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No me costó mucho colarme casi frente a las narices de los pobres desgraciados que se encargaban de las guardias aquella noche. Un ambiente tétrico y cargado de temor se había instalado en la prisión después de lo sucedido en el patio, cuando Jedham...

Un escalofrío erizó el vello de mi cuerpo al recordar cómo esos cuerpos se habían alzado, como títeres siguiendo el tirón de los hilos de su marionetista. Ella se había quedado paralizada en la tarima de madera, frente al rebelde que Fatou había elegido para convertirlo en su primera víctima; sus ojos no habían podido esconder el horror al reconocerle. Porque aquel hombre había sido el líder de su facción; yo mismo había estado en las cuevas del desierto cuando se habían reunido junto con otros líderes, entre los que se encontraba el padre de Jedham, para discutir respecto al plan que guardaba la pelirroja para obtener información que beneficiara a la Resistencia.

En el momento de la verdad, cuando Fatou dio la orden, Jedham no se había movido.

No sabía si había sido el horror de comprender lo que tendría que hacer —sus consecuencias— o la conmoción de lo que fuera que le hubiera susurrado el viejo rebelde, pero ella no había sido capaz de reaccionar.

Y luego... luego había sentido esa sacudida de magia cuando ella cayó sobre la tarima, demasiado abrumada por la situación.

Después de que consiguieran sacarla del patio, el caos que había provocado con aquel despliegue de poder no se había extinguido. Fatou trató de que sus nigromantes detuvieran a los cuerpos animados de los rebeldes, pero no había surtido el efecto deseado: ellos seguían poniéndose en pie o arrastrándose, imparables. Una auténtica sensación de pavor se había extendido al ver que esas criaturas no eran tan fácilmente derrotadas. Los Sables de Hierro tuvieron que dar su golpe de gracia, empleando sus cimitarras, para conseguir desmembrar a los cadáveres y hacer que dejaran de moverse.

Había visto cómo se llevaban los pedazos. Luego había escuchado los susurros en el comedor, diciendo que habían hecho varias piras para convertir en cenizas lo que quedaba de los cuerpos, esparciéndolas después por el falso temor de que pudieran regresar.

De Jedham lo único que había podido averiguar fue que estaba encerrada en las mazmorras, completamente aislada del resto por órdenes de Fatou. El terror del nigromante parecía genuino, real; tampoco esperaba que su ejecución, otro golpe más con el que pretendía desestabilizar a Jedham y hacerle cruzar ese último límite, se convirtiera en aquel grotesco espectáculo en el que habían terminado algunos nigromantes y Sables de Hierro heridos.

Hasta que la noticia de la llegada de una comitiva procedente de la capital había agitado todavía más las aguas.

Golpeé la puerta con los nudillos una sola vez, de forma contundente. El pasillo me resultaba familiar, pues Perseo había sido instalado en la misma zona; era el ala dedicada a los dormitorios de los nigromantes destinados en la prisión que se hubieran ganado su máscara de plata, los miembros de mayor grado dentro de los Sables de Hierro y aquellas habitaciones vacías destinadas a acoger las posibles —y escasas— visitas.

El rostro de Roma apareció en el resquicio que abrió. Me sorprendió que no llevara puesta la máscara, pero no era la primera vez que veía su cara desnuda; los nigromantes que las llevaban podían retirárselas cuando se encontraban a solas... o delante de sus más allegados. Sus ojos grises me recorrieron de pies a cabeza antes de hacerse a un lado.

Empujé la puerta con seguridad y me colé en el interior del dormitorio. Roma había corrido un gran riesgo al usar como mensajero a Sen, quien me había entregado diligentemente su escueto mensaje; sin embargo, el nigromante no parecía sospechar nada en absoluto.

Me quedé congelado al descubrir un bulto encogido sobre la cama. Roma se cruzó de brazos, siguiendo la misma dirección de mi mirada; no había vuelto a ver a Jedham desde que se la habían llevado, hacía ya una semana. Los únicos pellizcos de información que había conseguido arrancar sobre su estado y paradero no habían sido en absoluto halagüeños: Fatou la había encerrado, colocándole dos pesados grilletes de damarita; sola en la celda, le había ido enviando comida y agua para evitar que muriera de inanición, pero controlándola gota a gota. Quería que estuviera débil para arrancarle las respuestas que buscaba. Pero no parecía haberle funcionado la estrategia.

Jedham estaba aovillada, con aquel ensortijado cabello pelirrojo cubriéndole parte del gesto; creí ver una ligera palidez en su tono, quizá a causa de la falta de alimento. Y estaba dormida profundamente.

—El Emperador ha ordenado su regreso —me desveló mi madre—. Los mensajes que envió el nigromante llegaron a sus destinatarios. Galene estaba destrozada al tratar de imaginar lo que había tenido que soportar, por lo que hizo lo imposible para convencerle y hacer que la sacara de aquí. Y Perseo... Perseo no podía permitir que Fatou siguiera convirtiendo a Jedham en su objetivo. No después de lo que había tenido que contemplar, sin poder hacer nada.

Seguí contemplando en silencio a la pelirroja. En esa posición me recordó a la noche del río, lo diminuta que había tratado de hacerse; era posible que creyera que rendirse era una derrota, que no haber conseguido vencer a la prisión era motivo de vergüenza... pero ella había soportado más que muchos de nosotros. Había demostrado su fuerza y entereza en aquellos meses que habían transcurrido.

Y lo había demostrado aún más al admitir que no podía seguir adelante.

—No ha podido hacer lo mismo por ti —añadió a media voz, quizá con un poco de preocupación.

Roma no era dada a mostrar abiertamente sus sentimientos. La vida, en especial su pasado, le habían obligado a protegerse a sí misma hasta el punto de esconder sus propias emociones. Su mirada gris también había perdido parte de su frialdad habitual; ahora me observaba con congoja, preocupada por mi propio destino allí, en Vassar Bekhetaar.

La primera vez que había terminado en aquel lugar fue por decisión propia, ella ni siquiera lo supo hasta que fue demasiado tarde. En esta ocasión, por el contrario... Ella lo había intentado; cuidando de no levantar demasiado las sospechas que podrían ponernos al descubierto, había intentado salvarme de aquel infierno.

—Sobreviví a Vassar Bekhetaar en el pasado —repuse, muy seguro de mí mismo—. Puedo hacerlo de nuevo.

Terminaría mi instrucción como nigromante, me ganaría mi máscara de plata y lucharía por volver a la capital. El Emperador quería tener sus espaldas bien protegidas de las posibles amenazas que existían —y no hablaba únicamente de la Resistencia... o lo que quedaba de ella—, no se negaría a otro perro guardián más merodeando por el palacio por su seguridad.

Y yo estaría de nuevo un paso más cerca de mi objetivo.

El silencio se hizo en el interior del dormitorio mientras Roma devolvía su atención de nuevo hacia una durmiente Jedham. Los dos la contemplamos sin que ella fuera consciente de nada. Me pregunté si aquel sueño tan profundo habría sido obra de mi madre, intentando brindarle un descanso en el que no se viera atacada por las pesadillas.

—He oído lo que sucedió durante la ejecución —dijo entonces mi madre, cambiando radicalmente de tema.

Como cada vez que pensaba en ello, un escalofrío sacudió mi cuerpo. Una parte de mí todavía parecía estar asimilando lo que había sucedido, lo que Jedham había provocado con su poder. ¿Y si aquel despliegue de magia era debido a la sangre que corría por sus venas? Las gens de nigromantes habían sido poderosas en el pasado y Jedham era una de las últimas herederas que quedaban con vida.

—No sabría cómo explicarlo —respondí en un murmullo, sin apartar la vista de la pelirroja. Había regresado a ese retorcido recuerdo durante esos días que habían transcurrido, intentando encontrarle un sentido... y lo único que fui capaz de sacar en claro era que lo había provocado Jedham de algún modo que todavía desconocía. Ella había sido el origen de aquel macabro suceso—. En un momento estaban muertos a nuestros pies... y al siguiente se pusieron en pie para atacarnos.

