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La interpelada no dudó un segundo en obedecer la orden de mi madre, cortando los hilos de su magia y liberando mis muñecas. Ahogué un gemido de dolor cuando el poder de la nigromante me devolvió el control de mis miembros, resentidos por sus férreas ataduras; mi estómago se agitó violentamente cuando observé a mi madre al otro lado de las barras de la celda. A tan sólo unos metros de distancia de mí... Tangible. Real.

Aún me costaba creer que estaba viva.

Que, durante aquellos años de dolorosa ausencia, había estado escondida allí, en el palacio, mientras mi padre y yo creíamos que había sido ejecutada.

Que no la hubiera podido reconocer aquella noche, cuando acudió a la propiedad de Ptolomeo, oculta bajo esa capucha.

Maldita sea, yo misma le había ofrecido una copa de agua al ser testigo de aquel horrible ataque de tos que había hecho que su cuerpo se doblara, empujando a Roma a acudir en su auxilio...

Las preguntas empezaron a taladrar mis sienes con fuerza. ¿A qué habían venido aquellos largos años de silencio... de desgarradora confusión, haciéndonos creer que se había convertido en un cadáver olvidado?

«¿Por qué tu madre desapareció de tu vida, ratoncito, haciéndote creer que estaba muerta?», la voz de Roma inundó de nuevo mi cabeza, repitiéndome aquella cuestión. El aire quedó atrapado en mis pulmones mientras la nigromante se ponía en pie, tomando distancia, y mi madre entraba en el habitáculo con paso firme; sin la capucha que solía usar para cubrir su carne mutilada pude ver en todo su esplendor las horribles cicatrices que marcaban la mitad de su rostro y la parte del cuello visible.

Tragué saliva de manera inconsciente, preguntándome qué las habría provocado; aunque tenía una ligera idea sobre quién había dado la orden.

—Galene —me pilló desprevenida la familiaridad con la que Roma se dirigió a ella.

Los ojos de mi madre se desviaron hacia la nigromante.

—Me gustaría hablar unos instantes con ella —dijo en tono comedido, casi plano, a pesar de su timbre ronco y casi destrozado.

No se me pasó por alto el sutil mensaje que ocultaban sus palabras: quería hablar conmigo, sí, pero a solas.

Un brillo de recelo cruzó la mirada de Roma cuando escuchó la petición de mi madre, lo que no había dicho en voz alta. Percibí cómo su cuerpo se tensaba, además de una ligera agitación en mi cuerpo, producto de su propia magia. Era evidente, por mucho que había tratado de ocultarlo, que la nigromante no estaba de acuerdo con ella.

—Galene —volvió a chirriarme el modo en que pronunciaba su nombre, la cercanía que estaba encerrada en esa sola palabra—. No creo que sea una buena idea.

Mi madre frunció el ceño, contrariada por la resistencia de la otra mujer a cumplir sus deseos de permitirnos unos minutos a solas. Roma aprovechó esos instantes para poder justificar su decisión de no querer abandonar la celda:

—Su magia acaba de despertar y es visiblemente inestable —cerré los puños a mis costados y mi poder latió con vigor dentro de mi pecho... por mis venas. La nigromante señaló con un gesto de barbilla las muñecas de mi madre, los sencillos grilletes que colgaban de ellas—. No serías capaz de controlarla si se diera el caso, Galene.

Los ojos azules de mi madre se nublaron con una sombra de pesar y añoranza, dándole parte de la razón: ella estaba en visible desventaja, con su poder encerrado en su interior. Observé las pesadas pulseras que asomaban bajo las mangas de su pesada capa, el material en el que estaban talladas era damarita, una piedra que, debido a sus extrañas propiedades, era capaz de anular la magia que corría por las venas de los nigromantes; yo misma había llevado un trozo de ella durante casi toda mi vida sin recordar qué era.

Por qué mi madre me la había dado.

