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Capítulo 11.

Me dediqué a rebuscar entre los cajones de mi armario ropa limpia y cómoda. Me llevó mi tiempo, pues no sólo quería ponerme lo primero que pillase, si no algo con escote. Con chándal también se puede ser sexy.
Tras unos veinte minutos, encontré lo que buscaba y rápidamente me lo puse en frente del espejo.

Una vez vestida me dirigí hacia el cuarto de baño, donde allí me hice una trenza de tres tramos con la ayuda de mi dedos. Me maquillé sin pasarme y cuando el timbre sonó bajé rápidamente las escaleras.

-- Hola, preciosa. - saludó Evan.

-- ¿Nos vamos ya? - pregunté

El asintió con la cabeza y seguidamente me cogió de la mano girándome lentamente para observarme. Cuando pude ver su rostro, él estaba mordiendo su labio inferior.

-- Te queda muy bien el chándal. ¿Por qué no te lo pones más veces? - preguntó a la vez que yo cerraba la puerta saliendo de casa. -- Todo te queda genial...

-- ¡Para ya! - reí.

Nos introducimos en su auto abrochándo los cinturones correctamente antes de que él pusiese en marcha éste. Durante el trayecto estuvimos algo callados, pues yo me sentía desorientada por el sueño y él concentrado en la carretera. Cuando por fin llegamos a la bolera, entramos en ella con paso lento.

-- ¿Alguna vez has jugado? - preguntó.

-- Muy pocas veces, ya casi ni me acuerdo.

-- Te voy a dar una paliza, entonces - dijo a carcajadas convencido.

Arqueé las cejas por su actitud, pues parecía el típico chulo que cree que va a poder con todo. Nos acercamos al mostrador en el cual nos ofrecían un calzado distinto al que ambos llevábamos.

-- ¿Lista?

-- Si, claro. - dije terminando de abrocharme los cordones.

Se levantó echándome una de sus miradas pícaras y cogiendo una de las bolas. Me crucé de brazos y me dediqué a observar su postura.

-- Antes de tirar... - le interrumpí y me acerqué. -- ¿ayer estabas celoso? - pregunté.

-- Sólo quiero que seas mía. - contestó mirándome.

-- ¿Y si yo no quiero? ¿No has pensado en eso, Evan?

Se quedó callado desviando su mirada hacia los bolos. Seguidamente se colocó y concentrado dejo que la bola se deslizase por la pista hasta que chocó haciendo pleno. Se giró sonriendo algo vacilante mientras que mi boca se entreabrió al observar aquella tirada.

-- Si pierdes, vivirás conmigo, serás mía. - posó su mano en uno de mis hombro. -- Mucha suerte, Vanessa.

-- ¿Y si gano? - pregunté frunciendo el ceño.

-- Te dejaré en paz.

Asentí con la cabeza y caminé hacia la línea una vez obtuve la bola entre mis dedos. Cerré los ojos respirando hondo e intentando concentrar toda mi atención en los bolos. Pasaron unos segundos cuando deslicé la bola rápidamente por la pista hasta que llegó a tirar unos cuantos. Me maldije. En cada esquina sobraron dos de ellos, un tiro sin dar a ninguno y está todo perdido.

-- Eres magnífica pero, ¿podrás? - se rió Evan tras mis espaldas.

Sin contestar volví a agarrar otra bola más introduciéndo mis tres dedos en ésta. Necesitaba más concentración.

-- Vamos, Vane... tú puedes... - susurré animándome.

Observé con atención los dos bolos y después decidida volví a dejar caer la bola por toda la pista. La dirección cambió de sentido y cuando creí que solamente iba a derribar ese bolo, éste chocó con el otro. Di un gran salto de emoción a la vez que mi rostro era iluminado por mi amplia sonrisa. Un grupo de personas que fueron los espectadores de aquel acto me aplaudieron.

-- ¡Si! ¡Toma! - levanté el puño observándo a Evan. -- Vamos, ¿o acaso tienes miedo de que te gane una chica?

-- Para nada, estoy seguro de que partir de una hora, serás solo mía. - asintió.

Negué con la cabeza mientras me mantenía de pie, esperando a que fracasara en su próxima tirada. Al menos ya llevábamos casi una hora y ambos estábamos en empate. La última tirada sería la mía y todo dependía de ella. Un pleno y está todo ganado, si no hago pleno, está todo perdido.

-- Joder, paso de ser suya... - susurré en bajo prestando toda mi atención a la jugada.

Cuando por fin me decidí, deslicé nuevamente la bola por toda la pista. Gotas de sudor aparecían justo en mi frente, necesitaba ganar. Los espectadores se levantaron aplaudiendo, silbando y gritando enhorabuena cuando con un solo gesto de muñeca había conseguido un pleno. Me quedé boquiabierta.

-- ¡Nooooo! ¡Vanessa! ¿¡Como coño has...!?

-- Concentración, seguridad y las pocas ganas de ser tuya... - respondí sonriente.

