22
Por la noche es cuando todos duermen, cuando salen los monstruos, cuando todo parece más silencioso, más grave, más horrible. Es el momento de apagar y descansar. Pero para ella no, ella ama la noche.
Ama las estrellas, el brillo mágico que ilumina un cielo negro. Ama la luna, siempre cambiando, imperfecta, llena de cráteres, a veces llena, a veces partida, pero siempre hermosa. Es cuando las voces callan, cuando ella puede ser más libre. Por la noche es el momento en el que cesan los ruidos de los vecinos, nadie discute, nadie arrastra las sillas, nadie cierra una puerta, sólo silencio.
Ella solía ponerse los cascos de música y sonreía, le gustaba tumbarse en el suelo y contemplar la inmensidad del universo. La hacía sentir diminuta, tanto como todos los que la hacían daño, ella era tan poco significante como cualquier otra persona escogida al azar. En el fondo nada importaba.
Le gustaba encontrar las constelaciones, encontrar los símbolos del zodiaco, ver alguna estrella fugaz, pensar la cantidad de años que representan esas lucecitas.
Solía ver muchos aviones pasar sobrevolando e imaginar la vida de los pasajeros. ¿Se dirigirían a Europa, a alguna isla perdida en el Pacífico, a Japón, a Egipto? Pensaba que ahí viajaría algún alma rota como la suya. Que alguien miraría por la ventana y desearía que los errores de su pasado hubieran desaparecido, que el presente doliese menos y que el futuro le deparase esa felicidad anhelada.
La oscuridad no la aterraba sólo la tranquilizaba. Nadie le había dado la oportunidad de ser feliz aunque ella lo había buscado hasta debajo de las alfombras.
Había momentos bonitos, claro. Amaba el mar, sentir el brillo del sol sobre las olas, el olor salado, la arena, bucear entre peces de colores. Le encantaba el olor de un viejo libro, comprarse novelas, releer esas historias en las que había amado, llorado, reído, viajado al pasado, al futuro, a mundos imaginarios, había viajado por el mundo sin moverse del salón de su casa. Había resulto crímenes, había sido una emperatriz importante, había viajado a la regencia, había sido una actriz famosa y una pintora perdida por las calles de Venecia. Amaba la historia, los museos, las colecciones, viejas ruinas, templos enormes que albergaban muchos siglos de personas que habían amado, llorado, muerto y nacido. También adoraba el café, sentarse en una cafetería con aire mágico, con plantas y sillas de colores, tal vez. Amaba la música, los podcast de psicología, resolver acertijos y entender la política del mundo.
También las noches, cuando reinaba el silencio y ella sólo tenía que respirar. Sin expectativas, sin presiones, sin juicios ni miradas jocosas. Sin sentirse extraña en su propia piel.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro