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Miré a Octavio buscando una explicación, pero él parecía estar tan confundido como yo ante la noticia. Incluso Ligeia y la emperatriz estaban igual de aturdidas que nosotros dos al saber que teníamos tan poco tiempo.

—Pero eso... eso apenas nos da margen para los preparativos —intervino la madre de Octavio, cuidando sus palabras y modulando su tono al dirigirse a su esposo—. Un acontecimiento de este calibre necesita meses de preparación.

La expresión del Emperador no se inmutó ante las justificaciones de su mujer, aún entretenido en evaluarnos a Octavio, Perseo y a mí con sus fríos ojos verdes. Mi pulso empezó a acelerarse al saber que el objetivo de aquella cena a la que había obligado a su hijo a arrastrarme no había sido más que un hábil señuelo con el que atraernos hasta aquella trampa. ¿Desde cuándo llevaba planeando adelantar la fecha de nuestra boda? A juzgar por el modo en que mi prometido le devolvía la mirada a su padre, era como si hubiésemos retrocedido en el tiempo y Octavio hubiera descubierto la triquiñuela del Emperador frente a los emisarios, utilizando a su hermana como medio.

Otra prueba más.

El comedor familiar se sumió en un tenso silencio, roto solamente por el sonido que emitía la cubertería dorada del hombre contra la superficie de los platos, del mismo color... incluso valor. El Usurpador parecía ser el único comensal que no había perdido el apetito y continuaba degustando las finas lonchas de carne que le habían servido; el resto de nosotros trataba de lidiar con la noticia. Con la certeza de que, en menos de unas semanas, me convertiría en la esposa de Octavio.

—Creo que es demasiado apresurado —se atrevió a hablar mi prometido. A pesar de su fachada de aparente tranquilidad, el modo en que apretaba los puños sobre la mesa delataba que estaba haciendo un gran esfuerzo por mantener las apariencias—. Y que es una decisión que deberíamos tomar Jedham y yo.

Quise hundirme en mi silla al ver cómo el príncipe heredero me arrastraba de nuevo a la conversación. No obstante, su padre se limitó a echarme un rápido vistazo antes de volver a mirar a su primogénito.

—No esperaba esta reticencia por tu parte —le dijo a Octavio en tono banal, casi pensativo, hundiendo el cuchillo en el trozo de carne con un sinuoso movimiento que me produjo un escalofrío—. Creí que estarías más que de acuerdo con la decisión, teniendo en consideración lo rápido que caísteis en brazos el uno del otro.

A pesar de haber empleado un tono normal, no pude evitar sentir cierta amenaza en sus palabras. El Emperador parecía estar buscando arrinconarnos a ambos con aquella decisión irrevocable, lo que me hizo preguntarme si no sabría la verdad... O parte de ella.

Ligeia y su madre se mantenían al margen después de la intervención de la emperatriz; me fijé en que la mujer intentaba no removerse en su silla, lanzándole breves miradas de sospecha a su esposo. Incluso Perseo había optado por quedarse en un segundo plano tras haber logrado deshacerse de la atención del Usurpador; el rostro del nigromante parecía haberse convertido en un fiel reflejo de su máscara plateada.

—Y lo estaría, padre —le respondió Octavio, midiendo su tono—, si nos hubieses dado un poco más de margen de actuación. Madre estaba en lo cierto al señalar que, un evento tan importante como lo será mi boda con Jedham, necesita más tiempo... En especial por el mensaje que queremos mandar a nuestros vecinos.

Una chispa de interés se prendió en los ojos del Usurpador.

—¿Y qué mensaje es ese? —quiso saber.

—Que estamos dispuestos a intentar enmendar los errores del pasado —respondió Octavio sin dudar, sosteniéndole la mirada a su padre.

Una sonrisa que no supe cómo interpretar se formó en los labios del Emperador ante la respuesta de mi prometido.

