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Laila

Desde el interior de su casa el agudo oído de Cedric le permitió escuchar el crepitar del fuego. Podía calcular que el incendio estaba a 3.8 kilómetros de su mansión y que habían sido unos bandidos los que habían ocasionado el incendio de esa pequeña vivienda, lo que no era novedad ya que por esos lugares habían surgido últimamente una banda de ladrones que sólo se encargada de hacer desastres. Una lástima que los de su propia especie se atacara en lugar de protegerse.

Intentó relajarse y volver a concentrarse en su lectura aunque también buscaba un pretexto para dejar de leer esa novela romántica que una de sus empleadas le había conseguido, simplemente ese género no era de su gusto.

Escuchó gritos y llantos de adultos y niños que acompañaban el crepitar del fuego, se levantó del sillón y caminó hasta una de las grandes ventanas de su estudio para ver una lejana columna de humo negro que salía de entre los árboles, casi se perdía entre los colores de la tarde noche. Con un suspiro caminó hacia su perchero, tomó su saco negro y su sombrero para salir y ver que podría rescatar entre las cenizas. A veces encontraba cosas interesantes.

Salió de la mansión sin avisarle a ninguno de sus empleados y caminó entre el bosque tomándose su tiempo y siempre cuidando que su traje estuviera impecable, si algo no podía soportar era que su ropa se ensuciase. Varios kilómetros después pudo ver el rastro que habían dejado los bandidos, cenizas y sangre y árboles con ramas quebradas, huellas de caballos y humanos, un desastre.

Más adelante estaban los restos de lo que habían sido dos casas pequeñas, habían unos cuerpos tirados en charcos de sangre, en el interior de unas casas se distinguían los restos calcinados de unos niñitos que corrieron con mala suerte, pero lo que más llamó la atención Cedric fue una mujer joven que se aferraba a sus últimos minutos de vida protegiendo con su cuerpo una pequeña manta blanca sucia.

Los ojos oscuros de la mujer lo encontraron y con sus últimos esfuerzos le llamó.

—El bebé… —dijo en un susurro—. Por favor… cuida al bebé.

Ante los ojos de la joven él parecía un hombre de confianza o al menos eso era lo que podía pensar con el dolor quitándole la vida a cada segundo. Necesitaba que alguien cuidara de su bebé, había dado todo por protegerla y no quería dejarla ahí abandonada. Para su suerte el muchacho había aparecido vestido elegantemente de negro… ¿Y si era la muerte quien estaba frente a ella?

Podría serlo, con su piel blanca pero cabello, ojos y ropa oscura y rostro magnifico podría ser la misma muerte que veían hacia ella… pero si lo era por favor tenía que cuidar de su bebé.

—Cuida al bebé —volvió a decir mientras el brujo veía como el color de sus ojos se iba.

Apenas la joven dejó ese mundo el llanto de un bebé se hizo presente poniendo en alerta Cedric. Sin saber cómo reaccionar dio un paso hacia atrás y vio a su alrededor, debía haber alguien más ahí que cuidara de esa pequeña criatura. Él no podía cuidar de un bebé humano, ellos le temían a los de su especie y muchas veces los mataban ¿Por qué iba a hacer algo bueno por uno de ellos?

Podía matarlo y le ahorraría el sufrimiento de crecer en ese mundo.

Se inclinó hacia el cuerpo de la joven y tomó con una mano la manta que envolvía al bebé ruidoso. Él bebé era tan pequeño que le cabía en una mano. La criatura dejó de llorar al instante para solo soltar silenciosos quejidos, tenía sus ojitos cerrados pero cuando los abrió el brujo vio algo que jamás había visto en los ojos de un humano. El deseo de vivir.

—Mi señor ¿Por qué ha salido a estas horas? —dijo una voz masculina detrás de él.

Se trataba de Gilbert, su mano derecha y fiel servidor. Habían estado juntos viajando de un lugar a otro durante los últimos 4 siglos y a pesar de todo el tiempo que llevaban juntos Cedric aún no podía soportar que lo tratara como a un niño.

