❈ 44
—No vas a poder esquivar eternamente a Ligeia, lo sabías, ¿verdad?
Octavio ni siquiera levantó la mirada de su pesado libro al lanzar aquella acertada observación. Aquella misma mañana, tras el encuentro con su hermana el día anterior, había sido yo la que había buscado al príncipe con la idea de recluirnos de nuevo en la biblioteca, lejos de la amenaza velada de la princesa.
—No estoy haciéndolo —me defendí, aunque era mentira.
Irshak dejó escapar una risa entre dientes que sí consiguió que Octavio alzara los ojos para observar al nigromante con una expresión divertida y soñadora.
—Irshak puede descubrir si mientes, Jedham —me recordó el príncipe, muy ufano y lanzándole una elocuente mirada a su protector.
—Se le ha acelerado levemente el pulso al decirlo —confirmó Irshak, dedicándome una venenosa sonrisa.
Le lancé una mirada asesina al nigromante, ignorando la risa que dejó escapar Octavio. Después de descubrir uno de mis secretos, en los que se encontraba envuelto el prometido de su hermana menor, su comportamiento no había cambiado ni un ápice, como si no le importara lo más mínimo; es más, parecía haberse aliado con su guardaespaldas para reírse a mi costa.
Agité mis muñecas en dirección a Irshak, haciendo tintinear las pulseras de damarita que colgaban de ellas.
—Quítame esto y te demostraré a quién se le acelerará el pulso, Irshak —le amenacé.
Incluso el recelo que había mostrado el nigromante hacia mí parecía haberse desvanecido de golpe, quizá porque Octavio parecía encontrarse cómodo en mi presencia y yo no había tratado de asesinarlo por ser el hijo del Usurpador.
Irshak me respondió con una sonrisa desafiante bajo la máscara. Se había retirado la capucha, lo que me permitió atisbar su ondulado cabello, que siempre solía llevar recogido en la nuca, por comodidad.
—Jedham —intervino Octavio, obligándome a desviar mi atención hacia él—. Estoy hablando en serio: cuando algo se le mete en la cabeza a mi hermana, es imposible sacárselo hasta que lo consigue.
Mi estómago se agitó inconscientemente y una irritante voz insinuó dentro de mi cabeza si el compromiso con Perseo no habría sido uno de esos casos. Pese a que el príncipe me hubiera asegurado que Ligeia no estaba enamorada de su prometido, que todo en ella era una cuidada fachada, no podía evitar sentir un ramalazo de desconfianza hacia la princesa.
Octavio había dicho que Ligeia estaba al corriente de los planes de su padre... y que estaba dándole lo que el Emperador deseaba. ¿Y si eso incluía entregarse de buena gana a ese compromiso? Aunque me costara admitirlo, Perseo resultaba ser un buen partido; dejando a un lado sus orígenes y parentela, era un hombre que respetaría a Ligeia. Que jamás intentaría sobrepasar ningún límite.
Alguien muy distinto a Rómulo, quien había estado a punto de comprometerse con Aella.
—No me siento cómoda con la idea —confesé, usando de nuevo una media verdad. No me parecía justo tener que compartir con Octavio lo poco que me agradaba su hermana menor; haría que las cosas se volvieran raras entre nosotros—. No... no encajo.
Lo último fue una dolorosa verdad. De vez en cuando rumiaba la forzosa ayuda que me había tendido la prima de Perseo, sabiendo lo complicado que me resultaría amoldarme en la imagen de las jóvenes perilustres que vivían en la corte imperial; había sido testigo del comportamiento de Aella, incluso de Ligeia, y sabía que jamás estaría a la altura que se esperaba. Yo no me había criado en aquella burbuja, no conocía las reglas que imperaban allí.
Bajé la mirada al ver el brillo de lástima en los ojos verdes de Octavio. Las visitas a la biblioteca en su compañía y su desinteresada ayuda al compartir conmigo su conocimiento me había permitido expandir mis limitados horizontes, aprendiendo un poco más de lo que me rodeaba. A entender un poco mejor los entresijos del mundo.
Mi cuerpo sufrió un sobresalto cuando la mano del príncipe cubrió la mía en un silencioso gesto de consuelo.
—No tienes por qué hacerlo, Jedham —me aseguró con firmeza.
❈
La ausencia del Emperador en mi lenta instalación dentro de la corte hizo que fuera relajándome poco a poco. Había conseguido algo similar a una rutina gracias a la constante compañía de Octavio quien, después de haberme confesado mi temor y maquillado ligeramente mi renuencia a compartir mi tiempo con Ligeia, parecía haber duplicado sus esfuerzos para mantenerme lejos de su fijación y constantes invitaciones de unirme a ella.
—Te veo bien, Jem.
Aquel tono ronco hizo que me diera la vuelta, con el corazón acelerado. En aquellas casi dos semanas que habían transcurrido desde mi llegada, no había tenido la oportunidad de encontrarme con mi madre después de aquella única vez en mi dormitorio, donde había terminado rompiéndome frente a ella y confesándole todo.
Ella me observaba desde una prudencial distancia, con su rostro oculto bajo la pesada capucha de su túnica, similar a la que empleaban los nigromantes que se ganaban su máscara de plata.
—Mamá —dije con voz ahogada.
Mi madre pareció dudar unos segundos antes de acercarse a mí. Aquella mañana Octavio había enviado a uno de sus sirvientes con una nota en la que se disculpaba por no poder estar conmigo; por lo que había comentado el día anterior, los preparativos para la llegada de la comitiva procedente de Assarion parecían haber hecho que el Emperador le requiriera con más frecuencia.
Me dedicó una media sonrisa bajo la tela de su capucha, tomando asiento junto a mí.
—Tu doncella ha sido muy amable al indicarme que habías decidido dar una pequeña vuelta por los jardines —me confió.
Todavía no entendía a Clelia, su papel como mi vigilante. La propia Ligeia había compartido conmigo la anécdota de que mi doncella había guardado silencio cuando intentó dar con mi paradero... pero no había tenido problemas en decírselo a mi madre. Su comportamiento me confundía, pues sabía que su principal misión era informar al Emperador de todos y cada uno de mis movimientos.
Me removí sobre el banco de piedra. Con Octavio ocupado, había huido de mi dormitorio hacia cualquier parte del palacio para evitar que Ligeia, aquella vez sí, pudiera dar conmigo; al final mis pies me habían conducido hasta aquel rincón escondido en los jardines, lejos de miradas indiscretas... o princesas.
—Quería aprovechar... la luz del sol —contesté a media voz.
Tras nuestro encuentro con Ligeia y Perseo, Octavio parecía haberse prometido a sí mismo ayudarme a conocer mejor el palacio. Nuestro refugio siempre sería la biblioteca, donde parecía encontrarse de lo más cómodo, pero había sacrificado parte de nuestras mañanas para mostrarme aquel monstruoso edificio.
Los paseos por aquella zona en concreto habían terminado por convertirse en uno de mis momentos favoritos. Había pasado cerca de tres meses metida en una prisión, atrapada en sus profundidades y con apenas tiempo suficiente de disfrutar del exterior, sin el miedo de que cualquier segundo de distracción pudiera conducirme a la muerte; ahora que se me había brindado aquella oportunidad, no pensaba desperdiciarla.
Por eso solía escabullirme por las tardes, después de que Octavio se despidiera de mí cuando regresábamos de la biblioteca o de la estancia que hubiera escogido en aquella ocasión para mí, aprovechando hasta el último minuto de la luz del sol sobre mi piel.
—En Vassar Bekhetaar era un lujo que no podías permitirte —adivinó mi madre y pude atisbar su intensa mirada fija en mí.
—No, no era algo que pudiera permitirme si quería seguir con vida —le confirmé en un susurro.
El silencio nos envolvió y sentí un extraño cosquilleo en la piel. Tras confrontar a Perseo sobre quién había insinuado al Emperador cómo utilizarme, encauzándolo en la idea de convertirme en la prometida de su primogénito, el nigromante me había asegurado que no era cosa suya, dejando solamente otra posibilidad en el aire. Habían sido Perseo y mi madre quienes consiguieron convencer al Usurpador de que me trajera de regreso a la capital y la simple idea de que hubiera sido ella me provocaba náuseas.
Porque mi madre no habría sido capaz de venderme de ese modo, o eso quería creer desesperadamente.
Ella se removió.
—La corte es un hervidero de... de rumores —dijo al final, empleando un tono controlado con su timbre ronco—. Sobre el heredero... y una joven recién llegada. Una legítima... heredera... de una gens de nigromantes extinta.
Mis uñas empezaron a escarbar en las cutículas, buscando trozos de piel que poder arrancar. Me sorprendía el giro en nuestra conversación, la preocupación que se adivinaba en su voz; una parte de mí pensó que, de haber sido ella la responsable de mi futuro compromiso con Octavio, no habría actuado así... No estaría a mi lado, observándome con un inconfundible brillo de preocupación y el cuerpo tenso.
Pero quizá era una oportunidad perfecta para descubrir la verdad.
—¿Estás preguntándome si hay algo entre Octavio y yo? —le pregunté con suavidad.
—Estoy intentando advertirte... de que tengas cuidado... con ese chico —respondió con esfuerzo—. Y sí, también me gustaría... saber qué hay entre ambos.
—Octavio no es como su padre —sentencié con mayor dureza de la que pretendía en realidad—. Y no hay nada de lo que debas preocuparte.
