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❈ 6

—¿Por qué no los metemos en la misma celda? —uno de los Sables de Hierro golpeó con el codo a su compañero en actitud socarrona.

Apreté los dientes con frustración y sentí un desagradable cosquilleo en mis muñecas, cortesía de uno de los nigromantes que actuaban de escolta adicional. Las mazmorras se cernieron sobre nosotros de nuevo, haciendo que mi estómago se sacudiera; ignoré la risa sofocada del otro Sable de Hierro y traté de controlar mi respiración, consciente de que era monitoreada por todas aquellas figuras que portaban máscaras plateadas y vestían largas túnicas negras.

La voz del Emperador volvió a repetirse en mis oídos, dictando su sentencia: tanto Darshan como yo seríamos enviados a Vassar Bekhetaar, donde seríamos instruidos como auténticos nigromantes. De manera inconsciente mi mirada buscó a mi compañero, que caminaba a unos metros de distancia: caminaba con la vista clavada al frente, con dos enormes Sables de Hierro apresándolo por la parte superior de los brazos; sus ojos grises —esos ojos grises que siempre habían gritado a los cuatro vientos la verdad— tropezaron con los míos, como si hubiera sentido hacia dónde apuntaba mi atención. Le observé entrecerrar los ojos y a uno de los nigromantes sisear algo entre dientes antes de que Darshan rompiera el contacto visual, con la mandíbula tensa.

El tipo que antes había estado bromeando me dio un brusco empujón en mitad de la espalda.

—Sin distracciones, pelirroja —me exhortó.

Traté de sacudirme de encima el peso de la mano de mi captor para encararme con el Sable de Hierro que había hablado, consiguiendo que los dedos del hombre que me retenía se me clavaran con fuerza y volviera a sentir la magia de uno de los nigromantes que caminaban más cerca de mí, lista para frenarme en seco.

—No vuelvas a llamarme de ese modo —siseé.

Una carcajada fue lo que recibí como respuesta.

—¿Has escuchado, Birneli? —escuché que le preguntaba a otro Sable de Hierro, luego se acercó a mí con actitud amenazadora—. Aunque tu sangre sea noble... aunque por tu sangre corra el don de la nigromancia... Nunca dejarás de ser una sucia perra salida de las cloacas de la ciudad.

El fuego de la rabia prendió en mi interior, despertando mi propio poder. Mi codo logró acertar el estómago del Sable de Hierro que me detenía con suficiente fuerza para hacer que su férrea presión se aflojara, permitiéndome liberar mi brazo y alzarlo hacia la garganta del otro. Sentí una burbujeante satisfacción al hacer que el aire se le quedara atascado en la garganta y el pánico asomara en sus ojos.

Pero aquella sensación, aquel regusto que podía percibir en la punta de la lengua de absoluto poder, no duró más que unos segundos. Un grito ahogado brotó de mi garganta cuando uno de los nigromantes empleó su propia magia para retorcer mi muñeca, haciendo que un relámpago de dolor me sacudiera desde la punta de los dedos hasta el hombro.

Una túnica negra se interpuso en mi campo de visión. Alcé la mirada de manera mecánica, topándome con unos fríos ojos verdes; me sorprendió descubrir que, a pesar de la máscara que cubría parte de sus rasgos, podía reconocer la suavidad de los mismos, indicando que era una mujer.

—La próxima vez Deyren no apuntará a la muñeca —me amenazó con la voz helada—. ¿Me has entendido?

No me quedó otra salida que bajar la cabeza en actitud sumisa, dándole a entender que había comprendido a la perfección su clara amenaza. La nigromante ocupó el lugar del Sable de Hierro que había estado reteniéndome, lanzándole otra mirada glaciar al hombre que había atacado.

—Tú también deberías aprender cuál es tu lugar, maldito perro sarnoso.

Tomé nota de la mirada de odio que le devolvió el Sable de Hierro, seguida de la tensión que pareció llenar el ambiente tras las crueles palabras que le había dedicado la nigromante a uno de los suyos. Me sorprendió descubrir que existían ciertas aristas entre las dos facciones más poderosas que tenía bajo su mando el Emperador.

Procuré que mi rostro no transmitiera ni una sola emoción mientras sentía una dolorosa palpitación en la muñeca. Deyren, el nigromante al que se había referido la mujer que ahora me conducía, se situó cerca de nosotras; por el rabillo del ojo creí ver una sonrisa insidiosa en sus finos labios. Incluso creí escuchar un bufido que parecía proceder de Darshan, pero no me arriesgué a comprobarlo.

El resto del trayecto transcurrió en un silencio repleto de la tensión que antes había percibido en el aire. Mis músculos se agarrotaron al contemplar la fría y sucia celda, una distinta a la que había pasado la noche; la puerta emitió un agónico chirrido cuando uno de los Sables de Hierro se encargó de abrirla, dedicándonos una mirada de mal disimulado desdén.

—¿Sabéis qué? —una voz masculina irrumpió la extraña quietud que reinaba allí abajo—. Siento interés por saber qué sucedería si dejáramos a estos dos en una misma celda.

Una ajada capa negra revoloteó entre el pequeño círculo que conformaban los Sables de Hierro y nigromantes que se habían encargado de conducirnos hasta aquel pútrido rincón del palacio. Un reflejo plateado en el rostro del recién llegado, delatando su naturaleza.

—Roma ha sido clara con sus órdenes: celdas separadas —intervino la nigromante que aún me mantenía retenida por el brazo.

El desconocido clavó su mirada en ella y creí percibir un extraño chisporroteo en el aire que les separaba a ambos.

—¿Intentando caerle en gracia, Naerie? Patético —preguntó el hombre, sibilino. Luego se dirigió hacia los Sables de Hierro—: Metedlos en la misma celda, no es que dispongamos de mucho espacio, precisamente —hizo una breve pausa donde volví a tener la misma sensación de peligro que parecía emanar de aquel misterioso nigromante—. Roma no es nadie para dar ningún tipo de beneficio a los prisioneros —cuando los ojos del desconocido se desviaron hacia mí, tuve que hacer uso de toda mi fuerza para no retroceder ante su mirada oscura—. No importa la antigüedad de su linaje o si es la heredera perdida de una gens prácticamente ya olvidada.

Hubo un pequeño ajetreo cuando los Sables de Hierro se acercaron para hacer a un lado a la nigromante que me tenía retenida, sustituyendo sus manos por otras mucho menos amables. El intercambio levantó algunas protestas, pero ninguno de los apartados tuvo el valor suficiente de mostrar su descontento en voz alta...

Hasta que escuché la irritada voz de la nigromante.

—Esto no quedará así, Fatou.

El nigromante dejó escapar una carcajada seca.

—Contaba con ello, Naerie.

Con un imperioso gesto por parte del nigromante al que la mujer se había dirigido como Fatou, Darshan y yo fuimos arrojados sin contemplaciones al interior de aquella celda. Me tambaleé, buscando apoyo en los fríos barrotes; al otro lado pude ver cómo nigromantes y Sables de Hierro se apartaban los unos de los otros, creando un muro invisible entre las dos facciones.

El nigromante de ojos negros nos observó a Darshan y a mí desde el pasillo con un brillo casi depredador.

—Cinco dracmas de oro por la chica —anunció con retorcido deleite, sin apartar la mirada de nosotros.

La apuesta hizo que los Sables de Hierro sonrieran con cierta satisfacción, incluso algunos nigromantes, y que el ambiente pareciera templarse ligeramente, haciendo desaparecer parte de la tensión que antes había cubierto el aire de las mazmorras. Las mejillas empezaron a arderme con una mezcla de rabia y vergüenza cuando oí el animado intercambio de impresiones, además de sumas de dinero. Mis nudillos se pusieron blancos al aferrar con más fuerza los barrotes, aún con la mirada de Fatou fija en Darshan y en mí.

—No me gustaría estar en el pellejo del chico —escuché que le comentaba un Sable de Hierro al compañero que tenía a su derecha—. Thain estaba presente cuando los llevaron ante el Emperador y de todo lo que sucedió en la sala del trono. Dice que la chica es peligrosa.

El otro Sable de Hierro chasqueó la lengua, asintiendo.

—Ni siquiera les han colocado damarita a ninguno de ellos —señaló, cruzándose de brazos con expresión especulativa.

—Es evidente lo que busca con ello, Lemmar —añadió el primero que había hablado y todo mi vello se erizó ante la expectativa de lo que diría a continuación—: que mañana nos encontremos con un cadáver.

»He oído cosas sobre ese nigromante —Fatou, comprendí un instante después—. El Emperador lo hizo llamar para que ayudase con los traslados a Vassar Bekhetaar, proporcionándole carne fresca. Es brutal y despiadado.

Retrocedí hasta la pared. Darshan parecía haber encontrado refugio en uno de los rincones de la celda, dejándose caer en la esquina; sus ojos grises no paraban de escanear su entorno, de recorrer los rostros de los Sables de Hierro. Él había sido uno de ellos hasta que le quité la careta y desvelé su verdadera identidad; el lugar al que habíamos sido condenados fue su campo de instrucción.

Contemplé al nutrido grupo de espectadores que continuaba compartiendo apuestas al otro lado de los barrotes. Fatou continuaba en el espacio vacío que existía entre nigromantes y Sables de Hierro.

Nos dedicó una sonrisa de despedida antes de desaparecer en un remolino de tela negra.


Atrapados de nuevo en aquella asfixiante oscuridad, el tiempo volvió a perder su sentido. Darshan se había mantenido inmóvil como una estatua en su rincón, sumido en aquel extraño silencio que tan poco encajaba con él; incapaz de hacer lo mismo, había recorrido el interior de la celda como un animal enjaulado, tratando de ahogar todo lo que mi poder me transmitía.

En especial los controlados latidos de cierto corazón que se encontraba a poca distancia de mí.

Me detuve en seco, bajando mi mirada hacia mis muñecas desnudas. Ninguno de los nigromantes o los Sables de Hierro había vuelto a colocar damarita sobre nosotros para anular nuestra magia; la chispa que antaño se había mantenido dormida en mi interior ahora podía sentirla en toda su magnitud, extendiéndose hasta la punta de mis dedos.

«Es evidente lo que busca con ello, Lemmar: que mañana nos encontremos con un cadáver.»

Por el rabillo del ojo espié a Darshan, con un extraño nudo en el estómago. ¿Por eso nos habían permitido mantener nuestra magia, para ver quién destrozaba a quién antes? Volví a fijar mis ojos en mis palmas desnudas, empezando a dudar. La persona que tenía a unos metros era un mentiroso... además de un traidor; había logrado infiltrarse en la Resistencia haciéndose pasar por uno de los nuestros, haciendo que hasta uno de los líderes creyera —aunque guardara sus recelos, como demostró después— sus mentiras. Había sido Darshan, con ayuda de Perseo, quien había conducido hacia nuestra guarida a los hombres del Emperador.

Había sido Darshan quien había estado vendiéndonos.

Un escalofrío de temor descendió por mi espalda. El chico no había mostrado ninguna clase de escrúpulo al adentrarse en la Resistencia, abriéndose paso gracias a su carisma y a su habilidad para moverse en cualquier ambiente, mimetizándose y adaptándose a las circunstancias.

Volví a espiarle por el rabillo del ojo, con un cosquilleo de advertencia en la punta de mis dedos. ¿Sería capaz de hacerlo? ¿Sería capaz de salvar su propio cuello a mi costa...?

—Si te quisiera muerta, ya lo estarías, Jedham.

Su voz hizo que me quedara paralizada unos segundos antes de que girara mi cuello en su dirección. Los ojos de Darshan me contemplaban con un maquiavélico brillo, abandonando la frialdad con la que me había mirado tras desbaratar sus planes y exponer su mentira frente al Emperador.

Al ver que contaba con mi atención, Darshan hizo que su sonrisa se estirara unos milímetros. ¿Acaso los nigromantes poseíamos el poder de leer la mente de las personas? El escalofrío que había sentido hacía apenas unos segundos volvió a repetirse; moví mis pies al mismo tiempo que apuntaba mi palma hacia el chico.

Mi cuerpo se tensó al ver cómo Darshan se incorporaba con lentitud, con su mirada gris atenta a mis propios movimientos. Dejó escapar una risa seca al notar mi brazo casi escondido, la dirección de mi mano.

—¿Qué hay de ti, Jedham? —me irritó el modo de pronunciar mi nombre, el desafío que envolvía todas y cada una de sus palabras.

Aquella pregunta casi burlona hizo que saliera de mi estupor y que un calor nada agradable llenara mi cuerpo, haciéndome recuperar la movilidad. Apreté los puños y di un paso hacia él, cuyos brazos caían inocentemente contra sus costados.

—Debería hacerlo, puto bastardo —gruñí. ¿No es lo que buscaba ese nigromante, Fatou? ¿Que uno de los dos no lograra salir con vida de aquella celda cuando vinieran a buscarnos a la mañana siguiente?

Darshan tuvo la insolencia de poner los ojos en blanco, espoleando aún más el fuego que ardía en mi interior. Alcé los brazos, notando el salvaje chisporroteo de mi magia al despertar.

—Debería matarte ahora mismo —dije, escupiendo cada palabra entre dientes—. Tu muerte no nos devolvería todas esas vidas que has contribuido en arrebatar... pero al menos serían vengadas. Tú nos has arrastrado hasta aquí, sucio traidor.

Una emoción cruzó tan rápido el rostro del chico que no fui capaz de descubrir cuál era.

Pero sí noté cómo su corazón alteraba su ritmo ante mis recriminaciones, delatando que no era inmune. Que había dado con un tema espinoso para él.

—Creo recordar que fue tu explosivo espectáculo lo que nos ha conducido hasta aquí, Jedham —me corrigió con frialdad, señalando la celda en la que nos encontrábamos recluidos.

Con un gruñido de rabia, lancé mis manos hacia delante. Darshan, como si hubiera anticipado mi movimiento, se apartó con la rapidez de una serpiente; un molesto pitido se instaló en mis oídos mientras trataba de alcanzarle, sin éxito. Con las habilidades propias de un felino, Darshan esquivó todos mis infructuosos intentos hasta conseguir arrinconarme contra una de las paredes de piedra. Sus manos se cerraron como grilletes en mis muñecas, obligándome a que mis palmas apuntaran al suelo; su cuerpo presionó el mío para limitar mis movimientos.

Nuestras miradas colisionaron y sentí que el aire a nuestro alrededor parecía temblar.

—Suéltame —le exigí.

—Lo haré si eres capaz de comportarte como una persona racional y coherente.

—Me sorprende tu descaro —traté de quitármelo de encima, sin conseguirlo—. Me sorprende tu maldita sangre fría después de todo lo que has provocado.

Algo oscuro resplandeció en los ojos grises de Darshan, haciendo que su tono se volviera plomizo, similar al de las nubes que anunciaban una fuerte tormenta.

—Todas esas vidas que he tenido que arrebatar fueron un daño colateral, un riesgo que debía asumirse —sus palabras parecían esconder un significado que no logré discernir—. No lo he olvidado por un instante, Jedham. Ni tampoco mis manos manchadas de sangre y todos esos recuerdos que siempre me acompañarán.

Aquello me dejó sin habla. A pesar de la facilidad que había mostrado Darshan para mentir desde que nos conocíamos, creí intuir una capa de absoluta sinceridad en todas y cada una de ellas. Perseo me había hablado de sus años de instrucción, pero ¿qué había de la instrucción que debía haber recibido Darshan para convertirse en un Sable de Hierro? ¿Qué atrocidades se habría visto obligado a cometer mientras seguía órdenes?

Al ver que su discurso parecía haberme aplacado levemente, su agarre se aflojó un poco, devolviéndome parte de la movilidad. No obstante, mis palmas siguieron apuntando hacia el suelo de piedra.

—He aprendido a sobrevivir a la fuerza, con uñas y dientes —bajó la voz hasta convertirla en un susurro—. Y es lo que voy a seguir haciendo: luchar día tras día. Pelear por conseguir ver otro nuevo amanecer, por dar una nueva bocanada de aire, por hacer que mi corazón siga latiendo.

Algo se removió en mi interior al oí la fiereza con la que habló. Una parte de mí se vio reflejada en sus palabras, en la vida que transmitía aquel poderoso mensaje: al contrario que su hermano, Perseo, Darshan no había tenido la oportunidad de vivir bajo la protección de su abuelo, Ptolomeo. Roma había decidido ocultar su segundo embarazo, entregando a su hijo a una nigromante que vivía escondida, manteniendo en secreto su poder. Creía entender los motivos que habían propiciado esa difícil decisión, pero ahora estaba enfrentándome a las consecuencias de la misma. ¿Qué tipo de persona habría terminado siendo Darshan de haber permanecido bajo la tutela de Ptolomeo?

—Aunque eso signifique condenarme aún más —concluyó, apartándose de mi lado y liberándome finalmente.

Ahora que su cuerpo ya no sostenía al mío, presionándolo contra la pared, tuve que apoyarme en ella. No pude evitar ver a Darshan con otros ojos, dejando a un lado la rabia que sentía por lo que había causado mediante sus viles habilidades.

Nos observamos el uno al otro.

—¿Quién eres en realidad? —le pregunté de nuevo.

Darshan me dirigió una sonrisa sardónica.

—Un nigromante, un asesino, un mentiroso... y un traidor.

* * *

¡SORPRESA! FELIÇ SANT JORDI, FELIZ DÍA DEL LIBRO, FELIZ DÍA DE SAN JORGE Y FELIZ DÍA A LOS ARAGONESES

Con motivo de tan señalado día, ¿cómo iba a dejaros abandonades y sin actualización? (Esto no quiere decir que el mes que viene no haya la habitual actualización mensual que, si no lo sabéis, es Thorns jeje). Por eso mismo, he decidido actualizar masivamente, por lo que encontraréis en mi perfil capis nuevos de La Nigromante, Daughter of Ruins, Thorns y Vástago de Hielo (ah, un gran olvidado)

Ahora metámonos en barrena...

¿Primeras impresiones sobre Fatou, el nigromante retorcido y con una inquina especial hacia Roma?

Darshan, nuestro pequeño nigromante, ¿qué pensáis de él? No ha tenido una vida fácil y Jedham, al cruzarse en su camino, parece haberle complicado un poco las cosas...

¿Quién es en realidad? ¿Qué busca? 

¿Qué hay de sus crípticas palabras?

¿QUÉ VA A SER DE NUESTROS DOS PEQUEÑOS POLLITOS EN VASSAR BEKHETAAR?

Ya veremos lo que les depara el futuro...

¡Nos leemos!

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