❈ 55
Mi conversación con la emperatriz no dejó de dar vueltas en mi cabeza, brindándome una nueva perspectiva. Ahora que sabía que mi compromiso no tardaría en anunciarse a la corte, formalizándose después de meses de dudas, sentía un nudo en la boca del estómago; estaba horrorizada por las partes que Calidia había decidido compartir conmigo respecto a su historia... y no podía evitar sentir un ramalazo de odio aún más profundo hacia el Emperador. La madre de Octavio creía que el cambio se obraría una vez el Usurpador estuviera muerto; sin embargo, ¿cuánto tiempo faltaba para ese dichoso momento? Años probablemente. Años en los que tendríamos que seguir soportando su tiranía, su crueldad... Años en los que su sombra seguiría cubriéndonos, asfixiándonos.
Pero quizá la muerte del Emperador no estaba tan lejos...
No si Zosime venía a reclamar su alma antes de tiempo, preparada para llevárselo consigo y saldar la deuda que le había sido negada cuando fue sesgada del Panteón.
Y para ello tenía que hablar urgentemente con Ludville.
Con aquella idea en mente, me alejé del ala residencial de la familia imperial en dirección a los jardines. Necesitaba llegar a la pequeña propiedad que el Emperador había cedido con gusto a la comitiva venida desde Assarion; necesitaba a Ludville para ofrecerle una alianza.
La promesa de ver cumplidos los deseos de su rey antes de lo que habían pensado.
Sin pararme a sopesar las consecuencias —y tras equivocarme con un par de giros—, atisbé las escaleras que, sabía, me llevarían hacia la casa de invitados. El servicio y los miembros de la corte que permanecían en el palacio seguían recuperándose de los excesos y el duro trabajo de la noche anterior, despejándome el camino de ojos curiosos; aceleré la velocidad de mis zancadas al divisar la inconfundible figura del edificio y subí los pocos escalones que me separaban de la puerta principal.
Un hombre ataviado con el uniforme de color arena me recibió cuando apenas me quedaban unos pasos de distancia, como si me hubiera divisado en mi apresurado camino hasta allí. Se inclinó con solemnidad.
—Avisad de mi presencia a lady Ludville —le pedí, quizá más impaciente de lo que debería sonar—. Y decidle que es un asunto urgente...
—Lady Furia —la inconfundible voz seductora de la nigromante sonó a unos metros por detrás del cuerpo del sirviente. El hombre se hizo a un lado para dejarle la vía libre a la exuberante mujer; me sorprendió comprobar lo entera que parecía, suponiendo que ella regresó a la fiesta después de permitirme ver a Cassian—. Golett, puedes marcharte: yo me ocuparé de lady Furia de ahora en adelante.
El sirviente alternó la mirada entre las dos antes de despedirse de ambas con una inclinación de cabeza, desapareciendo en una de las puertas que había en aquella planta del edificio. Ludville no apartó sus delineados ojos de mi rostro, ni siquiera para asegurarse de que nos dejaban a solas.
—Creí haberte dejado ayer lo suficientemente claro todo lo relativo a tu... amigo —fueron sus cortantes palabras, acompañadas de un seco cruce de brazos contra el pecho.
Una extraña tensión me embargó al recordar que, en algún punto de aquella propiedad, Cassian continuaba fingiendo ser un esclavo del servicio de Assarion. Por unos segundos se me pasó por la mente el fugaz pensamiento de esquivar a Ludville y buscarlo por última vez; como si la nigromante hubiera anticipado el hilo que estaba siguiendo mi cabeza, se movió hasta interponerse aún más en mi camino.
Apreté los puños e ignoré esa insidiosa voz que parecía seducirme con aquella arriesgada idea.
—No he venido por él —respondí, con todos los músculos agarrotados—. Sino por otro motivo de mucho más... peso.
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Intuyendo la gravedad del tema que me había llevado hasta ella, Ludville me condujo hasta sus propios aposentos. La casa de invitados tenía una planta superior donde se encontraban todas las habitaciones; no pude evitar estudiar el entorno, sorprendiéndome del buen gusto de la estancia. Sin embargo, pronto toda mi atención se vio atrapada por la nigromante, quien me pidió con un par de gestos ansiosos que la acompañara hacia unos cómodos asientos de mimbre trenzado.
—Tú dirás, Devmani —me azuzó, tomando asiento con una elegancia envidiable, delatando la abertura del vestido al mostrar parte de su pierna hasta la altura del muslo—. Soy toda oídos.
Retorcí mis manos con algo de nerviosismo, recordando mi conversación con Calidia. Las implicaciones que tenían sobre mi futuro...
—Muy pronto me convertiré en la prometida de Octavio —empecé, tanteándola con cautela. La propia Ludville había hecho un comentario al respecto la noche anterior, desvelando que estaba al corriente de los planes del Emperador.