—Eso no lo sabes —me contradijo mi madre, sonando como cuando era niña y me ponía especialmente difícil y cabezota—. Apenas... apenas lo conoces. No sabes nada... de él.
Una oleada de indignación me inundó.
—Conozco al príncipe lo suficiente para saber que no es como su padre —reiteré, sin dar mi brazo a torcer.
Mi madre chasqueó la lengua con disgusto.
—Conoces una parte que ha decidido mostrarte, y... y quién sabe si será real... o un truco más. Yo también... estuve en tu lugar, Jem; yo también creí... creí ver una faceta de la persona que era... Una fachada de chico atormentado y herido... que generó... que generó ciertas dudas en mí.
Pestañeé del asombro. Ella me había contado en las mazmorras de palacio una versión muy resumida de la verdad, de sus orígenes; en ella me había confesado que el compromiso con el Emperador había sido una jugada por parte de su tío, quien pareció querer aprovechar la cercanía que existía entre la gens Furia y la familia real para deshacerse de mi madre por medio de aquella estratagema de convertirla en un activo más con el que consolidar los vínculos que unían a aquellas dos facciones de poder dentro del Imperio.
—Quise ayudarlo cuando creí ver en su indiferencia hacia mí un grito de socorro —un sonido ahogado brotó de su pecho—. Pensé... pensé que ambos podíamos conseguir lo que nos proponíamos: romper... romper nuestro compromiso. Pensé que podíamos... colaborar...
—Pero él tenía otros planes en mente —le interrumpí.
Sabía que su compromiso no había sido sencillo, al menos para ella. Mi madre se había visto abocada a una situación que jamás habría imaginado, siendo forzosamente separada de su familia y de la que se suponía que sería su futura responsabilidad como cabeza de la gens, una vez tuviera que ocupar el lugar de su padre.
—Estaba... estaba equivocada —reconoció mi madre y retorció sus manos con nerviosismo, como si volver a esos recuerdos le resultara complicado—. Y lo supe... lo supe demasiado tarde... Dejé que mi propia rabia me cegara, acelerando... acelerándolo todo.
Me estremecí ante la culpa que se adivinaba en su voz. Se responsabilizaba de la masacre que desató el Emperador, asesinando a su propia familia para acceder al trono sin obstáculos y, después, exterminando a las posibles facciones de su corte que pudieran suponerle un problema.
Dejé que mi mano se arrastrara a través de la piedra hasta cubrir la que tenía más cerca, la que estaba llena de horribles cicatrices. El contacto hizo que recordara las que llevaba grabadas en la espalda, sintiendo una nueva conexión con mi madre.
—Octavio no es como su padre —repetí con firmeza, deseando que me creyera. Que entendiera que su primogénito no era una copia del monstruo que se sentaba en el trono—. Y la historia no va a volver a repetirse...
—Eso es cierto —coincidió mi madre con un revelador tono sobreprotector—. Porque jamás te entregaría... como hizo mi familia. Jamás permitiría... que te vieras atrapada en la misma pesadilla que yo tuve que vivir.
Sus palabras llamaron mi atención, haciendo que me irguiera sobre el banco de piedra que ocupábamos.
—¿No aceptarías un compromiso entre Octavio y yo? —le pregunté con cautela, tanteando su reacción.
—Antes preferiría estar muerta a dejar que tengas algún tipo de vínculo con esa familia —su respuesta fue tajante y llena de fiereza.
Aquello debía ser prueba suficiente de que mi madre tampoco era responsable del futuro anuncio por parte del Emperador. Su voz no había titubeado un segundo cuando afirmó que no estaba dispuesta a dejar que me viera atrapada en un horror similar al que había tenido que vivir.
—¿Qué le ofreciste al Emperador para convencerle de que regresara, mamá? —pregunté entonces. La última confirmación que necesitaba.
Mi madre me observó, sin entender bien el sentido de mi pregunta.
—Cualquier cosa —respondió con cautela—. Le prometí cualquier cosa si te sacaba de aquel infierno antes de que fuera demasiado tarde.
❈
La respuesta de mi madre no dejó de dar vueltas en mi mente, aunque decidí creer que ella tampoco era la responsable de los planes del Emperador; de todos modos, opté por no volver a sacar el tema del príncipe y los rumores que continuaban expandiéndose por la corte. Con Octavio prácticamente asfixiado por sus responsabilidades, busqué con más asiduidad a mi madre, decidiendo emplear mi tiempo libre en pasarlo con ella, en recuperar todos aquellos años que habíamos perdido.
Atesoré cada segundo a su lado, preguntándole sobre quién había sido Galene Furia... y nuestra familia. Aquello pareció abrir una pequeña herida en mi madre, pero no dudó un segundo en compartir conmigo cada historia sobre la gens, intentando satisfacer mi curiosidad.
