
Capítulo 53
Beatriz palidece instantáneamente, en cuanto las palabras abandonan la boca del médico, y se aferra a las sábanas con mucha fuerza al sentir su corazón bombear con violencia contra su pecho.
— ¿A-Aborto?— balbucea, en estado de shock.
—Beatriz, intenta calmarte— pide Marcus al escuchar el ruido que produce el electrocardiógrafo al marcar los latidos del corazón de la mujer.
— ¿Cómo es posible un aborto? Yo no puedo tener hijos.
—La misma sorpresa me llevé al ver el resultado de tus exámenes en el psiquiátrico.
— ¿Esto es real?— cuestiona aturdida—. Entonces asesiné a mi bebé, ¡lo asesiné!
—Doctor Smith... ella necesita calmarse— dice una de las enfermeras ingresando en la habitación, atraída por la alarma que emite el electrocardiógrafo.
—Déjame esto a mí, por favor.
—Lastimará al bebé— dice la mujer con seriedad mientras dirige su mirada hacia Beatriz.
— ¿Bebé?— cuestiona Beatriz observando al médico, con la mano en el pecho, intentando controlar su respiración—. ¿No murió?
Marcus la observa fijamente, y una pequeña sonrisa torcida se dibuja en sus labios, mientras asiente con la cabeza lentamente. Al mismo momento en el que la enfermera se retira de la habitación para darles privacidad.
—Por alguna razón, ese pilluelo, o pilluela, se aferró a la vida... Beatriz, quiere vivir.
—Quiere vivir— replica la mujer mientras baja su mirada hacia su vientre, al mismo tiempo que su mano aterriza con suavidad sobre el y sus ojos se cristalizan—. De verdad estás ahí, pero, ¿cómo es eso posible?
—Tú no eres estéril. Me tomé la libertad de hablar con tu ginecólogo... con un poco de amenazas, me confesó toda la verdad. Y la verdad es que Jared le pagó para que te hiciera creer que eras estéril.
— ¿Él hizo eso?— la decepción pinta su rostro—. ¿Por qué?
—Porque otro hijo hubiera arruinado sus planes.
—Ya no sigas— pide con la voz temblorosa, sujeta su vientre con ambas manos y cierra los ojos con fuerza tratando de contener las lágrimas que se acumulan en sus ojos.
—Tienes dos, casi tres meses de embarazo— le comenta Marcus observándola fijamente, hasta que nota cómo las lágrimas se deslizan por las mejillas de la mujer, entones baja la mirada—. Beatriz, hay algo más que tengo que decirte... sobre Jared.
—Tengo que encontrar a Katy— balbucea de pronto, abriendo los ojos e intentando incorporarse. Los latidos de su corazón se aceleran nuevamente y la maquina comienza a sonar—. Tengo que salir de aquí.
—Beatriz, tienes que calmarte... lo que te diré ahora es muy importante.
—Marcus, por favor, ya no más... no quiero saber nada de él, y-yo...
—No puedo, no dejaré que vivas en una mentira— sentencia con voz firme, obligando a la mujer a prestarle atención—. Jared, no solo le pidió al médico mentirte, sino que también decidió hacerse una vasectomía para asegurarse de que tú y él no pudieran convertirse en padres nuevamente.
Beatriz amplía los ojos de manera exagerada mientras lo observa atónita, sin poder creer lo que él acaba de decir.
— ¿Cómo es eso posible? ¿Cómo es esto posible?— cuestiona desconcertada mientras baja su mirada hacia su vientre—. No lo entiendo.
Una expresión estupefacta se dibuja en su rostro cuando siente la mano del médico posarse sobre su vientre. Rápidamente voltea su rostro hacia Marcus, y lo observa con una mirada interrogante.
—Beatriz... creo que... no, no lo creo; estoy seguro de que, yo soy el padre de ese bebé.
La mujer palidece nuevamente, al mismo tiempo que sus ojos se amplían con una mirada de horror. El electrocardiógrafo comienza a sonar insistentemente y el médico teme que pueda darle un ataque cardiaco.
—Dijiste que no pasó nada— dice, con un hilo de voz, realmente perpleja.
—Eso era lo que tú querías escuchar ese día.
— ¿Cómo pudiste?
—Beatriz, ¿Qué querías que hiciera?
—No lo sé, tal vez enviarme a casa, ¡Estaba ebria!
