XI. Vino
T.
Las abuelas siempre son las culpables...
Tirándonos a los brazos del otro, encerrándonos en la cocina... ¿pero una fiesta de parejas? Eso fue plan con maña, ¿en qué estaba pensando?
∞∞∞
Bastó un par de llamadas para que la abuela organizara su fiesta de bienvenida, tan pomposa como en los buenos días de la casa, cuando la señora era joven y en la casa vivía toda una familia. Siguiendo una vez más el ejemplo de su madre, la abuela supervisó de cerca a la comitiva que llegó para instalar las luces y las islas de bocadillos necesarios para la velada.
—¿Doña Mimí? —La llamó Don cargando cuatro manteles distintos—. Aquí están los manteles que me pidió.
—Muchas gracias, Don. Dame dos segundos y estoy contigo —Se giró de nuevo y siguió indicando qué tanto a la derecha debían mover el cuadro para que quedara en equilibrio—. Así, gracias. —Indicó con las palmas abiertas en alto.
—¡Abuelita Mimí! —gritó Sabina desde el segundo piso, otra vez con la cabeza metida entre los barrotes del barandal—. ¡Miraaaa!
La abuela elevó la mirada y soltó un sonido de emoción al ver a su bisnieta con el vestido que había usado Tabatha en una fiesta, muchos años tras, como la que se daría esa noche. El vestido era de color perla, sin mangas y pegado hasta la altura del ombligo, donde la falda se abría con su crinolina y terminaba en las rodillas. Una cinta rodeaba su cintura y formaba un lazo por detrás, marcando el final del encaje que fungía de segunda tela en la espalda.
—¡Qué linda nietecita!
Sabina rio tímidamente.
—¡Sabina! ¡Ven a quitarte el vestido! ¡Lo ensuciarás! —Se escuchó que decía Tabatha en el pasillo que conducía a las habitaciones familiares.
—¡Mamá me va a comer! —Dijo Sabina haciendo una mueca horrorizada.
—¿Cómo que te voy a comer? —Inquirió Tabatha con los brazos en jarras—. Vamos, al cuarto, señorita.
—¡Ayyyyy! —hizo un puchero—. ¡Adiós, Abuelita Mimí!
—¡Adiós, Bina!
—¡Sabina! —La corrigió.
—Adiós, Sabina.
—Adiós, Abuelita Mimí. —Repitió complacida.
∞∞∞
Tabatha no había terminado de arreglarse cuando comenzaron a llegar los invitados. No esperaban muchas personas, máximo trece, número de asientos disponibles en el comedor después de descontarlos a los tres, Tabatha, Luciano y la abuela Mimí. Como anfitriona, la abuela era todo un éxito; con una bisnieta que presentar, además de presumir, ¡uf! Ni qué decir. La niña se mostró penosa, siempre cerca de la seguridad que le brindaba su padre, otra persona con un encanto innegable e imán de las señoras, incluso las amigas de la tercera edad de doña Mimí.
Las amigas de la abuela la felicitaban por la buena elección de esposo que hizo su nieta, un sujeto apuesto y muy educado. Luciano, sacando sus dotes escondidos de actor, se tragó el orgullo y decidió no arruinar la velada con la verdad. Ya se imaginaba a las señoras desilusionadas, quizá incluso avergonzadas por echar flores. No, era lo último que quería, por eso se guardó todo, actuó, puso su mejor sonrisa.
—¡Papá, papá! —Sabina tiró de su pantalón. Cuando obtuvo su atención, le dijo—: ¿Puedo comer un brownie?
La pequeña isla con los bocadillos se encontraba cerca, aunque tampoco le negaría el gusto de estar del otro lado del salón, comúnmente conocido como el recibidor; ocupaba la mayor parte del primer piso, incluyendo las pequeñas salitas alrededor. Era esencialmente un espacio abierto. Las únicas puertas pertenecían al comedor y a la cocina.
—Claro, pero agarras uno. ¿Entendido?
Luciano conocía a su hija y su gusto por tener comida para cada mano...
—Sí, papá. —Dijo con pesar.
La siguió unos segundos mientras comprobaba que sabía a dónde iba.
—No sé cómo hizo Mimí para que los Cinco Magníficos toquen esta noche. ¡Llevan años sin reunirse!
—Le debían un favor.
—Puede ser... Mimí hace muchos favores a cambio de otros.
—No, es la razón.
—Oh... ya me imagino a Mimí machaca y machaca para conseguirlos...
Luciano se encogió de hombros, no sabía más que ese pequeño dato.
—Sabina tiene manos de pianista, Luciano —comentó doña Cindy con aires de solemnidad—. No sabes cuánto estoy esperando poder darle su primera lección de piano.
—¿No está muy chica para aprender?
—No, no —movió las manos para enfatizar—. Yo estoy muy vieja, espero poder ser tan buena maestra como en mis años de belleza —dijo entre la plática seria y la broma.
Por el rabillo del ojo, Cindy vio a Tabatha bajando las escaleras. Luciano no tardó en voltearse para ver qué atrajo la atención de doña Cindy y cuando la encontró, su sonrisa se quedó corta a las revoluciones que explotaron en su interior. Es que Tabatha se veía flamante en ese vestido rojo vino, uno sencillo comparándolo con otros vestidos que le conocía, éste sólo tenía pedrería en el cinturón. Para darle mayor elegancia, Tabatha se había puesto unos aretes de oro y un par de anillos a juego. Lo único que le faltaba de ese conjunto era la gargantilla, pero con el cuello halter no se vería bien.
No reparó en la presencia de Luciano ni doña Cindy de inmediato, uno de sus tíos exclamó su nombre y le tendió sus brazos para darle un cálido saludo.
—¡Qué guapa, mi Tabatha! Lo que todos estos años han hecho contigo... —le dio un beso en cada mejilla—. ¡Así que ya te tenemos en los alrededores! Cuando quieras visitarnos en Santa Clara eres más que bienvenida, Martha y yo te esperamos.
Tabatha rio agradecida.
—Gracias, tío Fred —no muy lejos corría Sabina con dos brownies en la mano. Tabatha no perdió la oportunidad y llamó a su hija.
A la pequeña se le iluminaron los ojos, rápido se abrió paso entre los invitados y, con un gritito, se abrazó a las piernas de su madre, pegando su mejilla a la suave tela del vestido.
—¡Mira! —Dijo dando unos pasitos hacia atrás, levantó sus manos para presumir sus bocadillos—. ¡Abuelita Mimí me dio dos!
—Te los comes con cuidado de no manchar tu vestido. —Pidió Tabatha pese a saber que era un sueño imposible, Sabina terminaría siendo un batidero, al menos su vestido tras ser utilizado como servilleta.
—¡Sí, mami!
El tío Fred observaba a las chicas, hallando a cada segundo gran similitud entre madre e hija. Conoció a Luciano una vez —para su boda— y, a menos de fallarle la memoria, Sabina tenía muy poco de él. Era un clon de Tabatha de niña, sobre todo los ojazos azules y los labios rellenitos, bien delineados.
—Sabi, te quiero presentar a una persona muy genial —hizo un ademán para que viera al señor que tenía a un lado—. Él es el tío Fred, es hermano de tu abuela.
—¿Abuelita Mimí?
—No, cielo. Hermano de mi mamá.
«A la que todavía no conoces...»
—¡Ah! —Paseó la mirada intentando ser discreta, aunque no conocía ese concepto, lo miró unos segundos y, cuando fue puesta en evidencia, volvió a abrazar a Tabatha.
—Ay, Sabina —Tabatha le acarició la cabeza, cariñosa.
El tío Fred se puso a la altura de Sabina, le tocó el hombro consiguiendo que la pequeña mire por encima de su hombro. Hizo unos movimientos con las manos y al abrir una... ¡sorpresa! Una moneda de chocolate había aparecido. Sabina desencajó la mandíbula y se inclinó con el dedo listo para comprobar que veía bien.
—¿La quieres? —preguntó el tío Fred.
Sabina asintió con la cabeza.
—¿Cómo te llamas?
—Sabina —se balanceó sobre sus pies.
—¡Qué bonito nombre!
Volvió a hacer el mismo movimiento de manos y apareció una segunda moneda de chocolate.
—Dos monedas para la niña linda.
—Gracias —antes de que agarrara ambas monedas en la misma mano que tenía uno de los brownies, Tabatha le quitó el postre de la mano previendo un desastre chocolatoso—. ¿Cuidas mi brownie? Después me lo como, pero no te lo comas, me lo voy a comer yo.
Tabatha se rio. A veces, una vez cada que estaba muy emocionada, Sabina hacía oraciones así y le resultaban muy cómicas, más por las clásicas muecas infantiles con las que se expresaba.
∞∞∞
La velada continuó sin malos tragos, entre muchas risas, chismes provincianos, uno que otro baile y varias copas de vino. Luciano y Tabatha se encontraron platicando juntos un par de ocasiones, y en compañía de terceros unas veces más. Realmente, esa noche como otras, estaban en la misma fiesta pero en caminos distintos que se cruzaban muy poco.
