Perdí por completo el paso del tiempo atrapada en la oscuridad de mi celda. En algún momento las voces, las súplicas y los lloros habían cesado en las otras celdas vecinas, provocando que un pesado silencio se instalara en las mazmorras; traté de conocer los límites de mi magia, de bloquear las sensaciones que me llegaban de los otros prisioneros... sin éxito.
Me quedé aovillada en un rincón de mi jaula, con la cabeza escondida mientras dejaba que los minutos, las horas, los años transcurrieran, abandonando cualquier deseo de poder conciliar el sueño. Imágenes de lo sucedido en los túneles me asolaron; recordé el rostro de Cassian, de mi padre... Ninguno de los dos se encontraba entre los rebeldes que habían sido capturados por las fuerzas del Emperador, conducidos hasta allí por Darshan. Me aferré a la esperanza de que ambos hubieran logrado escapar, que ambos estuvieran bien.
Y que ambos habían logrado salir de aquellos túneles.
Mis músculos protestaron cuando creí escuchar el sonido de pasos, numerosos pasos. Mis sospechas se confirmaron cuando un coro de voces suplicando piedad y compasión se alzaron; de manera inconsciente moví mis manos hasta apuntar mis palmas hacia la puerta de barrotes, notando un cosquilleo en la punta de los dedos. No tenía ningún tipo de habilidad como nigromante, nunca había recibido una educación sobre cómo debía emplear mi poder, pero esperaba que mi instinto pudiera guiarme.
La boca se me secó cuando empecé a contar los latidos que mi magia lograba percibir: eran demasiados. Aunque fuera una nigromante y mi magia pudiera detener su corazón, los números no se encontraban a mi favor. El recelo creció en mi interior cuando noté cómo el numeroso grupo parecía separarse, marchándose al fondo del corredor parte de ellos.
Retrocedí como un animal enjaulado, listo para lanzar la primera dentellada, al escuchar la puerta abriéndose con un chirrido. ¿A cuántos de ellos podría dejar fuera de combate antes de que consiguieran reducirme? A pesar de mi inexperiencia, había logrado descubrir entre los recién llegados un par de nigromantes. Mi poder había reaccionado ante el suyo, delatándolos...
Pese a que eran fácilmente identificables gracias a las túnicas negras que portaban y las familiares máscaras plateadas que cubrían sus rostros, convirtiéndolos en los monstruos que poblaban las historias que los padres solían contar a sus hijos para conseguir que se marcharan a la cama y no cometieran ninguna travesura más.
Entraron como un remolino de oscuridad, confundiéndose con el entorno y haciéndome un tanto complicado poder distinguirlos. Sus palmas apuntaron en mi dirección, un claro mensaje respecto a mis intenciones: «Intenta usar tu magia y te arrepentirás».
Gruñí de frustración, bajando mis brazos hasta que las mías quedaron dirigidas hacia el suelo de piedra. Su presencia allí no podía significar nada bueno...
Mis pensamientos quedaron en suspenso cuando el último nigromante atravesó el umbral, internándose en la celda. Aun con la máscara y la capucha cubriéndole parcialmente el rostro, le hubiera reconocido en cualquier parte gracias a mi traicionero corazón.
—Tú —mascullé.
Perseo me observó desde una prudencial distancia. Sus ojos azules estaban cubiertos de una pátina de frialdad, la misma que los había protegido la primera vez que nuestros caminos se cruzaron; ignoró por completo mi exabrupto e hizo un gesto a uno de los nigromantes que le respaldaban. Sus compañeros se tensaron cuando el elegido dio un paso en mi dirección.
Por unos segundos saboreé la idea de dar rienda suelta a mi poder, de emplearlo contra aquel hombre. Pero, como si hubieran adivinado mis pensamientos, la magia de los nigromantes se deslizó hacia mis brazos; una oleada de dolor recorrió mis muñecas y, como si fuera una marioneta, las retorcí hasta que quedaron a mi espalda.
—Quizá deberíamos usar damarita —opinó otro de los nigromantes con una voz aguda, femenina—: es peligrosa por su inestabilidad... y su rabia.
Creí ver cómo un músculo en la mandíbula de Perseo se tensaba ante la apreciación de su compañera y una sensación helada se extendió por mi interior ante la idea de verme privada de nuevo de mi poder.
—Quiero creer que cooperará —le respondió, como si yo no estuviera allí, a unos metros de distancia, incapacitada por los otros nigromantes—. Es una joven inteligente que sabe lo mucho que podría perder si decide hacer alguna estupidez.
Pese a la rabia que guardaba por haberme arrastrado hasta allí mediante sus secretos y medias verdades, la indiferencia con la que habló me dolió. No aparté la mirada de Perseo mientras el nigromante me aferraba por el brazo, arrastrándome hacia la salida; no desvié ni un segundo la vista, esperando que Perseo me la devolviera o, al menos, me permitiera saber si aquel comportamiento por su parte tenía como propósito el protegerme.
Pero el heredero de la Gens Horatia no miró en mi dirección ni una sola vez.
Convertida en una muñeca, dejé que mi captor me condujera hacia fuera de la celda. El despliegue de nigromantes hizo que me tensara. En especial cuando reconocí a Darshan custodiado por otros dos; los ojos grises del joven me fulminaron a través de los metros y las personas que se interponían entre nosotros. La culpa pareció arremolinarse en mi estómago al distinguir con esfuerzo en la oscuridad el rastro de mis golpes en su rostro, la palidez en su piel tras exponerlo a mi damarita; Roma no había empleado sus poderes para sanar a Darshan, quizá temiendo que ese acto pudiera levantar las sospechas del Emperador, demostrando una preocupación que iba más allá de ser un simple nigromante.
Me vi obligada a apartar la mirada cuando Perseo se situó a la cabeza del numeroso grupo que conformábamos. Sus ojos azules estaban fijos en nosotros, igual de vacíos que los de sus compañeros.
—El Emperador ha requerido de vuestra presencia.
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Apreté mis puños, notando un molesto dolor en las muñecas, producto de la magia que aún las retenía por parte de los dos nigromantes que caminaban a mi espalda. Tanto Darshan como yo éramos custodiados por un generoso contingente de ellos, una precaución debido a nuestra potencial peligrosidad por la inestabilidad de nuestro poder; casi podía distinguir el acelerado latido de su corazón entre el tumulto de sonidos y sensaciones que mi magia era capaz de sentir.
Trastabillé a lo largo de aquel corredor de piedra. Una vez cruzamos las puertas que nos devolvían a los lujosos pasillos del palacio, la repentina luminosidad me obligó a cerrar los ojos, haciendo que tropezara.
Aún recordaba vagamente el camino, así que opté por estudiar mi entorno de nuevo. La llamada del Emperador, las dudas sobre qué podría salir de ese encuentro, había conseguido que mis nervios se descontrolaran; antes de marcharse, mi madre había sabido ver la amenaza que suponía. Roma, por el contrario, había creído que las celdas, el hecho de encontrarnos allí, era el único lugar seguro. ¿Cómo podía pensar que allí tendríamos un mínimo de seguridad, cuando un hacha pendía sobre nuestras cabezas?
La respiración se me aceleró cuando enfilamos el corredor que conducía a la sala del trono. Procuré que mi mirada no se dirigiera de manera inconsciente hacia Perseo, quien encabezaba la marcha, delatándose a sí mismo como su líder. ¿Habría sido esa su recompensa tras haberme conducido ante el Usurpador, desvelando mi verdadera identidad?
—Camina —gruñó el nigromante que me retenía por el brazo, zarandeándome al ver que mis pasos se ralentizaban.
Bajé la mirada y obedecí en silencio.
Las paredes de la sala del trono amplificaron el sonido de nuestra procesión, haciendo que resonara como un eco. Mis ojos no tardaron ni un instante en descubrir a mi madre situada tras el trono que ocupaba el Emperador; de nuevo cubierta de pies a cabeza por aquella pesada capa que siempre portaba, parecía encogerse sobre sí misma. ¿Qué habría hecho aquel monstruo con ella una vez me dejó atrás, en la celda?
Mi atención se desvió entonces hacia la otra persona que se encontraba al otro lado, a la misma altura del hombre: Roma. Al contrario que mi madre, la nigromante se mantenía erguida por completo; una silueta inmóvil que solamente actuaría cuando su señor así se lo ordenara.
Perseo fue el primero en hincar una rodilla en el suelo y bajar la cabeza en señal de solemne respeto. Los nigromantes que me tenían controlada hicieron que mi cuerpo le imitara, forzándome a quedarme de rodillas sobre el frío suelo de mármol; por el rabillo del ojo creí ver a Darshan en la misma posición.
La inhóspita mirada del Emperador nos recorrió a ambos, haciendo que mi vello se erizara.
—Ayer fue un día bastante revelador: conseguimos encontrar la guarida de esas sabandijas que se hacen llamar Resistencia, acabando de una vez por todas con su amenaza —me tensé cuando sus ojos se clavaron en mí con una extraña intensidad—. Y supimos que la Gens Furia no estaba extinta y que mi querida Galene no era la última, tal y como me había hecho creer todos estos años.
Mi madre se removió tras el Emperador.
—Sin embargo, no podemos obviar que descubrimos a dos nigromantes encubiertos que incumplieron la ley —continuó con su voz fría y calculadora—. Tampoco debemos olvidar que el castigo por ello es la muerte...
Frente a mí, el cuerpo de Perseo pareció quedarse rígido de la impresión al escuchar las últimas palabras del Usurpador. Un hilillo de sudor frío descendió por mi espalda, sabiendo que ese hombre jamás mostraría piedad.
Roma ni siquiera tuvo el valor suficiente para interrumpir, limitándose a mirar a su señor.
—Pero soy consciente del valor de cada una de sus vidas —los labios del Emperador se curvaron en una socarrona y perversa sonrisa—. Los nigromantes sois unas criaturas excepcionales con un poder inusual. Ordenar vuestra ejecución no sería más que un malgasto y desaprovechar la oportunidad que los dioses me han brindado al traeros ante mí.
Apreté los dientes con rabia al ver la desfachatez que mostraba al hablar de los dioses, como si no nos hubiera arrebatado a nuestra propia deidad, prohibiéndola por el simple placer de deshumanizar a los nigromantes y hacerles saber que no eran más que objetos de los que disponer a su antojo. Armas que cumplían sus órdenes y cuyos sentimientos eran brutalmente reprimidos.
—Soy un hombre generoso —mi enfado no hizo más que aumentar— y os dejaré vivir.
Algo parecido al alivio pareció envolverme al oír la decisión del Emperador de que no seríamos condenados a muerte, creyendo que se trataba de una victoria sin atisbar que podría haber más.
—Estaréis al servicio del Imperio, a mi servicio —el alivio se transformó en temor ante las imágenes que se formaron en mi mente—. Y para ello seréis enviados a Vassar Bekhetaar, junto a otros jóvenes con el mismo don, para ser instruidos y convertidos en auténticos nigromantes.
Mis músculos se agarrotaron y el pánico se desató en mi interior. Sabía que aquella prisión era también utilizada para que los nigromantes aprendieran a usar su poder, donde eran moldeados hasta convertirse en los seres sin escrúpulos que servían al Emperador; Perseo había sido enviado allí siendo niño, incluso Darshan mientras se convertía en un maldito Sable de Hierro y ocultaba su verdadera naturaleza.
El heredero de la Gens Horatia había compartido conmigo parte de los horrores que había vivido en Vassar Bekhetaar, los brutales métodos que los instructores seguían con los más jóvenes, haciendo que se perdieran a sí mismos y solamente quedaran cáscaras vacías y carentes de sentimientos.
—Mi señor, por favor... —la ronca y debilitada intervención de mi madre rompió la quietud que se había instalado en la sala del trono.