El Emperador, pues no me cabía ni una sola duda de que había sido cosa de él, había encadenado el poder de mi madre. Perseo me había mencionado que los nigromantes que eran entrenados para formar parte de las huestes del Usurpador tenían que aprender a soportar los efectos de la damarita, intentando minimizar el modo en que les afectaba; Darshan me había mostrado, sin proponérselo, lo que provocaba aquel material cuando entraba en contacto con un nigromante. ¿Cómo habría sido para mi madre, quien había podido desarrollar su naturaleza, haber sido despojada durante tanto tiempo de su magia? ¿De una parte vital de ella misma?

—Confío en mi hija —declaró mi madre con una seguridad aplastante—. Sé que no me haría daño.

Pero Roma no parecía todavía muy convencida.

—Quizá no de manera consciente...

Los labios de mi madre se fruncieron, haciendo que el lado de su cara lleno de cicatrices resaltara aún más. Mis ojos no se habían acostumbrado todavía a ese aspecto; en mi mente seguía siendo aquella mujer tan bella que siempre conseguía encandilar a todo el mundo con su sonrisa.

—Insisto, Roma —hizo una breve pausa y su cuerpo se sacudió con una leve tos—. Deberías ir a ver al otro prisionero.

La repentina proposición de mi madre provocó que la expresión de la nigromante se quedara petrificada. Los ojos grises de Roma desprendieron un brillo cargado de silenciosas advertencias cuyo significado pude intuir: mi madre debía saber los lazos de sangre que unían a Darshan y a la nigromante... ¿Qué más cosas sabría de ella? ¿Cómo era posible que resultaran ser tan cercanas?

Vi a Roma apretar los labios antes de lanzar una última mirada a mi madre, dando media vuelta y dirigiéndose con paso ligero hacia la puerta de la celda; no aparté los ojos de la espalda de la capa negra de la nigromante hasta que ésta desapareció en la oscuridad... No dejándome otra opción que desviar la mirada hacia el rostro destrozado de mi madre.

A quien había creído muerta, asesinada por la mujer que acababa de abandonar aquel decrépito lugar.

Un torrente de rabia se empezó a extender por todo mi cuerpo como un incendio mientras los reproches por aquellos años de abandono quemaban en la punta de mi lengua. Apreté los puños con fuerza, hincándome las uñas en la carne de mis palmas; recordándome que debía cuidar todos y cada uno de mis movimientos.

Aunque odiara admitirlo, Roma tenía razón en algo: mi madre se encontraba desprotegida frente a mí.

Yo era un peligro para ella.

Como si pudiera oír mis pensamientos, mi madre dio un tímido paso hacia mí, buscando acortar la distancia que nos separaba. El corazón se me aceleró inconscientemente, a pesar de que el enfado continuaba corriendo por mis venas y mi magia se alimentaba de él, arponeándome para que la dejara salir tras tanto tiempo encerrada en aquel rincón donde la damarita la había mantenido.

Aguanté el escrutinio al que me sometió mi madre con entereza a pesar de que una gran parte de mí quería gritar hasta hacerme daño en la garganta.

—No cabe duda que la sangre de mi familia corre por tus venas, Jem —suspiró y una pena insondable asomó en sus ojos azules.

Recordé la destrozada mansión a la que me condujo Perseo aquel tormentoso día. El heredero de Ptolomeo me había confesado que la deteriorada propiedad había pertenecido a una poderosa gens de nigromantes que el Emperador se encargó de hacer desaparecer de la faz de la tierra; durante mi breve investigación por los pisos y las estancias superiores, había contemplado los destrozados retratos que colgaban de las paredes. Había visto a una joven con el cabello rojo y los ojos azules observándome con ferocidad desde las desgarradas pinturas que parecían haber sobrevivido a la masacre que tuvo lugar entre esas paredes.

En aquel momento no la reconocí, a pesar de sentir una extraña familiaridad hacia la chica que se repetía en los lienzos, en ocasiones acompañada por una mujer que parecía ser su madre.

Ahora me daba cuenta de lo ciega y estúpida que había sido. ¿Desde cuándo había sabido Perseo la verdad? ¿Por eso me había llevado a ese lugar, intentando comprobar si yo misma estaba al tanto de mis verdaderos orígenes?

—Durante todos estos años creí que estabas muerta —fue lo único que pude decir, sintiendo cómo las palabras raspaban las paredes de mi garganta al salir.