Aún recordaba la tensión de mi cuerpo al ver cómo los cadáveres se incorporaban a la par, como simples muñecos de cuerda. Aún recordaba la mirada vacía del rebelde al que había asesinado, fija en mí...

Y aún recordaba la expresión casi extasiada de Jedham a mi lado, observando el caos que se había desatado a su alrededor. La pelirroja no parecía ser ella misma mientras estaba allí detenida, contemplándolo todo con sus ojos verdes y una sonrisa que nunca había visto en su rostro.

Porque me hizo ver a Jedham como a una amenaza.

La mirada de Roma se desvió hacia mí con sutileza. Casi pude percibir su escrutinio de pies a cabeza; no sabía si también habría llegado a sus oídos que yo había sido uno de los verdugos. Que Fatou había intentado ponerme a prueba después de comprobar por sí mismo que su plan inicial no había funcionado conmigo.

Ahora sólo quedaba ver si la había pasado con éxito... o no.

Los casi ocho meses que todavía quedaban para que pasara aquel primer año no serían fáciles. Lo había asumido cuando vi a Jedham ser machacada y empujada a morir; sabía que Fatou había escogido a la pelirroja como objetivo principal por sus orígenes, que después descubriera que también fue la amante de Perseo había sido un incentivo más para seguir presionándola hasta destrozarla. Respecto a mí... quizá el interés que había mostrado no tuviera mucho que ver con mi vinculación a Jedham, sino porque había encontrado un desafío; en las mazmorras del palacio había comprobado el control que parecía tener sobre la situación. Alguien como yo resultaba apetecible por el simple hecho de saber que la satisfacción ante mi caída sería muchísimo mayor, muchísimo más dulce.

—Podría intentar...

—No —la corté en seco.

Sabía lo que había estado a punto de decir. Al igual que Galene, no soportaba la idea de dejarme en Vassar Bekhetaar, creyendo erróneamente que estaba abandonándome a mi suerte; como aquella primera vez que decidí unirme a los Sables de Hierro, mi decisión era la misma.

—Voy a quedarme —añadí.

Roma frunció los labios, disconforme con ello. Sin embargo, ella poco podía hacer: era un adulto que podía dirigir su vida como quisiera... y había aprendido con el tiempo que sus propias decisiones la habían alejado de intentar inmiscuirse en las mías. Su presencia en mi vida no había sido constante, durante mucho tiempo incluso no supe de ella, y eso había creado entre nosotros una brecha.

—Darshan... —pese a ello, Roma no parecía querer darse por vencida. Había visto lo que Vassar Bekhetaar había hecho con Jedham, temía que yo pudiera ser el siguiente. Tenía miedo de Fatou y el poder que había conseguido granjearse en la prisión, convirtiéndose en su líder.

—Me gustaría que le hicieras llegar un mensaje a mi madre, a Ghaada —volví a interrumpirla por segunda vez.

No se me pasó por alto el fugaz brillo de dolor en sus ojos grises al escuchar cómo me refería a la mujer que me había criado prácticamente desde que era un bebé. Ghaada se había sincerado conmigo cuando creyó que era lo suficiente maduro para comprender lo que había sucedido, por qué mi verdadera madre decidió alejarme de mi lado y entregarme a ella; por qué habría sido un riesgo que permaneciera con ella y, antes de ello, que se supiera que estaba embarazada de un segundo vástago. Roma eligió a su tía para criarme, sabiendo que me dejaba en buenas manos; una decisión de lo más inteligente, pues nuestro parecido ayudaba a esconder la verdad... y su condición de nigromante era indispensable para que me enseñara a esconder mi naturaleza.

