IV. Las explicaciones
L.
¿Cómo me enamoré de ella?
Pues...
En caída libre y sin seguro de vida.
∞∞∞
La camioneta que manejaba Luciano, no propia sino de su madre, estaba atestada de cajas. Ropa, objetos de valor, los instrumentos de Tabatha y un sinfín de chucherías pertenecientes Sabina. Además, había pasado por papel tapiz y suficiente pintura para hacer un mural en la habitación de Sabina, uno aún mejor que aquel que hizo para la llegada de la pequeña a su vida.
Ya tenía el dibujo planeado en su mente, cientos de servilletas fueron víctimas de sus garabatos a lo largo del viaje, que por cierto duró más de lo previsto por una serie de diosidencias. Bien sabía que le costaría el enojo divino de Tabatha. ¿Le importaba? La verdad es que no. En primer lugar, porque ya estaba acostumbrado a ser el villano de la historia, como dicen, le entraba por un oído y le salía por el otro. En segundo... esos dos días aprendió más de lo que creyó posible, sintió más de lo que había sentido en meses y su corazón mecánico despertó por un instante.
Había sido una aventura impresionante y eso valía todas las rabietas —como él las llamaba— de Tabatha.
«En unos meses ya no tendré que soportarla.»
A diferencia de su esposa, Luciano no reparó en la belleza de la montaña o el canto de los pájaros, de la fauna. Tan sólo manejó hasta la finca, con la vista fija al frente, ignorando todo lo que estuviese más allá del camino. Desconocía la posibilidad de un venado cruzando el camino de terracería o Calixto de vagabundo, entonces hubiese andado con mayor cuidado.
Recordaba la belleza de la casa de la abuela de Tabatha. La conoció justo la noche que le propuso matrimonio, ya varios años atrás, uno antes de la llegada de Sabina a sus vidas. Si la memoria no le fallaba, había llegado a la visita siendo "novio de tres años" y al regresar de un paseo por el bosque, justo para cenar, fue presentado ante el resto de la familia como "mi prometido, fulanito de tal". Tabatha no lo llamó fulanito de tal.
«Yo sonriendo por ese recuerdo. Compórtate, Borelli.»
Estacionó la camioneta a un costado de la casa y casi al mismo tiempo en que salió, la ventana del segundo piso se abrió y un grito lo obligó a levantar la vista.
—¡Papááááá! —Se tiró sobre el alfeizar, menos de un segundo después apareció Tabatha detrás de ella abrazándola por la espalda—. ¡Papá! ¡Papá!
—¡Rapunzel, Rapunzel! ¡Deja tu cabello caer! —Cantó con una dramatización que sacó una risa de Tabatha, hasta ese momento Luciano le hizo un gesto con la cabeza a modo de saludo. De inmediato Tabatha borró la curva de sus labios y frunció el ceño, levantó a su hija y se dispuso a alejarse—. Tabatha, por favor... no empieces.
—¿Que no empiece? Por Dios, Luciano —bufó rodando los ojos—. Y no me digas "puedo explicarlo", estoy cansada de tus excusas.
—No te iba a explicar.
—¡Luciano!
—Lo que se ve no se pregunta.
—¡No eres Juan Gabriel, pendejo!
Luciano respiró profundo y contó hasta diez.
«No vale la pena discutir con ella. Tranquilo, no le respondas.»
—¿Me abres? —Preguntó con el tono más tranquilo que pudo y se pasó la mano por el cabello—. Tengo cosas que te interesan.
∞∞∞
En tres días, entre Tabatha y Don, consiguieron erradicar hasta la más pequeña partícula de polvo. Lo sabían porque Sabina, como la buena exploradora que era, dejó de estornudar cuando se metía en su papel. Las sábanas que protegieron los muebles y las pinturas yacían en el desván, no muy acomodadas por... Sabina y su gusto por jugar con todo lo textil. Ahora la casa se veía tal cual estuvo durante la infancia de Tabatha y según recordaba Luciano.
Del techo de doble altura colgaba un candelabro que iluminaba el recibidor. Luciano se quedó sin habla, si en algo fallaba su memoria era en eso, lo notaba más brillante y con un diseño más intrincado.
—Me quedó bonito, ¿verdad? —dijo Don reconociendo el asombro en Luciano.
Tabatha lo había mandado a abrir la puerta e invitar a Luciano al interior, ella tenía que terminar de arreglarse. Claro, no podía bajar con el cabello de bruja con el que había andado todo el día, tenía que arreglarse. Como sus amigas decían, debía "mostrarle lo que ya no podría ni tocar", palabras exactas de una de ellas.
—Puede tomar asiento, Tabatha no tarda en bajar —señaló la sala a la derecha, desde allí podría ver a las chicas encaminarse a las escaleras.
—Gracias, Don —le sonrió en agradecimiento—. ¿Al rato me puedes echar una mano bajando las cosas de las chicas?
—Claro.
—Yo te aviso, Don. Muchas gracias.
Únicamente se sentó, ni siquiera le dio tiempo de echar un vistazo al libro en la mesita, cuando, por segunda vez en el día, se escuchó el sonoro "papá" de Sabina. Se levantó de un brinco y fue a buscar el origen de esa voz, la sonrisa ensanchándose conforme se acercaba. Su hija tenía la cabeza metida entre dos postes, sabía a simple vista que no se atoraría, el espacio era suficiente para que se quitara sin problemas. Sin embargo, no dejaría que pasara el resto de su cuerpo, así que no estaba en peligro inminente de caer del segundo piso.
Se detuvo en cuanto quedó a menos de un metro del barandal. Sabina se había sentado en el suelo abrazada al pilar, sus piernas colgaban y Luciano le dio pequeños golpecitos para hacerlos ir y venir.
—Papá —dijo con la risa subiendo por su pecho.
—¿Sí, pequeña?
Sabina arrugó la nariz.
—¡Papááá! No soy pequeña —y se sentó sacando el pecho—. ¡Tenemos perro! ¿Lo viste? Se llama Cali... Cali... Calic... ¡Clixto! —Sonrió todavía más al conseguir decir su nombre, se le dificultaba bastante.
—¿Y dónde está?
Sabina se encogió de hombros e hizo un pucherito.
—No sé —hizo un minuto de silencio—. ¿Por qué tardaste? —preguntó de repente, un cambio abrupto en el tema.
—Tuve una gran aventura —la cara de Sabina se iluminó.
—¿Aventura, papá?
—La más grande aventura que te imagines.
—¿Viste a E. T.?
—¿Mamá te puso la película? —inquirió Luciano arqueando una ceja.
—¡Sí!
—Pues no... mi aventura no fue tan genial como hablar con E. T.
Sabina soltó un suspiro de decepción.
—Mi aventura me llevó a conocer lo más lejano de la selva y encontré una princesa perdida...
Con ademanes y muecas, con cambios de voz y silencios, contó la más grande aventura del siglo. Una donde ayudaba a un grupo de rescatistas a encontrar a la princesa que se había extraviado en una de sus caminatas. Luciano era un cuentacuentos nato, hechizaba y transportaba a otro mundo. Escucharlo con su voz suave y pausada, con inyecciones de la emoción más certera cuando era necesaria, enamoró a Tabatha en un inicio... antes de los conflictos, mucho antes de estallar, astillarse y llegar a un punto sin retorno.
∞∞∞
EL DIARIO DE TABATHA
A veces me pregunto si pudimos salvarnos, no uno del otro... no tendría a mi Sabina, mi granito de creciente felicidad. Me refiero a salvar nuestro amor, el matrimonio, el ambiente de nuestra casa. Si no por nosotros, por Sabina.
Escucharlos ablandaba mi corazón, pero también lo marchitaba el ser consciente de lo que nuestra separación causaría en su futuro. Como hija de padres divorciados no necesito explicaciones, lo sé de primera mano.
No quiero eso para ella, tampoco quiero que viva las discusiones ni las peleas.
Sabina se merece más... se merece el universo y más.
Mayo 2016.
∞∞∞
Espero les haya gustado y no odien a Luciano, es un buen tipo.
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