Capítulo II: Condiciones adversas (I/II)
Amaya abrió los ojos con dificultad, el rumor de una conversación llegó hasta ella, pero no pudo identificar las voces ni lo que decían, su entorno era borroso. Tardó un momento en recordar. A su mente llegó la terrible imagen de Ryu arrodillado con una enorme mancha de sangre esparciéndose en el pecho de su camisa blanca. Ese recuerdo le cortó la respiración, un inmenso dolor oprimió su corazón, aplastándolo. Las paredes se movieron, sintió que se le venían encima y todo a su alrededor comenzó a desdibujarse.
—¡Ryu! —gritó temblando al tiempo que apartaba las sábanas para levantarse de la cama.
Inmediatamente Karan y otro hombre se acercaron a ella para calmar su llanto desesperado y sus gritos frenéticos. Ella sintió un pinchazo en su brazo izquierdo y de nuevo todo se hizo nebuloso, le pareció distinguir el rostro del doctor Branson sosteniendo una inyectadora antes de caer en la oscuridad de la inconsciencia.
Despertó, con la impresión de que algo terrible había pasado, una catástrofe. Los ojos le dolían, sus extremidades le pesaban, tenía la boca seca y se sentía aletargada. Cuando giró la cabeza pudo ver a Karan sentado al lado de la cama.
Entonces volvió a recordar.
El tercer día cuando despertó, su pecho seguía apretándole, sus brazos y piernas continuaban siendo de plomo, creyó que se ahogaba, no podía respirar, entonces recordó: Ryu estaba muerto y, deseó estar muerta también. Si Dios existía ¿por qué, como muestra de su infinita misericordia, no la mataba de una vez? Sí la vida se componía de recuerdos, la de ella lo hacía de pérdidas.
Silenciosas lágrimas cayeron calentando su rostro frío, en ese momento deseó no haber despertado. Sintió la mano grande de su amigo sobre su cabeza acariciándola, pero no quiso mirarlo, no quería hablar. Apretó los ojos con la infantil ilusión de hacer desaparecer esa dolorosa realidad. Escuchó que Karan le preguntaba si tenía hambre o sed y aunque en su mente le contestó que no, que no tenía estómago, solo pedazos de corazón que dolían infinitamente, de su boca no salió ningún sonido. Se giró dándole la espalda a su amigo y dejó que el sopor la venciera de nuevo, se dejó llevar a un limbo oscuro donde flotaba incapaz de encargarse de ella misma.
No estaba muy segura de sí dormía o estaba despierta, ni cuánto tiempo había pasado. Todo era igual. A veces se giraba y Karan estaba allí, a su lado, mirándola con ansiedad, moviendo sus labios que ella veía distenderse, emitir sonidos sin significado.
Cerraba los ojos y cuando los abría en un lapso de tiempo que para ella equivalía apenas a segundos, ya era de noche. El frío y la oscuridad la envolvían en una noche carente de tonos violeta. En ocasiones lloraba desesperada, se llevaba las manos al estómago, halaba sus cabellos. Alguien venía, la sedaba y ella volvía a sumergirse en la nada. Otra noche solo despertaba y miraba el techo de entramado de madera, permanecía allí con los ojos abiertos, mirando las vetas algo más oscuras en las vigas, contándolas, observando las figuras que formaban, dejando correr lágrimas tibias hasta que llegaba la mañana y así un nuevo día sin él.
—Por ahora solo podemos esperar y escondernos, si ellos la encuentran la mataran.
Amaya escuchó las voces y aunque distantes, pudo comprender perfectamente lo que decían, recordó también porque podía distinguirlas a pesar de la lejanía: ella era mitad vampiro. Suspiró fuerte y tragó con la ilusión de que el nudo apretado de su garganta se aflojara un poco. Miró el techo y repasó las vetas en la madera. Su corazón seguía doliendo y estaba segura que jamás volvería a ser la misma, algo en su interior se fue con él.
Apartó las sábanas y se levantó. Inmediatamente la habitación comenzó a girar, perdió el equilibrio y cayó al suelo mirando como todo daba vueltas. Desde allí vio unas botas gruesas negras con agujetas acercarse, presurosas hasta ella. Karan se agachó para levantarla.
—Estás muy débil. No te levantes, siéntate primero.
La chica obedeció. Miró a su amigo y le costó reconocer al cazador en ese rostro barbudo, cansado y ojeroso. Una punzada de culpa se alojó en su pecho.
—¿Dónde estamos? ¿Cuánto tiempo ha pasado? —preguntó por primera vez desde que él la llevó a ese sitio.
Ella lo miró esperando una respuesta que no llegaba, Karan dudaba. Dirigió la mirada a su alrededor y miró la habitación que la había albergado durante los últimos días, parecía el dormitorio de una casa común, con ventanas de marcos de madera y cortinas de florecitas que se mecían por el viento, un viento húmedo de mar. En su brazo tenía una vía intravenosa y en la mesita, al lado de su cama, equipos médicos. Inevitablemente recordó cuando Ryu la rescató de los cazadores y la cuidó de manera similar en la fortaleza. Se llevó la mano a la cadena con los dijes que colgaban en su cuello y otra vez el nudo caliente se formó en su pecho para no dejarla respirar. Abrió la boca y gimió tratando de captar aire. Karan lo notó y se acercó a ella para abrazarla.
Después de un rato y muchas lágrimas silenciosas, Amaya volvió a preguntar:
—¿Dónde estamos?
Y de nuevo Karan volvió a dudar. ¿Tenía miedo de responder
— En la casa del doctor Branson.
Amaya se separó de su amigo con brusquedad y exclamó:
—¡¿Qué?! ¿Acaso te has vuelto loco?
—El doctor Branson no pertenece más a La Orden —le contestó el chico mirándola a los ojos—, él está con nosotros ahora.
—¡No sabes quién es él en realidad! —le dijo ella arrancándose el catéter del brazo— Él ha hecho cosas terribles, ha creado monstruos... él, él experimentó con, conmigo, con Hatsú, con todos, Karan. Tenemos que irnos, debemos salir de aquí.
Karan suspiró.
—Han pasado muchas cosas. El doctor es un desertor, como nosotros.
—¡Te ha engañado! Él debe estar fingiendo, nos encontrarán.
—No lo harán —dijo Karan, tranquilizándola —. Esta casa no aparece en los registros de La Orden, ya lo verifiqué. Branson siempre la ha mantenido en secreto, no es su dirección oficial. Aquí no nos rastrearán, a ti he tenido que quitarte el rastreador que tenías en la nuca antes de venir.
—¡¿Qué?! ¿Un rastreador?
Amaya se tocó la parte posterior del cuello y notó un pequeño vendaje, ella no sabía que tenía un localizador, entonces entendió porque se les hacía tan fácil a sus ex compañeros encontrarla cuando salía de la fortaleza. Karan continuó hablando:
—Te lo contaré todo, Amaya y el por qué confío en Branson. Hace un mes me asignaron la misión de encontrar a Hatsú, ¿la recuerdas?, la hija del doctor —Amaya asintió— Después de que te fuiste, ella desapareció.
Ella lo sabía, recordó que cuando escapó de La Orden trató de buscar la ayuda de Karan y él no estaba en la organización porque se encontraba en una misión para localizar a la chica.
—Al principio, no lo entendía —continuó Karan—. Es decir, podía comprender que el consejo quisiera ayudar a Branson a encontrarla, después de todo él era parte de la organización, pero cuando la encontré y la vi atacar a un vampiro, comprendí que ella era mucho más que la hija de Branson —Karan hizo una pausa y luego continuó—. El día que me llamaste, fue el doctor quien nos ayudó a escapar y nos trajo hasta acá.
—¿Cómo puedes confiar en él si sabes lo que hizo con Hatsú? —preguntó Amaya con desprecio en la voz.
—Está arrepentido y creo que es sincero. Desde que abandonó La Orden ha estado intentando encontrar a Hatsú para protegerla. Cuando vio la señal de tu localizador fuera de la Fortaleza, no dudó en ir para ayudar. Él sabe que La Orden te quiere muerta, por eso fue ese día al mirador, siguió la señal de tu localizador. Si él no hubiese llegado yo no habría podido sacarte de allí. Desde entonces ha estado cuidándote. Si fuese un traidor, ya habría revelado nuestra localización.
—Me ha mantenido sedada.
—Lo sé. Sufrías mucho. Cuando creímos que podías estar mejor dejamos de hacerlo.
Amaya frunció los labios. Se mantuvo en silencio analizando lo que su amigo le contaba. De pronto ella preguntó:
—Hatsú, ¿también está aquí?
Karan la miró antes de contestar de una manera que ella no pudo definir.
—No.
Amaya ataba cabos en su cabeza, recordó una conversación con Ryu sobre un misterioso supravampiro aparecido en el territorio del clan de Octavio.
—El sitio donde encontraste a Hatsú, ¿fue en la sierra costera?
—Sí —le respondió sorprendido —. ¿Cómo lo sabes?
—¿Aún está allí? Si es así, corre peligro.
Karan la miró sin expresión. ¿Por qué Amaya sabía la localización de Hatsú? ¿Por qué decía que corría peligro? Él no olvidaba que ella había estado mucho tiempo entre vampiros, fue inevitable preguntarse dónde estaba la lealtad de la chica.
—Hay cosas que no me cuentas, Amaya. ¿Por qué dices que corre peligro?
La cazadora tragó. ¿Cómo contarle todo a Karan? ¿Qué pensaría de ella cuando le revelara quién era en realidad?
