
❈ 43
Para mi sorpresa, encontré aquella visita a la biblioteca como una experiencia bastante... enriquecedora. Si bien no hallé la pasión y fascinación que parecía sentir Octavio hacia los libros, sí que encontré cierto disfrute en el pesado registro que el príncipe había traído para mí. Además, su silenciosa compañía a unos asientos de distancia parecía aplacar el peso de mi pecho y hacer que mi mente se distrajera con aquel cúmulo de información que ponía a mi disposición, feliz de haber encontrado una compañera que le acompañara en aquellos momentos en los que dejaba sus responsabilidades en el pasillo y, simplemente, disfrutaba del conocimiento que aquella habitación atesoraba.
En aquel momento golpeó con el dedo índice un mapa de nuestro mundo, apuntando directamente a la península que había al otro lado del mar. Hexas.
—Al contrario que ocurre con Assarion o el Imperio, la forma de gobierno de Hexas se encuentra dividida —me explicó Octavio, con los ojos iluminados por el placer de compartir conmigo sus conocimientos. Los dos estábamos a solas en su rincón favorito mientras su nigromante pululaba entre los pasillos, vigilando que no hubiera amenazas escondidas... o rehuyendo al príncipe y sus clases magistrales—. El Triunvirato, así es como se llama. Tres gobernantes que representan a los tres pilares de Hexas: Estado, religión y el ejército.
Fruncí el ceño.
—Pero ¿eso no sería... peligroso? —pregunté con cautela—. Podrían aliarse entre ellos y derrocarse mutuamente...
El Emperador, por ejemplo, era la cabeza del Imperio y todo el poder recaía sobre su propia figura. Cualquier intento de rebelión o golpe de estado podría ser fácilmente aplastado gracias a que poseía el control absoluto de todas las facciones; el consejo de nobles que parecía seguirle siempre a todos lados apenas tenía voz y voto en la toma de decisiones y, sospechaba, simplemente servían para regalarle los oídos al Usurpador y beneficiarse del puesto.
Octavio observó el plano con expresión pensativa, valorando su respuesta.
—En cierto modo —concedió con precaución—. Pero también lo veo como un modelo progresista: cada uno de los representantes permanece en el cargo unos diez años, siendo elegido su sucesor entre su propio consejo. De igual modo, las decisiones que se toman son en base a un consenso entre todos los miembros de la rama en el que se esté debatiendo. El poder no se encuentra tan... concentrado en una sola persona.
Contemplé al príncipe como tantas otras veces: con una trémula esperanza latiendo en mi pecho y con absoluta admiración por el tipo de persona que era. Por lo diferente que resultaba a su padre.
Aunque siempre solía eludir el tema, desviando la conversación, sabía que sería mucho mejor gobernante que su padre. Y eso me hacía sentir que el Imperio tenía una auténtica oportunidad de salir adelante.
—¿Has encontrado algo de interés en el registro? —me preguntó entonces Octavio, cambiando de tema. Como si hubiera sido capaz de leer mis pensamientos.
Bajé la mirada hacia el pesado volumen que me había acompañado últimamente. Desde que el príncipe lo hubiera compartido conmigo, no había podido soltarlo; entre aquellas páginas había podido conocer un poco mejor a los miembros de la gens Furia, despertando mi interés y mis ganas de saber más. Una parte de mí estaba impaciente por ver de nuevo a mi madre y buscar las respuestas que aquel pesado registro no podía darme.
—Me ha permitido saber un poco más sobre mis antepasados —reconocí y vi cómo Octavio se regocijaba en silencio—. Gracias.
Pero mi agradecimiento iba más allá de aquel registro. Su sinceridad había allanado el camino, exponiendo los planes que guardaba el Emperador respecto a nosotros y siendo honesto sobre lo que podía esperar de ese compromiso; y sabía que el príncipe no estaba jugando el papel de preocupado y abnegado heredero conmigo. Realmente parecía querer ser mi amigo, intentando demostrármelo de aquel modo: invitándome a sus excursiones a la biblioteca, mostrándome aquel pedazo de sí mismo. Del auténtico Octavio, no del príncipe imperial.
El chico bajó la mirada con apuro, repentinamente tímido ante mi agradecimiento.
—Eres la primera persona que está aquí, conmigo, desde hace... desde hace mucho tiempo —me confió, sin atreverse a mirarme todavía—. Creo que desde que Irshak empezó a fingir que los pasillos más lejanos de la biblioteca son un escondite idóneo para mercenarios y asesinos.
Una risa baja brotó de mi pecho al escuchar el gruñido que resonó a través de uno de ellos, perteneciente al nigromante. Los ojos verdes de Octavio relucían cuando alzó la mirada hacia mí.
—Soy yo quien debe darte las gracias, Jedham —me dijo entonces—. Por hacer todo esto más fácil.
El ambiente se tensó durante unos instantes ante la mención implícita del compromiso. El Emperador todavía no había hecho ningún movimiento al respecto y parecía, en apariencia, haberse olvidado de mi presencia en palacio; tras aquella funesta cena, no había vuelto a ser convocada por su padre, lo que me dejaba largas horas encerrada en mis aposentos, intentando distraerme mientras fingía que mi doncella no se encontraba vigilando cada uno de mis pasos para luego informar a su señor.
Esbocé una media sonrisa de silenciosa comprensión y luego le di un golpecito en el dorso de la mano.
—Sigue hablándome de Hexas y su Triunvirato —le pedí.
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Después de dar por concluida la visita a la biblioteca, Octavio decidió acompañarme de regreso a mis habitaciones. Irshak caminaba a una prudente distancia de nosotros, vistiendo la habitual túnica larga negra con la capucha cubriendo su cabeza, casi escondiendo la máscara de plata sobre su rostro.
—Quizá debería llevarte a otras estancias del palacio —reflexionó el príncipe, con actitud pensativa—. Aún no te he mostrado las termas de la familia... o el aula magna... o las pequeñas casas donde se hospedan los emisarios y figuras públicas extrajeras... o algunas de las galerías que poseemos.
De nuevo no pude resistir a sonreír ante el apuro de Octavio, quien parecía preocupado por el hecho de que solamente hubiéramos visitado la biblioteca, su santuario privado dentro del palacio.
—Tenemos mucho tiempo para que...
Mi voz fue perdiendo fuerza al torcer en un recodo y reconocer a unos metros la pareja que caminaba en nuestra dirección, ajenos a nuestra presencia. Ligeia estaba colgada del brazo de Perseo, compartiendo algo con su prometido mientras el nieto de Perseo sonreía educadamente, atento; mi corazón se contrajo de una forma dolorosa al contemplarle. No nos habíamos vuelto a cruzar desde aquella noche en mi dormitorio, cuando le pedí que me olvidara.
Verle fue como si alguien me golpeara en mitad del pecho, como si estuviera empleando su poder de nigromante para arrebatarme el aliento y detenerme el pulso. La imagen de aquel Perseo destrozado, suplicándome que le diera una oportunidad, había sido sustituida por la de perfecto prometido.
Mis pies trastabillaron cuando el encuentro se volvió inevitable. La princesa parecía haberse percatado de que no estaban solos y sus ojos ya se habían desviado en nuestra dirección; a mi lado, Octavio pareció encantado con la idea de encontrarse con su hermana. Pese a que todavía no habíamos llegado al punto de compartir confidencias el uno con el otro, por la expresión del príncipe supe que valoraba a su hermana menor.
—¡Octavio! —exclamó Ligeia, acelerando el paso hasta alcanzarnos. Perseo pareció seguirla casi con renuencia. Los ojos de la princesa se abrieron de par en par al reconocerme—. Lady Furia.
