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O N C E


Con las manos entrelazadas sobre mi regazo y con mis audífonos puestos, espero a que Luka llegue sentada en una banca fría e incómoda frente a un almacén de ropa. Según los cálculos temporales, Luka no demora en llegar y trato de prepararme psicológicamente para evitar las vergüenzas extremas. Si esta es la única vez que voy a salir con él no quiero que guarde mi recuerdo como alguien claramente infortunado.

Pasar de cero a cien en revoluciones y en ritmo cardíaco solo es producido en mí por tres factores: un susto de muerte, mi madre enojada y ver a Luka acercándose a mí imaginándolo en cámara lenta. Me sonríe con tanta familiaridad que ni siquiera me dan las neuronas para levantar el trasero de la banca así que al llegar a mí, él opta por sentarse a mi lado.

—Hola, Caro. —Se acerca y deja amablemente un beso en mi mejilla. Se me perdió la voz por completo y solo asiento a modo de saludo—. ¿Cómo estás?

Tengo que desviar la mirada de sus ojos para responder sin trabarme notoriamente.

—Bien. Lamento hacerte venir hasta acá.

—No importa.

Su mirada queda fija en la vitrina del almacén y la mía en él hasta que sonríe para posteriormente girar a mí con esa expresión de burla en sus ojos. Me levanto en un subidón de energía y meto mis manos en los bolsillos, él me observa aún estando sentado y luego se pone a mi nivel. Bueno, casi porque soy considerablemente más bajita que él y eso que estoy por el uno sesenta y cinco.

—Vi una heladería cerca del otro pasillo —informo. Él se encoje de hombros y avanza conmigo—. ¿Dónde está tu hermanito?

—Se lo llevé a mi abuela —responde—. A él le fascina estar allá, dice que todos los abuelos lo consienten mejor que yo.

—Eso es cierto. En San Patricio muchos abuelos no son visitados así que cuando un niño llega, su instinto paternal aparece.

—¿A quién tienes tú allá? —pregunta y entramos a la enorme heladería.

—A nadie. Mamá y yo somos voluntarias. Voy desde que tengo diez u once años.

He visto a muchos abuelitos irse al cielo y me he encariñado con casi todos. La vejez confiere a una persona la dulzura de un niño y le tomas un aprecio extremo a cada uno.

—Eso es grandioso.

Llegamos al mostrador y nos ponemos en la fila de dos personas para ordenar. Mis ojos recorren el anuncio de lado a lado donde exhiben las clases y sabores de helado; empiezo a hablar con más tranquilidad y distraídamente.

—Yo no conocí a mis abuelos de sangre así que con ellos es como vivir la experiencia. —Mis ojos se detienen en el cono grande de vainilla y chocolate. Ese será el mío—. Es como tener muchos abuelos y todos me tratan bien.

—Claro que sí, eres un encanto. —Los colores no tardan en llegar y me niego a mirarlo por el bochorno infinito.

—¿Lo haces a propósito?

—¿El qué? —pregunta. Mi vista sigue en el gran anuncio aún cuando ya sé qué ordenar.

—Decir mentiras para sonrojarme —explico—. Porque funciona.

—Debo admitir que tus colores anormales me encantan —formula—, pero no son mentiras.

—Buenas tardes, ¿Qué desean? —Un chico alto de unos veinte años nos sonríe tras el mostrador con esa actitud de los que aman su trabajo. Miro a Luka para que ordene primero.

—Yo quiero un cono grande de vainilla y chocolate —pide y no puedo evitar el suspiro de saber que ordena lo mismo que yo.

A todo el mundo le encanta el helado de vainilla, Cinthya. No es importante.

—Dos, por favor. —Saco el dinero y le pago al chico que teclea la orden para luego entregarme la factura con una atención mucho mejor que la que yo brindo en BurgerBoy.

—Pueden esperar a este lado —Señala a su izquierda— y ya les doy sus conos.

Nos movemos esos dos pasos para dar espacio a los siguientes y esperamos junto a los que pagaron antes que nosotros. Ya el calor de mi rostro se fue y empiezo a sentirme cómoda al lado del chico más lindo de la heladería. Al menos a mis ojos.