La nigromante enarcó una ceja en actitud condescendiente.
—¿Quieres huir del compromiso, Devmani? —me preguntó con fingida dulzura—. ¿Vas a pedirme de nuevo que finjamos un secuestro...?
Me incliné sobre el borde de la silla, apretando las manos contra mis rodillas para contener el ligero temblor que había comenzado a sacudirlas. El pulso se me aceleró y, por la mirada de interés que me lanzó Ludville, supe que lo había notado gracias a su poder. El mismo que las pulseras que colgaban de mis muñecas mantenían apagado.
—Quiero que Assarion me ayude a asesinar al Emperador —le expuse sin ambages.
Su expresión de absoluta sorpresa y estupefacción delató que jamás habría esperado esa respuesta. La mirada color caramelo de la nigromante no era capaz de ocultar lo mucho que la había dejado aturdida; caí en la cuenta de que era la primera vez que la mujer parecía estar sin palabras.
—¿Eres consciente de lo que estás... pidiéndome? —su voz no sonaba tan segura como antes.
—Creo que tu rey y yo compartimos ciertos objetivos —insistí, sosteniéndole la mirada con una creciente seguridad—; de lo contrario, no habría estado ayudando a la Resistencia entre las sombras, ¿no es cierto?
Conmigo actuando con la protección de Assarion, tendría más posibilidades de conseguir mi propósito que si tuviera que trabajar sola. Sospechaba que el monarca estaba utilizando a la Resistencia para sus propios planes, después de que sus planes de introducir a una de sus hijas dentro de la familia imperial no funcionaran; no conocía sus motivos pero, supuse, estaban relacionados con tener más poder.
Y el Emperador era un obstáculo.
Ludville se reclinó y me observó en silencio durante unos segundos.
—Puedo trabajar con vosotros —presioné un poco más, subiendo la oferta inicial para embaucarla—: seré vuestra espía. Los ojos y oídos que necesitáis para adelantaros a todos sus planes...
Una sombra cruzó sus atractivos rasgos.
—Ya tenemos a alguien que se encarga de ello desde hace años, Devmani —me desveló, desestimando con un aspaviento de mano mis intenciones de obtener información para ellos.
No me di por vencida, aunque me pilló por sorpresa descubrir que Assarion había conseguido mantener algunos de sus agentes en palacio durante tanto tiempo sin que fueran descubiertos por el Emperador; Melissa no había corrido la misma suerte aquella horrible noche, cuando el Usurpador la asesinó con sus propias manos.
—Pero mi posición como prometida del príncipe heredero me permitirá conocer más que vuestros espías —señalé, con un ramalazo de satisfacción ante aquel irrebatible argumento.
Ludville ladeó la cabeza con algo parecido a interés reluciendo en sus ojos color caramelo.
—¿Y qué hay del príncipe Octavio? —me preguntó entonces, ladina—. ¿También estaría dispuesto a colaborar con nosotros?
Un escalofrío desagradable me sacudió de pies a cabeza cuando mencionó a mi amigo.
—Octavio se quedará al margen de todo esto —le advertí, mostrándole los dientes en una mueca feroz—. En el trato de convertirlo en el nuevo emperador solamente entro yo.
Ante su silencio, añadí:
—Sabéis que él es nuestra mejor opción para el trono —Calidia lo creía, al igual que yo: Octavio era nuestra esperanza de ver una mejor versión del Imperio; y el príncipe imperial me lo había demostrado durante nuestras visitas a la biblioteca, cuando compartió conmigo las ideas que guardaba para el momento en que tuviera que ocupar el lugar de su padre—. Sabéis que la tiranía del Usurpador llegará a su fin cuando su hijo lo sustituya.
—Y tú reines a su lado, como su emperatriz —agregó con malicia.
Me removí sobre mi asiento, incómoda por su apreciación. La madre de Octavio también había hecho la misma observación sobre el papel que jugaría en el futuro del Imperio, junto a su hijo.
Pero aún no había conseguido asimilar la idea de lo que supondría para mi vida.
—La primera emperatriz nigromante del Imperio —Ludville pareció paladear sus propias palabras—. Qué delicia.
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Conscientes del limitado tiempo que tendríamos hasta su marcha, Ludville me prometió ponerse en contacto conmigo para darme una respuesta definitiva sobre la oferta que había dejado sobre la mesa... Mis servicios como espía a favor de Assarion a cambio de su inestimable ayuda para acelerar la muerte del Emperador.
Un extraño nudo me acompañó de regreso a mis aposentos tras despedirme de la nigromante y deshacer el camino hacia el palacio. Era consciente de dónde estaba metiéndome, pero era la única salida. Calidia se había resignado a esperar hasta el momento en que Zosime quisiera reclamar la vida de su esposo... Y yo me negaba a permitir que el Usurpador siguiera respirando. Todo el mundo daba por supuesto que el compromiso estaba cerca; que pronto Octavio me haría la tan ansiada pregunta delante de un generoso público. Ni siquiera mi madre sería capaz de detener los planes del Emperador, por mucho que se opusiera a mi futuro matrimonio con el príncipe heredero.
Como primogénito, nuestra boda pasaría a ser un asunto urgente... nada que ver con el compromiso entre Ligeia y Perseo, que pasaría a un segundo plano. Todo se centraría en los preparativos de la unión del próximo emperador, azuzándonos a ambos para que nos casáramos lo antes posible.
El estómago se me retorció al pensar en ello, en cómo se nos exigiría tanto a Octavio como a mí que cumpliéramos con nuestras obligaciones. Como asegurar aún más la gens Nerón, concibiendo un heredero... con poderes de nigromante.
Aquella idea no hizo más que empeorar mi estado, recordándome mi discusión con Perseo por aquel maldito saquito con la mezcla anticonceptiva que usaba para impedir que pudiera quedarme embarazada. Porque no le había mentido al nieto de Ptolomeo al decirle que no estaba preparada para ser madre.
Porque todavía no entraba en mis planes y no sabía si algún día lo haría.
Estaba tan ensimismada en mis propios pensamientos que no vi a la persona que venía directa hacia mí, provocando que nuestros cuerpos colisionaran. Trastabillé con un quejido dolorido, sintiendo una oleada de molestia en aquellas zonas donde me había golpeado.
Lancé una mirada iracunda hacia la figura que estaba a unos metros, contemplándome del mismo modo.
—Supongo que las ratas como tú sois bastante escurridizas, ¿no es así?
Belona Carvilia se cruzó de brazos con una expresión altiva y cargada de desagrado. La dama de compañía de Ligeia, a juzgar por sus secas palabras, parecía haber estado buscándome por algún extraño motivo que se me escapaba.
—Belona —dije con cautela.
Ella había sido una de las pocas atrevidas jóvenes dentro del círculo más cercano de la princesa que no habían dudado un segundo en demostrarme lo mucho que les desagradaba mi presencia. Pensé que, tras la disputa que tuvimos el día en que Ligeia consiguió emboscarme, Belona se retiraría para lamerse las heridas... pero Octavio estuvo en lo cierto al señalar que la joven Carvilia no dejaría pasar la ofensa, no cuando sus planes se le estaban escurriendo entre los dedos como finos granos de arena del desierto.
La chica esbozó una sonrisa cruel, dando un paso en mi dirección.
—¿Acaso todos estos años en la calle, junto a la basura, no te han enseñado cuál es tu lugar? —me preguntó con malicia.
Enarqué una ceja ante su patético intento de sacarme de mis casillas. No era la primera vez que me enfrentaba a una perilustre cuya única meta en la vida había sido cuidadosamente metida dentro de su cabeza por parte de su propia familia; mientras serví a Aella, tuve un pequeño encontronazo con una de sus otras doncellas... Un encuentro que no terminó nada bien.
Sin embargo, en aquella ocasión Roma no estaba por los alrededores, monitoreando cada uno de mis movimientos.
Al ver que no arrancaba la reacción que buscaba por mi parte, Belona se acercó aún más, como si creyera que su simple presencia pudiera amedrentarme. Contuve una sonrisa llena de sarcasmo por lo absurdo que resultaba.
—Todo el mundo se sorprendió al descubrir que, al menos, la gens Furia sobrevivió a la purga que llevó a cabo el Emperador —sus ojos me repasaron de pies a cabeza y en sus labios flotó una mueca de desagrado—. Las malas lenguas decían que, de entre todas las familias de nigromantes, la vuestra era la más poderosa. Pero, cuando te miro, no veo en ti nada de los rumores que corren sobre la gens Furia. ¿Y sabes qué es lo que pienso? Que no eres más que un fraude —una media sonrisa afloró en la comisura de sus labios—. Creo que alguien ha intentado vendernos una buena historia sobre la heredera perdida, aun cuando no eres nadie —Belona entrecerró los ojos con sospecha—. ¿Fue Ptolomeo Horatius? He oído decir que, antes de acabar en el palacio, servías como doncella de Aella... y que también te encargabas de las necesidades de su primo —mi pulso trastabilló al oírla, al saber que nuestro pasado había empezado a circular dentro de la corte.
Me mantuve inmóvil mientras Belona terminaba de eliminar los últimos pasos que nos separaban. Sus ojos grises me estudiaban con demasiada atención, evaluando cada uno de mis gestos; traté de ocultar el modo en que sus últimas palabras me habían afectado con una expresión de casi aburrimiento. En mi cabeza, no obstante, las preguntas se sucedían las unas a las otras, enmarañándose. ¿Quién habría hablado? ¿Cómo habría llegado hasta sus oídos esos rumores? Si Belona estaba al corriente... ¿Eso quería decir que Ligeia también lo sabía? Aquella idea hizo que me tensara de pies a cabeza, pese a que Octavio me aseguró que su hermana no estaba enamorada de Perseo. Guardaba mis dudas al respecto, en especial después de haber visto en todos aquellos meses su comportamiento cuando su prometido estaba cerca.