Compartíamos lazos de sangre y, aunque no lo hiciéramos, jamás dejaría de verla como mi madre y eso era algo que Roma había tenido que aceptar al tomar la decisión de dejarme a su cuidado. Mis primeros encuentros con ella habían sido... incómodos. Mi versión más joven e inmadura no terminaba de entender su postura; la había culpado y se había negado a sentir la más mínima lástima por ella. En aquel momento estaba tan cegado por mi propio odio que lo dirigí hacia la persona equivocada, creyendo que era ella la culpable. Entonces Roma compartió conmigo la verdad, toda la verdad, sin esconder absolutamente nada, y abrió mis ojos, me hizo ver que estaba enfocando toda mi rabia en la dirección incorrecta.

Ahí fue cuando empecé a planear mi venganza. Porque, en cierto modo, me sentía responsable de lo sucedido, parte del problema... Así que decidí convertirme en la solución.

—Por supuesto —asintió con tono neutro.

Nuestra relación nunca había sido tan cercana como la que compartía con Perseo. Dudaba que alguna vez pudiera llegar al mismo nivel: Roma sí había estado involucrada en la vida de mi hermano mayor; le había visto crecer... le había ayudado a ello. Perseo la había tenido a su lado todos aquellos años mientras que yo había tenido que conformarme con algunos encuentros perfectamente calculados, en el más absoluto secreto. Y todavía había una pequeña parte de mí que continuaba atascada en ese absurdo pensamiento: Perseo siempre iría primero por ello, por el vínculo tan estrecho que les unía. Por el hecho de que yo no era capaz de darle lo mismo que él.

Aparté la mirada, algo incómodo. El ambiente se había enrarecido entre ambos y éramos conscientes de ello; ella proseguía con la vista fija en mí, sumida en sus propios pensamientos. En aquel silencio, casi pude ver la pequeña distancia que nos había separado siempre.

—¿Qué será de ella en la capital? —pregunté, cruzándome de brazos.

Regresar a Jedham y su futuro me pareció un tema seguro. La pelirroja continuaba completamente dormida en la cama, ajena a nuestra conversación; que el Emperador hubiera ordenado su regreso era una buena noticia y eso significaba que había funcionado, que lo había conseguido. Pero había algo en aquel asunto que no terminaba de encajarme del todo.

Roma dejó escapar un suspiro cansado y la tensión se apoderó de su cuerpo. El Usurpador la había enviado hasta Vassar Bekhetaar porque ella era su nigromante favorita, la mujer a la que le encantaba atormentar del mismo modo que Fatou hacía con Jedham; su reacción a mi pregunta hizo que la comezón que había empezado a sentir al pensar en el futuro de la pelirroja fuera de la prisión se convirtiera en algo mucho más molesto.

—Se quedará en palacio, junto a Galene —me respondió, pero tenía el ceño fruncido. Siendo la persona que se encontraba más cerca del Emperador, ¿le habría hecho partícipe de los planes que guardaba respecto a Jedham y su regreso o simplemente habría compartido con Roma los detalles más insustanciales?

Que se quedara en palacio era la opción más segura para Jedham en esos momentos. El Emperador no querría perderla de vista, sabiendo que podía tener en su poder a otra nigromante de sangre pura, heredera de una de las desaparecidas gens más relevantes de la historia del Imperio.

—Como ella, también estará obligada a llevar unas pesadas pulseras de damarita —agregó Roma con pesar, comprendiendo el sacrificio que supondría para Jedham tener que ver cómo su magia quedaba atada de nuevo.

—Y será paseada por la corte imperial como una mascota más, ¿no es cierto? —adiviné, sin apartar la vista de Jedham—. Así es como vive Galene en el palacio: convertida en prácticamente un objeto del que alardear, una victoria de la que poder carcajearse y recordar con todos esos gilipollas que le rodean con el único propósito de mantener su posición... El Emperador la utiliza, la humilla y la atormenta como si encontrara un placer secreto en comportarse de ese modo. Como si disfrutara haciéndolo.

Y temía que Jedham pudiera verse atrapada en ello, en esa venganza personal del Usurpador contra su madre.


* * *

¿Acabamos de ver a Darshan quitándose una de sus miles de capas de cebolla? No sé por qué, pero necesito más información sobre él ªªªªªªªªªª

pd: si hay por aquí alguien que siga Thorns, tal y como prometí he subido capi <3

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