Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

❈ 59

El portazo resonó con fuerza en el interior del dormitorio cuando Perseo se marchó hecho una furia. Mi advertencia le dejó sin argumentos, por lo que optó por la salida más fácil: dar media vuelta y huir. De nuevo sola, me flagelé una y otra vez con el momento durante nuestra conversación en la que le había exigido al nigromante que, si quería que rompiera mi compromiso, él hiciera lo mismo, topándome con el silencio como su única respuesta.

Me dolió descubrir que la apresurada promesa que me hizo Perseo aquella noche, la misma en la que Octavio se acercó a mí para buscar una alianza, sobre huir los dos muy lejos del Imperio no se trataba más que de humo. No me equivoqué al recriminarle que su familia siempre iría por encima de mí y el modo en que había evitado contestar a mi exigencia lo dejaba claro.

Perseo jamás desobedecería a su abuelo.

Perseo jamás rompería su compromiso con Ligeia.

Era posible que se mostrara un tanto rebelde, alargando todo lo posible ese tiempo antes de la ceremonia que uniría sus destinos para siempre, pero eso era lo máximo que el nigromante haría. Nunca se arriesgaría a ir mucho más lejos.

Ni siquiera por mí.

«Ahí lo tienes», susurró la voz de mi rencor, de aquella cosa negra que sentía en mi pecho, que me animaba a hacerle daño, ahogando la culpa que me asaltaba tras mis acciones. «Ahí tienes la justificación que necesitas para seguir adelante. Para no parar hasta destruirlo.»

Busqué uno de los divanes antes de desplomarme, con el eco de mis últimos pensamientos resonando con fuerza en mi mente, echando raíces en mi cabeza como la mala hierba. Una risa amarga brotó de lo más profundo de mi ser al recordar la última imagen de Perseo, asimilando mi advertencia, antes de marcharse. El pecho me dolía, cada latido de mi corazón lo hacía; había sido una ilusa al pensar que podría haber presionado al nigromante, de algún modo. Que la noticia de mi compromiso y su errónea creencia de que llegaría tan lejos utilizando a Octavio cambiaría algo, después de todo. Que quizá sus celos le empujarían a hacer algo mucho más drástico.

Pero nada había cambiado.

Sólo había hecho que la brecha que nos separaba se hiciera un poco más grande, que la sustancia pegajosa y negruzca que sentía dentro de mí se afianzara aún más.

Bajé la mirada a mis manos, respirando entrecortadamente. La noche en que Perseo, desesperado, me había ofrecido huir juntos... a pesar de la rabia que guardaba después de lo sucedido en Vassar Bekhetaar, una parte de mí había estado cerca de ceder, de dejar que esa dulce promesa atravesara mis murallas y derribara piedra a piedra todo lo que mi rencor, rabia y dolor habían ido construyendo desde ese momento en la prisión, cuando Fatou hizo que me azotaran frente a Perseo. Esa Jedham ilusa que se negaba a darse por vencida, que se sentía culpable cuando la parte rencorosa buscaba hacer daño al nigromante; esa Jedham que aún estaba enamorada y que se negaba a soltarse hasta desaparecer.

Ahora sabía que jamás lo habría hecho y que yo no había estado equivocada al acusarle de que nunca me amaría lo suficiente.

Que su familia —sus responsabilidades— siempre irían primero.


El sonido de la puerta hizo que todos mis sentidos se pusieran en alerta. Mi pulso se aceleró ante el estúpido pensamiento de que fuera Perseo... Que el nigromante hubiera logrado entrar en razón, que viniera para decirme lo que esa parte de mí —que, a pesar de todo lo ocurrido, se negaba a morir— anhelaba escuchar: que no iba a seguir adelante con el compromiso. Que yo tampoco tenía que hacerlo.

Una ola de decepción se abatió sobre mí cuando atisbé el color negro de una túnica. Por unos segundos creí que Octavio pudiera haber enviado a Irshak para saber cómo me encontraba tras aquel primer paso que habíamos dado, pues el nigromante era nuestro cómplice y el único mensajero en el que podíamos confiar.

Pero mi corazón dio un vuelco cuando el rostro casi destrozado de mi madre apareció con una expresión que no era capaz de ocultar su preocupación. No había vuelto a verla desde la última conversación que mantuvimos, cuando estuve indagando sobre nuestra gens y le mencioné lo que había provocado en Vassar Bekhetaar con mi propio poder.

Me pregunté qué imagen estaba dando, si creería que era debido a la mala decisión que debía haber tomado, según ella. Esperé su «Te lo dije» en tono de reproche, pero mi madre se mantuvo en silencio, contemplándome con sus ojos verdes.

Sorbí por la nariz y enderecé la espalda.

—¿Has venido a felicitarme por mi compromiso o a advertirme de nuevo sobre tus temores infundados respecto de Octavio? —le pregunté con dureza.

Estaba a la defensiva, volcando en ella mi frustración y rabia tras el desastroso encuentro con Perseo. Una sombra de pesar cruzó su mirada, pero se limitó a atravesar el umbral y cerrar la puerta a su espalda, asegurándose de que nadie pudiera interrumpirnos.

—He venido a ver cómo estabas después de haber oído la buena nueva —respondió al final, con cautela.

Atisbé sus dudas a eliminar la distancia que nos separaba, ocupando el espacio vacío que había a mi lado. Su mano herida tembló ligeramente antes de que reuniera el valor suficiente a apoyarla sobre la falda de mi vestido; observé sus cicatrices, la carne que el Emperador se había encargado de destrozar como castigo.

El fuego de mi enfado seguía latiendo con fuerza, aliviando parte del dolor que sentía en el pecho.

—¿Ahora sí te preocupa por cómo esté? —mi pregunta sonó demasiado afilada, recubierta por una espesa capa de rencor, azuzando al que ya sentía en aquel instante—. No parecías estar tan interesada en mí estos últimos meses...

Tras su tajante advertencia de que mantuviera en secreto lo que había causado mi poder dentro de la prisión, con aquellos cadáveres, se había desvanecido. Y, aunque yo tampoco la hubiera buscado en aquel tiempo que había transcurrido, me dolía su ausencia; el hecho de que pudiera haberse olvidado de mí tan rápido.

Un fogonazo de dolor iluminó sus ojos verdes al escuchar mi recriminación.

—No he dejado de preocuparme por ti y tratar de protegerte desde que Roma te trajo de regreso de Vassar Bekhetaar, Jem —dijo, con tono herido.

Puse los ojos en blanco, entregándome de buena gana a la discusión que estaba formándose entre nosotras.

—No sabía que los nigromantes pudiéramos convertirnos en sombras, mamá —le espeté, con tono ácido.

El rostro, ya de por sí pálido, de mi madre pareció mucho más blanco ante mi hiriente comentario. La voz de mi conciencia intentaba recordarme que no estaba bien que volcara en ella toda mi frustración, que no había ido hasta mis aposentos con ánimo beligerante, pero opté por ignorarla.

—¿Es que acaso todavía no lo has entendido, Jedham...? —un brusco ataque de tos hizo que el cuerpo de mi madre se doblara. Calidia había estado allí cuando el Emperador la castigó.

«Vi cómo le obligaba a tragar carbones encendidos...», la voz de la emperatriz hizo eco en mis oídos, entremezclándose con los guturales sonidos que brotaban de la garganta de mi madre. Olvidándome por unos segundos del resquemor por su ausencia, me apresuré a buscar el jarrón de agua que Clelia dejaba sobre una de las mesitas para llenar una de las labradas copas y ofrecérsela a mi madre, intentando controlar el temblor de mis manos.

Observé cómo se llevaba el borde a la boca con esfuerzo. Las sacudidas de su cuerpo provocaron que parte del agua se derramara sobre su barbilla, haciendo que mi propia garganta se cerrara a causa del horror de imaginar aquella terrible experiencia, las cicatrices que no era capaz de ver y que aquel monstruo que ocupaba el trono le había negado curar por puro capricho. Por recordarle quién tenía el poder en sus manos.

Una vez el ataque cesó, dejando en su lugar su costosa respiración, vi que mi madre apuntaba de nuevo hacia mí con sus llorosos ojos verdes.

—He tenido que... mantenerme alejada... todo este tiempo... para intentar protegerte —no le resultaba sencillo hablar, suponiéndole un gran esfuerzo—. Entiendo... entiendo que puedas... odiarme por ello... Pero creía que... manteniéndome lejos de ti... él... él no te utilizaría...

