Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

D O S


Semana uno; lunes uno; siete de la mañana a dos horas de ingresar a mi trabajo. Se siente genial decir «mi trabajo»: me siento casi independiente, como si en ese lapso de nueve horas que estuve durmiendo, hubiera crecido lo equivalente a cinco años y ahora fuera capaz de hacer todo por mi cuenta. Mi hermosa pijama se mece en su falda cuando me levanto de un brinco a abrir mi cortina oscura; como Ana en la película de Frozen, deslizo la tela con emoción esperando el solazo que entre a calentar mi alfombra.

Está lloviendo.

¡Qué importa! Bajo la lluvia también ocurren cosas grandiosas como los besos románticos o correr bajo ella o... atrapar una neumonía... ¡En fin!

La indicación es ir en jean así que no tuve que rebanarme los sesos anoche pensando qué ponerme; una camiseta amarilla que me dieron cuando fui a firmar contrato y con unas BB grabadas en el pecho, completan mi uniforme.

No hay nada más relajante que plantarse bajo el agua casi en punto de ebullición por veinte minutos, ¿Falta de conciencia por el planeta? Sí, pero en mi defensa, no lo hago siempre pero hoy es un día especial, es el comienzo del nuevo capítulo de mi vida así que amerita una quemada de vapor en la ducha. Entro tarareando con la toalla en mi hombro y a pesar de que tengo el rostro recién levantado, mi sonrisa es lo que más ocupa el reflejo que me devuelve el espejo.

Nunca me cansaré de sonreír; debo hacerlo, la sonrisa me costó casi tres años de ortodoncia. No la voy a desperdiciar.

Suelto mi cabello para lavarlo; a diferencia de la gran mayoría de chicas, mi cabello debe lavarse a diario. No es una opción. Debe lavarse, ¿La razón? Luego de que lo peino y de que me aplico montones de crema, queda muy bonito pero si le paso un peine después de eso, quedo como león en un mal día, por ende, es indiscutible arreglarlo a diario. Entro entusiasmada sintiendo el frío de cerámica bajo mis plantas preparándome para calentarme.

El agua está helada; no funciona la ducha eléctrica.

¡No importa! El agua fría ayuda a la circulación, a prender los ánimos... y a un horrible dolor de cabeza posterior. ¡Dios! Se siente como si estuviera bajo granizo siendo blanco de los proyectiles de hielo. Mi ducha idealizada de veinte minutos se convierte en una mojada rápida de tres y salir hasta con el cabello temblando del frío.

Luego de vestirme y ponerme dos chaquetas, unos guantes y una linda bufanda rosada para recuperar la temperatura humana, bajo hasta el primer piso a encontrarme con mi familia igual que cada día. Mi habitación queda en el tercer y último piso, es la más amplia a la vez que la más incómoda... básicamente porque es lo que la gente normal llama ático. Solo hay cuarenta y tres centímetros en mi alcoba donde puedo estar completamente de pie, el resto es en estructura triangular y debo acoplarme a ella.

—Buenos días, familia —saludo entusiasta.

Papá saca la nariz del periódico para sonreírme; mamá deja de batir huevos y mi hermano me ignora. Murmura un «Buenos días» cada uno y me siento en mi lugar designando en la mesa de cuatro puestos.
A Alexander, mi hermano, lo metieron en el grupo de la iglesia de jóvenes contra su voluntad. No pude evitar el placer que saber eso me produjo, no porque mi hermano se vuelva un siervo del Señor sino porque él estaba muy de malas pulgas y eso es gracioso; según mamá, el Señor lo cambiará y hará que vaya con gozo a la iglesia. Mi trabajo me salvó del grupo de jóvenes adultos al que me querían meter.

—Mamá, la ducha no sirve —exclamo una vez me acomodo. Alex se ríe con picardía.

—Tu hermano estuvo ayer por más de cuarenta minutos y la saturó —responde dedicándole una mirada de reproche.

—Pudiste decirme para bañarme en tu ducha —digo tratando de sonar indiferente pero estoy molesta con el mocoso.

—Dios no nos da más carga de la que podemos sobrellevar —formula.

Semana uno; día uno; frase uno de mamá haciendo que los inconvenientes menores de la vida se vean como designio de Dios. Genial.

Alex ahoga una risa y papá asiente solemnemente; no respondo nada a sabiendas de que es inútil.
Sirve el desayuno y se sienta en su lugar, nos tomamos de las manos al igual que todas las santas mañanas para agradecer por los alimentos.

—Alexander, hijo —empieza mamá—. Hoy es tu turno de agradecer.

Cerramos los ojos y esperamos la oración de mi hermano pequeño. Abro uno de mis ojos y espío su actividad, está risueño aguantando la carcajada y aclara la garganta.

—Dios, gracias por los alimentos. Están muy buenos. Amén.

Resisto la tentación de carcajearme pues sé que me valdrá la rezada de un rosario y nos soltamos las manos. Oculto mi burla en una tos mal disimulada y lleno mi boca de pan; Alex sonríe ampliamente.

—Ya aprenderás, querido —anima mamá—. Eres joven, pero Dios obra de maneras misteriosas y un día amaneceres con el don de la palabra para levantar alabanza a él.

Pueden pasar todos los años del mundo y aún no me acostumbro a mamá y sus dichos; vamos, para todo tiene una respuesta que pones Dios como responsable y a veces, como verdugo. Es mi madre y la amo con locura pero está medio loca, eso es seguro.

Mi hermano sonríe de acuerdo con ella y comemos en silencio; al cabo de unos minutos, me levanto y pongo mi plato en el lavadero para irme con afán pues sí, me cogió el tarde por comer como una tortuga.

Estando a unos centímetros de la puerta y luego de tomar un paraguas del armario junto a ella, agradezco por pasar del llamado que esperaba de mi mamá; pero mi gratitud sale de mi mente demasiado pronto porque su voz resuena desde la cocina en crescendo mientras se acerca a mí.

—Cinthya, recuerda llegar temprano —aconseja—. No hables con extraños, no confíes en los chicos y no te dejes tentar por los placeres del Diablo.

En castellano: del trabajo a la casa, no vas a ningún lado; no hables con tus compañeros de trabajo; si un chico te habla, debes plantarle una cruz y alejarte y en cuanto a lo último, creo que se refiere a que no le morbosee el trasero a los hombres ni fume marihuana ni me embriague.

—Lo sé, mamá. Te veo en unas horas.

—Dios te acompañe, cariño. —Me da la bendición y salgo presurosa de la casa de la locura.

Está bien ser creyente, pero mamá se pasa de calidad con eso.

Vivimos en una linda casa que literalmente queda en lo alto de una colina. La bajada es larga y debo ir a pie por las tediosas escaleras. Ni hablar de la subida pero no pensaré en eso ahora. Ya en lo plano de la ciudad, me ubico en el paradero esperando la ruta 201 –pues los buses no llegan hasta tan arriba– que me llevará a la hamburguesería, más bien, a dos calles de esta.

El local abre a las diez pero debo llegar una hora antes para una inducción breve de lo que hay que hacer. Tengo entendido que soy la única nueva por ahora. La primera nueva de la temporada, llegarán más después.
Los diez kilómetros de mi casa al trabajo pasan con entusiasmo de mi parte mientras soy magullada por otros pasajeros pues esta es la hora pico y habemos más de cincuenta personas en un vehículo diseñado para cuarenta.

¡No importa! Es un día genial.

Estando a unas cuadras de mi paradero, me muevo a través del gentío para llegar a la puerta de salida y oprimir el botón para que el conductor frene. Piso sin querer a una señora que lanza un improperio ajeno a su aspecto de dama y en la frenada me recargo sobre un señor con cara nada amable. ¡No importa! Me bajo y acomodo mi cabello para emprender camino a BurgerBoy.

