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V E I N T I U N O


El corazón se me desacelera conforme me cambio la ropa para quedar decente, pero la calma se va al traste cuando unos nudillos tocan a la puerta sobresaltando todo mi sistema nervioso. Tiro la ropa sucia en un rincón y abro, a cierto nivel agradezco que venga solo Dylan y no mamá.

—Pasa —digo. Entra con pasos seguros, algo encorvado por el reducido espacio y con toda la confianza se sienta en mi cama. Yo me siento en la silla de mi tocador.

—Entonces... ¿Dónde estabas hoy?

—No es de tu incumbencia —respondo entre dientes. Me examina con la mirada, dispuesto a responder pero parece pensarlo y omite su comentario—. ¿A qué venías en primer lugar?

—Bájale a tu hostilidad, Cinthya. Estoy siendo amable.

—¿Si sabes que intentar amabilidad luego de ser una mierda no sirve para nada? —espeto.

Suspira con cansancio, con esa actitud de un niño a quien le reprenden por los mismo veinte veces. Mantengo mi postura arisca, luego de lo de la pista de patinaje no puedo solo confiar en él.

—Ya me disculpé por eso. —Se pone de pie y se acerca; me levanto en reflejo y camino en dirección opuesta—. No te voy a hacer nada, Cinthya. Cálmate.

—No confío en ti.

—Lo sé, pero estás saliendo conmigo.

—Dylan... —Encorvo los hombros dispuesta a ser más amable, llevarme con él en medio de una guerra tampoco es fácil—. Solo dime qué quieres de mí; seamos sinceros: tú y yo no podemos estar juntos así que dime qué esperas.

No responde pero por un segundo lo veo nervioso y como el vulnerable de esta situación. Esa imagen me paraliza y atino a no decir nada más, esperando si él sí es capaz de confiar en mí. Muerde su labio y pasa su mano por su cabello perfectamente arreglado casi con impaciencia o con frustración.

—El domingo hay una reunión en la iglesia —informa, saliendo completamente del tema—. Obviamente tu familia y la mía estarán, pero venía a pedirte que no solo estuvieras allí sino que estuvieras... conmigo.

Restriego mis ojos con esa impotencia de no poder negarme por múltiples razones.

—Bien.

—Paso por ti el viernes, Cinthya. —Sonríe con una dulzura dudosa—. Te gustará el restaurante, ya verás.

Cruzo mis brazos y me acomodo junto a la pared en los pocos centímetros en que puedo estar completamente de pie; Dylan se acerca y ¿me abraza? Quedo quieta cual estatua sin devolver su contacto. Este tipo está loco y sufre de bipolaridad. Mi cara es de completa sorpresa, con una de mis cejas más arriba que la otra y mi cuello estirado hacia atrás. Sin más, se separa y camina hasta la puerta.

—Oye... —llamo antes de que cruce el umbral. Con una mano en la perilla, gira a mirarme—. ¿Vas a decirme de qué va todo?

—En su momento —masculla en voz baja y sale, cerrando la puerta a sus espaldas.

Mamá alisa el último pliegue de mi falda que llega  casi hasta los tobillos y me sonríe tratando –sin éxito– de transmitirme un poco de su euforia.
Aunque para ser justos, a comparación de la primera cita, esta vez voy mucho más animada a mi encuentro con Dylan. Quizás se debe a nuestra pseudo charla o al hecho de que algo dentro de mí deseaba creerle cuando profesa sus disculpas y sus nuevas y buenas intenciones.

—Estás linda hoy, Cinthya.

—Gracias, ma.

Un halago de mi madre nunca llega con completo cariño a los oídos. Siento que su amor es condicional a mis acciones con del hombre que ella quiere para mí y tener esa idea de que si algo sale mal los insultos serán peores, hace que sus palabras pierdan significado. Me repito cada noche antes de dormir que amo a mi madre y mi corazón me apoya pero desde que tengo uso de razón nunca he sido suficiente para ella y eso es una astilla que nadie va a poder sacar.

