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Roté el cuello, arrancándole un irritante crujido, mientras recorría con paso renqueante los últimos metros me que me separaban de la guarida de ese molesto y huraño nigromante al que, con el paso de los meses, había empezado a considerar casi un compañero en aquel horrible lugar. O quizá un aliado.

La marcha de Jedham a la capital en compañía de mi madre me permitió focalizarme, si bien no negaría que, en ocasiones, echaba en falta su presencia y sus afilados comentarios... al menos cuando nuestra relación había sido cordial, antes de que cambiara por completo y se volviera contra mí. Un hecho que, por mucho que hubiera pensado, aún no terminaba de comprender.

Atravesé la arcada abierta que conducían a la enfermería y no tardé en atisbar la sombra que habitaba allí, moviéndose de un lado a otro con aire distraído. Aunque me movía con absoluto sigilo, sabía que Sen había podido percibirme gracias a su poder... y que no hubiera factores externos que pudieran camuflar mi propio rastro.

—Apenas ha pasado un día desde la última vez que nos vimos —escuché que me decía, sin prestarme atención—. ¿Tantas ganas tenías de volver a verme?

Mis labios se curvaron en una socarrona sonrisa y terminé de recorrer los últimos metros que me separaban del nigromante. Posé la palma de mi mano teatralmente sobre mi pecho para darle más efecto a mis palabras, conteniendo las ganas de poner los ojos en blanco.

—Sabes que no puedo vivir sin ti, nigromante —le contesté.

Vi de primera mano como Sen intentaba contener su propia sonrisa.

—¿Debería tomarme eso como una declaración de intenciones?

A través de la máscara de plata pude ver la expresión divertida de mi aliado. No había perdido la costumbre de llamarme leesh cuando tenía oportunidad, aunque me gustaba creer que lo hacía con aprecio.

Sen enarcó una ceja.

—¿Intenciones? —repetí, con fingida inocencia.

Una oscura sonrisa apareció en mi rostro, viendo en ello una oportunidad para intentar mortificarlo. En aquel infierno perdido en medio del desierto, en ninguna parte, no había muchas diversiones; al menos que no supusieran derramar sangre... o que terminara en muerte.

—Intenciones como querer meterte en mis pantalones, leesh —me explicó.

—¿Querrías eso, nigromante? —le pinché, deseando ponerlo en un aprieto.

Sospechaba de la relación que podría haber unido a Perseo y a Sen en el pasado, pero él nunca había hablado conmigo de ello directamente. Y yo tampoco quise inmiscuirme en su vida. No habíamos llegado a ese punto de contarnos nuestros más oscuros secretos el uno al otro.

Sen se limitó a sacudir la cabeza, sin responder a mi provocación. Entrecerró los ojos en mi dirección, recorriéndome con la mirada y descubriendo parte de los motivos que me habían arrastrado hasta allí.

—Podrías haberte curado tú mismo —señaló, como siempre que acudía hasta su santuario para que tratara mis heridas.

Me encogí de hombros con una sonrisa que pretendía ser sardónica.

—Sabes que no soy tan bueno como tú en eso —le recordé.

Y no estaba mintiendo. En Vassar Bekhetaar no se nos entrenaba para que pudiésemos usar nuestro poder con ese propósito; en Vassar Bekhetaar se nos entrenaba para arrebatar vidas, no para salvarlas. Sen era uno de los pocos que era capaz de usar su poder para hacerse cargo de los pequeños accidentes que solían tener lugar allí, en la prisión.

Alzó un brazo y presionó mi muñeca retorcida en un ángulo que no le correspondía, arrancándome un siseo de molestia por el dolor.

—Hoy ha sido un entrenamiento intenso, al parecer —observó con un tono que había empezado a reconocer.

Me encogí de hombros.

—Las cosas están un poco inquietas en Vassar Bekhetaar últimamente —respondí en un murmullo distraído.

Los nigromantes que estaban cerca de finalizar su instrucción estaban a punto de enfrentarse a sus últimas pruebas para lograr hacerse con la ansiada máscara de plata. Los nervios por ese gran momento habían empezado a esparcirse por dentro de la prisión, afectando a todo el mundo y no sólo a aquellos afortunados que estaban rozando la libertad con la punta de sus dedos, de un modo u otro.

Porque no todos saldrían de la prisión con una máscara de plata. Muchos lo harían en viejas camillas, siendo arrojados en las fosas que algunos Sables de Hierro se encargaban de abrir entre las dunas para echar en ellas los cuerpos de todos aquellos que no habían sido capaces de conseguirlo.

