Capitulo XIII: Incursión sigilosa I/II
A la mañana siguiente la popularidad de Amaya continuaba igual a la de una cucaracha. Solo Karan y Tiago le hablaban. Y no era que antes fuese muy popular, pero al menos sus compañeros siempre la trataron con cortesía. Ahora la mayoría le volteaban la cara al verla. Adriana se había encargado de esparcir el rumor de que ella era una traidora.
En los entrenamientos cuerpo a cuerpo y con espadas, solo Karan se ofrecía a practicar con ella. Phill, se mantenía en la distancia sin opinar, aunque sabía que él también dudaba. Nadie confiaba en ella, su reputación en La Orden se había ido al demonio.
De todas formas, la situación con sus compañeros ya no le afectaba tanto. Tenía en mente algo más importante que hacer caso al chismorreo desatado en torno a ella.
—¡Amaya! —dijo Tiago mientras corría hacia donde se encontraba la cazadora— No has ido a entrenar hoy. ¿Sigues triste por lo de Adriana?
Amaya levantó la vista y le hizo lugar a su amigo en el banco de piedra del jardín interior. Una sonrisa triste apareció en su rostro antes de responder:
—¿Qué caso tiene? Nadie quiere practicar conmigo, prefiero hacerlo sola cuando los circuitos estén vacíos.
—Nunca antes te vi así, ni siquiera aquella vez cuando tú y Tatiana se pelearon. No es propio de ti estar triste por esto, creo que algo más te sucede.
Amaya sonrió por la perspicacia de su amigo. Tiago era el más joven del cuerpo élite, pero no por eso dejaba de ser muy observador o quizás empezaba a dar muestras de telepatía. Como fuera, Amaya decidió contarle de sus sospechas sobre La Orden, necesitaba desahogarse con alguien.
Cuando hubo terminado de contarle, Tiago lucía consternado.
—¿Me dices que allá abajo, en el área de investigación están haciendo experimentos para conseguir la inmortalidad? Entonces no somos más que una fachada para sacar a los vampiros del camino y luego, ¿quiénes serán los próximos inmortales?, ¿los políticos, los ricos y poderosos? Estoy asqueado de todo esto, Amaya. Me cuesta creerlo.
Ella se llevó las manos al rostro cansada de tanto pensar.
—A mí también, por eso quiero averiguar más. No creo que el doctor Branson se haya prestado a eso. Pero si es así, La Orden solo nos ha utilizado para sus propios intereses.
—Debemos decírselo a Karan, es nuestro líder, nos apoyará.
—¡No! Si son ciertas mis sospechas, su padre está involucrado en todo esto. Debemos ser cuidadosos. Karan no debe saberlo hasta que estemos seguros de cuál es el objetivo final de toda esta organización.
Era de madrugada cuando sigilosa, Amaya abrió la puerta de su habitación. Llevaba puesto su traje negro de polipropileno y parecía fundirse con la oscuridad que llenaba el edificio. Al pasar por la puerta de Tiago, él ya la estaba esperando.
Ambos habían decidido investigar para conocer la verdad y esta yacía en los archivos restringidos de la división médica. Amaya estaba segura que el arma tan anhelada por el ministro Oderbrech era un arma biológica desarrollada en los laboratorios subterráneos de La Orden. Si fuese armamento del tipo militar, los primeros en conocerlo tenían que ser los cazadores para entrenarse en su uso, y ellos no habían sido informados de ninguna nueva arma.
Se deslizaban cual sombras en la pared como si fueran partes de la misma, ni siquiera era posible escuchar sus respiraciones. Cuando llegaron al pasillo que daba a las escaleras, tuvieron que detenerse abruptamente porque uno de los chicos de la tercera división montaba guardia en ese sitio. Amaya frunció el ceño por la contrariedad que suponía la presencia del muchacho allí, no quería llamar la atención con un enfrentamiento, pero este parecía inevitable. Volteó para indicarle a Tiago que se adelantaría a enfrentar al vigía intentando hacer el menor alboroto posible.
Al mirar a Tiago, vio que sonreía con picardía. Escuchó en el pasillo contrario a donde estaban el sonido de una puerta batiendo y después los pasos apurados del guardia que se alejaba en dirección del ruido. Amaya arqueó las cejas y preguntó:
—¿Desde cuándo telequinesis?
—Comenzó cuando caíste prisionera. Creo que el estrés me hizo manifestarla.
La chica hizo un gesto de asentimiento con la cabeza, eso explicaba muchas cosas.
—Bien, vamos —Apremió ella a su compañero a descender por las escaleras hasta la división médica.
Los asépticos pasillos se mantenían en silencio, pero iluminados por luz brillante. Allí no era necesario guardias. Para acceder a los diferentes recintos se debía disponer de una llave electrónica que, por supuesto no tenían. Los cazadores no poseían libre acceso a las instalaciones de investigación, por eso tendrían que robarle una llave a alguno de los científicos que allí pernoctaban.
Pero antes debían resolver otro problema. Las cámaras de seguridad. Amaya había insistido en ese tema cuando planeaban su incursión en el área médica, sin embargo, Tiago lo desestimó restándole importancia y ahora la cazadora entendía el porqué.