—Así es —coincidió con Octavio, dejando lentamente la cubertería sobre el plato—: queremos enmendar viejos errores del pasado. Y por eso no voy a ceder ni un ápice en mi decisión, hijo mío: la boda se celebrará a finales del próximo mes —todos nos tensamos cuando vimos al hombre tomar la copa de oro y alzarla. Su sonrisa seguía siendo tan afilada como al principio—. Por el futuro del Imperio.

Como si el poder de nigromante de Perseo me hubiera convertido en una marioneta, levanté mi propia copa junto al resto de comensales. Mi mirada tropezó con la de Octavio, cuyos ojos estaban llenos de recelo.

—Por el futuro del Imperio.

El eco de nuestras voces se entremezcló mientras nos uníamos al brindis del Emperador.


Siguiendo los deseos de su padre, fui obligada a introducirme de lleno en el corazón de la corte imperial. El Usurpador, por medio de sus consejeros, se había encargado de confeccionarme una apretada agenda que me mantenía lejos de mis aposentos prácticamente todos los días; bajo el pretexto de que la futura emperatriz necesitaba conocer de primera mano a todos aquellos que algún día formarían de nuestra propia corte, me vi arrastrada a una sucesión de encuentros en los que a veces me acompañaba Octavio y, en otras, las más usuales, eran mis nuevas damas de compañía las que se encargaban de mantenerse a mi lado.

Aquella tarde, mientras mi prometido había sido casi secuestrado a la fuerza por un grupo de jóvenes perilustres, Aella y yo nos dedicábamos a contemplar a algunos invitados que cuchicheaban en pequeños círculos. Tras mi esclarecedora conversación con la prima de Perseo, quizá movida por el egoísta impulso de tenerla cerca de mí por los vínculos que la unían al nigromante, había tomado la decisión de ayudarla en su búsqueda de un potencial futuro marido.

Por eso había dejado que el resto de mis damas se dispersaran por la sala, dejando que fuera Aella la que permaneciera junto a mí.

Ambas nos tensamos a la par cuando un joven perilustre se acercó hacia nosotras con una sonrisa comedida. Procuré que mi expresión no variara ni un ápice mientras Aella le daba un rápido repaso al recién llegado con discreción.

—Alteza Imperial —se dirigió a mí en primer lugar, empleando un título que todavía me resultaba ajeno—. Milady.

Por el rabillo del ojo pillé a mi dama de compañía esbozando una coqueta sonrisa y dedicándole una inocente caída de pestañas. Tras el tiempo que habíamos empezado a pasar juntas, ese tipo de pequeños detalles ya no me resultaban desconocidos: aquel perilustre había llamado su atención.

Sin embargo, no tuve oportunidad de seguir indagando en las acciones de Aella, ya que llegó el temido momento de devolver el saludo... y desconocía la identidad del chico que aguardaba frente a mí, aún sonriente.

Por suerte para mí, Aella parecía haber dejado a un lado su actitud casi hostil y salió a mi rescate, empleando un tono dulce:

—Licinio.

La sonrisa del chico se volvió más luminosa cuando escuchó a mi dama de compañía pronunciar su nombre. Sabiendo que toda la atención había recaído en Aella, opté por quedarme al margen y observar el intercambio entre los dos, feliz de no tener que verme absorbida por una conversación en la que no aportaría lo más mínimo.

Mientras mi dama de compañía y el joven perilustre conversaban sobre los últimos cotilleos que corrían en la corte imperial, en los que se habían visto envueltos una joven de buena familia y el hijo de un importante comerciante, dejé que mi mirada vagara entre la multitud. Entrecerré los ojos al divisar a Octavio; mi prometido parecía haberse librado de aquel corro de perilustres ansiosos por conocer más detalles sobre nuestro compromiso y se dirigía hacia una mesa donde los sirvientes del palacio habían colocado las bebidas.

Con Aella y Licinio totalmente abstraídos, me deslicé con sigilo hacia el príncipe heredero. Gracias al Emperador y su implícita orden de que empezara a comportarme como la futura esposa de su primogénito, apenas habíamos tenido tiempo para vernos; por no mencionar el frenesí que trajo consigo la noticia de que nuestra unión finalmente se celebraría a finales del próximo mes.