Sen rumió mi respuesta en silencio, quizá atrapado en el pasado; en los recuerdos que guardaba de aquel momento, cuando tuvo que enfrentarse a otros —y, además, sobrevivir a ellos— para ganarse la máscara de plata.

—Dame tu muñeca —me pidió con sequedad.

Se la tendí y apreté los dientes con fuerza para tragarme el grito que pugnaba por escapárseme cuando la magia de nigromante de Sen empezó a actuar para recolocar mi muñeca en su lugar.

Mis visitas a la enfermería solían ser habituales. Después de la marcha de Jedham había podido centrarme en lo importante, focalizarme sin sentir la agobiante preocupación de asegurarme por su seguridad, de vigilar que ella estuviera a salvo; para llenar esa necesaria ausencia me volqué por completo en entrenar, dejando a un lado los escrúpulos que pudiera haber podido mostrar por la pelirroja.

Con Jedham fuera del tablero de juego, Fatou no tardó en buscar otra jugosa presa en la que convertir en su siguiente objetivo. Lo sucedido aquel día durante la ejecución —lo que ella había provocado— lo había tenido de mal humor y al resto, tanto nigromantes como Sables de Hierro, al menos los que habían sido testigos de aquel extraño suceso, no dejaron de hablar de ello en semanas.

Una exclamación ahogada salió de mis labios, sacándome de golpe de mis propios pensamientos, cuando Sen se encargó de recolocarme el hombro. Una lesión que no le había mencionado.

—¿Has tenido alguna novedad...? —el resto de mi inesperada pregunta acabó en un gemido dolorido cuando el nigromante llegó hacia mis dedos rotos y los fue enderezando uno por uno.

Los ojos azules de Sen me contemplaron con un brillo casi socarrón y supe que lo había hecho a propósito, quizá a modo de dulce venganza. Maldije para mis adentros, consciente de lo que podría dar a entender con aquella pregunta... la misma que le hacía cada vez que acudía allí, con la vana esperanza de que tuviera algún pellizco de información.

Los meses habían transcurrido en una escalofriante vorágine que me había mantenido atrapado y lo suficientemente entretenido para no dejar que mis pensamientos se desviaran de mi objetivo. Sin embargo, no podía deshacerme de aquella preocupación que me acompañó desde que la pelirroja y yo terminamos en aquel infierno.

No me arrepentía de mi decisión: Vassar Bekhetaar hubiera acabado siendo la tumba de Jedham. O, más específicamente, Fatou.

—¿Alguna novedad? —me invitó con amabilidad Sen a que terminara mi pregunta.

—Sobre ella.

La expresión del nigromante se ensombreció. Él era el único que tenía medios suficientes para obtener lo que yo no podía; gracias a Sen pude ponerme en contacto con Perseo y con la madre de Jedham para suplicarles que hicieran todo lo que estuviera en sus manos para sacarla de allí.

No me gustó su reacción y mi cuerpo se puso rígido, a la espera de que Sen compartiera lo que estaba ocultándome.

—He escuchado algunos... rumores —contestó con cautela, evaluándome con sus ojos azules—. Al parecer, la han prometido con el príncipe heredero.

Aquella noticia me pilló con la guardia baja. ¿Jedham... unida al futuro emperador? Fruncí el ceño, sin entender cómo se había tomado esa decisión. ¿Cómo era posible que el Emperador hubiera elegido de entre todas las jóvenes perilustres que debían llenar la corte a la pelirroja?

—¿Estás seguro de ello?

Sen se encogió de hombros. También parecía tan confundido como yo con las últimas novedades de la capital respecto al futuro de Jedham.

—Sabes que la información que nos llega hasta aquí es reducida, Darshan —no se me pasó por alto que se dirigió a mí por mi nombre y no por aquel absurdo mote.

Me froté los nudillos recién curados de manera inconsciente, sin ser capaz de apartar el tema. Cuando había recurrido al nigromante con aquella última súplica desesperada, aterrorizado por lo que pudiera estar planeando Fatou contra Jedham, creí que estaba poniéndola a salvo; que la capital sería un lugar idóneo en el que mantenerla alejada de los monstruos.

En ningún momento se me pasó por la cabeza que pudiera estar metiéndola en algún sitio peor que Vassar Bekhetaar.

—Jedham prometida con el heredero —rumié a media voz.

Habían pasado meses desde que Roma vino con órdenes del Emperador para llevarse consigo a la pelirroja. Y aquel rumor que Sen había decidido compartir conmigo era la primera noticia que tenía de ella en ese largo período de incertidumbre y un absoluto silencio desde la ciudad. Una parte de mí dudaba que aquel compromiso fuera fruto de una bonita historia de amor; no veía a Jedham enamorándose perdidamente de aquel pomposo príncipe. No cuando Perseo...

—Puedo oír tus pensamientos, leesh —me dijo Sen, pululando a mi alrededor en búsqueda de más lesiones. Mi contrincante aquella mañana había optado por no tener piedad conmigo, quizá azuzado por la silenciosa presencia de ciertos nigromantes en el patio—. ¿Acaso no es una buena noticia? No hay lugar más seguro que estar cerca del Emperador.

Al menos tenía que darle la razón al nigromante en eso: el hijo de puta que ocupaba el trono estaba lo suficientemente protegido; una protección que se extendía a los miembros de su familia. Y, ahora, también a Jedham. Mi plan de alejarla de Vassar Bekhetaar había funcionado y, de algún modo que aún trataba de entender, había salido mejor de lo esperado. Sabiendo el compromiso de la pelirroja, podría olvidarme de ella y centrar todos mis esfuerzos en mis propios planes.

Pero, maldita fuera mi cabeza, no podía.

Tenía la sensación de que la historia de Jedham y el príncipe heredero no era la que todo el mundo parecía inclinarse a creer. El tiempo que compartimos en la prisión siendo aliados me permitió conocerla lo suficiente para sospechar que no habría caído rendida a los pies de ese perilustre, que había algo más.

—Sigo oyendo tus pensamientos —se burló Sen y luego su tono volvió a ser serio—. Ella ahora está a salvo, Darshan.

—O quizá no —rebatí, siguiendo sus movimientos por el rabillo del ojo. El nigromante continuaba su exhaustivo examen, dando algunas lesiones menores—. Sabes perfectamente que ese hijo de puta es un objetivo... y no estoy hablando de la Resistencia.

Sen apretó los labios en una fina línea, entendiendo a qué me estaba refiriendo. La historia de cómo el Usurpador accedió al trono era de dominio público y su alcance había traspasado las fronteras del Imperio; durante el tiempo que pasé infiltrado dentro de la Resistencia, obteniendo información que pasarle a Perseo, tuve la sospecha de que había alguien detrás brindándoles medios. Y no obtuve mi respuesta hasta que fui capturado y puesto en evidencia por culpa de Jedham y su impulsividad: aquella nigromante que acompañó a Ramih Bahar no dudó un segundo en señalar a su señor, el rey de Assarion.

Nuestro país vecino era el principal interesado en deshacerse del Emperador porque nuestro actual soberano no había hecho más que ponerles trabas. Si el príncipe heredero resultaba ser un endeble perilustre fácil de manipular... Ah, Assarion estaría más que feliz de poder hacerlo a su antojo.

Sin embargo, no podíamos dejar olvidado a Hexas. Aquella isla era mucho más pequeña que la península que conformaba el Imperio y Assarion, pero sus fortificaciones y la distancia que lo separaba de nosotros lo volvía un enemigo escurridizo del que apenas contábamos información.

—Formar parte de la familia real puede haberla convertido en un objetivo —agregué, rozando otra vez mis nudillos—. Y dudo que allí cuente con muchos aliados. A excepción de Perseo.

Y, si era sincero, dudaba que Jedham considerara a mi hermano como tal.

La mención del nigromante hizo que Sen se removiera. Un gesto que no pasé por alto en absoluto, sabiendo el pasado que ambos compartían; aquella reacción hizo que empezaran a surgirme las primeras sospechas. ¿Habría sido el propio Perseo quien envió el mensaje con las buenas nuevas? Y un pensamiento mezquino cruzó mi mente: ¿habría tenido el sentido común de mantenerse alejado de Jedham, impidiendo que pudiera ser castigada de nuevo?

Decidí salir de dudas.

—¿Perseo ha dicho algo más en su mensaje? —le pregunté, fingiendo estar distraído.

Sen me fulminó con la mirada, descubriendo mi treta.

—Ha sido bastante escueto —respondió al final.

—No sabía que hubierais recuperado el contacto —comenté, evaluándolo.

Perseo había acudido a él cuando el Emperador ordenó que Jedham y yo fuésemos enviados a Vassar Bekhetaar para pulir nuestras habilidades como nigromantes, perdonándonos la vida. Apelando a su antigua amistad, le había pedido que se ocupara de vigilar y proteger a la pelirroja. Algo que Sen había terminado haciendo de buena gana cuando empezó a ver a la chica con otros ojos y no como una responsabilidad impuesta por su promesa al nigromante.

—Y no lo hemos hecho —replicó Sen, colocándose frente a mí para que nuestras miradas coincidieran—. Acudí a Perseo porque era la única persona que podría darme algo de información para calmar tu curiosidad, leesh.

Me llevé la mano recién curada al pecho en actitud teatral.

—Al final voy a creer que te importo, nigromante.

Sen puso los ojos en blanco.

—Me he encargado de las lesiones más importantes. El resto, como los cortes y moratones, se curarán por sí solos... o por tu propia mano, si decides curarte a ti mismo —dijo en su lugar, cambiando de tema.

Contuve una sonrisa de victoria y comprobé que, efectivamente, tanto el hombro como la muñeca y los dedos estaban listos para otra posible ronda en la que terminar destrozados.

El silencio volvió a instalarse dentro de la enfermería vacía, casi haciendo eco contra las paredes de piedra.

—También he escuchado otros... rumores —añadió Sen tras unos instantes de indecisión.

Alcé la cabeza en su dirección, frunciendo el ceño.

—¿Sobre Jedham? —fue lo primero que pasó por mi mente. Conociendo a la pelirroja, sabía que su impulsividad le traería problemas; había sido testigo —y objetivo— de ello.

Sen sacudió la cabeza y sus ojos azules me contemplaron con algo que se parecía mucho a la preocupación.

—Sobre ti —especificó al final.

Me recoloqué las viejas prendas de mi uniforme, dando por concluida mi visita... y por zanjada la conversación. Tras la marcha de Jedham, me convertí en un lobo solitario dentro de la prisión; sin nadie a mi cargo para cuidar sus espaldas, pude concentrarme en mis propios asuntos.

Mi destreza a la hora de usar mi magia y mi brutalidad para cumplir con fría eficiencia los retos que los instructores nos planteaban habían llamado la atención de algunos compañeros. Pese a ello, me había negado en rotundo a sellar ninguna nueva alianza con nadie más.

Me movía bien solo y no necesitaba más quebraderos de cabeza. Además, no confiaba en ellos lo suficiente para comprometerme; siempre existía la posibilidad de que, en el momento menos pensado, pudieran clavármela por la espalda.

—Gracias por la ayuda, nigromante —fue mi aséptica respuesta.

Di media vuelta, encaminándome hacia la salida de la enfermería. Sen optó por no seguirme, ya que no escuché el eco de sus pasos a mi espalda.

—Ten cuidado, Darshan —lo que sí oí fueron sus palabras, la advertencia implícita en ellas—. Fatou es tan escurridizo y peligroso como una serpiente.

Levanté un brazo a modo de despedida y para hacerle saber que lo tenía todo bajo control. Mi resiliencia frente a sus continuos ataques y trampas para deshacerse de mí o romperme no habían funcionado; después de la desastrosa ejecución de aquellos rebeldes, Fatou había estado frenético. Tampoco ayudaba lo más mínimo que Jedham se le hubiera escapado entre los dedos, gracias a la milagrosa intervención de Roma.

No, el nigromante no había estado en absoluto bajo control. Su crueldad se incrementó, la poca piedad que podría haber mostrado en el pasado se desvaneció por completo... y decidió que yo sería un buen sustituto de la pelirroja.

Aguanté cada uno de los obstáculos de ese hijo de puta y eso provocó que llamara aún más su atención. No obstante, o eso quise hacerme creer, su actitud cambió ligeramente conmigo: seguía siendo estricto y despreciable, pero encontró otros objetivos en los que volcarse mientras que a mí se limitó a mantenerme cerca.

Una decisión peligrosa en ambos sentidos, puesto que no confiábamos el uno en el otro lo más mínimo.

No era estúpido y, por mucho que pudiera odiar a ese hijo de puta, no pensaba desaprovechar la oportunidad que me había concedido por algún retorcido motivo de su enferma cabeza. Fatou era quien controlaba Vassar Bekhetaar y era mi llave de salida de aquel infierno antes de lo planeado.

Le permitiría creer que tenía mi correa, que había encontrado en mí lo que fuera que estuviera buscando... y luego me tomaría mi tiempo en devolverle todo el dolor que había causado.

Empezando por el de Jedham.

* * *

Darshan apareciendo y volviendo a escena be like:


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