Luciano se topó con un primo de Tabatha, hijo del tío Fred según pudo relacionar Luciano. Descubrió que empezaría la universidad en enero, se pasaría el otoño con un amigo de su padre que era director de cine.
—Seguro me tocará llevarle el café, pero es algo. A cambio veré cómo se hace toda la grabación.
—¡Ja! Eso es suficiente, tengo un amigo que necesitaba un termo de dos litros para trabajar.
—He escuchado algo similar del director.
—¿Ah, sí? ¿Cómo se llama?
—Tim Fonz.
—¡Fonz es un pozo sin fondo! Suerte con él, chavo —le dio un golpecito en el hombro. El muchacho tenía los ojos abiertos de par en par.
—¿Lo conoces? —Preguntó incrédulo.
—Es el amigo de los dos litros de café, trabajo con su hermano, Jim, en Daggry Studios. Vas a aprender mucho con Tim, sabe muchísimo del medio.
—Oh, mierda.
Luciano hizo una mueca e iba a preguntar qué demonios sucedía cuando se dio cuenta que el muchacho miraba por encima de su hombro, a la distancia vio que Tabatha también se giraba. De inmediato palideció y tomó a Sabina por el hombro con un poco más de fuerza de la que pretendió. La niña se quejó, pero Tabatha no la soltó.
—Que alguien aleje a mi papá de tía Maléfica —susurró el primo.
—¿Tía Maléfica? —respondió Luciano tan bajito como él.
Se veía el parecido a la villana a la distancia, incluso había llegado acompañada del cuervo, papel interpretado por Adrian si cualquiera le preguntaba al primo de Tabatha. No se parecía en nada a su hija, Adrian se parecía más a ella si acaso y no estaban emparentados. La señora era guapa, como la recordaba Luciano, y tenía un porte muy elegante, pero eso parecía ser de familia.
—¿Qué opinas Brad? —Preguntó Luciano para romper el silencio que se había asentado entre ellos.
—Que yo necesito buscar a mi padre y tú a Tabatha, sabrás bien que no la lleva con su madre... o con Adrian.
—Ni me lo digas... —Murmuró recordando el encuentro casual en la casa para adultos mayores.
—No sé qué estaba pensando la abuela Mimí.
Luciano sí se imaginaba lo que pensó, porque él hacía lo mismo justo en ese momento, estando en la fiesta de una familia como esposo amorosos de Tabatha. Daba su mejor cara, cuidaba las apariencias.
∞∞∞
Tabatha se encontró con su abuela de camino a las escaleras, había decidido que ya era muy tarde para Sabina y la metería a la cama. En realidad, cualquiera que la conociera sabía que andaba en modo de evasión a su madre y su acompañante, de quien no quería ni pensar el nombre. Con un poco más de voluntad ni siquiera regresaría a la fiesta, podría explicar al día siguiente que se quedó dormida con Sabina.
«Una cosa es darte a la fuga para llenarte de energía y enfrentar a la bruja. Y otra muy distinta es ser una cobarde.»
—Dios mío, abuela. ¿No pudiste avisarme?
—Me enteré hoy que tu madre estaba en el pueblo... no podía no invitarla.
—No respondiste mi pregunta.
—No sé, no sé por qué no te dije —la abrazó fuerte, le dio un beso en la mejilla y se separó—. Quizá para evitar que te amargaras la tarde y el resto de la fiesta. Sabes, linda, que tu mamá es impredecible y luego ni siquiera asiste a las fiestas de la familia.
—¿Por qué invitarlos? Nadie los quiere aquí —dejó caer los hombros al encontrarse al borde de las lágrimas. Antes de que pudiesen escaparse las lágrimas, Tabatha se las limpió con cuidado de no correr el maquillaje. Miró al techo y parpadeo varias veces—. Ni siquiera puedes ver en pintura a Adrian. Todavía el otro día te peleaste con él.
—Verás, querida. La apariencia es algo que siempre debes cuidar y más cuando hay alguien a tus espaldas.
—Abuela... —dijo quejosa—. ¿Apariencias? ¿Quién hablaría de nosotras?
—La Perla del Sur es esencialmente un pueblo que se alimenta de chismes. ¿O lo has olvidado?
La mirada de Tabatha se oscureció. No, era imposible olvidarlo.
—Lleva a Sabina a dormir y regresa un ratito. Pasa un rato con tu esposo, andan muy perdidos el uno del otro.
Tabatha se mordió la lengua, pero no fue suficiente para controlarse.
—Abuela...