Con la cabeza apoyada sobre su hombro y la vista clavada en el movimiento de mi dedo sobre un patrón de la tela, hice mi siguiente pregunta:
—¿Hasta dónde llegaba el poder que atesoraba el linaje de la gens Furia?
Mi madre se recolocó, dejando escapar un sonido de confusión.
—¿A qué te refieres... exactamente?
Tomé una bocanada de aire, trayendo a mi memoria el caos que yo misma había provocado durante la ejecución pública que Fatou organizó para deshacerse de algunos rebeldes.
—Hay algo que no sabes... Algo que hice —respondí con cautela, midiendo mis palabras.
No había querido volver a pensar en aquel día, en lo que mi magia había provocado. Roma me había asegurado que se encargaría de velar mi secreto, impidiendo que el más mínimo rumor pudiera llegar a oídos de las personas equivocadas. Sin embargo, mi madre tenía derecho a saberlo; quizá ella podría brindar algo de luz a todo aquel turbio asunto, respondiendo a mis preguntas.
La atención de mi madre se concentró en mí, alertada por el tono que había empleado, por el nerviosismo que se adivinaba en mi postura retraída. Inspiré hondo, armándome de valor para confesarle el caos que había provocado... y del que una oscura parte de mí había disfrutado.
—El Emperador accedió a que Fatou llevara a cabo una ejecución en Vassar Bekhetaar —empecé, notando un leve temblor en mi voz—. Fui... fui obligada a formar parte... de los verdugos. Fatou me obligó... —tomé una bocanada de aire, intentando ordenar mis pensamientos y darle forma a mi relato—. Acabé con la vida de uno de los rebeldes. Alguien que no me era desconocido dentro de la Resistencia y cuyas últimas palabras... aún me persiguen —apreté mis puños, como si pudiera sentir aquel poder que había despertado en mi interior corriendo a través de mis venas—. Entonces mi magia... mi magia hizo algo extraño.
Noté a mi madre irguiéndose a mi lado y aparté la cabeza de su hombro para que pudiéramos mirarnos cara a cara. Su rostro maltrecho, ni siquiera las cicatrices que cubrían la mitad de su cara, no fue capaz de ocultar la preocupación que mi relato estaba generándole.
—¿Qué hizo, Jem? —me animó a continuar.
—Hice que los muertos... se levantaran —de repente la boca se me quedó seca al recordar el instante exacto en que los cadáveres obedecieron mi silenciosa orden. A la corriente que recorrió mi cuerpo y el sabor cobrizo que inundó mi boca. La sangre que manó de mi nariz sin que fuera consciente de ello—. Un instante estaban tendidos en el suelo y, al siguiente..., al siguiente estaban en pie. Haciendo lo que yo les había ordenado.
Evalué la reacción de mi madre con la esperanza de que pudiera darme una respuesta a por qué había sido capaz de llegar tan lejos con mi propio poder. Su piel pálida pareció empalidecer un tono más al oírme; sus ojos azules se abrieron con espanto y todo su cuerpo pareció sufrir una sacudida de la impresión.
El silencio se alargó entre nosotras, como si mi madre tuviera que asimilarlo todo.
—Jem... lo que hiciste... —se trabó consigo misma—. Lo que hiciste no es algo común.
Me encogí sobre mi sitio, sintiéndome como una niña a la que estaban regañando.
—Escuché... escuché historias siendo joven —añadió mi madre, intentando suavizar el impacto de sus duras palabras—. Historias de nigromantes que... que podían traer de vuelta a los muertos... y utilizarlos como marionetas.
Contemplé el rostro de mi madre, con un nudo en la garganta.
—¿Cómo... cómo es posible que yo lo hiciera? —pregunté en un susurro.
El horror que antes había en su expresión se había desvanecido, dejando en su lugar a un gesto dubitativo.
—No lo sé, Jem. Pero nadie debe saber esto.
* * *
HOLA HOLAAAA Y FELIZ 2024 A TODES!!!!
Ya sabéis lo que se dice: año nuevo... capítulos sorpresa nuevos para empezar con buen pie este 2024 (que ya veremos lo que nos depara). Espero de todo corazón que con este nuevo año en el horizonte sea mucho mejor que el anterior y todos los propósitos que nos hayamos hecho puedan cumplirse. Gracias, gracias y mil veces gracias por estar al otro lado de la pantalla capítulo tras capítulo; gracias por la paciencia cuando estaba medio desaparecida y gracias por la comprensión.
Disfrutad mucho de esta noche y portaos bien ;)
(ya hemos podido comprobar que mamá Galene no parece muy convencida con Octavio... tendremos que hacer caso a sus recelos de mamá protectora o no?)
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro