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23

Ella tenía un baúl de recuerdos. Abrirlo la transportaba hacia esos años que la hacían llorar, no sabe si de felicidad, de nostalgia, pena o cariño o todas a la vez. Hay un juguete viejo que su padre ganó en una feria, una fotografía en la que se reflejaban tres enormes sonrisas en un prado lleno de árboles, una postal que había comprado porque la gustaba la imagen del mar caribeño que siempre había anhelado con visitar. Había recortes de revistas, un anillo que había encontrado escondido entre unas rocas, una entrada de cine, una pulsera que había dejado de ponerse porque todos se reían de ella.

Había un libro que la encantaba, una fotografía de su artista musical favorito, una carta de felicitación que se había hecho ella a sí misma por su octavo cumpleaños. Había dibujos, y frases desperdigadas:

《A veces desearía poder empezar de cero. Que nadie me conociese, que nadie me juzgase, que nadie supiese quién soy.》

Hay demasiados recuerdos amargos. Recuerda esa época de su vida en la que empezó a temer a todo, en la que el miedo se sumó como una parte de su ser, que se acostumbró a tener la sombra de la ansiedad consigo misma.

¿Cuándo había aceptado el miedo?

Ahora no sabía cómo deshacerse de él. Había pasado casi toda su vida temiendo, asustadiza, las fobias habían sido su fiel compañeras. Su vida estaba plagada de miedo, inseguridad, temor y pavor.

Una persona le dijo una vez:

—¿Cuándo te acostumbraste a vivir con miedo?

No supo responder. Tampoco lo sabía ahora. Puede que cuando todos la rompieron por primera vez, cuando trató de encontrar una mano amiga entre las espinas y acabó sangrando. Puede que el miedo a que la gente siguiese haciéndole daño, miedo a empezar una nueva etapa, miedo a repetir errores, el miedo a que la abandonasen, a desparecer, el miedo a caras desconocidas, a confiar, a dar todo por los demás a cambio de puñaladas por la espalda.  Puede que todo empezase con el miedo de no llegar a ser ella misma, a no encajar, a no ser quien quería ser aunque no sabía qué quería decir aquello. Puede que el miedo a quedarse donde estaba, sin avanzar, sin tener la oportunidad de ser otra versión. El miedo a lo que le hiceron, a viajar y perderse. Puede que la primera vez que temió fue cuando se miró en el espejo y le aterraron los ojos que le devolvieron la mirada, no sabía quién era la extraña que le devolvía la mirada apagada, triste, temblorosa, agónica, extraña.

Tenía miedo a la vida, a morir, a no ser buena, a ser demasiado buena, a ser feliz y a ser desgraciada.

Suspiró muchas veces pero eso no hizo desaparecer ese agujero en su pecho. Esa apatía como si nada pudiera herirla, como si ya no pudiese experimentar tristeza o alegría. Había tratado muchas veces de buscar actividades que la llevasen a la cumbre, que activasen la adrenalina, que la ayudasen a darse cuenta que estaba viva, muy viva, que aún había algo de su alma que rescatar entre los pedazos rotos de su corazón. Que había algo más que  sombras del miedo.

Sus manos estaban llenas de rasguños, algunos pequeños causa de esas palabras aparentemente amables que la fueron apagando poco a poco, algunas más grandes de las decepciones que se abrían paso por sus brazos. Los dedos estaban sangrando a causa de las manos que había sujetado sin recibir nada a cambio. Tenía hematomas y golpes en las piernas a causa de las veces que había tratado de ser feliz y los demás no se lo habían permitido. Tenía una quemadura en un costado que se la había hecho al tratar de tocar una estrella que resultó ser una bola de fuego. Le dolían los pulmones de las veces que había tenido que aguantar el aire para no resquebrajarse. Los ojos estaban maltrechas de las cosas horribles que había tenido que ver con ellos. La espalda estaba deformada a causa de las veces que se había hecho un ovillo y había tratado de seguir adelante.
La cara estaba llena de caminos donde habían corrido cientos de veces lágrimas, la garganta reseca de gritar.

Y en ese baúl encontró esos pedacito de corazón que habían ido despegándose de su sitio para no volver.

Esa ausencia, esos pedacitos de corazón roto no pueden ser replazados. Puede servir una tirita para disimular, para tratar de cerrar las grietas pero tan sólo es una sensación temporal. Quererte y aceptar esas ausencias puede ayudar a convivir con esas cicatrices y hacerlas suaves, más fáciles pero nunca las hará desaparecer.

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