VIII. Eventos extraordinarios
L.
Recuerdo sus palabras.
"Amarás tu trabajo sobre todas las cosas."
Sonrió con tristeza.
"No puedo más, Luciano."
∞∞∞
Durante los días de enfermedad, Luciano no fue el mejor enfermero en cuanto a dar las medicinas. Tabatha odiaba los medicamentos que no fuesen naturales, en realidad, evitaba cualquier cosa con químicos y conservadores. En eso siempre estaría de acuerdo con Luciano, sin embargo, en esa ocasión eran necesarias las medicinas tradicionales por prescripción del médico del pueblo.
—¿Estoy tan tirada a la desgracia que es necesario químicos en mi sistema para que no desfallezca? —había preguntado Tabatha con una taza de té en la mano y una frazada cubriéndola casi por completo.
El doctor había reído y argumentado que era urgente frenar las náuseas y vómitos para que se pueda rehidratar correctamente. Bajo esas premisas, Luciano se adjudicó la obligación de ver —e incluso hacer— que Tabatha se tragara las pastillas.
—Ya no más medicinas —dijo Tabatha esa mañana al bajar a desayunar. Luciano ya estaba en la cocina preparando una sopa de verduras que Sabina, sentada en la mesa de madera, ya avisaba que no se comería—. Suficiente por un año.
Luciano le pidió a Sabina la receta médica de su madre, la leyó y siguió revolviendo las verduras.
—Ya no más medicinas —afirmó.
Tabatha se fue a sentar cerca de Sabina.
—¡Mamá, mamá! —gateó hasta ese extremo de la mesa para luego tirarse a sus brazos—. ¿Ya estás bien? —preguntó con voz dulce y mirada de cachorro.
La pequeña cerró los ojos y se alejó cuando su mamá intentó quitarle las lagañas, pero Tabatha no se dejó vencer. Rodeó a Sabina y la cargó hasta el lavabo —a un lado de la puerta que daba al jardín— para limpiarle toda la cara, porque también tenía restos de mermelada de fresa y pan... en todo el rostro.
—Ya estás, limpia y bien guapa —le plantó un beso en la frente antes de regresarla a la mesa.
—¿Me prestas mi celular? —Dijo Sabina extendiendo la mano.
Luciano se volteó interesado en el desenlace.
—No es "mi celular", Sabi —la corrigió acompañando sus palabras con el dedo índice marcando el "no"—. Se dice "¿me prestas tu celular?". El celular es mío —se lo pegó al pecho para marcar la diferencia— y yo te lo presto.
Luciano curvó los labios. Tabatha lo miró de reojo unos segundos, pues fue cachada y la vergüenza se la comió.
—¿Me prestas tu celular? —Volvió a pedir la niña.
—Claro, toma.
Más tardó Tabatha en corregirla que Sabina en poner la música que quería: la navideña.
—Chale, esta niña se las sabe todas.
—¿Eso? ¿Lo sabe hacer desde hace tiempo?
«Joder», pensó Luciano viendo la decepción pintando la cara de Tabatha. No podía evitar sentirse mal consigo mismo. Cosas pequeñas del día a día las debía saber, ¡era su hija! ¿Qué otra cosa hacía y él no sabía? Aquello lo llevó a preguntarse qué tanto la conocía en realidad. La visitaba y salía con ella los sábados, además era el encargado de llevarla a la escuela.
«No es suficiente, en un par de horas no conozco sus manías, sus sueños o sus miedos.»
Y ahora la tendría mucho más lejos que antes.
∞∞∞
La habitación de Sabina llevaba con la misma decoración desde que Tabatha estaba pequeña. Dos paredes estaban tapizadas con un papel de flores en tonos pastel, una estaba ocupada por el armario y la tercera era la víctima de Luciano. La convertiría en un mural de cuentos de hadas para Sabina, ella había ayudado —los días que Tabatha estuvo enferma— a seleccionar cuáles personajes quería y el lugar que iban a ocupar en su pared.
Le llevaría tiempo terminarlo, estaba consciente de eso. Significaba un compromiso de varias semanas, quizá un par de meses por su trabajo, pero estaba dispuesto a terminarlo. Quería hacer algo para Sabina, algo que la hiciera feliz y convirtiera su cuarto en algo más suyo.
Después de comer se puso a bosquejar en su laptop el diseño que ya había perfeccionado en cientos de servilletas, porque Sabina siempre quería cambiarle algo. El mural sacaría lo más sensible del corazón de Tabatha. En uno de los tercios laterales estaría una niña tan rubia como Sabina —o sea, Sabina— montada en un majestuoso unicornio blanco.
«Tabatha siempre ha dicho que los unicornios traen cosas extraordinarias.»
Cada vez escuchaba menos que hablara de ellos, antes le contaba cuentos a Sabina antes de dormir y siempre salía un unicornio. Luciano escuchaba a escondidas, era hermoso verlas acurrucadas en la cama de Sabina, una metida en la historia y la otra creando mundos inimaginables. Quizá el recuerdo de esas noches, ya muy lejanas, lo llevaron a poner al unicornio.
«Y Sabina siempre será lo mejor que le pudo pasar en la vida.»
—¡Wow! —Exclamó Sabina cuando su papá prendió el proyector y la imagen se plasmó en la pared—. ¡Ahí estoy yo!
—¿Te gusta? Así quedará tu pared.
—¡Sí! —Brincó de la cama y salió a buscar a su mamá, que descansaba en la habitación al final del pasillo—. ¡Mira, mamá! —dijo cuando regresó tirando de Tabatha.
La mujer se acomodó detrás de la oreja un mechón que se había salido del recogido. Observó con detenimiento cada detalle, desde el árbol de flores rosadas a la izquierda hasta el unicornio a la derecha, en el centro, detrás de unas colinas con un sendero amarillo, pequeño por la lejanía, se veía el castillo de la Cenicienta solicitado por Sabina. Había hadas y rinocerontes mágicos, además de un sol muy divertido.
—Está impresionante —fue lo único que alcanzó a decir por la sorpresa.
—Gracias.
—Dios mío, Luciano. Tardarás años en terminarlo.
—No importa, es de mí para ella.
—¿Para que lo vea cuando no estés y se acuerde de ti? —Tabatha levantó una ceja.
Luciano negó con la cabeza.
—Para que no pierda el don de la imaginación.
∞∞∞
EL DIARIO DE TABATHA
Y me desarmó. Me esperaba otra respuesta, si es que recibía respuesta alguna. Pero no, habló con sinceridad y tan relajado que me pregunté qué había movido su corazón. Lo podía leer cual libro abierto, se notaba la ilusión en su rostro, quería pintar ese mural y dejárselo a Sabina, esa niña que empezó a hablar sin cesar de por qué había decidido poner cada elemento en tal o cual lugar. Ella también estaba encantada, sobre todo porque tenía a su padre todo el día en la casa, casi parecíamos una familia normal tras una semana juntos.
Casi.
Casi.
Era casi un evento extraordinario, casi...
"El único evento extraordinario ha sido el nacimiento de Sabina", me dije y lo repetí sin apartar los ojos de Luciano, un Luciano hechizado con su creación. Casi... casi se parecía al Luciano del que una vez estuve enamorada, porque es imposible que siga amándolo.
O eso me repito.
Junio 2016.
∞∞∞
Espero les esté gustando :3 el siguiente capítulo tendremos un pedacito de celos y una abuela muy genial.
¡Los veo en los comentarios!
PD: Mil gracias por el apoyo que le han dado :3 alcanzamos el #27 en el ranking de la categoría :O ¿pueden creerlo? ¡Qué loco!
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