La mirada del Emperador se desvió hacia la figura encapuchada que había abandonado su posición para caer de rodillas junto a uno de los brazos de aquella monstruosa silla labrada en oro y bañada en la sangre de la familia del hombre que ahora la ocupaba.
Intuí un brillo de salvaje satisfacción en el fondo de sus ojos, como si la visión de mi madre en aquella actitud suplicante le brindara una retorcida satisfacción.
—¿Por favor qué, Galene? —preguntó con inesperada suavidad.
—No los enviéis a Vassar Bekhetaar —respondió, sobreponiéndose al esfuerzo de alzar la voz y que no se le entrecortara a causa de las heridas internas—. Tiene... tiene que hacer... otro modo...
—¿Otro modo? —repitió el Emperador—. Todos los nigromantes son enviados a Vassar Bekhetaar para forjarse, para aprender a controlar su poder —entrecerró los ojos—. Tú misma fuiste allí, si la memoria no me falla. Además, Galene, es tu heredera —la atención se desvió hacia mí y creí ver en la distancia un brillo de pánico en los ojos azules de mi madre—. ¿No se espera de ella que esté... a la altura? Deberías ser más agradecida con mi generosidad, Galene.
Todos intuimos la amenaza escondida en sus últimas palabras, quizá por eso mi madre optó por agachar la mirada y retroceder de nuevo hasta su posición. La sonrisa del Emperador creció ante su aplastante victoria.
—Una caravana marcha hacia allí en un par de días —su voz resonó con fuerza contra las paredes de la sala del trono, cayendo sobre mí como pesadas losas de mármol—. Partiréis con ellos. Mientras tanto... —sus dedos chasquearon y los nigromantes que nos habían escoltado se movieron a la par, acechándonos a Darshan y a mí como perros de presa; listos para abalanzarse sobre nosotros a la mínima señal de su amo. Los dedos del hombre que me tenía atrapado por el brazo se apretaron contra mi carne como garras—. Volveréis a la celda.
El poder de los nigromantes hizo que mi cuerpo se irguiera de forma dolorosa, arrancándome un siseo. La mirada del Emperador era como una llama ardiente sobre mi piel mientras contemplaba desde la tarima cómo sus marionetas se encargaban de conducirnos tanto al otro prisionero como a mí de regreso a aquel oscuro rincón donde permaneceríamos antes de ser despachados.
Puede que el Usurpador nos hubiera intentado convencer de su benevolencia al perdonarnos la vida, pero yo era consciente del infierno al que nos había decidido enviar. Ese inhumano lugar llamado Vassar Bekhetaar, donde los peores criminales eran enviados, nos comería vivos...
Nos transformaría en algo completamente distinto.
Un escalofrío me recorrió de pies a cabeza al verme a mí misma vistiendo una túnica negra, con mi rostro oculto tras una máscara de plata. Despojada de todo lo que me había hecho humana, convertida en aquellos monstruos de ojos vacíos.
Tuve miedo.
Miedo de no saber lo que sería de mí en Vassar Bekhetaar.
Miedo de no saber quién sería Jedham Devmani cuando lograra salir de allí.
* * *
BUENAS BUENAAAAAAAAS
Os dije que quedaba en vuestras manos elegir la actualización mensual... Y EL PUEBLO HA HABLADO
BIENVENIDOS A UN NUEVO CAPÍTULO DE LA NIGROMANTE, ESTA OBRA QUE LLEVÁBAMOS AÑOS LEYENDO CASI A TROMPICONES. Parece que han pasado tropecientos años, por lo que es aconsejable hacer una relectura del primer libro y los pocos capis que llevamos de este...
Y ahora, las preguntas finales:
LA APARICIÓN DE PERSEO??????
¿Qué creéis que pasará de cara al futuro?
¿Soy la única a la que le ha latido muy fuerte el corazón con el Emperador?
¿Alguna admiradora de Darshan por acá?
Y la más importante: ¿Vástago de Hielo, Daughter of Ruins, Thorns...? Es vuestra elección.
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