—¿Qué sabes exactamente de Hatsú? ¿Qué te contó Branson? No confío en él.
— Sé que Hatsú es un híbrido de vampiro y humano, que el doctor experimentó en ella para hacer otra especie: Los supravampiros, seres que se alimentan de la sangre de los vampiros.
—¿Te lo dijo Branson?
—Me lo dijo Hatsú. ¿Debería saber algo más?
Amaya se mordió el labio.
—Cuando me escapé de La Orden, me llevé unos archivos que explicaban... mi origen. También soy un híbrido, Hatsú y yo somos hermanas. A partir de mí, el doctor y la doctora Auberbach hicieron las mejoras genéticas en todos los cazadores, por eso no confío en el doctor. La crio como una hija y aun así fue capaz de hacer todo lo que hizo.
Karan no se sorprendió con su revelación. Amaya lo entendió, él ya lo sabía. Talvez Hatsú también, quizá por eso escapó.
—Está arrepentido.
Amaya asintió con una sonrisa sarcástica.
—¿Y te contó de sus otros experimentos?
Amaya conocía a Karan, su sentido de justicia. Cuando le dijera sobre eso, esperaba que cambiara la opinión que tenía del doctor.
El chico frunció el ceño. Ver esa expresión en el rostro de ella fue un deja vú, la misma sonrisa que enarboló Hatsú al revelarle que Amaya era su hermana.
—¿Cuáles experimentos?
—Antes de marcharme de La Orden, yo escuché al general hablar con el asistente del ministro Oderbrech. El gobierno financia todos los experimentos para crear los supravampiros. Lo hace porque el general les ha prometido conseguir una fórmula para hacerlos inmortales. Y esa fórmula ¿quién más la pudo crear, además de tu querido doctor?
—¿Qué? ¿Inmortales?
Amaya asintió y caminó hasta la ventana. Miró el cielo plomizo afuera y el mar que rompía con fuerza contra el peñasco, una eterna batalla silenciosa.
—No hay bondad, ni nobles ideales de salvar a la humanidad en La Orden. Solo hay codicia, deseo de poder, de apartar a los vampiros y que en su lugar gobiernen otros. ¿Crees que los políticos son mejores que los vampiros? ¿No nos desangrarán igual? ¿No harán de todo, una graja de la que alimentarse? ¿Acaso, ya no lo hacen? Y ni hablar que, si esa guerra estalla, muchos sufrirán y morirán, habrá hambre y ¿para qué? Para llenar los bolsillos de los políticos como ha sido siempre.
Karan la miró con horror. ¿Qué le decía? ¿Era verdad lo que le decía? ¿La Orden los había traicionado? ¿Solo los estaban usando para sus propios planes? No, podía ser cierto. Amaya había sido manipulada por Ryu para que creyera eso y enfrentara a su propia organización.
—¡Mientes! ¡Te has dejado manipular por los vampiros!
—No es así —dijo ella avanzando hacia él— Escuché esa conversación después de que me rescataste de la Fortaleza. No miento, Karan. Hemos vivido una mentira. Pregúntale a Branson. La Orden persigue sus propios intereses.
Karan volvió a negar con la cabeza. ¿Su padre lo había engañado siempre?
Karan apretó los dientes. Se negaba a creer en ella, pero en el fondo sabía que era cierto porque eso era la pieza faltante en el extraño comportamiento del concejo. ¡Todo era por poder! Quitarles el poder a los vampiros para quedárselos ellos y en medio, como simples marionetas, los cazadores, carne de cañón en una guerra que nunca fue por los nobles ideales que les habían inculcado desde su más tierna infancia.
— Una guerra está por venir, Karan. Podemos detenerla tenemos que acabar con los planes del concejo.
El momento de llorar había terminado. Su corazón estaba irremediablemente roto, no quería seguir en el mundo sin él, pero antes terminaría su misión, la de proteger a los inocentes.
Amaya procuró no hablar de Ryu, de que él también quería evitar la guerra. Estaba segura que el odio de Karan por los vampiros era inquebrantable y ella necesitaba su ayuda para hacerle frente a La Orden. Miró el rostro del cazador rubio con duda. Su padre era miembro del concejo, le estaba proponiendo que se revelara en su contra, estaba apostando todo por él.
Las personas, los inocentes, el concejo, los vampiros, los cazadores. Para Karan de repente estuvo claro quiénes eran los malos. No había diferencia entre el concejo y los vampiros. Él era un cazador, juró proteger a la humanidad y eso haría, los protegería tanto de los vampiros como de su propia organización.
*** Hola, como están? les notifico por acá que he creado un librito donde publicaré algunas cosillas sobre esta novela como por ejemplo la ficha de los personajes con información y su respectiva foto, así como cualquier otra cosita que se me ocurra o que ustedes propongan.
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