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3| Tabatha

Lunes 12 de septiembre de 2016


Me despido de tía Luna y salgo del carro pitando, sin prestar mucha atención a sus intentos de convencerme para que tome clases de conducción. Se ha vuelto una rutina repetitiva en la que ella intenta hablar con normalidad de algo que le aterra mencionar y yo finjo que lo pensaré. Mi psicóloga lo llama evasión; a mí me gusta creer que todo hace parte de nuestra dinámica familiar.

¿Sobre conducir? Diré que no es que tenga alguna fobia a los vehículos o las carreteras, después de que casi muriera en el accidente de tránsito que mató a mis padres y mi perro. Incluso poseo una buena cuota de viajes en motocicleta, cuando Louis Amell, dos años mayor y del club de teatro, decidió que tenía como misión en la vida llevarme a casa a salvo. Sino porque, tal como habíamos concluido con mi psicóloga, antes de detener las sesiones, todavía hay algo en mi subconsciente que se niega a la idea de maniobrar un volante sabiendo que habrá vidas dependiendo de mí.

De cualquier modo, como se ha hecho costumbre, evito ahondar en temas que no podré solucionar a corto plazo y me concentro en cualquiera de las mil cosas que importan más que mis miedos. Como la salida con Michael el fin de semana y la buena ruptura que fingiremos ahora que su padre conoció a mi tío y se hicieron buenos amigos.

El tema de la relación falsa con Michael ha sido un éxito y no puedo creer que un accidente suyo al nombrarme terminara con sus padres aceptando que reciba clases particulares en casa. Sin embargo, ya va para dos meses y debe acabar antes de que me arrastre al desastre y termine comprometida con el mejor amigo de mi crush: el delicioso deportista de corto cabello negro, alrededor de uno noventa de altura y el abdomen de lavadero más sexi de este planeta.

—Sé que es entre semana, pero ¿de verdad no quieres ir conmigo el veintisiete? —insiste Mel, distrayéndome de mis ensoñaciones con el estandarte deportivo de Lander y colocándose frente a la puerta de mi casillero para evitar que lo abra.

—Tengo consultas, Mel, no se trata de lo que quiera. Te digo que puedes ir tú y te mandaré todas mis buenas vibras, pero no puedo ir —respondo.

Ya le he dicho que no varias veces en la ruta y otras tantas en el estacionamiento de la escuela, pero le ha resultado imposible dejar de insistir.

—Necesito verlos, Taby, son como mi banda favorita del mundo mundial.

—¿No era Imagine Dragons? —cuestiono en broma y porque sé que la voy a molestar del mismo modo que ella lo está haciendo conmigo al impedirme sacar mis cosas.

—Sabes que son ambas, Taby —dice y cede a mi nuevo intento de sacarla de mi camino—. Esta es mi oportunidad de conocer a la paloma. Yo lo haría para ti si fuera Taylor.

Ruedo los ojos.

—Ni siquiera es una certeza que lo conocerás. Van a sortear los pases entre todos los asistentes y la fila va a ser absurda. Hasta tú sabes que no es un buen plan, pero aun así te digo que no tengo problema con que vayas.

Si Mel dice algo más, no puedo saber lo que es, porque todo en lo que puedo pensar es en matar a Jocelyn McCoy al ver la nota del periódico que han dejado en mi casillero con una horrible foto mía, tan solo superada por un todavía peor titular.

La fecha ni siquiera es de hoy, pues la tira de noticias se entrega los viernes en Lander y la copia que tengo en mis manos no es más que una impresión de prueba. Sin embargo, entiendo su mensaje y me toma solo dos respiraciones profundas girarme hacia el pasillo, envolviendo en mis manos la caja de Pandora.

Mel, que seguro ha visto lo que yo, no se atreve a contenerme a pesar de que suena el timbre para el inicio a clases. Sin embargo, tampoco espero que lo haga porque estoy segura de que ambas podemos recordar el acoso al que me sometió la directora del periódico durante mis primeros años en Lander y a los que, de manera indirecta, aún me somete.

Hay límites que nadie debería cruzar y Jocelyn acaba de pasarlos todos. Amenazar mi credibilidad y la honestidad de las consultas con Taby no es aceptable de ninguna forma. Ella villanizó lo que hago, resguardándose en mi trato con la señorita Park y, en sus palabras, los puntos que mi —no tan desinteresada— bondad sumaría en mis aplicaciones universitarias.

Había jugado sucio, pero no habría podido enterarse de no haber sido por la boca de dos personas: Scarlet Hathaway —la jefa de animadoras— o Michael Parton —excocapitán de los Sharks—; los únicos dos chicos que he enviado a psicología los últimos meses y los también responsables de que mi popularidad estuviera a tope en mi año sénior.