El modo en que se dirigió a mí chirrió en mis oídos. Por el rabillo del ojo descubrí al príncipe tratando de ocultar una media sonrisa al oír a su hermana, recordando mi petición de que usara mi verdadero apellido y no el de mi madre.
—Ligeia —respondió Octavio, con diversión—. Perseo.
El nigromante se irguió de manera inconsciente cuando el príncipe se dirigió a él por su nombre, demostrando cercanía entre ambos. Un privilegio que quizá había obtenido por medio del compromiso puesto que, tarde o temprano, terminarían siendo familia.
—¡Qué coincidencia encontraros... juntos! —comentó Ligeia a su hermano, con un brillo suspicaz en sus ojos verdes, casi del mismo tono que los de Octavio; luego desvió su atención hacia mí—. Sois una dama muy escurridiza, lady Furia: he intentado dar con vos para invitaros a uniros a mí pero nunca os he encontrado en el dormitorio. Y vuestra doncella ha sido muy discreta al no querer compartir conmigo vuestro paradero...
Me sorprendió descubrir que Ligeia había estado buscando mi compañía y, más aún, que Clelia hubiera optado por guardar silencio todas las ocasiones que la princesa había querido conocer dónde me encontraba.
A mi lado, Octavio dejó escapar una risa tranquila.
—Me temo que tienes aquí al culpable —intervino, señalándose a sí mismo—. No he podido evitar acapararla para mí todas estas mañanas... Su compañía es, cuanto menos, enriquecedora.
La expresión suspicaz de Ligeia volvió a aparecer en su redondeado rostro. Perseo, por el contrario, me lanzó un rápido vistazo antes de centrar su atención en el príncipe, quien parecía ignorar la intensidad que se adivinaba en los ojos azules del nigromante.
—Mi hermano es la opción idónea para mostraros las delicias de la corte imperial, lady Furia —dijo entonces Ligeia, sonriéndole con ternura a Octavio; luego su mirada nos contempló a los tres, con un extraño brillo—. Quizá podríamos hacer alguna actividad juntos, los cuatro.
El estómago se me hundió ante la propuesta, aunque traté de mantener una sonrisa temblorosa que enmascarara lo mucho que me disgustaba la idea de tener que compartir mi tiempo con Perseo y con ella, actuando ambos como la perfecta pareja de futuros recién casados.
—Tu hermano seguramente tenga una agenda muy ocupada, Ligeia —trató de mediar Perseo, para mi alivio y sorpresa. No había vuelto a mirarme desde que Octavio hubiera confesado que pasaba las mañanas en su compañía—. Y mis responsabilidades...
La princesa dirigió una mirada suplicante a su hermano mayor. Supuse que aquel interés se debía a que era una recién llegada la corte imperial y trataba de que pudiera aclimatarme a aquel lugar con más facilidad; no parecía ser consciente de lo poco que me atraía sus generosos intentos, mucho menos su presencia.
—Ahora mismo no hay mucho que pueda hacer —confesó Octavio, alternando la mirada entre su hermana y su prometido, como si hubiera percibido las intenciones del nigromante—. Padre está tan volcado con la visita de los emisarios de Assarion que apenas requiere de mi presencia...
Ligeia se inclinó hacia Perseo, apoyando la cabeza contra su brazo. Me tensé ante aquella muestra de cercanía entre los dos; un comportamiento que no me resultaba desconocido, pues había sido testigo de la misma durante la cena del Emperador. ¿En qué momento Perseo y Ligeia se habían vuelto tan cercanos y cómodos el uno con la otra...?
«Suficiente.»
Me obligué a apartar ese enjambre de insidiosos pensamientos para focalizarme en algo que debería haber acaparado toda mi atención desde el principio: Assarion. Nuestro reino vecino tenía planeado volver a visitar el Imperio.