Cuando Gilbert vio lo que había en la mano de su señor lo observó con incredulidad.

—¿Un niño humano? —le preguntó.

—La mujer de ahí —apuntó con su mano—, me pidió que lo cuidara.

—¿Y usted…?

—Toma —le lanzó al bebé como si de una pelota se tratara y Gilbert ágilmente lo atrapó—. Más tarde le buscaremos una casa donde cuiden a los humanos. Yo buscaré algo que me pueda servir.

El joven asintió y observó al bebé unos segundos en silencio, en los ojitos de la criatura se reflejaba la noche hermosa que ya había caído sobre ellos, había algo en ellos que le hacían tener la necesidad de cuidarlo… o cuidarla.

—¿La mamá le dijo el nombre de la niña? —preguntó Gilbert.

Cedric volteó a verlo.

—¿Niña?

—Es una niña humana, señor.

—No —contestó el brujo después de pensar unos segundos.

Chasqueó con la lengua al ver que no había encontrado nada valioso en el incendio. A veces se tenía mala suerte.

—¿Entonces como la llamará? —le preguntó.

—No lo sé ¿Por qué le pondría un nombre si mañana ya no estará con nosotros? —dijo el joven brujo empezando a sentir algo parecido a la ansiedad, le sucedía cuando no encontraba nada de interés.

—¿No la cuidará? —Gilbert le extendió a la niña.

Por alguna extraña razón Cedric la tomó con una mano aunque no la quería cerca, intentó evitar ver sus ojos pero los vio y la noche se reflejaba en ellos. Levantó su vista al cielo nocturno lleno de estrellas brillantes, era una noche bella y un nombre se le vino a la mente.

—Laila —dijo en voz alta.                                            

—¿Disculpe?

—Laila ¿ese es nombre de humana? —preguntó y Gilbert asintió—. Se llamará Laila.

La empleada los recibió en la puerta y no disimuló su sorpresa al ver al nuevo acompañante que Cedric tenía en una de sus manos. Aun sostenía a la bebé sin delicadeza pero ella ni siquiera había llorado ni quejado por el trato que estaba teniendo.

—Báñala y cámbiala —se la entregó a la empleada que la tomó con delicadeza—. Gilbert, busca alguna casa para la niña —ordenó con seriedad pero por primera vez su ayudante pareció dudar de obedecerle.

—¿Seguro que dejará a la niña humana en otro lugar?

—¿Por qué habría de conservarla? No quiero mascotas, viven muy poco —contestó sin dejar hablar a nadie y se retiró a su estudio.

* * *

Después de varios intentos fallidos de llevar a la bebé a una casa de humanos, la pequeña Laila gateaba a los pies de Cedric que se había empezado a acostumbrar a la pequeña criatura ruidosa. Pensaba que después de todo, las mascotas no eran tan malas.

Además que todos en la mansión ayudaban a cuidarla lo que se volvía menos tedioso e incluso más divertido, excepto una vez que la pequeña se pasó de lista y vomitó sobre el impecable traje de Cedric, ese día había decidido arrojarla al bosque y dejar que se la comieran los lobos, pero entonces ella había soltado una carcajada que llenó la mansión de luz.

Y sus ojos tan oscuros que parecían tener la noche y las estrellas dentro cautivaban a todos, incluso a Cedric, aunque no lo admitiera. Cada vez que la veía se daba cuenta que su nombre había sido una buena elección.

* * *

—Apesta ¿qué no les dije que bañaran a Laila? —cuestionó el brujo cubriéndose la nariz con su mano. Vio acusadoramente a la niña que estaba sentada a su lado, intentaba hacerle saber que no la quería ahí pero la niña estaba muy concentrada en la televisión como para prestarle atención—. Laila.

—Mmm —contestó ella, la imagen en la televisión se detuvo y fue entonces cuando le prestó atención al joven brujo a su lado.

—Apestas —la acusó Cedric y ella ladeó su cabecita. Tan sólo tenía dos años y no entendía muchas cosas que le decían, por eso ella le sonrió y regresó su vista a la pantalla.