Me senté en uno de los asientos y rápidamente me quité las zapatillas y me puse las mías. Cuando estaba lista devolví el calzado en el mostrador y me dirigí hacia la salida. Evan me siguió corriendo y me detuvo de la muñeca.

-- Espera, no puedes irte... - rogó.

-- ¿No me ibas a dejar en paz, Evan? - le miré por encima del hombro con una sonrisa pícara. -- Cumple con tu palabra. A partir de ahora soy "la niñera", nada más. No me trates como algo más, sólo voy a ir a tu casa para cumplir mi trabajo con Ken, no contigo. - abrí la puerta saliendo al exterior.

-- Al menos deja que te lleve a casa.

-- No. -negué cogiendo el móvil y marcando el número de Chelsey. -- Pero gracias, Sr. Evan.

Desvió la mirada y caminó con paso lento hasta su auto, en el cual se marchó rápidamente. Mientras tanto, yo le pedía a Chelsey que me recogiese y en cuestión de unos minutos me introducí en el coche.

-- ¿Vamos a comer? - ofrecí.

-- ¡Buena idea! ¿Te apetece algo que engorde? -- preguntó riéndose.

-- ¡Sí, tía!

Nos dirigimos hacia una hamburguesería en la que pedimos nuestra comida y bebida, y disfrutamos de ella. Como cualquier pareja de amigas, nos dedicamos a hablar sobre nuestras cosas; hablar de viejos tiempos, de chicos, de como nos iban los días, en fin, cosas de chicas.

-- ¿Cómo vas con Evan? - preguntó de imprevisto. -- Ese chico y tú tenéis algo, y no sé que es pero... me deja intrigada. - dijo mirándome con los ojos entrecerrados.

-- ¿Con Evan? Con ese chico no tengo absolutamente nada, Chelsey. - sonreí convencida.

-- Y yo me chupo el dedo. - levantó ambas cejas- ¡Venga ya! En la fiesta estuvo buscándote desesperado, esperándo sentado.

-- Eso es cosa suya, yo no tengo nada con él. - desvié la mirada.

Todo éra muy distinto cuando me alejaba de él. Todo era tán diferente y aburrido que me apetecía volver. Los fines de semana eran eternos y las semanas que pasaba trabajando en su hogar pasaban rápidas.

-- Estás pensando en él. - interrumpió Chelsey mis pensamientos.

-- ¿Por qué íba a hacerlo?

-- Vane... te conozco. Vivimos juntas en la misma casa desde que tenemos dos años. Te conozco mejor que nadie, a ti, tus gestos, tus sentimientos. Lo sé todo de ti y a mi no me mientes.

Me quedé callada por unos minutos, desviando la mirada hacia mi hamburguesa la cual mordisqueé y mastiqué sin abrir la boca. Chelsey tenía razón, algo me pasaba con Evan que desde hace tiempo no me había pasado. Seguidamente, Chelsey me agarró de la mano por encima de la mesa observándome, entonces me encontré con su mirada.

-- Habla con él... - susurró.

-- Chelsey, no quiero saber nada sobre chicos.

-- ¿Piensas que todos los chicos son iguales que tu maldito ex?

Nuevamente me callé y me apoyé en el respaldo de la silla con los brazos cruzados, manteniendo mi mirada fija con la de Chelsey, quién entrecerraba sus ojos levemente.

-- Todos son iguales. - respondí.

-- ¿Has tenido la oportunidad de conocer a Evan de verdad? ¿Al menos te has dejado querer? Tal vez ese sea tu error y eso es lo que no te funciona.

-- ¿Hemos venido a comer o a hablar sobre gilipolleces? - dije alzando levemente la voz.

-- Te voy a decir una última cosa, bueno, dos. Una, déjate querer y dos, habla con él.

Tras aquellas palabras Chelsey me dedicó una de sus dulces sonrisas y seguidamente continuó con su comida. Después de aquella charla no hice otra cosa nada más que darle vueltas a la cabeza. Pero no, gané en la bolera y es lo que quería, ser una canguro cualquiera sin que un atractivo chico le tirara los tejos. Sinceramente, no quería enamorarme o algo por el estilo. Dios, paso de problemas.

[Narra Evan]

-- ¿Cómo no pude ganar...? - me pregunté a mí mismo sobre el volante. -- ¡Maldita promesa! ¡Joder!

Con rabia conduje a casa de Matt, pensativo en todo lo ocurrido. Di una palabra convencido de que ganaría y siempre la tendría a mi lado, pero la perdí. Ella ganó. Tras suspiro y suspiro hice un gran esfuerzo arrastrando mis pies hacia la puerta cuando aparqué mi vehículo.

-- ¿¡Quién coño es!? - gritó Matt tras la puerta malhumorado.

-- Abre, cabrón.

Entonces de repente la puerta se abrió lentamente, hasta que consiguió verme y abrió sus brazos para darme un abrazo rápido. En su interior varias chicas y chicos que ambos conocíamos se encontraban bebiendo y bailando.