Sentí que la boca se me secaba al entender sus motivos. Trató de hacer lo mismo cuando me arrastraron al salón del trono, fingiendo no conocerme para que el Emperador no pusiera sus ojos en mí.

—No ha... funcionado —continuó y tuvo que dar otro sorbo a la copa, bajando la mirada a su regazo—. ¿Crees que... hubiera permitido... este compromiso... si no supiera que... que puede proporcionarle algo?

Evidentemente que habría usado todo su poder para impedirlo. Sin embargo, había sido el propio Emperador el que, de manera inicial, había planeado aquel movimiento, aunque Octavio se hubiera adelantado, haciendo que ambos fingiéramos estar enamorados.

—Es posible que haya estado apartada estos meses, pero he estado al tanto de todos y cada uno de tus movimientos, Jem —me aseguró mi madre en voz baja, acariciando el pie de la copa que sostenía.

—¿Cómo...?

Descarté la posibilidad de que hubiera entablado algún tipo de alianza con el príncipe imperial, valiéndose de ella para saber qué había estado haciendo en aquellos meses. ¿Perseo...? El nigromante tenía suficiente poder para obtener cualquier información que pudiera desear; además de ser el hijo de Roma.

Una trémula sonrisa aleteó en los labios de mi madre.

—Tu doncella.

Fruncí el ceño al pensar en Clelia, ya que me resultaba imposible de asimilar.

—Ella es una espía del Emperador.

—No, no lo es —me corrigió.

Un silencio incrédulo se hizo entre nosotras mientras seguía intentando encajar aquella revelación. ¿Clelia trabajaba para mi madre? ¿Era a ella quien informaba de todo lo que hacía?

—Yo fui quien la eligió —confesó, aún sin alzar la mirada—. Y Roma quien se encargó de sugerirla ante el Emperador como si hubiera sido idea suya.

Tragué saliva, repentinamente conmovida por aquel gesto de su parte. Por lo equivocada que había estado al pensar que no le importaba lo suficiente después del tiempo que habíamos pasado separadas la una de la otra. Por lo injusta que había sido al volcar toda mi frustración en ella.

—Lo siento —me disculpé, avergonzada por mi comportamiento.

—Sé que me ves casi como una... desconocida —mi madre pareció trabarse con esa palabra, con lo que implicaba en aquel débil hilo que nos unía—. Pero haría lo que fuera por protegerte, Jem. Lo que fuera.

De nuevo me quedé en silencio, mascando el peso de su mensaje. Desde que fue atrapada, haciéndonos creer tanto a mi padre como a mí que había sido ajusticiada por Roma, era lo que había estado haciendo todos aquellos años: renunciar a la oportunidad de ponerse en contacto con nosotros, rompiendo cualquier lazo, con el único fin de que el Emperador creyera que estaba sola.

—Yo también quiero disculparme.

No pude ocultar mi sorpresa al escucharla. ¿Por qué tendría que disculparse? La única que había tenido un comportamiento cruel y mezquino había sido yo, dirigiendo contra ella una rabia que no me había causado.

Escuché a mi madre tomar una bocanada de aire.

—Puede que estuviera equivocada con Octavio —reconoció—. Puede que el príncipe imperial no sea como su padre.

Algo aleteó dentro de mi pecho al creer entender que, con aquella confesión, estaba haciéndome saber que le daría el beneficio de la duda a Octavio; que no se opondría al compromiso. Que estaba dispuesta a reconsiderar lo que me había dicho entre aquellas mismas cuatro paredes, cuando me acusó de estar ciega al verdadero rostro del hijo del Emperador.

Sus ojos verdes me escrutaron con atención.

—Solamente quiero saber si estás segura de tu decisión —me pidió, con rostro serio.

Una parte de mí sintió culpa al ver que mi madre también parecía creer que mi historia con Octavio había sido amor a primera vista.

—Es una decisión que va a cambiar tu vida por completo, Jem —añadió, inclinándose en mi dirección.

Tomé una bocanada de aire, odiándome por no poder ser sincera con ella.

—Estoy segura de esto. Octavio es el cambio que necesita el Imperio y me siento honrada de que él quiera tenerme a su lado para ayudarle con ello.

* * *

No es ningún simulacro gorrioncillos jijijiji

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro