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UNO

El aire me despeinaba el cabello, mi amiga conducía su moto a toda velocidad; tras ganarme la lotería en el Royal Casino, cobré y salimos de allí como si tuviésemos un cohete metido en el trasero.

Cogíamos muchos atajos, eufóricos por el logro, evitábamos que nos asaltaran o que nos multara la policía por yo no llevar puesto el casco de seguridad. Y así, me dejó en la puerta de mi casa.

—Oye Tae, las probabilidades eran muy bajas —decía mientras yo me bajaba de la moto—, pero la suerte estuvo de tu lado en el último momento. —Me miró y sonrió—. Eres un campeón.

—Somos —le rectifiqué—. La idea de ir allí fue tuya, así que te mereces la mitad. Ven, vamos a entrar.

—No, no quiero dinero —su respuesta me sorprendió—, quedátelo. En cambio, cómprame un regalo.

—Pero Shin Hye...

—Tae —me detuvo—, lo necesitas más que yo, quédate con él.

—Mejor no insisto, no quiero verte enojada. Tú enojada das miedo —ante mi comentario Shin Hye se echó a reír a carcajadas.

Nos conocimos hace dos años en un club LGTB, que de hecho, ella es la fundadora. Desde entonces nos hicimos buenos amigos y ha sido un gran apoyo para mí, el que no me dieron mis padres cuando les dije que era gay y me echaron de casa.

Ahora vivo en una casa de renta y obtengo dinero limpiándole el patio a los vecinos, botando la basura, paseando sus perros, haciéndoles mandados o cualquier cosa por la que pueda ganarme la vida y un plato en la mesa.

—Tae, ya me voy —me dijo, haciendo rugir un poco el motor de su vehículo—, pero mañana te espero en mi casa, quiero que almuerces y cenes conmigo. —Iba a protestar por eso pero ella se me adelantó—. Quiero un poco de compañía, así que te espero —zanjó y se marchó.

●●●

A la mañana siguiente me preparé para salir, desayuné lo que encontré en el refrigerador y me dirigí hacia el edificio donde vive Shin Hye. No era la primera vez que la visitaba y cabe decir que me gustaba mucho su apartamento, era acogedor y muy organizado, tampoco muy ostentoso pero lo que más me gustaba era las plantas ornamentales que tenía en macetas en el apartamento, le daban belleza al lugar y el aroma que desprendían las flores de una planta que tenía justo en la sala me encantaba, le he preguntado cientos de veces el nombre pero siempre se me olvida.

Sabía que cerca del edificio había una florería, su dueña era una señora mayor muy tratable, allí vendían macetas, así que pensé ese será un buen regalo para mi amiga.

Llegué al lugar y empujé la puerta, las campanitas sonaron, anunciando mi llegada. Caminé recto hasta el mostrador, esperando encontrarme a la señora, pero contrario a eso hallé algo que hizo a mi corazón dar un salto.

Me encontré con un hombre apuesto, realmente lindo; el cabello negro, los labios perfilados, con apariencias de tener más o menos mi edad y una mirada encantadora, además se encontraba agachado junto a un pequeño y bonito niño, muy parecido a él.

«Tal vez sea su hijo», pensé.

—Buenos días —saludé, deteniéndome ante ellos.

Su mirada y la mía hicieron contacto y por un momento me perdí en ella, mientras sentía a mi corazón dar brinquitos, incluso creo que hasta sonreí. Traté de disimular lo más que pude y desvié la mirada hacia el pequeñito que me observaba curioso, me agaché frente a él y acaricié su cabello. Era una monada el niño, que fue imposible ocultar mi sonrisa.

«Amo a los niños».

—Hola pequeñín —le saludé.

—Hola —respondió el pequeño y eso me llenó de alegría.

—Qué niño más lindo —dije poniéndome de pie—. ¿Es tu hijo cierto? —le pregunté sin reparar en lo entrometida que sonaba mi pregunta—, el parecido es enorme.

—Sí, es mi hijo —me respondió con cierto aire de incomodidad, tomó al niño por una manito y se puso de pie—. Bienvenido a la tienda, dígame qué desea.

—Mnn —otee rápidamente el lugar— una maceta, por favor envuélvamela para regalo —contesté, aún observando el sitio.

—Mire —me indicó con una mano que mirara la pared a su izquierda—, allí tenemos macetas de diferentes tamaños y formas, elija la que más le guste.

—Gracias.

—¿De qué color quiere el envoltorio?

—Negro —elejí ese porque es el color favorito de Shin Hye.

Me dirigí hasta la pared que me indicó y del suelo tomé una maceta mediana, Shin Hye tenía tres de ese tamaño en su apartamento, con esta ya completaba el juego, o al menos eso creía.

—Elijo esta —dije y regresé a él con el objeto en las manos.

—Vale mnn —miró hacia un lugar dentro del local, luego a su niño y repitió la acción, parecía debatirse algo internamente y no se decidía.

Miré hacia el sitio que él observó y me di cuenta que tenía un pequeño letrero con la palabra «Taller» escrito. Entendí se trataba de otro local donde me prepararía el regalo y que él se debatía qué hacer con el pequeño.

—¿Quiere que yo le cuide a su hijo? —le pregunté—. Así podrá trabajar tranquilo.

Yo solo estaba siendo amable, pero pareció que le recité un maleficio porque sus ojos me escrudiñaron con crudeza. Digamos que era natural que desconfiara de mí pero, «¿acaso tengo apariencia de criminal? Soy pobre pero honrado».

—Oiga —tenía que defenderme—, ¿acaso cree que soy el hombre del saco y me voy a llevar a su hijo? Já, increíble.

Y después resulta que le dije algún chiste, porque disimuló que lo que le dije le había causado gracia. Pero al final funcionó porque me dejó a su hijo, cogió la maceta y se fue para el taller.

—Y entonces pequeñín —aproveché para conversar con el niño—, cómo te llamas.

—Jin —me respondió, jugando con sus manitas, parecía algo nervioso, miraba en la dirección en que había ido su padre y luego sus manos—. ¿De verdad usted es el hombre del saco y me va a llevar?

Wow, me tomó por sorpresa sin lugar a dudas. Me eché a reír, tan pequeño y decía oraciones elocuentes, aunque no sabía su edad, podía afirmar que tenía una excelente educación.

—Jajaja, no pequeño, no te voy a llevar —acaricié nuevamente su  cabello—, a los niños buenos y bonitos como tú yo no me los llevo... ¡le hago cosquillas! —dije y con mis dedos lo pinché suavemente por las costillas y cerca de las axilas y en efecto, el pequeño comenzó a reírse y trataba de apartarme las manos.

Jugaba con el niño y eso me divertía, a ambos, cuando sentí una puerta abrirse y giré mi cabeza hacia la izquierda, el padre del chico ya regresaba con mi regalo, se detuvo ante mí y me extendió con tanta urgencia la caja evuelta con un luminoso papel negro que creí me daría con ella en la cara.

—Aquí, tome, su regalo —parecía molesto con algo.

—Gracias —me levanté y le sonreí, agradecido—. ¿Cuánto es?

Al decirme el precio saqué mi billetera y de ella un billete de los grandes que me gané ayer en la lotería. Se lo extendí, él lo tomó con ligero asombro y yo cogí la caja.

—Ahora le doy el cambio, espere un momento por favor.

—No es necesario, quédese con él, se lo doy de propina por la buena atención que me ha dado —mencioné y le sonreí otra vez, como si no pudiera dejar de hacerlo—. Bueno, yo me voy, gracias. —Él no decía palabra alguna, parecía haber enmudecido—. Me despido pequeño Jin —le hablé al niño—, fue un placer haberte conocido —me despidí y me marché del lugar.

Después de mi compra fui hasta el apartamento de Shin Hye, toqué la puerta y ella me abrió con alegría.

—¡Tae!, pasa corre, que se me quema lo que tengo en la sartén —dijo y corrió hacia la cocina.

Cerré la puerta y fui hasta la sala para sentarme. Entre Shin Hye y yo siempre ha habido esta confianza y por eso la aprecio mucho, es como una hermana para mí.

Al poco rato volvió limpiándose las manos con un trapo, se detuvo delante de mí y mirándome sonrió. Ella era una mujer tan natural que como esposa sería perfecta, aún con sus imperfecciones. Era inteligente, amistosa, sociable, amable y una glotona jaja...

—Shin Hye... —solté una risilla— ¿estás haciendo ramen?

—¿Y tú cómo lo sabes. Hueles desde aquí? —No aguanté y solté la carcajada—. ¿De qué te ríes mocoso?

—Es que... jajaja... en tu quijada... —casi no podía hablar, se veía muy graciosa; tenía un pedazo de fideo pegado en la quijada, se notaba que se lo estaba comiendo antes de brindarme.

—¿Mi quijada? —palpó con una mano y encontró al inquilino que tenía pegado—. Aaahhh esto jaja, ¿y tú qué hacías ahí? —le habló al pedazo de fideo y se lo metió a la boca.

—Shin Hye contigo nunca me aburro —le dije cuando logré calmar mi risotada.

—Pues ven a visitarme todos los días —tomó la caja que tenía entre las piernas y se sentó en un mueble frente a mí—. ¿Este es mi regalo cierto? —preguntó y asentí—. Si vinieras a verme a menudo no te aburrirías estando en esa casa tú solo —continuó diciendo, mientras abría su regalo risueña—, y es más, antes de que te niegues porque te conozco, tengo un trabajito para ti.

—¿Un trabajo? —pregunté, en tanto ella terminaba de abrir la caja y sonreír de oreja a oreja al ver su regalo.

—Te amo mi chico lindo —dijo y me tiró un beso, luego colocó el obsequio en el suelo—. Decía, te tengo un trabajo; mi hermano necesita a alguien que le cuide a su criaturilla mientras él trabaja, te pagaremos bien, así que no acepto un no como respuesta. Dime, qué opinas.

La verdad no lo pensé mucho, ciertamente necesitaba algo estable y que no me agobiara tanto.

—Vale, acepto. Así conoceré finalmente a tu hermano.

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