Están abriendo las puertas y apremio el paso; llego y entro con la frente tan alta como las expectativas. Me acerco al mostrador donde hay un muchacho que tiene una etiqueta en su pecho que reza «Gerente». Es muy joven, no creo que más de veinticinco y tiene una linda sonrisa... mierda, el pronóstico del tiempo me dice que él será mi próximo desencanto.

—Buenos días, soy Cinthya Anderson. —Me presento.

Escasamente levanta su mirada de una planilla que carga en las manos. Jesús, tiene los ojos más lindos que he visto. Son negros, pero no importa, son bellos. Vuelve la vista a lo suyo y me habla sin mirarme.

—Atrás están los casilleros, escoge el que sea, deja tus cosas y vienes —explica—. Fuera chaquetas y todo eso que te rodea. Solo el uniforme.

Al recordar que vengo como una esquimal la vergüenza se apodera de mí. No es que tenga oportunidad de impresionarlo sin mis tres kilos de ropa encima pero definitivamente así menos que una oportunidad tengo.

Avanzo con la cabeza agachada hasta el lugar que me indicó y pues... «casilleros» es una palabra muy grande para este espacio. Sí hay pequeños cubículos aunque me recuerda más a las casillas postales de los edificios de apartamentos. No importa. Entierro mi bolso, mi buso, mi chaqueta, mi bufanda y mis guantes a la fuerza en el pequeño cubículo de veinte centímetros de ancho. Menos mal no cargo nada de romper si no ya se hubiera roto por la presión. Coloco el candadito que estaba colgando allí y acomodo mi camiseta amarillo pollito.

Hay un pequeño espejito en la entrada del cuarto de casilleros y miro fugazmente mi reflejo. Estoy sonriente al menos. Camino hasta el mostrador de nuevo; el chico lindo sigue trabajando en sus planillas y no se percata de mi presencia. Carraspeo llamando su atención y de nuevo me mira con algo de desdén.

—¿Te quedarás ahí de ese lado? —inquiere con su ceja enarcada—. Trabajamos de este, Cindy. No me digas que eres una lenta.

Ni siquiera me da tiempo de corregirle mi nombre pues con su mirada me exige que entre de una buena vez y que deje de mirarlo como lela (eso último lo dice más mi conciencia). Rodeo el mostrador y entro, inmediatamente pone su planilla a un lado y empieza a hablar presuroso.

—Bien. No te encargarás de la caja por ahora. Tus labores serán acá adentro; las papas están acá. —Señala una enorme vitrina que suelta un humo de olor a papas de cartón—. Tu labor es ponerlas en estas cajitas. —Señala los trozos de cartón real de diferentes tamaños—. Las hamburguesas las preparan ahí atrás, tú debes pasar la orden luego de que el cajero te la de a ti; luego recibirla y llamar al cliente por su nombre por este micrófono. —Pone su mano sobre una estructura alargada con un óvalo en la punta—. El dispensador de líquidos es lo más fácil de usar y no creo que necesites ayuda con eso. Asegúrate de poner los pedidos correctamente en las bandejas. Esa es tu única preocupación. ¿Preguntas, Cindy?

Literalmente, todo eso me entró por un oído y me salió por el otro sin hacer parada en el cerebro. No debí quedarme mirándolo imaginando mil cosas en lugar de prestar atención; sus labios son tan bonitos y su cabello y su... Algo me dice que espera una respuesta a algo, lo que me lo dice son sus cejas levantadas y su palma extendida en busca de mis palabras. Mierda, ¿Qué dijo?

—Soy Cinthya —exclamo. Me mira con impaciencia, no pude decir algo más estúpido.

Creo que tendré el récord de la empleada por menos tiempo o la empleada que despiden con más rapidez en su primer día.

—Como sea. Asumo que no tienes preguntas —responde serio—. No lo arruines, Cindy.

Diciendo eso se aleja con su planilla en la mano. Acabo de pasar una vergüenza monumental con mi lindo semi jefe; me niego a que mi primer capítulo se arruine así que me repito a mí misma que no importa.

No importa. Aún es un día genial.

∞∞∞∞∞∞

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro