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Observé a Darshan desde la esquina de la celda que había reclamado como mía. Su enigmática respuesta aún continuaba dando vueltas en mi cabeza mientras mis ojos no eran capaces de apartarse de él; desde que los dioses parecían haberlo empujado para que obstaculizara mi camino, había tenido la irritante sensación de que nunca se había mostrado tal y como era. Que guardaba multitud de secretos.

Incluso ahora que parecía haber averiguado el mayor de ellos sabía que solamente era el primero, que Darshan ocultaba algo más.

Me removí contra la pared de piedra, ignorando cómo algunos bloques se me clavaban en la espalda. Las mazmorras estaban en completo silencio y, como la noche anterior, las sensaciones que me transmitía mi poder sobre los ocupantes de las celdas colindantes volvían a ser sofocantes.

—Tu madre intentó protegerte —empecé con voz ronca, llamando su atención—. ¿Por qué arriesgarlo todo convirtiéndote en un Sable de Hierro?

Después de rescatarlo de aquel callejón, acudiendo a un viejo conocido de Eo, aquel aprendiz de sanador nos mostró el tatuaje que tenía Darshan en el cuello: un sol partido por los picos de una montaña. En aquel momento creímos erróneamente que se trataba de un preso fugado de Vassar Bekhetaar, a ninguno se nos ocurrió pensar que se trataba de un Sable de Hierro destinado a ese horrible lugar; ahora conocía el peso de nuestro error: los presos eran grabados en la base de la nuca, no en el costado del cuello. Así era como se diferenciaban los unos de los otros en aquel infierno.

Darshan dejó escapar un suspiro, entendiendo el sentido de mi pregunta, lo que no me había atrevido a decir en voz alta por temor a que su secreto saliera a la luz.

—¿Ahora vamos a tener una emotiva conversación entre las sombras, pelirroja? —la sangre me hirvió al escucharle llamarme de ese modo, pero supe que lo había hecho a propósito para sacarme de mis casillas.

—Gilipollas... —mascullé.

Darshan se echó a reír entre dientes, pero no fue un sonido divertido.

—Lo hice porque era el único modo de acercarme a mi objetivo —su inesperada respuesta me dejó confundida unos segundos.

A través de la distancia volví a observar a Darshan, consciente de que había estado en lo cierto: ocultaba algo. Ser hijo de Roma no era el peor de los secretos que guardaba, pero... ¿cuál era? ¿El objetivo al que había hecho referencia?

—¿Objetivo? —presioné, curiosa.

Vi cómo su silueta se recolocaba en su rincón de la celda, extendiendo las piernas en busca de una posición más cómoda.

—Sí —fue su tajante respuesta. Luego le escuché suspirar de nuevo—: También quería ayudar a mi madre... a Ghaada —especificó a propósito—, a mi familia. Tú mejor que nadie sabes cómo son las cosas, ¿no es cierto, Jedham? Lo difícil que es salir adelante... sobrevivir...

Se me formó un nudo en el estómago. Ambos habíamos crecido en senos de familias humildes que habían tenido que luchar contra viento y marea por salir adelante, por darnos un futuro; sabía bastante bien a qué estaba haciendo referencia. Lo complicado que era intentar seguir a flote y lo fácil que era que un golpe de mala suerte te lo arrebatara todo. Desde niña había sido testigo de cómo el azar —y el poder de los perilustres, de los afortunados— se había llevado a muchas familias, provocando que perdieran sus pocas pertenencias sin que nadie pudiera hacer nada por impedirlo.

—Los Sables de Hierro me permitieron enviar dinero a casa, asegurarles un poco de estabilidad —la voz de Darshan se volvió ronca, y casi pude ver la intensidad de sus ojos grises en la penumbra de la celda—. Pero también me dio la oportunidad de protegerme de la vista de todos, y de estar al corriente de los planes del Emperador respecto a los nigromantes.

Un escalofrío descendió por mi espalda. Las familias más importantes de nigromantes habían sido exterminadas por órdenes de aquel hombre... o al menos las ramas principales, las encargadas de gobernar sus núcleos; eso había provocado una huida masiva de los pocos supervivientes, quienes debían haber intentado por todos los medios ocultarse de su mira.

—Cada vez somos menos —suspiró Darshan— y todos le pertenecemos.

«Todos no», quise decirle. Ghaada, su madre adoptiva, aún continuaba escondiendo su verdadera naturaleza entre las sombras; quizá ella hubiera ayudado a otros tantos a mantener su secreto a salvo. Quizá quedaran todavía otros nigromantes ocultos entre las calles de Ciudad Dorada.