* * *

—Deja de dar vueltas o te caerás —le advirtió Cedric a la niña que daba vueltas junto a su vestido blanco y lo distraía de su agradable lectura. Todos los días se preguntaba por qué Laila escogía estar en esa habitación cuando en la mansión tenía mucho más espacio para jugar—. Laila —alargó.

—No me voy a caer —le contestó con una voz aún muy aniñada.

Laila cayó al suelo y Cedric por reflejo apareció junto a ella para revisar que estuviera a salvo, la niña rio cuando él la ayudó a ponerse de pie y aprovechó que la sostenía de la mano para dar vueltas sin perder el equilibrio. A sus cinco años de edad había aprendido que raras veces Cedric, su cuidador brujo, era amable con ella y unas de esas veces era cuando ella se enfermaba o lastimaba.

Lo había visto haciendo magia para poder curarle las heridas que tuvo un año atrás que se había hecho por haber estado de curiosa en los jardines traseros de la mansión, también unos meses antes se había enfermado de una grave tos y las medicinas de los humanos no había surtido efecto en ella por lo que Cedric había tenido que utilizar magia para curarla.

Le gustaba su vida además que todos los empleados de la mansión eran amables con ella, no podía querer más.

—Señor, Laila, la cena está lista —entró Gilbert anunciando y al ver como el joven brujo ayudaba a la niña a mantener el equilibrio se enterneció—. Pero pueden seguir jugando…

En ese instante Cedric soltó la mano de Laila y esta dejó de dar vueltas, curvando el labio inferior e intentando hacer un berrinche que no le funcionaba con casi nadie.

—Ve a lavarte las manos, Laila —le ordenó el brujo y ella obedeció de mala gana.

Cuando la pequeña salió Gilbert regresó su atención a Cedric que estaba por regresar con su lectura.

—Señor, la pequeña Laila tiene un gran aprecio hacia usted, debería ser más amable con ella.

—Eso me tiene sin cuidado, en unos años más ella podrá irse de la mansión. Toda la amabilidad la malcriará y será destrozada por el mundo de los humanos —habló seriamente—. Si somos amables será más débil.

—Un poco de delicadeza no le hará mal a nadie.

Cedric se rascó la cabeza.

—Da igual, si ustedes son amables con ella no necesitará la mía.

Gilbert guardó silencio, llevaba 5 años intentando que él fuera más amable con Laila y no había logrado casi ningún avance. Se dio por vencido y dirigió su vista hacia la puerta en donde había desaparecido la niña.

Recordaba como si fuera ayer cuando aquella niña había sido rescatada por Cedric de los brazos de una joven muerta o cuando había empezado a gatear o a hablar… era cierto, para los humanos el tiempo pasaba muy rápido…

—… en un abrir y cerrar de ojos Laila será una mujer adulta —dejó escapar sus pensamientos llamando la atención de Cedric.

—No es como… si su vida estuviera pasando demasiado rápido ahora, siento que lleva una eternidad aquí. Un parpadeo no es tan rápido —terminó cerrando los ojos.

* * *

Cedric abrió los ojos. Una suave ventisca entraba por la ventana de su estudio, hacía un clima agradable por lo que decidió caminar hacia el patio trasero.

Afuera se encontraba Gilbert junto a una de las empleadas de la mansión regando las flores y más a lo lejos había una joven muchacha de piel pálida y ojos y cabello tan negro que parecía tener la noche más bella sobre ella, Cedric sólo podía notar su espalda pero, como había sido siempre, ella lo sentía y al sentir su mirada sobre ella Laila se giró para encontrar sus ojos negros con los de su joven brujo cuidador.

Ella le sonrió y Cedric se sintió tan lleno de dicha que juró no volver a parpadear para que aquella magia no desapareciera nunca.

* * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * *  * * * * * 

Les dejo esta historia de un capítulo. Simplemente se me ocurrió y después lo escribí. Perdonen si tiene errores :P

Pronto reviviré xD

¡Saludos!

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