Tenía mis sospechas sobre por qué últimamente Octavio parecía encontrarse tan ocupado, pero opté por guardármelas para mí.

—¿Octavio? —llamé a mi prometido con cautela.

El cuerpo del príncipe se tensó unos instantes, hasta que comprobó que solamente era yo. Me fijé en su tez pálida y en las ojeras que destacaban sobre su cansado rostro; incluso su familiar aire divertido parecía haberse apagado. ¿Qué estaba sucediéndole?

—Octavio —repetí con más suavidad, alzando un brazo con indecisión—. Octavio, ¿qué es?

Mi amigo dejó escapar un suspiro antes de tomar un cáliz de la mesa. Un leve temblor hizo que el contenido se agitara en el interior del recipiente; la preocupación que me atenazaba empezó a transformarse en ansiedad por intuir que algo grave debía estar sucediéndole.

Apoyé mi palma contra su brazo.

—Habla conmigo —le pedí—. Somos un equipo, ¿no es así?

Octavio bajó la mirada hacia el vino de la copa.

—Mi padre se ha vuelto muy insistente respecto a... nosotros —me confesó a media voz—. Ya no solamente al adelantar la fecha de nuestra boda, sino a otros aspectos de nuestra relación.

Fruncí el ceño. El Emperador había soltado aquella bomba días atrás, durante la primera cena familiar a la que había asistido por obligación; tras esa dura primera prueba, me había visto arrastrada algunas noches más a compartir otras tantas veladas junto a la familia completa de mi prometido. Tanto la emperatriz como mi madre se habían volcado por completo en adelantar todos los preparativos posibles, dadas las nuevas órdenes del Usurpador; eso había ayudado a que se me viera más dentro de la corte imperial y que los primeros detalles sobre la ceremonia empezaran a engrosar los chismorreos.

Ante mi silencio, Octavio añadió:

—Me está presionando para que no esperemos hasta nuestra noche de bodas.

Un ramalazo de rabia inundó mis venas al atisbar la visible incomodidad de Octavio a las presiones de su padre. Pero ¿por qué insistir a su hijo para que me arrastrara hasta su cama? ¿Acaso no sería un escándalo dentro de la corte imperial si alguien se hacía eco de los rumores, extendiéndolos? Conocía de cerca el celo con el que las familias perilustres protegían la virginidad de sus hijas; sabía que, entre ellas, la pureza de las jóvenes era una poderosa moneda de cambio. ¿Por qué arriesgarse el Usurpador...?

—Sé que es otro tipo de prueba.

No era la primera vez que decía algo así de su padre. Durante la llegada de los emisarios de nuestro país vecino, el Emperador olvidó convenientemente de avisar a Octavio, dejando que fueran Ligeia y Perseo quienes ocuparan el lugar destinado a mi prometido; era evidente que ese tipo de comportamiento era habitual en su padre, a quien le gustaba presionar a su primogénito.

—Pero no entiendo qué pretende con todo esto —agregó Octavio con tono frustrado. Devolvió el cáliz sin tocar a la mesa, llevándose la mano a los cabellos para mesárselos con fuerza—. No soy capaz de ver su plan.

—Octavio...

Los ojos verdes de mi prometido me devolvieron la mirada con fiereza, recordándome la promesa que me hizo en mis aposentos, antes de acompañar al sanador para que compartiera con su padre los resultados de su examen.

—Sea lo que sea que esté maquinando, no voy a forzarte a que hagas nada sin consentimiento —me aseguró y supe que estaba refiriéndose a lo que su padre le había estado exigiendo.

Una media sonrisa afloró en mis labios.

—Sé que jamás lo harías, Octavio —le respondí, con convencimiento; luego froté su brazo con cariño—. Encontraremos el modo de lidiar con la petición de tu padre.

Podía comprender los reparos de mi prometido a cumplir con las exigencias del Emperador. Sabía que todo aquello era algo a lo que tendríamos que enfrentarnos en el futuro, pero el Usurpador apenas le había dado un respiro al príncipe heredero; por algún motivo que todavía se me escapaba, estaba acelerándolo todo de manera intencionada.

Una sonrisa de alivio apareció en el fatigado rostro de Octavio, haciendo que parte de mi preocupación por él se disipara.

—Roma ya está trabajando en la búsqueda de tus propios nigromantes —me desveló entonces, cambiando diametralmente de tema de conversación.

Pestañeé con sorpresa al escuchar que la madre de Perseo sería la encargada de hallar a mis nuevos guardianes.

—Ella es a la persona a quien mi padre acude para este tipo de decisiones —explicó Octavio—. Irshak o los nigromantes de la emperatriz y Ligeia fueron escogidos de forma personal por Roma.

No pude evitar cuestionarme a quién elegiría la nigromante para que vigilaran todos mis pasos. El Emperador estaba interesado en que me fueran asignados lo antes posible, dadas mis nuevas responsabilidades dentro de la corte imperial y los planes que guardaba de enviarnos tanto a Octavio como a mí en representación suya, lo que incrementaba la necesidad de que me fueran designados para poder aumentar nuestra seguridad.

—Muy pronto los conocerás, Jedham —me prometió.

Agradecí el entusiasmo con el que Octavio intentaba tratar el tema, con el propósito de convencerme de que no era tan mala como creía. Mi prometido había terminado por acostumbrarse, encontrando en Irshak el compañero idóneo tras varios intentos fallidos; Ligeia, por el contrario, parecía menos predispuesta que su hermano a ponerles las cosas fáciles a los suyos, a quienes había visto en contadas ocasiones.

—Estoy deseando que llegue ese momento —mentí.

Octavio me lanzó una mirada que transmitía que no se había tragado mi pobre intento de mentira. Haber aparcado el asunto relativo a su padre y sus exigencias parecía haber calmado a mi prometido, permitiéndole relajarse un poco más que cuando me había acercado a él.

—Hay algo más —me confió en voz baja.

Lo miré con interés, pegándome un poco más a su costado. Octavio inclinó la cabeza antes de susurrar:

—Ha llegado una misiva desde Assarion —hizo una breve pausa, en la que se humedeció los labios—. Y en ella hay un mensaje para ti.

Alcé la mirada bruscamente, topándome con sus ojos verdes. Sabía que Octavio había estado cumplimiento con diligencia nuestra parte del acuerdo, enviando mensajes en los que informaba de los planes del Emperador; descubrir que habíamos obtenido una respuesta hizo que se acelerara mi corazón.

Y más aún descubrir que había un mensaje específicamente dirigido a mí.

Vi a mi prometido llevarse una mano al pecho, haciendo que el papel que ocultaba debajo de la tela crujiera.

Con una sonrisa cómplice, me ofreció el brazo. Una vez lo entrelacé con el suyo, Octavio me condujo de forma casual hacia las puertas que conducían directamente a los jardines; debido al buen tiempo que parecía haberse instalado en la capital, el Emperador había decidido emplear las habitaciones más frescas dentro del palacio, muchas de ellas con acceso directo al exterior.

Fingiendo estar buscando algo de aire libre, Octavio y yo abandonamos el salón con paso lento. Por suerte para nosotros, la mayoría de invitados a aquella aburrida velada —cuyo motivo de celebración me resultaba ajeno— se encontraban en el interior del edificio; serpenteamos sin rumbo fijo, alejándonos de los ventanales y las puertas abiertas. Lejos de posibles ojos curiosos, contemplé a Octavio sacar la misiva que había mantenido todo aquel tiempo oculta.

El aire agitó el papel cuando me la tendió.

—Hubiera deseado habértela podido entregar antes —me confesó con apuro—, pero no quería arriesgarme a que cayera en manos equivocadas.

Mi mano tembló al aferrarla y dudé unos segundos antes de reunir el valor necesario para descubrir quién era el remitente.

Era de mi padre.

* * *

Estamos preparando ya nuestras mejores galas para tan anhelado momento de la boda del siglo en el Imperio????

O habrá alguien que se oponga a dicha unión ????


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