—¿No es eso para lo que sirves, Jedham Furia? —me preguntó con inquina—. ¿Para abrir la boca y tus piernas cuando tu amo te lo ordenaba? —una sonrisa mucho más cruel y afilada iluminó sus aristocráticos rasgos—. Al saber que iba a prometerse con Ligeia, seguro que te dio la patada, ¿no es así? O quizá su abuelo te ha traído hasta aquí, bajo una identidad falsa, para que puedas seguir manteniendo tus... servicios —sus ojos grises resplandecieron de una retorcida satisfacción—. Quizá por eso Octavio se ha acercado a ti tanto... Sabe que no eres más que un agujero caliente al que poder acudir siempre que quiera desfogar. Una mujerzuela como tú no tiene otro propósito dentro de la corte —finalizó con regodeo.
Un molesto zumbido inundó mis oídos al mismo tiempo que una pátina roja cubrió mi campo de visión. Era como si hubiera retrocedido a la noche en que Vita me emboscó en aquel pasillo de la hacienda de Ptolomeo, movida por los celos; pero, a diferencia de la doncella de Aella, Belona había resultado ser mucho más inventiva a la hora de advertirme que no me convirtiera en un obstáculo.
Antes de que ninguna de las dos supiera qué estaba sucediendo, me abalancé contra la chica y conseguí que trastabillara hasta que su espalda topó con la pared. La superioridad que había visto en sus ojos grises se esfumó al notar cómo mi antebrazo presionaba con firmeza su garganta, cortándole la respiración.
Le mostré los dientes en una mueca feroz, deseando que la pulsera de damarita que colgaba de mi muñeca no estuviera allí. Que mi poder corriera de nuevo por mis venas, permitiéndome asfixiarla sin la necesidad de mancharme las manos.
—Escúchame bien porque sólo voy a decírtelo una vez —le siseé, muy cerca de su rostro—: no vas a decir ni una sola palabra respecto de Perseo o de mí. No vas a volver a cruzarte en mi camino. Y no vas a atreverte a amenazarme de nuevo porque, de lo contrario, acabaré contigo —sus ojos se abrieron de par en par al ver que no se trataba de un simple farol, que estaba hablando en serio—. Tu puta vida está en mis manos, Belona Carvilia, y no me importa lo más mínimo tener que manchármelas con tu puta sangre si te conviertes en una molestia. ¿Me has entendido?
La chica empezó a balbucear, temblorosa como un cervatillo recién nacido. Por unos segundos valoré la idea de continuar presionando su tráquea, alargar su sufrimiento ante la posibilidad de que pudiera cumplir con mi amenaza. Un brillo de pánico relampagueó en sus ojos grises cuando notó mi antebrazo haciendo más presión sobre su cuello; no me costó mucho inmovilizar sus aspavientos desesperados.
Saboreé con enfermiza satisfacción cómo su pálida piel empezaba a colorearse a causa de la sangre acumulándose en su rostro.
—Esta mujerzuela —le dije, empleando el mismo insulto con el que se había referido a mí— va a convertirse en la próxima emperatriz. Deberías empezar a mostrarme un poco más de respeto de ahora en adelante.
Seguí presionando un poco más, lo suficiente para subrayar mis palabras. No oí hasta que fue demasiado tarde las exclamaciones ahogadas y los pasos apresurados; los ojos de Belona estaban llenos de lágrimas cuando alguien consiguió separarme de ella, haciendo que cayera sobre el suelo de mármol, resollando a causa de la asfixia.
El pitido de mis oídos se intensificó, haciendo que sintiera un leve chispazo en mi interior. Un eco de mi poder apagado. Por unos segundos traté de alcanzarlo, de aferrarme a él antes de que la damarita volviera a hacerlo desaparecer, pero no pude.
Apenas fui consciente de las dos siluetas que aparecieron en mi campo de visión, ambas ataviadas con lujosos vestidos reservados únicamente a las familias de perilustres más pudientes. Una de ellas se inclinó hacia el bulto sollozante en el que se había transformado Belona; la otra me obligó a retroceder. Unos ojos azules me contemplaban con un leve rastro de pavor.
—Jedham, ¿qué pretendías hacer? —su voz sonó ahogada—. ¿En qué estabas pensando?
* * *
BOENO, BOENO, BOENO... PARECE QUE SE ESTÁ COCIENDO A ALGO Y HUELE A TRAICIÓN
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