—Pero...
— ¡Me violaste! ¿Cómo pudiste? Confié en ti, ¡me dijiste que nada pasó ese día!
— ¡Porque eso era lo que querías escuchar! Diablos, Beatriz, te apareces en mi casa de pronto, me besas, te desnudas frente a mí, aun sabiendo lo que siento por ti. Eso también fue un golpe bajo de tu parte.
— ¡Te odio!— grita frustrada—. Quiero que te vayas, ¡vete! No quiero volverte a ver, ¡aléjate de mí!
—Beatriz...
—Doctor Smith, tiene que salir— le indica nuevamente la enfermera al ingresar en la habitación—. Tantas emociones afectaran su sistema nervioso y lastimaran al bebé. Señora Johnson, su embarazo es de alto riesgo, le sugiero que se calme.
Marcus observa a Beatriz por cuestión de segundos, su corazón late igual de fuerte. Lo que ha intentado evitar durante mucho tiempo está ocurriendo y él es el único culpable; nunca debió ceder. Debió estar firme en su decisión, debió ser un caballero.
Beatriz llora desconsoladamente, él la comprende, son muchas las emociones que la inundan. Intentó suicidarse, va ser madre, su otra hija está perdida, su mejor amigo se aprovechó de su embriaguez... es normal que reaccione de esa manera. Ahora, él solo espera que ella no hable en serio sobre lo de apartarse, porque ahora menos que nunca, la dejará sola.
—Doctor Smith— lo aborda el médico psiquiatra que atiende a Beatriz—. Tengo noticias.
—Nunca están de más— dice como respuesta.
—Ya sabemos quién le dio las pastillas a Beatriz, y encontramos la nota en el frasco en el que le indicaba que hacer.
— ¿Quien ha sido?— cuestiona con seriedad, presionando sus manos en puño con mucho enojo. Esa persona no solo atentó contra la vida de Beatriz, también lo hizo contra la vida de su futuro hijo, o hija.
—La señorita, Jones, el día que pidió hablar con ella la atacó, todo era una farsa para poder meter el frasco en el bolsillo de la señora Johnson, lo vimos al revisar las grabaciones de ese día.
— ¡Ah, Rachell!— exclama el médico, realmente estresado, mientras sujeta el puente de su nariz con irritación—. Yo hablaré con ella personalmente.
— ¿Le entregamos el video a las autoridades?
—No, yo me encargaré. —responde dando por finalizada la conversación.
***
Katy abre los ojos lentamente, sintiéndose realmente agotada luego de la ida a la peluquería. Su cabeza aún le duele, luego de eso. Se incorpora en la cama hasta quedar sentada y estira sus brazos mientras bosteza.
—Vaya, al fin despiertas, pequeña— escucha una voz femenina y frunce el ceño mientras observa la puerta, por donde una mujer de unos cuarenta y ocho años ingresa—. Te he preparado un desayuno delicioso, con muchas vitaminas y nutrientes.
Katy la observa con confusión cuando ella deja la bandeja de comida sobre la cama y se sienta en el borde de la misma.
—El señor Arnett no estará en casa en todo el día, lo cual es muy normal, solo viene en la noche, por lo que hoy será un día de chicas.
— ¿Día de chicas?— inquiere la menor, observando la comida sobe la cama. Se ve deliciosa. Vuelve la mirada hacia la mujer y una enorme sonrisa se dibuja en sus labios—. Soy Katy.
—Yo soy Megan, soy madre de Joshua, uno de los guardaespaldas.
—El de ojos azules— la interrumpe la niña—. Tiene sus ojos.
—Sí, en efecto. Eres muy inteligente— dice guiñándole un ojo—. Ahora, ¿por qué no desayunas, te das una ducha y vienes abajo? Pasaremos un lindo día juntas.
Las horas pasan con mucha rapidez cuando alguien se divierte. La niña y la adulta andan de un lado otro en la enorme mansión adquirida por Joseph luego de la muerte de su segunda esposa. Es un lugar enorme, aún más grande que la mansión Johnson's. La niña se encuentra tan distraída que aún no se ha dado el tiempo de ver su propio reflejo, y el hecho de que su cabello esté atado en un moño alto, hecho por Megan, no ayuda tampoco.
—Hola, madre— se escucha una voz profunda en toda la estancia.
Megan, quien se encuentra con Katy en la cocina, esboza una enorme sonrisa al ver a su hijo ingresar, avanzar hacia ella y plantarle un beso en su mejilla.
—Hola, bebé, volvieron antes.
—Sí, el señor Arnett entró en crisis nuevamente. Tardará un tiempo en volver a la normalidad.
Katy lo observa fijamente, le parece gracioso que la madre se vea más joven que el hijo, y piensa eso ya que la mujer es un poco baja de estatura y el hombre es muy alto, enorme.
—Katy, ¿por qué no vas a tu habitación y en un rato te busco para que cenes?
La niña asiente con la cabeza y sin pensarlo dos veces salta del asiento y sale de la cocina para dirigirse a su habitación.
— ¿No es un encanto?— cuestiona la mujer suspirando—. Estoy muy contenta de que esté aquí, ella si come todo lo que le preparo, no como ustedes tres. —reprocha.
—Mamá, tendré que pedirte que no te apegues mucho a esa niña— dice el hombre con seriedad—. No creo que los planes que tenga Arnett con ella sean los mejores.
—Pero...— la mujer palidece—. Es solo una niña.
La mujer se dirige hacia una de las bancas para sentarse al sentirse mareada. Recuerda claramente cómo ha tenido que ayudar a esas pobres jóvenes. Siempre a la mañana siguiente, cuando Joseph se va, ella las ayuda a levantarse de la cama, les da una ducha, les hace de comer y luego las envía en taxi hacia sus casas. Todo entre lágrimas ya que le duele ver la situación de esas pobres chicas. Pero, eran en su mayoría jóvenes capaces de decidir por ellas mismas, Katy no es ni por cerca una adolescente.
—No permitiré que le haga daño— expresa, mientras se pone de pie con brusquedad—. Hay que hablar con él...
—No, mamá. No te atrevas a siquiera mencionarle algo. Ese hombre es peligroso, te matará sin siquiera pensarlo.
—Correré el riego. Joshua, es una niña, una niñita pequeña. Tienes que protegerla, tengo que hacerlo.
—No, no lo harás. No intervendrás en asuntos del señor Arnett y es mi última palabra.
Katy sube los escalones saltando mientras cuenta cada uno de ellos, eso la distrae un poco. Al llegar a la planta alta, piensa en dirigirse hacia la habitación en la que duerme, pero algo extraño llama su atención al pasar por una de las ventanas que dan una hermosa vista hacia el exterior de la mansión: Su cabello.
Frunce el ceño mientras acerca su rostro al vidrio de la ventana intentando ver mejor su reflejo. Lo que observa la asusta y en gran manera.
—Te ves hermosa— escucha una voz a su espalda y se sobresalta. Rápidamente se gira hacia el hombre con la mano puesta sobre su cabello—. ¿No te gusta?
La niña niega con la cabeza mientras sus ojos se humedecen, no le gusta su cabello, quiere que su cabello vuelva a ser como era antes. Ahora se parece a ella.
—Ahora te pareces a mi Kath, oficialmente eres mi mini Kath— dice el hombre sonriendo.
— ¡No quiero mi cabello así!— solloza pataleando—. No quiero parecerme a ella, era una mujer mala.
Joseph enarca una ceja, realmente sorprendido por la reacción de la niña. ¿Mujer mala? Sí, esa niña estuvo mucho tiempo con esa monja.
—Katy, tu madre era una mujer...
— ¿Conociste a Kath?— cuestiona la menor ampliando los ojos con sorpresa.
—Claro que sí— sonríe con malicia—. Yo era su papi, ahora, tú eres su remplazo.
— ¿Quiere que sea una mujer mala?— cuestiona frunciendo la nariz—. ¡Quiero irme con mi mamá, tío Joseph!
—Ya hablamos de esto.
— ¡Yo no quiero ser como Kath!— grita entre llanto antes de correr en dirección a su habitación y encerrarse en ella, azotando la puerta.
Joseph frunce el ceño ligeramente, la niña es muy caprichosa, y está más malcriada de lo que él pensaba. Pero no importa, él le enseñará a respetar a su papi, en cuanto comience a sentirse mejor de salud.
***
— ¡Marcus!, ¿podemos hablar? —cuestiona Roxanne, obligándolo a frenar cuando está a punto de salir del hospital.
—Ahora no, tengo que salir.