Al menos iremos a un restaurante porque tengo hambre; nada más llegar de BurgerBoy mamá empezó a arreglarme y no me dio tiempo de comer. Dylan llega como siempre muy puntual y saluda con respeto a mis padres; me abre la puerta de su auto y arranca, dejando atrás la cima de la colina que representa mi casa.

—¿Cómo estás, Cinthya?

Un botón en mi cerebro automáticamente enciende el desdén y el sarcasmo y se prepara para Dylan; pero otro botón interviene a tiempo para ser amable y responder a su trato que de momento es gentil.

—Bien, gracias. ¿Cómo estás tú?

—Con hambre —responde. Me río, desviando la mirada a través de la ventana. El sol ya se está escondiendo a lo lejos dejándonos el crepúsculo para la velada.

—También yo. Mamá no me dejó almorzar.

—¿Y eso? —pregunta curioso.

Suspiro sin saber por dónde empezar con la obsesión de mi madre con él; lo último que quiero es subirle más el ya elevado ego. Opto por negar con la cabeza y con eso se zanja el tema.

El restaurante de hecho sí es bonito y ya que está en sus días de inauguración los empleados son mucho más amables de lo que serán cuando ya lleven meses acá; todos nos sonríen y los «Bienvenidos a Burkesti» no se han hecho esperar. Finalmente y luego de mi conversación con Dylan, convencí a Luka de no venir; le aseguré que estaría bien y que igual lo tenía a una llamada de distancia por si Dylan me dejaba botada en el estacionamiento o algo por el estilo.

Nos dejan una canasta con pan delgado y una jarra con agua luego de tomar nuestros pedidos. Ambos con un pan en cada mano y ese silencio que se cierne a cada segundo más profundo. Termino mi vaso con agua y Dylan interactúa conmigo por primera vez desde que entramos.

—¿Quieres más? —Levanta la jarra intencionadamente hacia mi vaso. Asiento y lo llena de nuevo—. Esto es bastante aburrido para ser una cita —comenta sin aparente maldad. Sonrío.

—Esto no es realmente una cita, solo que tú eres el único que sabe de qué va todo este teatro.

Ubica sus codos sobre la mesa, tras la jarra y entrelaza sus manos. Mi espalda se apoya completamente en el respaldo de mi silla y me cruzo de brazos con total naturalidad, esperando (aunque sin mucha esperanza real) que me cuente algo de la situación.

—Eres una buena mujer, Cinthya —exclama, conectando sus opacos ojos negros con los míos. Callo—. Vas a la iglesia cada semana.

—Me obligan —susurro. Omite mi comentario.

—Haces buena obra con el Hogar San Patricio.

—Solo voy por Adam —comento. Me ignora de nuevo.

—Eres una persona noble por naturaleza y mis padres te aprueban. —Eso último despierta la risa en mí y me inclino hacia adelante para imitar su posición.

—Se nota bastante que me aprueban con cada mirada de desdén que me brindan.

La mesera llega con los platos y solo entonces somos conscientes de la cercanía que compartíamos al enderezarnos abruptamente y levantar sincronizadamente las miradas a la chica que se sonroja.

—Lamento mucho interrumpir —dice, realmente avergonzada. Inspiro hondo y pulo la mejor sonrisa.

—No te preocupes. Muchas gracias.

Deja los platos y se retira. Agarro los cubiertos y mecánicamente empiezo a comer aunque sin sentirle siquiera sabor a lo que tengo delante de mí.

—Te aprueban —repite luego de dos bocados. Tomó un sorbo de mi agua con la seriedad presente en mi rostro.

—No veo por qué lo harían. Se nota a leguas que piensan que nadie es suficiente para ti.

—Bien, te lo pondré así: mis padres pueden ser aún más religiosos que los tuyos y por eso los valores «de Dios» —Remarca las dos palabras con algo de desprecio disimulado— les son más importantes que cualquier otra cualidad física o social y de todas las chicas de la iglesia, eres la única de la que no tienen duda de su virtud.

No estoy segura pero creo que acaba de decirme que hasta en China saben que aún soy virgen.

No me veo capaz de responder a eso sin sentirme más miserable de lo que ya estoy al ser tratada como ganado, así que comemos en silencio; el ambiente es adornado por una música leve de fondo, y por la cercanía con Dylan, solo se oye el golpe de los cubiertos con la cerámica de los platos. Cuando la mesera recoge todo para ir a traer el postre, de nuevo reúno valor para hablar.

—¿Y cómo es que accedes a eso, Dylan? Yo no te gusto, ¿qué sacas tú de esto?

—¿Por qué estás acá conmigo? —contraataca. Respondo sin pensar.

—Mamá me obliga.

—Ahí está tu respuesta.

Es lo primero que sale de la boca de Dylan que suena sincero y real. No me siento bien con eso aunque ya es un avance que haya confesado que está conmigo por obligación también. No he esperado nada de mi relación con él pero eso nos deja en un punto neutro difícil de salir. Es como estar ambos en arena movediza, sabemos que estamos jodidos pero al fin y al cabo nos toca estar juntos.

—Tu podrías decirle a tus padres que no me consideras digna —propongo despectivamente— y que deseas buscar a otra. No será difícil, Dylan y quizás así podamos ser amigos o al menos conocidos que no se odian.

Una mirada cruza por su rostro, una que deja ver que ya había considerado eso; una que lamenta no poder hacer lo que propongo aunque lo quiera.

—El momento para hacer eso fue un día antes de llegar por primera vez a tu casa —explica—. Antes de que tus padres supieran que eras mi opción; mis padres no tendrían problema con que yo les dijera que quiero esperar más, pero ¿qué crees que pasaría en tu casa si llegas y dices que perdiste tu oportunidad conmigo?

No lo había pensado de esa manera y sí, realmente no me conviene. Aún así, no cabe en ninguna de mis neuronas que Dylan siga con esto por preocuparse por mí, simplemente no tiene mucho sentido.

—¿Por qué es importante? —insisto. Acerca su silla a la mía, pasando de estar frente a mí a estar a mi lado.

—Ya te lo dije, Cinthya. Eres una persona maravillosa, no mereces los tratos que te da tu padre.

Ni siquiera sabe que es mi madre.

—¿Por qué me trataste así en la pista de patinaje entonces? Si desde un comienzo hubieras sacado tu arrogancia...

—Lo sé. No tengo excusa para eso, solo... —Pone su mano en mi hombro— olvida eso, ¿puedes?

—¿Y cuál es tu plan? —mascullo, rindiéndome ante la situación.

—No hay plan.

Ese Intermedio emocional de comprensión y resignación me deja algo perpleja. No sé qué esperar luego de este día, Dylan no me atrae ni en lo más mínimo, sé que eso es recíproco pero mirado así como acaba de plantearlo, estamos en igualdad de condiciones. Dejando el suspenso creado por la falta de soluciones, cerramos el tema de nuestra peculiar relación. Veremos con el tiempo qué sucede.

Cumplidamente a las diez de la noche, Dylan me deja en la puerta de mi casa, deseándome buenas noches y sonriéndome cual cómplices en un crimen, sonrisa que no puedo evitar responder antes de cruzar el umbral de mi puerta. Mamá no tarda en abordarme.

—¿Cómo les fue, cariño?

—Bien, ma. El restaurante es muy bonito.

—Estamos tan felices de que estés con el hijo de los Beliarna —dice. Por algún motivo, las ganas de llorar acuden—. Pensamos que una oportunidad así jamás se te presentaría. Alabado sea el señor.

—Sí, ma... Me voy a dormir, mañana debo trabajar.

—De aquí a unos años cuando estés casada con Dylan, no tendrás que trabajar —exclama con una admiración propia de alguien que considera el no trabajar una gran virtud—. Tu esposo te dará todo mientras tú te dedicas al hogar.

—Estoy estudiando para trabajar cuando me gradúe —objeto, aún sabiendo sus próximas palabras.

—Eso solo es un cartón, Cinthya. Ya lo hemos hablado, estudias mientras consigues esposo.

Siento que no podré retener más el llanto así que asiento dándole la razón y subo a mi habitación. Eso es cierto; cuando decidí entrar a estudiar mamá me dijo con mucha convicción que era para mantenerme ocupada porque no lo veía necesario pero como ya tenía diecinueve y nada de pretendientes, debía hacer algo para no ser una vaga desocupada que tendría menos oportunidades de conseguir un buen hombre. Le dije que sí a todo por mi deseo de estudiar y porque ellos me están pagando el semestre.

No entiendo cómo alguien hoy en día puede pensar que el mayor logro de una mujer es acomodarse un buen esposo. Más aún, no entiendo cómo alguien desea eso para una hija cuando se supone que se debería desear lo mejor.
Mi mamá no se saca de la cabeza que mi estudio quedará resumido en un diploma en la pared, que será simplemente una anécdota de anciana que contaré a mis nietos de «recuerdo cuando estuve en la universidad» y que no me llevará a nada. Ni el mismísimo Dios sería capaz de sacarle esa idea de la cabeza, mucho menos yo, por eso no lucho contra esa corriente; por ahora me sirve el estudio así sea bajo los criterios de mi madre, ya más adelante le mostraré que yo seré más que una esposa y madre.

Sin embargo, cuando la soledad interna llega las lágrimas la acompañan al sentirme encerrada y atada de manos en un cubo donde solo mis padres tienen la clave para salir.

Mamá aún se queda otra media hora levantada y por ende, el internet sigue prendido; cuando vibra y reconozco el remitente del mensaje, sonrío aunque esta vez con nostalgia e incluso con envidia de la libertad que él parece poseer.

Colibrí, ¿Estás viva?

Sí.

Pasan quince segundos. Las lágrimas opacan bastante mi vista y cansan mis párpados dejando el único deseo de dormir.

¿Qué sucede?

¿Por qué?

Puedo ver tu seriedad a través de tus mensajes.
Eso no es normal en ti.

Solo tengo sueño. Disculpa.

No vas a decirme. Bien, no importa.
¿Aún vendrás mañana? Para pasar por ti.

Se me había olvidado momentáneamente que mañana es la Marcha. Recordarlo me saca una sonrisa, visualizar a Luka me saca una sonrisa. No puedo creer que esté tan boba por ese hombre. Ese pensamiento sumado a mi actitud pesimista actual y reciente, hace que me reprenda a mí misma por anhelar tanto lo que no puedo tener y no solo hablando del rubio al otro lado de la pantalla.

Claro que sí. Ya pedí permiso en el trabajo.

Entonces te veo a las ocho en el comienzo de la subida a tu casa. Iremos más tarde pero supongo que debes salir temprano.

Supones bien. Te veo entonces.

Descansa, Colibrí.

Bloqueo la pantalla y me dejo caer en la cama. Ese pensamiento que cruza a veces por mi mente de estar completamente pérdida me azota el descanso, impidiéndolo. Si me preguntan ahora qué estoy haciendo con mi vida, no tendría ni la más mínima idea de qué responder. Tengo veinte años y me siento más desorientada que cuando tenía quince y estaba atravesando los primeros sermones de mi madre sobre ser la madre y esposa modelo.

La Marcha de mañana es casi un puente a algo fijo en mi vida; un diminuto inicio de rebelión de mi parte y aunque mi madre no se va a enterar jamás, es un paso importante para mí. Exclusivamente para mí.

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