Recordé la última vez que el Usurpador fue anfitrión de Assarion. Había sido durante la noche en que la Resistencia planeaba atacar al Emperador, aprovechando que toda la familia había abandonado la seguridad del palacio para acudir a la villa del abuelo de Perseo, con el propósito de hacer público el compromiso. Pero lo que descubrí después, en las cuevas, la noche en que Perseo y Darshan hicieron su plan para destruir a la Resistencia, se coló entre mis pensamientos, trayendo consigo la despampanante imagen de una mujer de cabello negro, ojos caramelo y una insana fascinación por las pulseritas tintineantes; ella, aquella mujer de las cuevas que descubrí en compañía de Darshan, también había estado entre el reducido grupo de dignatarios que habían viajado desde Assarion.
Ella, una nigromante.
Ella, una enviada del rey de Assarion, quien colaboraba activamente con la Resistencia. Al menos en el pasado.
Me pregunté si el Emperador era consciente del riesgo que corría abriendo sus puertas al reino vecino, cuyos hilos se movían en las sombras, convirtiéndose en un indispensable aliado para aquellos que buscaban la caída del Usurpador.
—Entonces no puedes negarte —sentenció Ligeia, sacándome de mis propios pensamientos—. Igual que tú tampoco, Perseo —la mirad suplicando que le dirigió a su prometido hizo que una oleada de rabia me recorriera de pies a cabeza—. Quizá tu presencia pueda hacerla sentir más cómoda, no en vano estuvo trabajando en la propiedad de tu abuelo, ¿no es cierto?
Mi mirada se cruzó con la de Perseo de manera inconsciente, como si ambos hubiéramos pensado en el otro nada más oír a Ligeia.
—Apenas coincidí con él mientras estuve al servicio de su prima, la señorita Aella —intervine por primera vez, controlando mi tono de voz. Impidiendo que mis sentimientos pudieran colarse en ella, desvelando que el nigromante no me era tan indiferente como quería hacerles creer—. Sus responsabilidades como heredero del cabeza de familia siempre lo mantenían ocupado.
Ligeia observó a su prometido con admiración, idealizando su vida como único heredero de la gens Horatia. Me pregunté si seguiría haciéndolo del mismo modo si supiera la verdad... si supiera que, apenas unas noches atrás, había acudido a mi dormitorio con la absurda idea de que huyéramos juntos; que todavía estaba enamorado de mí y ella no le importaba lo más mínimo.
Me pregunté si la imagen que parecía guardar de Perseo se mantendría si descubriera que las cicatrices de mi espalda eran, en parte, responsabilidad suya.
—No creo que sea una buena idea, Ligeia —murmuró entonces Perseo, cabizbajo, y yo temí que aquella reacción pudiera levantar las sospechas de alguno de los príncipes.
—Podemos dejarlo para un futuro —propuso Octavio, intentando aligerar el ambiente. Me dedicó un amigable guiño que no se le pasó por alto al nigromante—. Y yo puedo encargarme de mostrarle a Jedham los rincones más especiales de palacio.
Vi a Perseo fruncir los labios con fuerza al oír al príncipe dirigirse a mí con tanta familiaridad. Su hermana también pareció darse cuenta de ese pequeño detalle, haciendo que sus ojos verdes nos estudiaran con atención antes de que una sonrisa amable ocupara casi todo su rostro.
—En cualquier caso, sabed que no voy a parar hasta conseguir que os unáis tanto a mis damas de compañía como a mí algún día —me advirtió en un falso tono amenazador que hizo sonreír a Octavio. Perseo continuaba a su lado, inmóvil como una estatua.
Esbocé una pequeña sonrisa como única respuesta, deseando que ese día nunca llegara.
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—Así que Perseo Horatius, ¿eh?
La aparentemente casual pregunta de Octavio hizo que mi corazón se detuviera en mi pecho. Atrás habíamos dejado a la joven pareja, buscando una excusa lo suficiente buena que había convenido a Ligeia de seguir insistiendo en su alocada idea de hacer una actividad en pareja; Irshak, que nos seguía a una prudente distancia, podía escucharnos a la perfección, lo que aumentó mi nivel de nerviosismo.
Me pregunté en qué había fallado para que el príncipe se hubiera percatado de que podría haber algo más entre el nieto de Ptolomeo y yo.
—No sé de qué estás hablando —dije patéticamente.
Octavio aceleró el paso para mantener mi repentino cambio de ritmo. Por el rabillo del ojo creí ver una expresión seria en su rostro, ni un ápice de la traviesa diversión con la que solía bromear. Intenté adivinar el hilo de sus pensamientos, lo que debería estar pensando de mí. ¿Qué imagen debía haber creado de mí al descubrir que había estado enredada con el heredero de la gens Horatia? Mi estúpida respuesta no había sido más que una penosa confirmación de sus sospechas.
—Jedham —me llamó con un tono que no solía usar a menudo.
Era el tono de príncipe, el que empleaba de cara a la corte imperial, cuando tenía que representar su papel.
—Hay que estar ciego para no darse cuenta de ello, Jedham —añadió ante mi mortificado silencio—. En especial cuando, por unos segundos, he creído que iba a usar su magia de nigromante para noquearme al ver lo cerca que estaba de ti.
Frené de golpe, obligando a Octavio a hacer lo mismo y a Irshak casi a esquivarnos ante de colisionar contra nosotros. Me giré hacia el príncipe con el pulso acelerado y un molesto zumbido en los oídos; por unos segundos pensé que iba a vomitar en sus pies.
—Lo que fuera que hubiera entre... nosotros —me costó arrancar a hablar, sintiendo un nudo en la garganta que pretendía retener mi voz, evitar que pudiera confesarle a Octavio algo que podría utilizarlo en mi contra. Convertirlo en un arma muy efectiva— pertenece al pasado.
No iba a confiarle nada más. Me escudé en aquella media verdad para que Octavio creyera atar los cabos suficientes, pensando que nuestra historia había sido un simple enredo entre doncella y amo, algo habitual entre las familias perilustres.
Octavio se cruzó de brazos, estudiándome con sus inquisitivos ojos verdes.
—Para Perseo no parece estar en el pasado —observó, en tono meditabundo.
El temor a que siguiera indagando, a que me obligara a mentirle sobre mi relación con el nigromante, hizo que me abrazara a mí misma. No pensé que aquel secreto en concreto hubiera salido a la luz tan rápido... Pero Perseo había demostrado ser un pésimo actor, provocando que Octavio sospechara al respecto, no siéndole muy difícil atar cabos.
—Para mí lo está —declaré, quizá con demasiada ferocidad.
El príncipe me contempló con silenciosa comprensión, casi con simpatía.
—Mi hermana no está enamorada de Perseo —me confesó, como si yo, por algún extraño motivo, necesitara esa información—. Sabe jugar bien su papel de inocente y admirada prometida de cara a la corte imperial, pero nada más. Es consciente de lo que trama nuestro padre y le está dando lo que quiere.
—¿Y qué podría importarme a mí eso? —le pregunté.
—Porque acabas de demostrarme que tampoco está condenado en el pasado, como has querido hacerme creer, Jedham —me respondió con tranquilidad—. Y porque sigo dispuesto a demostrarte que, ante todo y pase lo que pase de cara al futuro, aspiro a convertirme en tu amigo y aliado dentro de la corte imperial.
* * *
BUENAS BUENAS, MIS QUERIDOS PAJARILLOS Y BIENVENIDOS UN SÁBADO MÁS A LA NIGROMANTE.
¿Le debemos conceder el beneficio de la duda a Octavio o todo este alarde de aparente caballerosidad y atención hace nuestra Jem es un estratégico movimiento planeado para que baje la guardia?
¿Qué hay de Ligeia? ¿Creemos a Octavio o rezamos para que esto no se convierta en un rectángulo amoroso?
La visita de Assarion va a ser muy esclarecedora jeje
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