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CAPITULO III: Incondicionales

La Orden era una organización secreta financiada de manera extraoficial por algunos pocos gobiernos mundiales, solo aquellos que estaban enterados de la existencia de los vampiros.

Su objetivo era velar porque los vampiros no se extralimitarán al cazar humanos. Desde que unos cuantos países se enteraron de su existencia, acordaron acuerdos con la sociedad vampírica los cuales les permitían a estos cazar sin problemas a aquellos humanos que constituían un lastre para la sociedad; es decir, criminales, indigentes, vagos y todas aquellas personas que no serían reclamadas por nadie.

Los gobiernos participantes de este acuerdo encontraban el sistema útil, pues limpiaba sus calles de todos aquellos seres que representaban una carga social para el Estado.

Pero, de vez en cuando algún vampiro incumplía el tratado y cazaba personas productivas. Entonces, La Orden intervenía y castigaba a los que infringían la Ley. Esa era su misión oficial, aunque todos dentro de la organización sabían que iba más allá.

Los cazadores miembros de La Orden eran jóvenes que entrenaban incansablemente. Dotados de habilidades suprahumanas como fuerza y resistencia aumentada, capacidad regenerativa acelerada y algunos con habilidades psicoquinéticas y telepáticas, eran blanco constante de estudios por parte de los científicos de la organización, quienes buscaban la manera de deshacerse definitivamente de los vampiros.

Todos en la organización despreciaban profundamente la Ley que les permitía a los vampiros cazar, así fuera a individuos dañinos para la sociedad, pero no podían luchar abiertamente contra esta, ya que la existencia tanto de la organización como de los mismos vampiros era un secreto para la población mundial y solo unos cuantos lo conocían y lo usaban a su conveniencia.

Karan, líder del equipo élite de La Orden, sentado en el sillón de una de las salas de descanso de la organización no escuchaba lo que Adriana decía. Los vítores de sus compañeros ante el relato de la última aventura de la joven parecían no llegar a sus oídos. Su mente se hallaba trazando un plan para rescatar a Amaya.

El general había dicho que seguramente ella se encontraba prisionera en la fortaleza del príncipe Ryu, a quien nunca habían enfrentado. Cumplía los acuerdos y La Orden no tenía necesidad o quizás no se atrevía a luchar contra él. Pero ahora era necesario hacerlo, solo que el concejo no estaba interesado en rescatar a su amiga, por lo tanto, él tendría que llevarlo a cabo solo.

Ese día, más temprano, estuvo vigilando cerca de la fortaleza del príncipe, estudiando el terreno para encontrar alguna vulnerabilidad. El edificio se hallaba en las afueras de la ciudad y resguardado fuertemente por una pared amurallada. Cámaras vigilaban en todas direcciones. El portón electrónico de vez en cuando se abría para dar entrada o salida a autos blindados de vidrios ahumados y camiones que llevaban provisiones. En ningún momento pudo hacer contacto con alguno de los sirvientes. Parecía imposible poder entrar o salir de allí. Sin embargo, él debía descubrir la manera de hacerlo. Y si no la encontraba, iría diariamente hasta que la ocasión se presentara. Nada le impediría rescatar a su amiga.

—Y entonces, ¿qué te parece Karan? —La voz de Adriana lo sacó de su ensimismamiento.

Adriana, su compañera élite más cercana después de Amaya, era trigueña y menuda, pero eso no la hacía menos capaz que el resto de cazadores. De hecho, era quizás la más poderosa porque dominaba la telepatía y la psicoquinesis.

—Sorprendente —dijo Karan sin emoción alguna. La muchacha lo miró entristecida.

—No escuchaste nada de lo que dije ¿verdad?

—Discúlpame, por favor —dijo el joven apenado—, es que yo...

—Tú sigues pensando en ella —lo interrumpió Adriana—. Quizás sea cruel lo que voy a decir, pero pienso que no hay nada que hacer, sabes bien que los vampiros no toman prisioneros. Ella está perdida.

—¿Cómo puedes saberlo? ¿Si fuera alguno de ustedes no quisieran ser rescatados? No voy a abandonarla, al igual que no los abandonaría si alguno estuviera en su lugar y como tampoco ella lo haría. Si el concejo no quiere ayudarme, lo haré solo, pero no descansaré hasta rescatarla.

—¿Cómo sabes que sigue viva?

—No lo sé, Adriana, solo lo siento. Estoy seguro que ella no está muerta.

Adriana lo miró pensativa.

—Yo te ayudaré. —Los demás también se sumaron a la causa—. ¿Qué has averiguado?

La verdad, era muy poco lo que Karan sabía. Un auto salía en los días que había vigilado, siempre a la misma hora de la mañana; de resto los horarios eran erráticos y nunca repetían. Debía tratarse de alguien de la servidumbre, puesto que los vampiros solo eran activos durante la noche. Así que decidieron que ese auto sería el blanco a interceptar.

Karan deseaba rescatar cuanto antes a Amaya porque sabía que cada minuto que pasaba era uno en la vida de su amiga que se perdía. Con el apoyo de Adriana, había recuperado la esperanza de tenerla nuevamente a a su lado.

Ambos estuvieron de acuerdo en que lo mejor era diseñar el plan de rescate lo antes posible. Así que, al día siguiente, Karan y Adriana aguardaban en una Kawasaki de alto cilindraje a cierta distancia de la fortaleza vampírica. Al salir el auto, lo siguieron hasta que este llegó a la zona de comercios exclusivos de la ciudad.

El vehículo se estacionó y una joven delicada salió del mismo, la chica entró en una agencia de festejos de lujo. Adriana se acercó hasta la vitrina disimulando que miraba lo que allí se encontraba expuesto.

Concentrándose, llevó el dedo índice y medio a la sien para utilizar su telepatía y saber lo que adentro hablaban. Pudo escuchar que la muchacha le mencionaba una fecha al dependiente, le decía que sería un evento importante. Quería solo lo mejor, pero sin empleados, su jefe tenía suficientes sirvientes y se encargarían de atender el festejo.

Adriana regresó presurosa con Karan y le contó lo que logró averiguar.

—¿Una fiesta?, quizás podamos colarnos allí. Regresa y trata de que te revele quienes serán los invitados.

Adriana asintió y con paso decidido entró en la agencia.

La sirviente de los vampiros se volvió cuando ella entró; dudando debido a la aparición súbita de la cazadora, hizo silencio. El empleado, un tanto enojado por la interrupción, le pidió a la cazadora aguardar su turno en la salita de espera, sin embargo, ella no le hizo caso. Le lanzó una intensa mirada y el dependiente calló, tornándose sus ojos vacíos. La sirviente se desconcertó ante la repentina actitud del empleado. Adriana le lanzó la misma mirada a ella ante la cual la chica quedó en silencio absoluto. La cazadora la observó complacida y empezó a interrogarla.

—¿Quiénes serán los invitados?

—Vendrán los líderes de los clanes de mi señor Ryu y también estarán algunos mortales.

—¿Mortales?, ¿Qué mortales están invitados?

—Los socios del príncipe. La fiesta es para celebrar la firma de algunos acuerdos comerciales con vampiros y empresarios humanos.

Adriana se sorprendió por la revelación. ¿Cómo era posible que ese vampiro estuviese haciendo acuerdos comerciales con empresarios humanos? Y peor aún ¿por qué La Orden no tenía conocimiento de algo así? ¿O sí lo tenía, pero simplemente no pensaban intervenir?

Todavía confundida por la revelación, Adriana hizo otra pregunta:

—¿Tienes las tarjetas de invitación de los humanos? —La muchacha asintió.

—Dame unas. Una pregunta más. ¿Hay una mortal en la casa de tu señor? —La muchacha volvió a asentir.

—¿Qué harán con ella?

—No lo sé.

—Olvida esta conversación y que me diste las invitaciones.

La cazadora volvió a mirar a sus víctimas para quitarles la hipnosis. Luego, aparentando naturalidad, dijo:

—Lo siento, me equivoqué de establecimiento.

Una vez con Karan, le contó todo lo averiguado. La fiesta sería en tres días y había un problema, La Orden aún no autorizaba una misión de rescate. Si querían liberarla debían ponerse en marcha de inmediato y trazar un plan. Actuarían de su cuenta, sin apoyo y a riesgo de recibir un castigo por parte del concejo, pero no podían abandonar a su compañera. Esa fiesta representaba una oportunidad única para recuperarla.

Lo ideal era que solo unos pocos estuvieran enterados de esa misión, así, si fallaban, serían menores las bajas y también el riesgo de ser descubiertos por sus jefes.

Adriana sabía a lo que se expondrían. El príncipe Ryu era poderoso y en esa fiesta, de seguro, habría otros tan fuertes como él, sin embargo, ella estaría allí. No por Amaya, porque, aunque la estimaba, la muchacha siempre se mostraba fría e indiferente, incapaz de hacer lazos de amistad fuertes, concentrada solo en su entrenamiento y en su deber. Lo hacía por Karan. A pesar de que sabía que él no la amaba, de que su devoción era para Amaya, eso no impidió que se enamorara de él hasta el punto de arriesgar su vida de ser necesario.

Karan maquinaba un plan para poder entrar sin llamar mucho la atención. El hecho de que también hubiera mortales allí no dejaba de preocuparle. El príncipe debía intuir que tratarían de rescatar a Amaya y tal vez la tenía como carnada para tenderle una trampa a La Orden. Si era así, los estarían esperando, sería una misión suicida, sin embargo, tenía que intentarlo, no podía simplemente no hacer nada.

***Hola. Esta historia está en edición y revisión. Si ya la leíste, pues encontrarás algunos cambios. Si no la has leído, espero que te esté gustando y me lo hagas saber con tus comentarios y votos.

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