—¿Lo haces a propósito? —repite de repente mi pregunta. Enarco las cejas y apreto los labios.

—¿El qué?

—Ordenar lo mismo que yo para agradarme más —explica—. Porque funciona.

Este chico o es muy bueno acomodando sus frases o es un experto en su uso. Sí que me va a doler cuando la nube se disipe, pero... qué importa, el rubio está acá justo ahora conmigo así que no importa nada más. Sonrío tanto que mis pómulos duelen.

—No. Ya iba a pedir ese antes de que tú ordenaras. No es que...

Como me siento incapaz de mirarlo mucho rato a los ojos sin ridiculizarme o distraerme, mis ojos están en todas partes. Tanto que de lejos veo lo que puede asemejarse a un demonio que llega justo para bajarme de una de mis nubes de colores. Al otro lado de la heladería, donde venden los que son enormes y en copas, tras en mostrador está Dylan con un uniforme atendiendo amablemente a una pareja. ¿Qué hace él acá? Pensé que no trabajaba, pensé que era un alien y no necesitaba dinero porque sus padres aliens le daban todo.

Cuando termina de atenderlos, su campo de visión queda libre hasta mí. La adrenalina me recorre y esos dos o tres segundos en que ocurrió el proceso sorpresa-reconocimiento-pánico se convierten en arrebato de confianza cuando la única manera que hallo de no ser descubierta es agarrando ambas solapas de la chaqueta de Luka y enterrar mi cabeza en su pecho como si lo fuera a abrazar usando su chaqueta de ventana para taparme la cara a ambos lados. Ni siquiera puedo ponerme colorada por el miedo a que Dylan me vea; Luka abre sus brazos a cada lado sorprendido de mi acción.

—Emmm...

—Lo siento —susurro aún aferrada a él. De lejos puede parecer como si yo estuviera llorando y él me consolara, excepto por el hecho de que él no me está tocando—. Al otro lado está un chico, él es Dylan, el chico del que te hablé. No puede verme acá...

Todo me sale atropelladamente y ruego al cielo que Dylan no me reconozca por mi espalda que es lo que puede ver desde su posición o que Luka no me rechace justo ahora soltándome y dejándome visible. Sigo tapando mi rostro con su chaqueta y siento sus manos en mi espalda como si me abrazara, sin embargo, lejos de alegrarme o soltar mariposas en mi estómago, busco en mi mente una manera de salir disimuladamente de acá.

—¿El del delantal azul? —pregunta en tono bajo para que solo yo lo escuche.

—No miré bien pero creo que sí. El que está atendiendo en el mostrador.

—Sus helados —escucho junto a nosotros.

—Mierda, no puedo dejar que me vea —exclamo sin ser capaz de levantar la cabeza.

Luka se mueve un poco y siento que estira sus brazos conmigo aferrada a todo su cuerpo y reacia a soltarlo. Supongo que recibe los helados con ambas manos y... la imagen debe ser muy graciosa, como si yo fuera una de esas muñecas de las caricaturas que se pegan al chico y este aunque trate de separarse no lo consigue.

—Tengo los helados —susurra, dando una vuelta de su cuerpo ubicando el mío (según mi escaso sentido de orientación) contra la pared, es decir que él queda de espaldas a Dylan, tapándome—. Te diré algo: el chico está mirándonos así que no levantes la cara.

Un jadeo se me escapa y comprendo porqué cambió nuestras posiciones: para poder hablar sin ser tan sospechoso. Mi curiosidad me tienta de mirar sobre su hombro para comprobar que Dylan sigue allí pero mi sentido común me lo impide.

—Debo salir de aquí —murmuro.

—Esto es lo que haremos: te vas a ubicar a mi izquierda para que quedes del otro lado y él no te vea. Así cómo estás pegada a mí, abrázame y haz de cuenta que vas llorando con la cabeza agachada y saldremos caminando sin que nadie nos vea.

En cuadro general, la escena es graciosa pero ya que de ser descubierta es un problema serio, prefiero decirle que sí a lo que sea. Asiento efusivamente y lo rodeo con mis brazos ocultándome en su pecho y haciendo una cortina con mi cabello; su brazo que no me rodea el hombro se cruza delante de mí cara para envolverme y al tiempo taparla más.
Ni siquiera veo por donde voy caminando, desde donde estoy apenas y veo la punta del zapato de Luka y sigo adelante con la esperanza de no tropezarme.

—Voltea para allá —dice empujándome un poco hacia la derecha. Avanzados unos pasos me suelta y miro el camino que recorrimos asegurándome de estar lejos y suspirando de alivio—. Toma.

Me extiende mi helado y ahora ya lejos del peligro puedo sonrojarme a gusto y buscar una manera de explicar. Él parece indiferente y lame su helado como si nada hubiera pasado.

—Gracias.

—No agradezcas. Me debes el próximo helado —asevera. Me río.

—Debes pensar que estoy loca.

—La verdad sí —conviene—. Pero ya qué, con tal de que no seas de las locas violentas, supongo que está bien.

—No tenía ni idea de que ese imbécil trabajara —digo para mí misma.

Eso es como una señal del destino o un recordatorio del cielo de que estoy escapada y de que eso está mal. Muy mal. Caminamos y no me detengo hasta estar al otro extremo del centro comercial y cuando tomamos asiento en unos sillones que están frente a una fuente ya los helados están en sus últimas gotas.

—Así que... ¿Él es tu... novio? —pregunta con curiosidad. Suspiro.

—Es complicado.

—Pues ya me acabé mi helado y tengo tiempo —responde—, además, me iba bien en matemáticas así que puedo intentar entender.

Me como la última punta de la galleta del cono y limpio mi boca con la servilleta; Luka se recuesta en el sillón mirándome de reojo y me decido a contarle, total y él me ayudó hace un rato así que no pierdo nada. Posiblemente mi dignidad, pero aparte de eso, nada.

—Se llama Dylan y... él y su familia son personas importantes en la iglesia... emmm —Mis susurros casi inaudibles dejan trasparente mi desagrado y mi resignación a la situación.

Vamos, por más que me guste Luka, la situación es como es. Dylan saldrá conmigo y aunque no sepa el porqué lo va a hacer, no puedo huir de eso y la realidad me chocará cuando quizás (que es lo más probable) termine de pareja con él.

—Corrígeme si me equivoco, pero creo que no te agrada mucho.

—No me agrada en absoluto.

—¿Entonces por qué...?

—Mi madre me lo exige.

—Es un país libre, no tienes porqué hacerlo.

Suena tan fácil, suena tan ideal eso de poder rebatir las decisiones de mi madre y quizás si yo tuviera más valor y agallas sí sería sencillo, pero no las tengo. No puedo simplemente llevarle la contraria porque eso me aterra, sé que soy una cobarde y lo acepto porque no me queda de otra; sin embargo no voy a decirle a Luka que mi vida es controlada por la idea de que mamá me golpeé pues eso sí sería aún más vergonzoso.

—¿Qué haces en la vida? —Cambio el tema y Luka toma unos segundos para responder. Creo que los toma más que nada para decidir si objetar o contestar.

—Bien... Como quieras —murmura resignado a dejar el tema de lado—. Estoy en vacaciones, estudio arquitectura en la Universidad Central. Trabajo en las noches en un bar del Boulevard.

—¿Cómo es que no tienes ojeras si trabajas en un bar? —pregunto. Él se ríe estirando su cuerpo en el sillón.

—Haces las preguntas más extrañas. —Me encojo de hombros a sabiendas de que es cierto—. Costumbre, supongo. Entro a tercer semestre y eso implica que llevo un año con esos horarios. ¿Qué me dices de ti?

—Sabes donde trabajo —respondo— y estudio Pedagogía Infantil en Western.

—Una maestra...

—Aún no. Pero algún día.

Ya habiendo pasado más de una o dos horas con Luka puedo sentirme más en confianza y hablar con más tranquilidad. Me inspira esa confianza, me gusta tanto.
Hablar se me hace cómodo, en realidad escuchar. Le he preguntado cosas sin sentido solo para escuchar su voz pero entre minutos y más minutos parece que nuestra camaradería aumenta; mis piernas están cruzadas sobre el sillón con el cuerpo completamente frente a él y por su parte, está muy recostado en el sillón con toda la belleza al aire.

