Ninguna mirada será tan melódica, ninguna risa se oirá hasta la eternidad. Ninguna luna brillará, ninguna tormenta aparecerá. Ninguna puesta de sol se comparará, ninguna sonrisa destruirá. Porque tú decidiste despedirte cuando ella quería una función más. Porque tú te fuiste cuando ella iba a despegar.

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Aprender que la gente no siempre es eterna, aceptar que se pueden ir (no digo que siempre vaya a pasar, claro) duele, mucho, porque te das cuenta que a quien has querido más que a tu vida, ya no encaja, estorba y que te resta en vez de sumar, y las desgracias en la vida llegan solas como para rodearte de gente que no te aprecie.  Tenemos que interiorizar que en la vida perdemos muchas cosas y entre ellas a personas, aunque nos duela más que a nada, aunque perdamos un rastro de nosotros en el proceso, pero que la vida sigue, aunque no queramos. Que a veces la gente se evapora, cambia, se esfuma, se va sin despedirse y está bien, la vida nos transforma y con ello a las perosnas que mantenemos a nuestro lado. Pero nos obstinamos en creer que somos eternos, y nadie lo es, a veces es un trabajo, la distancia, el cambio de gustos, de compañías, lo que nos separa y a veces simplemente la vida. Y está bien, tenemos que soltar para volver a agarrar algo diferente, no mejor, igual sí, pero diferente y puede que también algún día eso se marche de nuestra vida.