—Por favor, solo un minuto— pide la mujer mientras avanza hacia él y toma su mano.
—Un minuto— responde a regaña dientes. No es su intención ser grosero, pero en verdad que tiene prisa.
— ¿Qué opinas de Ivy?— Marcus arquea una ceja como respuesta—. Digo, es una niña hermosa, y Sara, ella es muy tierna.
—Roxanne, sé lo que pretendes, y mi respuesta es no.
—Pero, amor. ¿Qué te lo impide? No les faltará nada. Tú lo tienes todo.
—Les faltará una familia real, Roxanne, algo que tú y yo nunca podremos ser. No quiero arrastrar a esas pobres niñas a esto.
—Lo que siento por ti, no es falso, Marcus.
—Yo, lo siento mucho Roxanne... pero, voy a ser padre.
— ¿Qué? ¿Cómo?— pregunta pasmada.
—Beatriz está esperando un hijo mío, y eso no estaba en mis planes cuando me casé contigo.
—No— niega con la cabeza frenéticamente—. Estás loco si crees que te daré el divorcio luego de sólo dos meses juntos. Nada de esto habrá valido la pena, a parte, sabes que ella no siente nada por ti.
—Pero yo si por ella, y quiero estar disponible para ella y para mi hijo.
—Sólo tenemos dos meses de casados— replica con voz temblorosa.
—Te he dicho que esto no estaba en mis planes.
Bofetada. La segunda en menos de cuarenta ocho horas. Él observa cómo la mujer lo mira con mucho enojo, si las miradas matasen ya sería un frío cadáver.
—No te daré el divorcio— sentencia antes de girar sobre y eje y volverse por donde vino.
—Creo que te lo mereces— dice la mejer que se encuentra de pie a su espalda.
—Karina— suspira cansado—. Siento que estoy perdiendo el control.
—Ya me enteré de todo, Marcus. Y déjame decirte que si yo fuera mi hija, ya no tendrías pene.
— ¡Karina, por Dios!— exclama avergonzado, mientras observa a su alrededor con cautela, intentando asegurarse de que nadie más haya escuchado eso.
—Pero, como soy yo, no tengo de otra más que de agradecerte. ¿Sabes lo que tener un hijo de Jared le hubiera hecho? Viviría atormentada pensando en qué le diría al pequeño cuando éste le preguntara por su padre.
—Aun así, no me siento feliz, estoy realmente arrepentido. Ella me odia.
—Ella solo está en shock por la noticia, realmente pensó que no había engañado a ese idiota ese día— responde la mujer mientras se alza de hombros—. Ahora, ¿a dónde te diriges?
—Tengo que ir a hablar con Rachell, supongo que el médico psiquiatra ya te lo dijo.
—Sí— suspira con cansancio—. Por eso, te acompañaré.
Marcus avanza hacia la entrada del edificio en el que Rachell se hospeda desde hace mucho tiempo. No puede mentir diciendo que nunca había estado ahí por su propia cuenta, sí, en más de una ocasión visitó a su amiga buscando consuelo. Obviamente lo que conseguía era beber hasta quedar inconsciente.
De pronto siente un hormigueo en su mejilla, rápidamente la acaricia con su mano mientras mueve su mandíbula.
— ¿Tan duro estuvo el golpe? —cuestiona Karina, sonriendo con burla.
—Susan también me abofeteo— le cuenta—. Te pido que me dejes entrar a mí primero. Necesito hablar seriamente con ella. Luego de un rato puedes pasar también.
—Tú no escogerás el nombre de mi nieto— dice la mujer de pronto, ganando la mirada confusa de Marcus, ¿a qué viene eso?
—Beatriz no dejará que me acerque. No te preocupes— responde alzándose de hombros.
Marcus resopla mientras se gira hacia la puerta y toca un par de veces. Supone que Rachell no querrá abrir la puerta, menos al saber que se trata de él. Frunce el ceño un tanto irritado mientras se estira hacia el marco de la puerta, poniéndose de puntillas, y rebusca la llave que Rachell normalmente deja sobre este.
Tras abrir la puerta, asiente con la cabeza en dirección a Karina, quien se cruza de brazos y se apoya contra la pared bufando. Siente que ella es quien debería hablar con Rachell, casi asesina a su hija, y a su futuro nieto.
—Rachell, ¿estás aquí?— cuestiona mientras se adentra en la estancia.