Estando encorvada y completamente concentrada en los gestos de Luka al hablar, siento con más fuerza e impacto la vibración de mi celular que en esta ocasión está en el bolsillo trasero de mi pantalón. Mi enderezada repentina alerta a Luka que gira bruscamente a mirarme y saliendo de mi sonrojo, me levanto un poco para sacar el teléfono. Es una llamada de ¿Kevin? Arriba de la pantalla aparece la imagen del sobre que indica mensajes de texto pero no sonaron ni nada. Me siento de nuevo y contesto.

—Hol...

¡Cinthya! ¡¿Es que ya no lees los putos mensajes?! —brama enojado con su voz de autoridad. Alejo un poco el auricular de mi oído y lo acerco de nuevo.

—Cálmate...

¿Ya viste la hora, Cinthya?

—¿Qué hora es? —susurro a Luka tapando el auricular. Él mira el reloj de su muñeca con gesto confuso.

—Faltan quince minutos para las seis...

El alma se me cae al suelo. Ahora entiendo la euforia de Kevin. Yo salgo de trabajar días como hoy a las cinco y ya debería estar llegando a mi casa y ya que primero iba a pasar por la de Kevin para cambiarme, ahí su preocupación. El tiempo se me pasó demasiado rápido y ahora puedo morir en casa por esto. Me levanto de nuevo y salgo a correr buscando una salida; a unos pasos recuerdo que no estaba sola y volteo a Luka que me mira huir con la sorpresa en su rostro.

—¡Lo siento! —grito desde unos metros que he recorrido. Llamo la atención de algunas personas pero no me interesa—. ¡Debo irme! ¡La pasé genial!

Miro al frente de nuevo y corro escaleras abajo pues estábamos en el segundo piso; solo entonces noto la oscuridad que claramente tiene el día y mi incertidumbre crece. Pongo el teléfono en mi oreja al encontrar la salida.

—Kevin.

¿Tras del hecho me dejas hablando solo? —reclama—. Las llamadas cuestan y me dejas hablando solo, ¿Qué te pasa?

—Te haré una recarga de minutos. —Al sentir el frío de la calle recuerdo que no tengo ni idea de cómo irme desde acá a mi casa. Miro en ambas direcciones como si así la vida me diera un mapa mental y siento una mano en mi hombro.

—¿Eres la Cenicienta actual o qué? —dice Luka totalmente serio y extrañado.

—A Cenicienta le daban hasta media noche, yo solo tengo hasta las cinco —explico jadeando—. Lo siento, ¿Sabes cómo llego desde acá hasta Mindres?

—Wow, pero ¿qué pasa? ¿Por qué huyes?

—Se supone que debería estar trabajando, me escapé hoy para verte y Kevin es un amigo que me ayudó y se supone que debo pasar primero a su casa a cambiarme y debería estar ya llegando pero estoy acá y no sé cómo llegar a mi casa porque no tengo ni idea de cómo andar por la ciudad y si no llego...

Me quedo sin aire y con la cara ruborizada y con la dignidad perdida junto con la certeza de que ahora sí que parezco una loca y Luka se irá y jamás hablará conmigo de nuevo. Y como la vida me odia y me reprocha mi primera maldad, veo en la puerta del centro comercial que ya está algo alejada a Dylan saliendo con varios compañeros. Ya está sin uniforme.

Lanzo una maldición impropia de una dama y echo a correr a la parte lateral del centro comercial. Por algún motivo Luka sigue detrás mío y creo que ese debate entre reírse o largarse. Es él quien le hace el pare a un taxi y me insta a subir, definitivamente con el servicio mis ahorros se extinguirán pero ahora me preocupa solo llegar. Luka sube conmigo acrecentando mi confusión.

—A Mindres, por favor —exclama Luka.