El silencio se instauró entre nosotros mientras seguía rumiando la poca información que me había brindado Darshan sobre sí mismo. Su principal motivación era ese misterioso objetivo del que no había querido dar muchos más detalles; luego estaba su familia, a la que intentaba ayudar económicamente gracias a su posición como Sable de Hierro. Una salida que no me resultaba ajena: muchos jóvenes del barrio en el que habíamos crecido Cassian y yo habían decidido unirse a ellos con la esperanza de poder aliviar un poco la carga que pesaba sobre sus familias; un sueldo modesto para convertirse en un soldado más a las órdenes del Usurpador. Una medida desesperada para impedir que los suyos continuaran muriéndose de hambre.

Pero Darshan había encontrado en los Sables de Hierro, además, la excusa perfecta para tratar de esconderse y ocultar su verdadera naturaleza. Una oportunidad de oro para proteger a su familia de las redadas que se daban en ocasiones, buscando nigromantes que hubieran logrado burlar la ley.

—Dime, Jedham —la susurrante voz de Darshan se deslizó a través de la celda—, ¿estás preparada para que te destrocen en mil pedazos y luego te conviertan en alguien a su imagen y semejanza...?

La pregunta del chico avivó mis miedos.

Los mismos que me habían carcomido después de oír al Emperador dictando nuestra sentencia, enmascarándola de compasión hacia nosotros, haciendo que la imagen de mí misma, vestida completamente de negro y con la mirada inexpresiva tras aquel objeto de plata, se formara de nuevo en mi cabeza, arrancándome un escalofrío de pavor.

Al intuir que no iba a ser capaz de responder, Darshan continuó hablando:

—En Vassar Bekhetaar separaban a los nigromantes inexperimentados de nosotros, los cadetes. A nosotros nos sometían a duros entrenamientos físicos con los que buscaban hacernos más fuertes... más resistentes —un sonido parecido a una risa se le escapó de la garganta—. Recuerdo cómo nos obligaron a lanzarnos a un río para que cruzáramos a la otra orilla, sin importarles el hecho de que algunos de los cadetes pudieran sentir pánico del agua o simplemente no supieran nadar.

El pánico ascendió por mi garganta ante la dantesca escena de la historia que Darshan estaba compartiendo conmigo. Me encogí sobre mí misma, aterrorizada por la idea de tener que pasar por eso, de ver cómo el agua me rodeaba mientras luchaba contra la corriente, intentando no ahogarme porque nunca había aprendido a nadar... o a tan siquiera tener un par de nociones básicas de cómo tratar de mantenerme a flote.

Me llevé una mano a la garganta de manera inconsciente.

—¿Por qué estás diciéndome todo esto? —pregunté.

Darshan se inclinó lo suficiente para permitir que la poca luz que entraba en la celda incidiera sobre su rostro, dejándome contemplar su sonrisa.

—¿Acaso no es evidente, pelirroja? Te estoy proponiendo una alianza, que nos cuidemos las espaldas el uno al otro —hizo una breve pausa antes de añadir—: Lo que significa que vas a tener que confiar en mí.

—Y tú en mí —señalé con incomodidad, aún procesando su oferta.

La sonrisa de Darshan creció de tamaño.

—Es un riesgo que pienso asumir si eso significa tener una oportunidad de salir de Vassar Bekhetaar —me respondió y sus ojos grises me escaneaba mi encogida figura—. Ahora es tu turno, Jedham: ¿te atreves a correr ese riesgo...?

Contemplé a Darshan. El mismo chico que había mostrado no tener ningún tipo de escrúpulos, que había logrado abrirse camino en el interior de la Resistencia gracias a su habilidad para adaptarse a las circunstancias y a la facilidad que tenía para la mentira. El mismo chico que no había dudado un segundo en conducir a los hombres del Emperador hacia nuestra guarida, entregándonos y permitiendo que se derramara tantísima sangre.

Además, mientras que él conocía Vassar Bekhetaar, proporcionándole una leve ventaja, yo no sabía más que lo que decían los rumores sobre ese lugar. La alianza que me estaba ofreciendo me beneficiaba más a mí que a él... ¿Qué demonios estaba tramando? ¿Qué le había empujado a hacerme esa oferta?

¿Y yo realmente iba a ser tan estúpida de rechazarla?

Estiré mis piernas para poder inclinarme, imitando a Darshan. Nuestras miradas se encontraron a través de la distancia y pude percibir aquel familiar calor extendiéndose por mi cuerpo, la huella de su poder latiendo en su interior.

—Si te atreves a traicionarme, Darshan —le advertí, remarcando todas y cada una de mis palabras—, me encargaré de detener para siempre tu traicionero corazón.

Un ardor se extendió por mi cuello al ver su descaro al guiñarme un ojo en actitud burlona.

—Me gustaría verte intentándolo, pelirroja.

* * *

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