Frunce el ceño al encontrar el lugar hecho un completo desastre. Todo está fuera de su lugar y el televisor quebrado contra el suelo. ¿Qué habrá pasado?
— ¿Rachell?— grita con angustia mientras avanza con rapidez hacia la habitación de la mujer—. Rachell, no me asustes, ¿dónde estás?
La habitación, al igual que el resto de la casa está totalmente desordenada. Marcus se adentra en aquel desorden, buscando en cada una de las esquinas del reducido espacio. A cada paso que da sus nervios aumentan al pensar lo peor.
Al pasar junto a la puerta del baño escucha un chapoteo, frena en seco y dirige su mirada hacia sus pies, amplía los ojos al ver el agua salir por debajo de la puerta, sin pensarlo toma la perilla de la puerta e intenta abrirla, sin éxito alguno.
—Rachell, ¡abre la puerta!— grita desesperado mientras comienza a golpearla con su hombro.
No obtiene respuesta, lo cual hace que la ansiedad aumente. Sin pensarlo más, retrocede un par de pasos para tomar impulso y luego vuelve a arremeter contra la puerta de madera con mucha violencia. La fuerza que utiliza logra romper la puerta y él cae de rodillas. Observa el suelo y cómo su pantalón se moja al igual que sus manos. Alza la mirada observando en derredor en busca de la chica, y se paraliza por completo al localizarla.
—No, ¡No! ¡Karina!, ¡Karina llama a una ambulancia!— grita desesperado, mientras se pone de pie con mucha rapidez y corre hacia la bañera—. ¡Por Dios! No, no Rachell ¿qué has hecho?
Observa la escena, atónito, viendo con terror el cuerpo inerte de la mujer dentro de la bañera; el grifo continúa abierto y el agua rebalsa, aun así, puede notar el color carmesí en el agua y sobre la pared junto a la bañera. Rápidamente se inclina sobre la bañera para tomarla en sus brazos, y sacarla del agua. La coloca con cuidado sobre el suelo y se inclina sobre su pecho para intentar escuchar su corazón.
— ¡No, maldición!— exclama, mientras dirige su mirada hacia las muñecas de la mujer.
—Marcus, ¿qué pasó aquí?— cuestiona Karina, adentrándose en el lugar. Al ver la escena se paraliza por completo.
—Está muerta— dice con voz quebrada mientras se deja caer hacia atrás, sentado.
¿Qué es lo peor para un médico? Tal vez el darse cuenta de que no hay nada que pueda hacer para salvar a alguien que quiere. Salvar tantas vidas, pero no poder salvar a alguien cercano por llegar tarde. Él pudo llegar a tiempo; la conocía, debió suponer que si intentaría hacer que Beatriz muriera era porque ella también se quitaría la vida, pero no, lo dejó para después e incluso impidió que la policía la encontrara antes.
Dirige su mirada hacia la pared, entre las manchas de sangre producidas por las manos de Rachell, tal vez al intentar ponerse de pie luego de cortarse las venas, también se divisan unos pequeños garabatos que parecieran dibujados por un niño pequeño, fueron dibujados con su sangre, en él puede distinguir a un hombre, una mujer y un niño... una familia, eso era todo lo que ella quería.
—Esto... esto es terrible— balbucea Karina, mientras se aproxima hacia el cadáver que yace en el suelo. La observa fijamente—. Esto es terrible, pequeña ¿qué hiciste?
—No puede ser verdad— dice Marcus, al borde del llanto mientras se inclina hacia ella y la toma en sus brazos—. Tranquila bonita— le susurra mientras coloca el rostro de la mujer contra su pecho y besa su cabello—. Todo estará bien... todo estará bien, bonita— repite esas palabras una y otra vez, recordando cómo se las decía cuando estaban en la secundaria y la veía llorar porque su padre la golpeaba.
—Marcus...
—Debí sospecharlo— murmura mientras cierra los ojos, permitiendo que las lágrimas se desborden de ellos y rueden por sus mejillas—. Debí sospecharlo...
De vuelta en el hospital, Karina ingresa en la habitación de su hija, quien se encuentra de costado viendo fijamente la pared blanca. Toma asiento en la silla junto a la cama, a pesar de que Beatriz está de espaldas a ella, suspira profundo y se inclina sobre la cama, descansando sus brazos sobre ella.
—Cariño, hay algo que tengo que decirte— dice, con suavidad—. Necesito que no te angusties demasiado, es peligroso para el...
—Bebé... ya lo sé— suspira, sin siquiera voltear a verla—. Sólo dilo, mamá.
Beatriz amplía los ojos y sus manos se aferran con fuerza a la almohada al escuchar la noticia que su madre le da. Pero, no se inmuta, permanece en la misma posición en la que se encontraba antes, viendo fijamente a la pared. ¿Se lo merecía? Ella no puede determinar eso a pesar de que Rachell la traicionó. Ella junto a Jared, era unas de las personas más importantes en su vida y, aun así, ambos la engañaron durante mucho tiempo.
Pero, ella era su amiga. La que estuvo con ella en momentos difíciles; incluso en la universidad, la vida de Rachell era peor que la suya y, aun así, dejaba de secar sus propias lágrimas para secar las de ella.
—Mamá— susurra—. Quiero estar sola.
—No te dejaré sola, ya lo sabes.
Beatriz continúa viendo fijamente la pared, sintiendo cómo poco a poco sus ojos comienzan a arder a causa de las lágrimas que se acumulan en ellos. Se aferra con más fuerza a la almohada y un sollozo se escapa de sus labios.
Karina se pone de pie con rapidez y se sienta en el borde de la cama para luego inclinarse hacia ella y envolverla en sus brazos. Lentamente se recuesta en la cama para poder acomodarse y acurrucar a su hija. Beatriz se gira para quedar frente a frente con su madre y oculta su rostro en el pecho de la mujer mientras llora con más intensidad, aferrándose a los brazos de la mayor con mucha fuerza, intentando deshacer el nudo que se forma en su garganta.
Marcus observa la escena a través de la ventana. Permanece ahí de pie, con los brazos cruzados a la altura de su pecho mientras su mano derecha se encuentra hecha un puño sobre sus labios. Mantiene los ojos cerrados y, aun así, no puede evitar que las lágrimas rueden por sus mejillas.
***
Joseph se encuentra recostado sobre la superficie fría de su cama, observando fijamente el cielorraso de su habitación. De un salto se incorpora hasta quedar sentado y observa todo a su alrededor, pasa su mano por su rostro mientras suspira con pesadez. No puede dormir. Los fantasmas del pasado han regresado a atormentarle.
Observa en dirección a su armario y se sobresalta al creer ver una sombra, se inclina hacia un lado y estira su mano para encender la luz de su lámpara... no hay nada, solo su propio abrigo. Chasquea la lengua y sale de la cama para dirigirse hacia el baño, abre el grifo y se inclina sobre el lavamanos para mojar su rostro con el agua fría.
El único culpable de la muerte de su hermano, es usted.
Esas palabras resuenan en su cabeza, cierra los ojos mientras prensa su mandíbula con mucha fuerza. Y eso no es lo peor, sino que lo es el recordar el funeral de Jared, en donde se encontró cara a cara con aquel hombre que destrozó su vida y lo convirtió en lo que es. Sí, recordar eso es lo peor. Los ojos color marrón de ese hombre, al que llamaba padre, se conectaron con los suyos y se sintió como aquel niño de nueve años, triste y asustado. A pesar de eso, él no le dirigió la palabra, solamente se sentó junto a Erika y tomó su mano mientras ambos lloraban la muerte de su hijo. Ella no opuso resistencia, y lo recibió con los brazos abiertos, eso lo enloqueció, ¿Cómo podía estar junto a él, abrazarlo y tomar su mano luego de todo lo que les hizo?
Aun ahora puede sentir su estómago revuelto, sus manos temblorosas y el sudor frio recorrer su cuerpo de solo recordar el momento en el que lo vio. Quería matarlo con sus propias manos, era todo lo que quería, verlo morir frente a sus ojos con los órganos expuestos, arrancarle el corazón y luego servirlo en el desayuno de su madre, quien también era culpable de todo... era lo que más deseaba en aquel momento.
Luego de unos minutos encerrado en el baño, de pie frente al espejo, por fin se atreve a fijar la mirada en su reflejo, es un desastre. Ahora lo único que mira es a un hombre que luce derrotado. No le gusta lo que ve. Él no quiere volver a ser ese miserable niño de nueve años, asustado y atemorizado. Por lo menos el funeral de su hermano sirve de algo, atrajo a ese infeliz, lo hizo salir de su escondite y ahora, él pagará por todo el mal que le hizo.
Eso le da esperanzas, y al mismo tiempo alivia un poco su alma oscura. Entre risas malévolas, se retira del baño apagando la luz. Se posa frente a su cama y, suspirando, posa sus manos sobre sus caderas. Piensa en que no quiere dormir ahí, ¿por qué dormir solo cuando hay una niña en la habitación de al lado? Quien seguramente se ha de sentir sola también.
Abre la puerta de la habitación, encontrándose con la niña distraída viendo televisión, ella al notar su presencia desvía la mirada hacia él y lo observa curiosa, pensando en que hace mucho frio como para que solo lleve puesto un pantalón de pijama.
—Hola, pequeña, ¿no deberías estar dormida?
—No tengo sueño— responde la niña mientras se sienta sobre la cama. Ya su molestia ha pasado y ha logrado superar lo de su cabello—. ¿Estabas llorando, tío?
Instintivamente sus manos se dirigen hacia sus mejillas. Aunque, la niña no lo pregunta porque vea las lágrimas, sino porque se refleja en su rostro y se ve en sus ojos hinchados.
—La verdad, sí— responde mientras avanza hacia la cama.
— ¿Estás triste por tu hermano?— pregunta alzando la mirada hacia él.
—Sí, muy triste. ¿Puedo acompañarte?
La niña asiente con la cabeza, y lo observa detenidamente mientras él se sube en la cama y se sienta junto a ella.
— ¿Quieres que ya no esté triste?— cuestiona mientras baja su mirada hacia la niña y forma un pequeño puchero con sus labios. Ella asiente—. Dame un beso.
Katy esboza una pequeña sonrisa mientras se estira un poco hacia él, con un gran esfuerzo y le planta un tierno beso en la mejilla.
—Ya no estés triste, tío— le dice mientras se vuelve hacia su lugar y fija su mirada en el televisor.
Joseph enarca una ceja en dirección a la niña y la observa por cuestión de minutos. No puede negar que Katy tiene mucho parecido con su madre, su pequeña Kath. Muerde su labio inferior al sentir un escalofrío recorrer su cuerpo al recordar la mirada que la mujer le dedicó aquella noche, estaba furiosa, y eso de alguna manera lo excitaba.
—Katy— sisea—. Si quieres que ya no esté triste, tienes que darme un beso. Pero, aquí—posa dos de sus dedos sobre sus labios.
Katy ladea un poco la cabeza mientras lo observa. ¿Un beso en los labios? ¿Cómo el que le dio Benjamín?, pero, él dijo que eso era lo que los adultos hacían, y ella no es una adulta.
—Ven aquí— dice, mientras la sujeta con sus brazos y la sienta sobre su regazo—. Anda, dame un beso.
Katy frunce el ceño al mismo tiempo que siente cómo sus mejillas comienzan a arder por la vergüenza. Lentamente niega con la cabeza. Desvía la mirada hacia el televisor, intentando ignorar lo extraño de la situación.
—Eres mala— se queja mientras un puchero se apodera de sus labios—. No es nada malo, anda— insiste mientras guía su mano hacia el rostro de la niña, coloca su dedo índice y el anular sobre sus mejillas y las presiona con fuerza.
Katy se sobresalta cuando los labios del mayor presionan los suyos. Cierra los ojos, presionándolos con mucha fuerza, mientras posa sus manos sobre el pecho del contrario e intenta apartarlo. Sorpresivamente el hombre cede y se separa de ella, apartando su mano del rostro de la menor, quien aprovecha para bajarse de su regazo y volver a sentarse a un lado, para fijar su mirada en el televisor.
Joseph, por su parte, permanece con su mano extendida a la altura de su mejilla izquierda. Mantiene el entrecejo fruncido, mientras analiza y sobre analiza la situación en la que se encuentra... nada, no siente absolutamente nada, solo una profunda tristeza. ¿Qué le está pasando? La idea de que Kath le ha de haber enviado una maldición no sale de su cabeza. Pero, eso es ridículo.
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Los recién casados en multimedia 🙊.
Quiero aprovechar este capítulos para felicitar a una de mis lecturas favorita azzcami quién estuvo de cumpleaños el día de ayer. No pude actualizar ayer, pero hoy sí...
💥"Tres en menos de una semana" 💥
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