El taxi arranca y trato de acompasar mi corazón después de la corrida que tuve hace un rato. Pongo ambas manos en mis sienes apretando con fuerza casi con la certeza de que ya valí en mi casa. No hay de otra, mamá se va a enterar.

—Ten. —Luka extiende su mano con mi celular en ella. La llamada de Kevin ya no está en curso y no sé porqué lo tiene él—. Lo tiraste luego de madrear al aire y salir a correr.

—¿Estamos muy lejos? —pregunto con el encanto de Luka completamente apagado. El miedo es más grande, incluso los ojos se me humedecen.

—De hecho, no tanto. Como a quince minutos si vamos a velocidad estable.

No he sabido decir nada más siendo víctima del pánico total que no ha dejado que la adrenalina y el vértigo en mi cuerpo disminuyan. Siento un brazo rodeando mis hombros y suspiro con deseos de poder disfrutar su contacto pero sin poder hacerlo.

—Vas a estar bien. Tranquila.

—No conoces a mi madre —susurro y el cúmulo de miedo finalmente se desata en forma de lágrima—. De hecho, ¿Por qué me ayudas?

—Creo que necesitas ayuda. —Con su mano acaricia mi hombro tratando de dar consuelo.

Este chico no puede gustarme más y la única oportunidad que tuve de salir con él, la aprovecho de esta manera siendo detenida por mi madre y su poder en mi vida. No me había puesto a pensar demasiado en las limitaciones que tengo por culpa de mis padres básicamente porque no conocía qué me quitaban. Ahora que estoy con Luka y en general si fuera con algún otro chico o incluso con una amiga, puedo ver que ella me detiene a poder vivir.
Dejo de sentir el movimiento continúo del auto y miro por la ventana. Estamos en un trancón. No puede ser. Luka nota mi angustia.

—Ya estamos a unas ocho calles de Mindres.

—Basta para mí. —Saco el dinero y le pago al taxista sin esperar cambio y me dirijo a Luka para despedirme. Él puede seguir hasta, supongo yo, el hogar de los abuelos a recoger a su hermano—. Muchas gracias, Luka. Fue un desastre pero la pasé bien.

Ya que posiblemente no lo vuelva a tener tan cerca, me impulso a dejarle un beso en la mejilla. Luka huele delicioso y su ligera barba me hace cosquillas. Ya pensaré en eso más tarde, por ahora, debo correr.

—Adiós —digo poniendo los pies afuera y echando a correr.

Los autos literalmente no se mueven. Ya cayó la noche completa y está lloviznando un poco; me cuelgo el bolso atravesado para que no se caiga con el trote y trato con todas mis fuerzas de no cansarme y resistir. Llevando cerca de una cuadra, una mano agarra la mía en plena carrera y ya que estoy en mi sector lo primero que pienso es que me van a robar y es un delincuente, pero entonces escucho su voz.

—¡Yo corro más rápido, te llevo! —exclama un sonriente Luka y cumple sus palabras al halarme con fuerza sacando una velocidad que no creía posible en mí.

Me duele el pecho, me duelen las piernas, el estómago y hasta el cabello lo siento pesado. Cuando veo la loma sé que estoy llegando y nos detenemos. Luka está cesando pero está perfecto a comparación de mí que creo haber perdido un pulmón.

—¿Dónde vives? —pregunta y mi respuesta es un lastimero jadeo. Señalo con la mano la altísima hilera de escaleras y la sonrisa de Luka se borra.

—Gracias por traerme —me despido por tercera vez. No creo que vaya a subir conmigo—. Eres muy amable.

Comienzo mi travesía y de nuevo Luka aparece a mi lado. Estoy empezando a creer que está loco por seguir acá, yo ya me habría ido luego de comerme el helado. Decido no preguntar nada y sigo subiendo tratando de no gastar tan rápido las energías.

—¿Vives en el cielo? —cuestiona luego de la mitad de las escaleras. Ahora sí lo veo jadeante.

—Más bien en un infierno que queda en lo alto —respondo en un susurro que estoy segura de que él no oyó.

Me detengo un segundo a tomar aire y con mucho agradecimiento en su mirada, Luka me imita. Cuando planeo empezar de nuevo las treinta escaleras que me faltan hasta la casa de Kevin, veo a mamá en la cima empezando a bajar.

—¡Mierda! —Atraigo a Luka de un jalonazo hacia la derecha ocultándonos bajo el techo de una de las casas. Las ganas de llorar se hacen presentes.

—¿Qué?

Por primera vez en el día, ignoro deliberadamente a Luka y saco mi teléfono para llamar a Kevin. No tarda en contestar.

—Kevin... mamá viene bajando, estoy a unos escalones de tu casa... —La voz me sale entrecortada y sufrida.

Mamá acaba de decirme que tu madre viene a traerle unas cosas. No puedes llegar aquí, Cinthya.

Entonces baja tú y trae mi ropa. Estoy en la casa de puerta amarilla.

Sabes que mi mamá no aprueba esos escapes, Cinthya y no puedo decirle que voy a salir a llevarte nada. Ella no lo sabe y no me va a dejar salir así no más.

Eso es cierto. Puta, re puta vida. Por eso es que no hay que mentir, todo se vuelve una maraña asquerosa de engaños hasta que no hay cómo desenredar nada. Meto mi mano en mi cabello presa de la desesperación y cuando muevo mi cabeza recuerdo mágicamente que no estoy sola.

—¡Luka! Te voy a pedir un último favor —suplico—. Luego no volverás a saber de mí, te lo juro, ¿Puedes subir hasta esa casa de fachada verde y esperar a que mi amigo te lance una bolsa por la ventana y luego me la traes?

Sí, una demente total. Sin embargo, parece sentir compasión de mí y asiente empezando a subir. Marco de nuevo a Kevin.

—Hey, un amigo va subiendo, lánzale mis cosas por la ventana.

—¿Qué? ¿Cuál amigo?

—Uno alto, hermoso y de cabello rubio. Solo hazlo.

Farfulla un «está bien» y me asomo por un ladito mirando hacia arriba. Mamá llega a la casa de Kevin y alcanzo a ver cuando entra; Luka está unos escalones más abajo y voltea para mirarme y preguntar con señas si esa es la casa. Asiento en silencio pero efusivamente y él se planta frente a la casa, veo cómo una bolsa negra llega a sus manos desde el segundo piso y él baja de nuevo.

—Mil gracias.

Saco mi camiseta amarilla y me la coloco sobre la blusa y encima mi chaqueta; guardo las bailarinas para reemplazarlas por mis tenis y recojo mi cabello en una coleta. Luka está muy, muy serio y creo que es porque ya se dio cuenta de que no vale la pena estar acá conmigo. Puedo decir que viví al máximo por un día. Ya vestida emprendo subida de nuevo con la esperanza de llegar a casa antes que mamá. Luka va a mi lado, entonces me detengo y lo observo.

—No es a modo de queja —empiezo—, pero ¿Por qué sigues acá?

—Creo que si te dejo sola te caerás y morirás. Quiero asegurarme de que llegas bien a tu casa —explica, despertando de nuevo mis mariposas que se habían ocultado por el temor—. ¿Falta mucho?

Ambos miramos hacia arriba con desesperanza.

—Hasta arriba. Donde no ves más escaleras. —Recuerdo algo muy importante y lo digo con temor—. No te lo tomes a mal, pero es obvio que no puedes conocer a mi mamá en caso de que la crucemos. Aunque espero no cruzarla.

Se encoge de hombros y avanza hacia arriba de nuevo. Ve mi muy mala disposición y cansancio y opta por tomarme de la mano otra vez con posesión y fuerza para arrastrarme por las escaleras.
Mi celular vibra.

Te veo por la ventana, Cinthya —dice Kevin nada más oprimir el botón de contestar, su voz suena distorsionada, como si intentara hablar más bajito de lo normal. Estoy a unos metros abajo de su casa—. ¡Tu mamá ya va a salir! ¡Corre!

Dicho y hecho, por instinto agarro con mucha más fuerza a Luka atrayéndolo y arrastrándolo mientras subo. Pero es algo tarde, la puerta de la casa de Kevin se abre justo cuando estamos frente a esta.

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