En lo alto del pasillo se encontraban varias cámaras enfocadas en la puerta de vidrio blindado.
Una vez está se hubo abierto de manera automática dando acceso a las áreas permitidas, Tiago hizo un movimiento con su mano derecha y una a una, las cámaras giraron levemente hacía un lado.
El chico volteó a ver a la cazadora con una sonrisa de suficiencia la cual ella acompañó con otra de orgullo y asombro.
Continuaron avanzando ahora sin ser detectados ni siquiera por las cámaras de seguridad. Apenas si respiraban, hasta que llegaron al pasillo destinado a la residencia médica, el cual se encontraba antes de los laboratorios y en un pasillo paralelo a estos.
El corredor tenía varias puertas a cada lado, correspondientes a los dormitorios del personal sanitario. Cada puerta poseía la identificación del científico al cual pertenecía la habitación. En la tercera puerta de la derecha podía leerse el nombre de "Doctora Auberbach" quien era la sub jefe de la división. Ese era el objetivo. La llave que de seguro abriría la instalación de investigación y las oficinas debía poseerla ella.
Amaya, casi sin respirar hizo girar la manilla encontrándose con que estaba cerrada desde adentro, sin embargo, al minuto, la puerta se abrió sola y la cazadora sintió su corazón detenerse.
De seguro la doctora se había despertado y abría la puerta para salir de la habitación. Amaya giró la cabeza desesperada, allí no existía donde esconderse, puertas cerradas a cada lado y ningún muro o pared detrás de la cual poder evadirse.
Decidida a atacar, su cuerpo se preparó para saltar encima de la persona que saliera del dormitorio, pero antes de que pudiera hacer cualquier cosa, Tiago la adelantó y entró como si nada en la habitación. Se quedó perpleja por un segundo, pero luego comprendió que era él quien había abierto la puerta con su poder psíquico.
El chico se paró al lado de la cama y posó su mano sobre la frente de la doctora mientras cerraba los ojos, al momento siguiente abrió el cajón al lado de la cama y sacó la tarjeta que necesitaban. Con una seña de su cabeza le indicó a Amaya que salieran.
La chica, al encontrarse afuera lanzó una exhalación liberando la tensión que había sentido. Continuaron, pasando de largo la sala de observación y los consultorios hasta llegar a los laboratorios.
Tiago deslizó la tarjeta y de inmediato se abrió la puerta de vidrio blindado. Sin perder el tiempo, los chicos entraron encontrándose en un salón con varios escritorios y computadoras. Al final de ese salón otra puerta, esta vez de acero, daba paso a un área donde Amaya no había estado nunca. Varios metros a la izquierda de esa puerta, estaba la oficina de la doctora Auberbach.
La chica dudó entre ir a explorar que había del otro lado de la puerta de acero y acceder a los registros de la científica. Tiago sacó una memoria USB de su bolsillo indicándole a su compañera que el revisaría la computadora de la doctora. Amaya asintió y se dirigió a la puerta de acero.
El corazón le latía con fuerza y sentía la garganta seca. Deslizó la tarjeta por la cerradura electrónica y la puerta se abrió. Del otro lado, todo estaba a oscuras, sin embargo, la visión nocturna de ella le ayudó a orientarse.
El laboratorio era bastante espacioso con centrifugas y estantes llenos de pipetas y tubos de ensayo. Amaya se acercó a uno de los estantes donde en su interior podían verse diferentes recipientes y una cabina de flujo laminar. Mas allá había una campana de bioseguridad a la cual solo se accedía al presentar la palma de la mano completa frente a un lector. La cazadora giró y vio otra puerta de metal con la parte superior de vidrio. Se asomó por ella y vio del otro lado, grandes contenedores criogénicos de vidrio que parecían tener alguna clase de cosa flotando dentro. Alcanzó a contar al menos cinco de estos. Deslizó la tarjeta para entrar, pero se encontró que el sistema de seguridad le exigía además la huella de su mano.
Mientras continuaba explorando el laboratorio, algo en su interior comenzó a alertarla. La certeza de que no estaban solos y tenían que salir de allí la inquietó sobremanera. Miró en derredor y no pudo encontrar a nadie, solo el mobiliario del laboratorio, pero la sensación seguía allí, la de una pesada mirada sobre ella escrutándola.
Abandonó continuar con la exploración y saber que había en los contenedores, en cambio, se movió hacia la oficina de la doctora donde Tiago continuaba copiando archivos a la memoria.
—Tenemos que irnos, tengo la sensación de que no estamos solos —dijo Amaya en un susurro.
—Estos archivos no los puedo abrir.
—Solo cópialos y vámonos.
Rápidamente apagaron la computadora y como si fueran gatos en la oscuridad, salieron del laboratorio. Amaya le pareció ver una sombra moverse a su espalda, pero al voltear no encontró nada.
La sensación de peligro no se disipaba y eso hacía que todo su cuerpo se volviera más ágil y flexible.
Volvieron sobre sus pasos hasta que Tiago entró al cuarto de la doctora y dejó la tarjeta magnética donde la encontró. Con total sigilo salió de la habitación y la cerró desde adentro como estaba antes de su incursión.
Siguieron por las escaleras sin notar los ojos azules de Hatsú que brillaban a cierta distancia de ellos.
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