-- ¿De dónde vienes con esa cara? - preguntó.

-- De perder una partida en la bolera...

-- ¿¡Qué!? ¡Venga ya! - soltó varias carcajadas invitándome a pasar. -- ¡Si eres el mejor!

-- Eso creía yo, tío. - dije lamentándome.

-- ¿Quién te ha ganado? - entrecerró los ojos cuando no recibió ninguna respuesta por mi parte. -- ¿Una chica? ¡Guau! ¡Te ha dejado K.O una chica! ¡Entonces tienes que beber y lamentarte por tus penas!

-- Una cerveza, Matt... - asentí apretando levemente mis labios.

Mientras que esperaba en el salón, aquel grupo de chicas me devoraban con la mirada y me dedicaban sus sonrisas más pícaras. Matt regresó tendiéndome un botellín y dándome unas palmadas sobre mi espalda.

-- Tío, vienes en el mejor momento. ¡Diviértete y olvídate de esa chica!

-- Es difícil, tío. Sabe jugar. - reí recordando aquel pleno por el cual perdí.

-- ¡Chicos, la pizza está lista! - se acercó Natalie a la mesa con ésta.

-- ¿La tienes de cocinera ahora? - pregunté suave a Matt sonriendo.

-- ¡Cocina muy bien, por eso te he dicho que vienes en el mejor momento!

Observé la deliciosa pinta que tenía aquella pizza a la misma vez que el aroma se introducía por la nariz y mis tripas sonaban a la par. Entonces disfruté de aquel momento en grupo, me relacioné con los amigos que se encontraban en el sitio, pues a pesar de que las chicas estaban buenísimas no me atreví a acercarme, tampoco me apetecía estar con ninguna chica que no fuese Vanessa.

-- ¡Vaya, Evan! ¿Qué tal? - se acercó Natalie con su mejor sonrisa. -- ¿Cuánto tiempo estuviste esperando ayer a esa chica?

-- ¿Esperando? - uno de mis colegas ladeó la cabeza extrañado. -- Tú no sueles esperar...

-- ¡Eso creía yo también! ¿Qué te está pasando hermano? - preguntó asombrado Matt sujetándo su cerveza.

Negué con la cabeza y seguidamente cogí a Natalie de su muñeca suavemente y caminamos hacia un rincón del salón más tranquilo en el que pudiesemos hablar tranquilamente del tema.

-- Necesito que me des tu punto de vista... - dije.

-- ¿De qué estás hablando, Evan?

-- Tú y un chico echáis unas partidas al billar, ¿vale? Entonces el chico menciona una apuesta, si tú ganas, el chico te deja en paz para siempre, si él gana, tiene la oportunidad de estar contigo todos los días y esforzándose por conquistarte. ¿Qué eliges?

-- Si el chico es guapo, por mucho que yo haya ganado la apuesta me gustaría que se arrastrara. - rió suavemente observándome. -- Aquella chica te ha ganado y tú no soportas estar lejos de ella, ¿cierto?

-- Exacto. Sólo quería ver tu punto de vista, ya que las chicas pensáis así.

Entonces me giré sonriente y decidido de qué hacer hasta que Natalie me detuvo con un suave agarre de camiseta.

-- Evan, no todas somos iguales y pensamos igual. Además, ella se quedó muy satisfecha cuando salió del baño con aquel jóven.

-- No del todo satisfecha. - rectifiqué.

-- Bueno, vale. Ya que no te dejas queres por mi, adelante. Ten cuidado. - revolvió mi cabello con una sonrisa.

Pasé tiempo con mis amigos hablando cosas entre colegas hasta que la dos de la tarde se nos echaron encima y yo me maldije por no haber estado en casa organizándome para la comida que había preparado con toda la familia. Rápidamente me subí al auto y me dirigí hacia mi hogar, reencontrándome con mi querido padre, al que abracé. En realidad estaba bastante contento.

-- ¿Cómo has estado chaval? - preguntó emocionado.

-- Bien, papá. Siento llegar tarde, estuve con unos amigos picando algo.

-- Tienes que comer con nosotros. - dijo.

-- ¡Que sí! ¡Luego lo bajo haciendo deporte!

-- Tira a ducharte, tienes media hora.

Corrí escaleras arriba y me desvestí, introduciéndome en la ducha enjuagándome. Tras el otro lado de la puerta, mi padre golpeó ésta para captar mi atención a sus palabras.

-- ¿Puedes llamar a la niñera y decirle que venga con nosotros? - preguntó.

Pensé durante unos segundos mi respuesta. Si la invitaba yo estaría faltando a mi palabra y además no vendría, en caso contrario, si lo hacía mi padre la cosa cambiaba y yo no estaría de por medio.

-- ¡Hazlo tú! ¡No puedo entretenerme! - grité a la misma vez que sonreía, pues íba a volver a ver su maravilloso rostro y estar junto a ella nuevamente. La idea me gustaba un montón.

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