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Ella siempre ha soñado con tener una historia de amor épica, esas que perduran en el tiempo, de esas que la gente envidia y hubo una época en la que pensó que alguien estaría esperándola. De pequeña deseaba llegar al instituto para vivir un romance adolescente, esperó y esperó leyendo libros de amor, viendo películas tiernas, mientras observaba a su alrededor los primeros besos, ilusiones, mariposas en el estómago pero que no llegaban para ella. Tardó poco en enamorarse y con ello en darse cuenta que las historias de su infancia no eran más que eso, historias que endulzaban la realidad. Se enamoró de un chico que era su antítesis, el típico cliché de chica empollona y chico malo, porque pensaba que esas eran las historias más emocionantes. Ella casi juraba que algún día, al igual que había aprendido, el chico se le declararía y que vivirían para siempre juntos. Pero él nunca se acercó y ella nunca se lo dijo, todavía atesora esas primeras sensaciones tanto buenas, inocentes, inmaduras como  el dolor, el rechazo, la sensación de insuficiencia cuando le veía con otras chicas. Y se pasó días mirándose al espejo preguntándose porqué había escogido a otras muchas y a ella, que le había jurado en su memoria amarle para siempre, nunca le dijo ni un te quiero. Pero no perdió la esperanza, todavía fantaseando con su príncipe azul, pero entonces vio las primeras rupturas de su alrededor, los primeros llantos y las primeras historias de amor duraderas y pensó que tal vez, se estaba equivocando. Investigó mucho y después de meses preguntándose por qué ningún Edward la esperaba en clase de biología llegó a una conclusion: su amor estaba lejos. Empezó a creer en las historias de medias naranjas, de hilos rojos, de que, cabía la posibilidad que su amor viviese en otro lugar, en otra ciudad, que tal vez fuera más mayor o más pequeño que ella y solo entonces comenzó a esperar, un poco celosa de que absolutamente todos los de su alrededor ya tuvieran experiencia. Mientras tanto viajó, leyó, estudió y hasta se graduó. La universidad, ahí se enamoraría de verdad. Quiso también un amor de verano, tal vez estaba destinada a eso y, efectivamente, se enamoró perdidamente de su vecino de vacaciones, pero al parecer él ya estaba vinculado a otra perosna y ella, pensó  que no podía ser para ella, sin saber que el hilo rojo puede romperse y cambiar de persona. Y llegó el momento en el que decidió salir a buscar a su media naranja, pero nunca le encontró: la trataban mal, la insultaban, algunos la hacían sentir incómoda, otros seguían enamorados de sus exnovias, otros no comprendían el sentido que para ella tenía el amor y los que la hicieron sufrir fueron aquellas ranas disfradas de príncipes. Y entonces, dejó de creer en las historias de  medias naranjas, tal vez no exisistiese una persona que estuviese hecha para ella, que la estuviera esperando con los brazos abiertos...Su vida cambió cuando conoció a una mujer que nunca se había enamorado y aprendió que nosotros estamos completos, que no somos una mitad en busca de la otra, podemos encontrar un compañero de viaje que esté a nuestro lado mientras terminamos de rellenar nuestro corazón, pero que nosotros estamos hechos así, enteros, ni a medias ni a tres cuartos. No lo entendió al principio, incluso comenzó a aumentar su búsqueda porque no quería ser como esa mujer que no había encontrado el amor. Para ella sí debía de existir, tendría que haber algún príncipe, algún hombre que la quisiera. Entonces se encontró sola, en un pozo a oscuras y vio que nadie fue a ayudarla, que, tras mucho escalar y caerse no le sirvió de nada los cuentos de hadas, las historias de sus amigos y familiares de amores de locura, que las mariposas y las taquicardias no la ayudaron a salir afuera y cuando consiguió salir de nuevo, entendió que ella podía sola. Aún así, guardó en secreto la esperanza de encontrar a alguien que la amase. Mirando a su alrededor parecía que, mientras estuvo en el pozo, el tiempo hubiera volado y ya todos estaban casados, con hijos, divorciados o independizados con sus parejas y ella ni un beso le habían dado. Entonces, solo entonces, con el dolor de un corazón roto, vio que de su dedo colgaba un hilito muy fino cuya trayectoria finalizaba en el dedo de su otra mano: ella, siempre había sido ella, su amor, su otra mitad, siempre había sido ella, ningún hombre ni ninguna mujer, ella había sido el amor de su vida.

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