Bastó que dos de los reyes del instituto incluyeran citas en mi agenda para que mi nombre y el de Mel llenaran las bocas de todos y los hiciera olvidar que en primaria fui una paria con retenedores a la que hacían bullying.

Por supuesto, los tiempos cambian y, ahora, en el estratificado y bien elaborado Statu quo de Lander, yo tenía un lugar privilegiado. No era la reina, pero no era menos importante que cualquiera que obtuviera ese título.

"Y todo se irá por la borda si permites que el periódico salga esta semana", murmura Taby, mientras me dirijo al gimnasio de la escuela para hablar con quien creo pudo ser la fuente cercana que cita el periódico.

Los animadores de Lander son hermosos, de verdad que verlos es como tener frente a ti una edición especial de Sport Illustrated, pero no estoy aquí para admirar la belleza, sino para solucionar un problema.

—¡Hola, Taby! —saluda Rachel, una voladora, al ser lanzada por los aires por Jenni.

"Nada más verlas me causa vértigo", murmura Taby verde, mientras toma aire en una bolsa de papel. Es bastante obvio que yo nunca podría ser una animadora.

Rachel aterriza con maestría en los brazos de un par de chicos y entonces tengo la atención de Scarlet, quien detiene la música y envía al equipo a tomar un receso, pues supone bien que mi visita es por ella.

—¿Cómo has estado, Tabatha? —cuestiona, recogiendo su negro cabello suelto en una cola de caballo.

Sus ojos brillan junto a la genuina sonrisa que me ofrece y por un momento me cuesta trabajo recordar que esta chica alguna vez me hizo la vida imposible.

—No tan bien como cuando desperté —respondo y desdoblo la nota de periódico en mis manos para mostrársela—. ¿Eres la fuente que usó Jocie?

Scarlet se toma su tiempo para leer la hoja, por lo que no me da una respuesta inmediata. Sin embargo, es su silencio todo lo que necesito, pues no tengo que ser bruja para darme cuenta de que lo que ve es nuevo para ella.

—Te juro que no hablé con nadie de la señorita Park, Tabatha —farfulla la reina abeja, devolviéndome la hoja, y veo el momento en que el miedo cruza su mirada—. Sé que fui amiga de Jocie por años y no siempre te traté bien...

Mi incredulidad tiene que ser clara porque Scarlet prosigue.

—Más bien, te traté mal —acepta—, pero dejé de hacerlo. Además, sabes todo sobre mí, ¿por qué me metería contigo?

Y lo sé, sé que ella no miente, pero su verdad implica que la persona en quien confié las últimas semanas ha estado jugando conmigo.

—Incluso si me hubieras entregado a Jocelyn, no usaría las consultas en tu contra, Scarlet —digo, por fin, sabiendo que necesita esa garantía y porque tengo que regresar a clases si no quiero ser enviada a detención durante el receso, que es el único momento en que podré hablar con mi supuesto novio.

Giro, lista para irme, pero soy detenida por la mano húmeda de Scar.

—Gracias, Taby, de verdad. Y disculpa por todo lo que te hice antes. De otro modo, no habrías pensado en mí como tu primera opción.

Considero aceptar sus palabras y marcharme, pero recuerdo que mi actitud podría dar lugar a que esté preocupada y nerviosa todo el día y lo que menos quiero es afectar su tratamiento. Sobre todo, cuando se supone que yo debería ser un catalizador positivo y no al contrario. Con eso en mente, me giro para encararla.

—Aunque no me molesta admitir que las consultas son asesoradas, pues no tengo la formación que se requiere, te pregunté porque sé que muchos de los que he ayudado o pueda ayudar a futuro se sentirán mal con ese conocimiento.

—O evitarán ir a tus consultas —completa ella y yo asiento.

No obstante, esta vez me tomo el tiempo de verla bien, sin toda la carga emocional que traía, y me es fácil notar que Scarlet tiene ojeras y luce cansada.

—¿Está todo bien, Scar?

—Tenías razón, las benzodiacepinas son fuertes —responde en un intento de bromear, pero no me resulta gracioso.

—Solo las recetan por periodos breves. Igual, habla siempre con tu terapeuta sobre los efectos secundarios —aconsejo y me acerco lo suficiente para sostener sus dos brazos en mis manos—. Estoy aquí si me necesitas, lo sabes, ¿cierto?

—Lo sé —acepta y esta vez su sonrisa es completa, tal como al principio—. Y no te preocupes por Jocie, haré que elimine la nota.

Me marcho del gimnasio con mejor semblante del que entré, pero no por ello menos afectada, porque una vez dejo de pensar en Scarlet, todo a lo que mi mente puede orientarse es a Michael Parton.

"Nos vendió" murmura Taby y no me atrevo a rechazar su teoría porque, entre más clases van trascurriendo, más claro resulta todo.

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