—Sí, se están separando, ¿y qué? Probablemente si andas sola terminarás astral, ¿así dicen, no? Cuando quedan privados de sus sentidos por el alcohol.
—¡Abuela! Sabina presente, gracias.
La abuela rodó los ojos y prosiguió.
—Lo que te digo es que vayas con Luciano, bailen un poco, platiquen con Brad y el tío Fred... son otros dos que no pueden ver ni en pintura a tu madre y Adrian.
—Porque ellos saben.
—¡Yo también sé!
—Digamos que no cuentas,abuela —le dio un beso en la mejilla, señal de su inminente partida—. Ahora si me permites...
∞∞∞
EL DIARIO DE TABATHA
Cuando Luciano me encontró sentada en el barandal de la terraza trasera, sola y con una copa de vino entre mis dedos, yo ya tenía la lengua floja. Balanceaba los pies a unos metros del estanque que se extendía hasta el otro extremo del barandal y solo desaparecía un par de metros debajo de las escaleras. Estaba descalza. No sé en qué estaba pensando el segundo que Luciano posó su mano en mi hombro.
Volteé y no pude hallarlo más guapo. La luz de la lámpara caía exacto sobre sus ojos, haciéndolos ver brillantes y de un azul casi transparente. Por sus ojos me moría, fue lo primero en lo que me fijé, lo primero de lo que me enamoré.
«Oh, Dios... ¿qué sé yo de amor si he fallado catastróficamente en dos ocasiones? Mis únicas ocasiones.»
Y digo que tenía lengua suelta, porque no se quedó como un pensamiento. Se le dije. Me maldigo ahora. Abrí la puerta, lo invité a pasar y él, Luciano, sin saberlo, pasó a ese pequeño lugar al que no había dejado entrar.
—Un día encontrarás a alguien que te de lo que necesitas, Tabby.
—Ya no habrá otra vez.
—¿Cómo no? Dicen que la tercera es la vencida.
—¡Para mí no hay tercera, Luciano! —Le grité. Entonces, Luciano olió mi aliento a alcohol, a vino—. Entiende. No habrá. No quiero... ya es suficiente.
—Todavía eres muy joven para decir eso... quizá ese fue nuestro error.
—Mi error fue creer que el amor es un evento extraordinario que me podía suceder... lo creí dos veces... y las dos veces fallé a lo grande —me limpié las lágrimas mientras hipeaba—. Yo pensé que mi mala suerte se quedó con Adrian y mira dónde estamos... no, no literalmente. Oh, Dios.
Luciano se acomodó a mi lado, con el cuerpo apoyado en el barandal y sus manos en sus bolsillos.
Una pregunta llevó a la otra o mi falta de filtro en la conversación. "¿Por qué tanto rencor a Adrian?" fue la pregunta que hoy más recuerdo. Había prometido jamás decirle, pero cuando estás bajo los efectos del alcohol, como yo, dices cosas que no dirías estando sobrio. Y yo le dije, de principio a fin, le conté de mi gran enamoramiento y el desprecio de mi madre... de cómo lo veía más como su hijo que a mí como su hija. Le conté cómo eso nos había separado desde siempre y aún con eso, yo lo quise.
—Pero solo fue tu primer amor, es pasado, eran niños. ¿Por qué guardarle rencor?
—Porque no te he contado todo —Luciano alzó una ceja y torció la mandíbula sintiendo que lo que seguía le caería en el hígado—. No éramos niños cuando eso terminó, si es que algo alguna vez empezó. Fue mi primer todo y me dejó humillada. ¿Entiendes la gravedad del "todo"? —Los músculos de Luciano se tensaron y una corriente caliente subió su pecho. Me reí de mi yo del pasado, la niña ilusa que se entregó para ser convertida en añicos—. Esa misma noche regresó con su ex. ¿Ahora entiendes?
—¿Por qué no lo dijiste?
Me encogí de hombros, no podía mirarlo a la cara, no podía ver su expresión... era demasiado doloroso.
—Para que no me miraras así... con lástima.
Junio 2016.
∞∞∞
¡Hola! ¿Cómo pasaron estos días festivos? :3
Ya casi llegamos a la mitad de la historia, ¿qué les está pareciendo? ¿Creen que puedan arreglar sus diferencias o ya no tienen salvación?
No olviden dejar sus comentarios, muero por chismear con ustedes un poco. ¡Ah! Antes de que se me olvide, ando subiendo cosillas que me recuerdan a la historia al grupo de lectores... por si les interesa ;)
Chispas, se me súper olvidaba... para más detalles del episodio Tabatha-Adrian pueden ir a "La princesa que soñó con un unicornio".
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