Una profunda oscuridad me envuelve y me susurra palabras que hasta hoy me eran desconocidas.

Incesantes murmullos se me cuelan por entre los resquicios de lo que una vez llamé razón.

Una poderosa sombra espectral surca mi entorno, y su gélida presencia me hace estremecer.

Camino zurumbática, sutiles contorsiones dejan entrever lo que se esconde tras mi máscara.

El arcoíris se me escurre entre las manos, gigantescos nubarrones son lo que me queda.

La tempestad de mi espíritu me empapa la piel mientras la alegría se evapora cual si fuese niebla.

Negregura infinita se apoltrona en mi cama y decididamente me aprieta la garganta.

Un desfile sepulcral de quiméricas sonrisas me invita a unirme a su fastuoso festejo fantasmal.

Esqueléticas figuras danzan con frenesí al compás de mis lastimeros e incesantes sollozos.

Torrentes escarlata se pasean por mis mejillas, nublándome la vista y entrecortando mi respiración.

Criaturas de las tinieblas pacientemente contemplan la escena patética del anochecer en mi alma.

Con lentitud encallo en el anchuroso puerto de perpetuos lamentos y escandaloso estertor.

En mi torturante agonía creo escuchar a lo lejos el enérgico galopar de un tenebroso palafrén.

Tánatos ha logrado encontrar mis aposentos y extiende su mano frente a mí con gentileza.

Inexistentes son las fuerzas que un día tuviera para declinar la que hoy es una oportuna invitación,

así que con el pecho oprimido y suplicantes jadeos, finalmente acepto sellar este sombrío pacto.

Ya no hay frío ni calor, no hay tristeza ni dolor, vacío de toda sensación reposa mi corazón.

Una quietud jamás imaginada revolotea juguetona entre los ramajes que se bambolean con la brisa.

Cúmulos de silencios convergen a mi alrededor, cual círculo íntimo de amigos vienen a abrazarme.

La tibia paz que me embarga no tendrá fin, el crepúsculo eterno me ha cubierto con sus alas...