es Ryu?» Pensó Hatsú «Es atractivo, aunque ahora mismo se ve bastante miserable. ¿Qué pueden querer de mí?»
«Debo pedirle que nos ayude.» pensó a su vez Amaya, mirándola de soslayo «¿Aceptará?»
Después de varios minutos de manipulación con algunas herramientas, el collar emitió un pitido y se abrió. Ryu exhaló fuertemente después de quitárselo y arrojarlo a un lado. Delante de los ojos de todos, sus heridas empezaron a sanar a una velocidad asombrosa.
Hatsú levantó un poco su espada mirando fijamente al vampiro frente a ella. La postura de su cuerpo dejaba claro que estaba dispuesta a usarla de ser necesario mientras Amaya la vigilaba de cerca.
Cuando Ryu se hubo recuperado del todo, su piel adquirió su habitual lozanía, a los ojos regresó el brillo arrogante y Amaya volvió a ver en él al poderoso vampiro que ella amaba.
Hatsú por el contrario estaba inquieta y continuaba en guardia. La ex cazadora se le acercó y le quitó la espada de la mano. Con dulzura la miró a los ojos tratando de transmitirle que no tenía nada que temer, al menos no de ellos.
—No somos tus enemigos, Hatsú. Mas bien queremos pedirte ayuda.
La muchacha los miró, confundida. El brillo rojizo de sus ojos había menguado
—¡¿Mi...mi ayuda?! ¿De qué manera podría yo ayudarlos?
Ryu se sentó en una silla algo apartada. Estiraba sus extremidades, movía su cuello, sonreía sintiéndose de nuevo él mismo. Después de unos segundos volvió sus ojos violetas a las hermanas para contemplarlas en silencio.
—¡Eres el ser más fuerte y poderoso que conozco!
Hatsú abrió sus ojos con asombro ante tal declaración. ¿Cómo podría ella ser eso que Amaya decía?
—Afuera hay una guerra, Hatsú, y si no hacemos nada no quedará mucho para nadie, las personas que amas allá arriba nunca estarán seguras, el mundo lo gobernaran los vampiros ¿eso es lo que quieres?
No, claro que eso no era lo que quería, pero no veía como ella podía cambiar esa situación, ¿Por qué Amaya hablaba como si dependiera de ella cambiar las cosas? Miró al atractivo vampiro sentado en el fondo del laboratorio que la miraba en silencio con ojos curiosos y una pequeña sonrisa en los labios. Parecía que disfrutaba la escena. También él era un vampiro, ¿acaso no quería gobernar el mundo allá afuera también?
El doctor Branson, por su parte miraba a la rubia con el ceño fruncido, era evidente que no le gustaba lo que ella decía.
—¡Hatsú es una niña, no es justo que le pidas algo así, Amaya! ¡No tiene el entrenamiento que tú tuviste!
Amaya giró hacia el doctor, le dirigió una mirada severa pero no le contestó, en lugar de eso continuó conversando con la chica de cabello oscuro.
— No voy a obligarte a nada, pero te he visto entrenar. Se de lo que eres capaz, y al igual que Karan, pienso que eres sorprendente. Tal vez no tengas entrenamiento, pero ya te has enfrentado a los vampiros para proteger a quienes amas, y no te pido si no que lo vuelvas hacer, pero ahora definitivamente.
Hatsú parpadeó, confundida. ¿Ella era sorprendente? ¿Karan y Amaya de verdad creían eso?
—¡No tienes por qué aceptar, Hatsú! —intervino Branson— No tienes entrenamiento suficiente, te podrían lastimar, esos vampiros son muy poderosos, yo...yo no soportaría si ...
Ella lo miró y de inmediato el médico calló comprendiendo que no tenía derecho a pedirle o exigirle nada.
—Aunque no lo creas, no soy tan fuerte como tú —La ex cazadora bajó la cabeza, después de un momento volvió a hablar usando las mismas palabras que un día Ryu le dijera—. Somos lo que somos, y debemos aceptarlo. Tú estás hecha para destruir vampiros, ese es tu destino y es hora de que lo asumas, no podemos huir eternamente de nosotros mismos.
La sonrisa de Ryu se amplió, parecía que estaba a punto de aplaudir. La satisfacción en su cara era evidente. Cuando Amaya lo miró de reojo, su expresión tan complacida, la hizo ruborizarse.
El corazón de la adolescente latía desenfrenado. Sentía miedo, pero al mismo tiempo eso era lo que ella había esperado. En el fondo sabía que era su destino.
Al terminar Amaya de hablar, Ryu se levantó. Con toda la velocidad de la que era capaz, se abalanzó para atacar a la pequeña adolescente, su mano extendida iba directo al cuello de la muchacha. Hatsú, sin siquiera parpadear, se movió con una rapidez imposible de distinguir por el ojo humano, bloqueó el ataque del vampiro con su mano desnuda, de una patada lo impactó contra la pared. Ryu se deslizó por la pared que se resquebrajó debido al impacto de su cuerpo y dejó un hundimiento en ella. El vampiro quedó sentado en el suelo y desde allí levantó el rostro para mirar con una gran sonrisa los ojos atónitos de Amaya.
—¡Ella está lista! —dijo él con una seductora sonrisa.
La ex cazadora no daba crédito a lo que veía.
—¡¿Acaso estás loco?! ¡¿Te pudo haber matado?!
El vampiro se levantó, con elegancia sacudió el polvo de su ropa, sin dejar de sonreír, explicó:
—Necesitaba convencerse a sí misma de que es capaz, yo solo le di un último empujón —sus ojos brillantes miraron complacidos a Hatsú— Ahora, querida ¿estás convencida de que este es tu destino?
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