Roma había insinuado que mi madre lo había hecho para protegernos, tanto a mi padre como a mí. Ahora que sabía el mayor de sus secretos, una parte de mí entendía la postura que había adoptado al desaparecer de ese modo, haciéndonos creer que había sido ejecutada; la niña que había llorado su pérdida se resistía a transigir tan rápido, decidida a aferrarse al dolor que todavía llevaba anclado en su pecho. A las lágrimas amargas que habían empapado su desastrada almohada al enterarse de la redada del mercado donde una nigromante —las malas lenguas habían apuntado a la que todo el mundo se refería como la puta del Emperador— había apresado a su madre, llevándosela consigo para hacerla desaparecer para siempre.

Ella se mantuvo en silencio, pero sus ojos reflejaban la devastación que sentía al escuchar el reproche en mi voz. El hecho de haber guardado silencio durante tanto tiempo, dejando que mi padre y yo creyéramos que estaba muerta; que el Imperio nos la había arrebatado por estar en el lugar equivocado, en el momento menos oportuno.

—Puedo explicártelo... —susurró.

Me aferré a mi dolor, a la rabia que recorría mis venas; me negué a bajar la guardia frente a la mujer que estaba delante de mí, destrozada. Pero viva, tal y como lo había estado todo aquel tiempo; sirviendo a un hombre tan horrible como el Emperador.

Tomé impulso con mis talones y me incorporé.

—Después de doce malditos años —escupí con resentimiento—. De no haberse cruzado nuestros caminos, ¿habrías tratado de hacerlo? ¿Habrías tratado de buscarme para decirme la verdad?

Sus hombros se hundieron y bajó la mirada al sucio suelo. No necesitó responderme, pues ya había atisbado la dolorosa realidad: no me habría buscado. Se habría mantenido allí, en el palacio, manteniéndome en la ignorancia sobre mis orígenes y sobre ella misma.

—Todo lo que he hecho ha sido para protegerte, Jem —repuso antes de que otro acceso de tos sacudiera su cuerpo.

Apreté aún más mis puños.

—¿Para protegerme? —repetí con incredulidad—. ¡Tú misma me empujaste a que formara parte de la Resistencia cuando desapareciste y nos hiciste creer que estabas muerta!

Mi rabiosa explosión hizo que sus ojos se abrieran de par en par, conmocionada al descubrir que me uní a mi padre y a los rebeldes; que formaba parte de ellos, lo que me había hecho terminar en esa celda.

—Jem...

Pero las compuertas donde había encerrado todo lo que llevaba guardando desde aquel día en que mi padre vino con la noticia de su desaparición estaban abiertas de par en par, dejándolo salir como una riada que había estado gestándose todos aquellos años.

—¡Papá y yo creímos que estabas muerta! —mi voz se convirtió en un atronador grito que chocó contra las paredes—. ¡Yo misma creí que esa mujer que acaba de salir por esa puta puerta era tu asesina! Me prometí que la encontraría. Me prometí que no descansaría hasta ver su cadáver a mis pies...

Y había estado cerca de obtener mi venganza. En aquellos doce años que habían transcurrido lo único que me había movido era el ansia de encontrarme con la nigromante que se había llevado a mi madre a una muerte segura; los dioses, haciendo gala de su retorcido sentido del humor, me cruzaron en el camino de Perseo, quien resultó ser su hijo.

La rabia fue dejando paso a la tristeza, haciendo que todo mi cuerpo me resultara pesado. Retrocedí hasta que mi espalda dio con la pared de piedra, brindándome apoyo; ella seguía conmocionada por mis gritos y reproches, observándome desde la distancia que aún nos separaba.

Noté un escozor en las comisuras de mis ojos, además de una dolorosa punzada en el pecho. Durante mucho tiempo había planificado la muerte de Roma, aunque no supiera mucho sobre ella; había estado alimentándome de esa rabia, de ese odio. Incluso había arrastrado a Cassian conmigo.

¿Y todo para qué? La historia que me repetí desde niña había resultado ser falsa y, de haber logrado mi propósito de acabar con la vida de la nigromante, hubiera cometido un terrible error.

—Jem...

Clavé mi intensa mirada en mi madre, sintiendo la magia rugir dentro de mis venas. Las sienes me palpitaban con fiereza, provocándome dolor mientras intentaba no ceder a mis impulsos.

—No me llames así —gruñí entre dientes—. Perdiste ese derecho en el mismo momento en que decidiste abandonarnos.

Un relámpago de pena cruzó su destrozado rostro. No me permití ablandarme por ese gesto, por lo que debía estar sufriendo al ver cómo su única hija renegaba de ese modo de ella; la estrecha relación que nos había unido en el pasado, ahora que había descubierto la verdad, había saltado en mil añicos. Prácticamente destruida.

—Puedo explicártelo —repitió con aquella voz rota—. Jedham...

Entrecerré los ojos.

—¿Él lo sabía? —no había caído en la cuenta de esa posibilidad hasta ese instante, recordando el comentario que me hizo en las cuevas donde se refugiaba la Resistencia—. ¿Papá sabía quién eras...?

Mi madre titubeó, acercándose otro paso hacia donde yo permanecía apretada contra la pared. Al ver que mi postura cambiaba ligeramente alzó las palmas en señal de sumisión, quizá preocupada de que mi magia se descontrolara.

—Déjame contártelo todo, Jedham —me pidió—. Desde el inicio, y sin más mentiras.

Le sostuve la mirada con desconfianza. ¿Qué seguridad podía tener de que lo saliera de su boca fuera verdad? ¿Acaso no me había estado mintiendo casi toda mi vida? No reconocía a mi madre en la mujer que estaba detenida a unos metros de distancia, contemplándome como si fuera un animal enjaulado y muy peligroso.

—Sin más mentiras —repetí con un tono de advertencia.

Ella asintió y sus hombros parecieron relajarse levemente al ver que transigía un poco.

—Mi nombre es... es Galene Furia —algo se retorció en mi interior al confirmar sus orígenes, aquellas raíces que había mantenido tanto tiempo ocultas—. Fui la primogénita y única heredera de Adrastos Furius; la cabeza de familia de la gens.

»La nuestra era una de las gens más poderosas entre los nigromantes que pertenecíamos a los altos estratos de la sociedad, Jedham, hasta el punto de considerarnos amigos de la familia imperial —su cuerpo se sacudió por una tos producto del esfuerzo que hacía al hablar—. Las cosas eran muy distintas para nosotros antes de que Galiano se hiciera con el poder; vivíamos una época de paz y tolerancia, donde la magia que corría por las venas de unos pocos afortunados no era una condena a muerte... o algo peor —sus labios se apretaron y su mirada se tornó distante—. Los elementales convivíamos en el Imperio sin miedo a esconder lo que éramos; utilizando nuestros dones a favor de aquellos que los necesitaban.

»Recuerdo lo deseosa que estaba de que mi magia por fin despertara. Había escuchado que lo hacía a los cinco años, otros aseguraban que era mucho antes; desde que nací había vivido rodeada de nigromantes y había podido ser testigo de su poder. Había visto a mi madre sanar una muñeca fracturada con un simple roce de dedos... pero también había sido testigo de cómo mi tío ejecutaba a unos criminales en apenas un parpadeo; al contrario que los otros elementales, Jedham, nuestro control sobre la esencia nos convierte en algo ligeramente distinto.

»Cuando mis poderes de nigromante salieron a la luz, mi padre hizo lo que correspondía: fui enviada junto a otros jóvenes, pertenecientes a otras gens e incluso del pueblo llano, para que se nos enseñara a controlar y conocer el alcance de nuestra magia. Me esforzaba por complacer a mi familia y porque quería convertirme en alguien como mi padre, a quien todo el mundo respetaba y quería; quizá por eso no fui consciente de los hilos que estaban entretejiéndose a mi alrededor...

Hubo una pausa donde mi madre aspiró una gran bocanada de aire antes de que otro ataque de tos la obligara a doblarse. Movida por un extraño impulso, me aparté de la pared y crucé la distancia para rodear su menudo cuerpo con mis brazos; aquel repentino gesto por mi parte nos pilló a ambas por sorpresa. Cuando ella y yo nos miramos, no supe si las lágrimas que se acumulaban en sus ojos eran producto de mi acercamiento o por culpa de su garganta.

Me quedé quieta a su lado, sosteniéndola, hasta que la tos pasó y se incorporó de nuevo con algo de esfuerzo. Su historia, por el momento, había sonado bastante real; las pinturas que había visto en aquella destrozada mansión lo confirmaban: ella había sido la heredera de una de las gens más poderosas de nigromantes dentro del Imperio. Su posición —o quizá no, quizá fue algo más— les había permitido estar cerca del Emperador hasta el punto de tener una relación de afectividad.

Su vida había sido completamente opuesta a la que llevó después de que conociera a mi padre. Y, no obstante, en mis recuerdos siempre parecía feliz; como si no añorara el pasado que dejó atrás.

—El Emperador tenía dos vástagos —reanudó su relato, bajando un tono su voz ronca—: la princesa Valeria, la primogénita que algún día le sucedería, y el esquivo príncipe Galiano. Ninguno de ellos me resultaba desconocido, pues habíamos compartido juegos desde pequeños; no obstante, nuestros caminos no se cruzaron más que en un par de ocasiones más debido a nuestros correspondientes deberes para con nuestras familias: Valeria se esforzaba por aprender para ser una buena Emperatriz; Galiano disfrutaba de su soledad, manteniéndose casi siempre en un segundo plano, y yo me entrenaba para ser una gran nigromante, la perfecta heredera de la gens Furia.

»No fue hasta que entré a la adolescencia cuando empecé a ver la otra cara del mundo al que siempre había pertenecido: mi tío Daedalus resultó ser una sanguijuela hambrienta de obtener más de lo que necesitaba. Fue a él a quien se le ocurrió la brillante idea de insinuarle a mi padre que yo podía ser una oportunidad inestimable de aumentar nuestro poder dentro de la corte si me convertía en la prometida del joven Galiano; el chico no llegaría nunca a Emperador, pues su hermana Valeria ya había sido convenientemente entregada a uno de los herederos de la gens Naevia, Maerio, y lo único que sucedería si mi padre escuchaba las sibilinas palabras de Daedalus era que yo tendría que abandonar mi posición como heredera para convertirme en princesa, estableciendo un vínculo entre la gens Furia y la gens Nerón.

Enarqué ambas cejas, sorprendida por aquel revelador pellizco de información: mi madre era la candidata idónea para alguien como el Usurpador, en ese entonces un tierno y solitario príncipe que, sospechaba, fue eclipsado por la verdadera heredera al trono, su hermana.

Ella sacudió la cabeza, atrapada en el pasado que durante tanto tiempo había mantenido en secreto. Creí saber hacia dónde se dirigía la historia; por qué su tío había optado por ofrecerla como un suculento cebo que pudiera brindar a su gens más poder.

Los labios de mi madre se curvaron en una sonrisa amarga.

—Estoy segura de que ya lo habrás deducido, Jedham: si el Emperador aceptaba que me comprometiera con su hijo, tendría que abandonar mi gens y ceder mi puesto —sus ojos azules resplandecieron de molestia al recordar—. Yo era hija única, así que el candidato más idóneo era...

—Tu tío —completé a media voz.

Se me retorció el estómago ante la idea de que alguien de mi propia sangre, de mi familia, estuviera dispuesto a todo por conseguir sus propósitos. No concebía esa idea, no cuando había crecido rodeada de valores tan distintos; mis padres siempre habían luchado con uñas y dientes por sobrevivir, sí, pero trabajando desde el mismo bando. Como un equipo.

—Daedalus estaba ansioso por convertirse en cabeza de familia, así que le ofreció a mi padre una oportunidad que, sabía, no rechazaría por todo lo que podría aportarnos a la gens —el cuerpo de mi madre se sacudió y yo apreté mi costado contra ella, intentando brindarle un punto de apoyo—. Tras unas largas negociaciones, se decidió que me convertiría en la prometida de Galiano. Por mucho que suplicara a mi padre, que le rogara a mi madre que le convenciera de que era un terrible error... Ninguno de ellos me hizo caso; no cuando el futuro de la gens estaba en juego.

»De la noche a la mañana mi vida cambió drásticamente: apenas tenía catorce años y la libertad de la que había gozado se esfumó de golpe, trayendo consigo nuevas responsabilidades y deberes que crearon una prisión dentro del palacio. Como nigromante, no todo el mundo vio con buenos ojos mi futura unión con el príncipe; los rumores decían que era una triquiñuela orquestada por todas las gens de nigromantes para hacernos con el Imperio.

»Mi nueva posición empezó a asfixiarme, el palacio me hacía sentir atrapada. Aquel compromiso no estaba siendo como yo esperaba, al que me había resignado después de una acalorada discusión con mi madre; Galiano apenas me prestaba atención y me sentía tan, tan sola... A excepción de mi leal compañera, a quien había conocido en mis primeros años de instrucción; se quedó a mi lado, viendo cómo languidecía cada vez más, teniendo que llevar joyas de damarita como muestra de mi buena fe —traté de imaginar la angustia que debió sentir al ver cómo su poder quedaba anulado sólo porque algunas gens le tenían miedo—. Fue ella quien me mostró algunos pasadizos del palacio que nos permitieron salir a escondidas. Pensé en emplear aquellas furtivas escapadas para ver a mi familia y pedirles que recapacitaran sobre su decisión pero, por algún extraño motivo, terminé en las zonas más alejadas de la ciudad; me adentré en aquellos barrios de los que siempre fui prevenida y... y me quedé anonadada por lo diferente que resultaba de lo que estaba acostumbrada.

Otro ataque de tos la interrumpió, más violento y prolongado en esa ocasión. Supuse que sus cuerdas vocales estarían resentidas después del esfuerzo que hacía para poder contarme su historia, su verdad; el enfado, la rabia y el resentimiento empezaron a diluirse en mi interior al descubrir el pasado de mi madre, haciéndome sentir un ramalazo de compasión. Tanto ella como mi padre me educaron para que tomara mis propias decisiones; pensé en un momento de nuestro pasado, cuando supimos de la noticia de que una de nuestras vecinas se había prometido. Sabíamos que aquella unión había sido planificada por sus respectivas familias, quizá con la esperanza de ver su situación mejorar. Ninguno de mis padres intentó hacerlo conmigo, dándome la libertad para que yo eligiera mi camino.

Aunque eso supusiera errar algunas veces.

Los ojos azules de mi madre se iluminaron repentinamente y una media sonrisa tironeó de su comisura malherida.

—Allí fue donde mi camino se cruzó por primera vez con el de tu padre —el corazón me latió un poco más deprisa al llegar a ese punto de su pasado—. Estaba tan absorta en todo lo que me rodeaba que no vi el puesto donde trabajaba por aquel entonces, tratando de hacerse un hueco en la ciudad; recuerdo que me ayudó a ponerme en pie, ignorando el estropicio que había organizado. Quise compensarle, pero no llevaba ni una sola moneda encima. Le prometí que regresaría a la mañana siguiente y pagaría la mercancía que había echado a perder.

—No volviste —adiviné.

Mi madre sacudió la cabeza.

—Una delegación de Assarion se presentó en palacio aquella noche, alargando su estancia durante varios días más —dijo—. Tuve que esperar hasta poder escabullirme y, cuando llegué, se había desvanecido. El hombre que ocupaba su lugar, al enterarse de lo que realmente había sucedido, me confesó que lo echó sin miramientos; cumplí tarde mi promesa y no volví a verlo hasta mucho tiempo después.

»Mis ganas de recuperar mi antigua vida hicieron que mi estancia en palacio fuera infeliz. Además, había algo en mi prometido que no terminaba de encajarme; pasaba largas temporadas en soledad, los dioses sabían dónde. Apenas me prestaba atención y, cuando no teníamos otra salida que estar juntos, parecía más interesado en otros asuntos; pensé en cómo sería mi futuro al lado de aquel muchacho y no... no pude. Hablé con mi única amiga en palacio, compartí los planes que había estado haciendo en secreto: era una nigromante, pero ese no era mi lugar. Mi sitio no estaba al lado de Galiano, sino junto a mi familia.

»No iba a tolerar que mi tío se saliera con la suya, así que decidí que le retaría. Me enfrentaría a Daedalus por recuperar mi antigua posición, le obligaría a que convenciera a mi padre para que rompiera el compromiso; era posible que mi tío fuera poderoso, pero yo también. No en vano había sido enviada a Vassar Bekhetaar para cumplir con mi instrucción hasta que se decidió que podía tener otro tipo de utilidad.

»Reconozco que dejé que la rabia me embargara, que me cegara. Ahora me arrepiento de mi propia estupidez, de lo que provoqué a causa de mis propios problemas; de haber sabido mirar más de cerca, quizá nada de esto hubiera pasado...

Intuí que nos estábamos acercando al final por la expresión sombría que cubrió el rostro de mi madre.

En cierto modo me vi reflejada en ella: yo también había fallado al centrarme en mi venganza, anteponiéndolo a todo lo demás. Sin embargo, logré abrir los ojos a tiempo, impidiendo que cometiera un terrible error. ¿Mi madre se habría detenido, comprendiendo que ese no era el camino correcto?

Su mano llena de cicatrices se apoyó sobre mi antebrazo, permitiéndome notarlas contra mi piel.

—Sabía que Galiano era un polvorín a punto de estallar en el momento menos esperado —su voz ronca pareció volverse más áspera—. Le estudié durante esos meses, ya que él no parecía muy por la labor de hacerlo motu proprio. Descubrí la rabia que guardaba en su interior, el rencor que sentía hacia su hermana por haberle eclipsado durante toda su vida; el príncipe siempre había vivido a la sombra de Valeria. Todo el mundo se lo recordaba continuamente, aunque fuera sin mala intención.

»Esa noche... esa noche no fui capaz de controlarme. Galiano y yo tuvimos una fuerte discusión donde le dije que nunca llegaría a nada, que jamás podría aspirar a ser como su hermana; me burlé abiertamente, echándole en cara que Valeria tenía madera de Emperatriz mientras que él no era más que su sombra, alguien poco memorable —la vergüenza afloró en el rostro de mi madre, consciente de los errores que había cometido—. Como colofón final añadí que, en el hipotético caso de ocupar el lugar de su hermana, las gens de nigromantes preferirían mil veces seguirme a mí...

La garganta se me estrechó al oír aquellas crueldades, esas palabras tan afiladas e hirientes como la peor de las armas. Ella había sido en su juventud tan impulsiva como yo; no en vano compartíamos la misma sangre, el mismo fuego corría por nuestras venas.

—No supe lo que había provocado hasta que fue demasiado tarde —gimió, apoyándose sobre mí como si las fuerzas la hubieran abandonado; me pregunté si habría compartido esa carga con alguien más—. Todo continuó como si nada hasta que una noche me sacaron de la cama un par de Sables de Hierro. No sabía lo que estaba sucediendo, así que me revolví y empleé mis poderes... Pero ellos llevaban consigo damarita, consiguiendo reducirme casi sin esfuerzo —su cuerpo sufrió una sacudida y sus ojos se tornaron vidriosos—. Me arrastraron hacia la sala del trono... donde habían ejecutado a todos los miembros de la gens Nerón. Galiano me esperaba allí, sentado en el lugar que debía ocupar Valeria... con la cabeza de su hermana colocada sobre uno de los brazos del pesado mueble. Cuando miré a mi prometido... por Zosime, en sus ojos vi lo que había liberado con mis palabras, aquella sombra que siempre acechó tras ellos.

»Galiano me dedicó una sonrisa casi maniaca antes de dar la orden de que se me llevara a las mazmorras, donde correría la misma suerte que aquéllos que no se habían subyugado a su locura. El estómago se me revolvió cuando descubrí las celdas —alzó el brazo para posar la palma sobre la pared de piedra que quedaba más cerca de nosotras— llenas de miembros de gens de nigromantes —mi madre cerró los ojos y una solitaria lágrima se deslizó por su mejilla sana—. Allí me enteré de la matanza que había ordenado el futuro Emperador contra las gens que consideraba una amenaza... Empezando con la gens Furia.

En mi cabeza me encontré de nuevo en aquella decrépita mansión donde Perseo y yo buscamos refugio. Volví a ver las manchas de sangre, los muebles destrozados y las pinturas desgarradas; seguramente los Sables de Hierro irrumpirían por sorpresa, utilizando esa ligera ventaja para emplear la damarita con la que contaban, masacrando a todos y cada uno de los habitantes de aquella casa mientras mi madre permanecía ajena, en el palacio.

—La gens Furia estaba prácticamente extinta —continuó—. Todos habían muerto y yo no tardaría en unirme a ellos. Galiano dio órdenes de que nos fueran ejecutando al amanecer y que nuestros cadáveres fueran colgados de cada rincón de la ciudad para advertir a sus posibles enemigos. Mientras aguardaba a que llegara mi hora, pensé que me lo merecía: yo había desatado aquel infierno encadenado en el cuerpo de ese muchacho. Era mi culpa que todos hubieran muerto.

»Sola en mi celda, me preparé para entregarme a las manos de nuestra diosa, Jedham —tragué saliva, con el corazón encogido por la angustia—. Pero alguien irrumpió allí, dispuesta a arriesgar su vida para salvarme.

—Tu compañera —supuse.

Una diminuta sonrisa apareció en el rostro de mi madre.

—Ella me convenció para que abandonara la celda, para que no me rindiera —confirmó con tono triste—. Me condujo hasta los pasadizos que me llevarían hacia la libertad, me tendió un pequeño hatillo con lo poco que logró robar y me pidió que no mirara atrás. Que aprovechara esa segunda oportunidad lejos de allí.

»Así que eso hice: me interné en uno de esos oscuros corredores y huí. Me encontré de nuevo en la ciudad, sola y sin un lugar al que regresar; apenas llevaba conmigo algunos efectos personales que colgaban de mi espalda y estaba perdida. Lo primero que hice, no obstante, fue alejarme todo lo posible del palacio y los barrios perilustres; me refugié en las zonas más humildes y vagabundeé durante un tiempo. Tuve que malvender algunas de las cosas que llevaba conmigo para poder sobrevivir y, cuando el dinero se acabó... Hice lo que tenía que hacer para seguir adelante —apretó los labios unos instantes—. Aquel tiempo en las calles no fue fácil, Jedham. No rompí la promesa que había hecho y continué... Hasta que los dioses decidieron volver a ponerme en el camino de tu padre: él me encontró una noche, huyendo con mis pocas pertenencias de una panda de matones qua habían tratado de asaltarme; pensé que no me reconocería después del tiempo que había pasado... pero lo hizo. Me brindó su ayuda y un lugar donde cobijarme, salvándome de las calles.

»Apenas tenía para sí mismo, pero no dudó un segundo en compartirlo conmigo —la tos volvió a hacer acto de presencia, recordándole lo resentida que debía encontrarse su garganta por aquel prolongado uso—. No me sentía cómoda abusando de ese modo, así que traté de encontrar algo que me permitiera devolverle todo lo que había hecho por mí; aprendí a hacer cosas tan mundanas como cocinar o lavar la ropa. Empecé a crear una nueva vida y... y me enamoré —escuché cómo tragaba saliva con esfuerzo—. Bhasvah era generoso, amable y siempre respetó aquellas partes de mi vida que no podía compartir con él. Decidí usar el colgante que había salvado de la purga a la que fueron sometidas todas las gens de nigromantes para esconder mi verdadera naturaleza; sin embargo, no siempre podía llevarlo conmigo. Me enfermaba —me llevé una mano inconscientemente al cuello, esperando rozar la familiar piedra que colgaba de él—. Entonces me quedé embarazada y supe que no podría volver a usarlo, al menos hasta que tú no nacieras. Por eso mismo le confesé a tu padre que era una nigromante, aunque no le dije quién era en realidad; él debió figurarse que era una superviviente que había logrado escapar de los férreos controles que había impuesto el nuevo Emperador.

Contuve el aliento, consciente de que el final estaba cerca; que, al fin, descubriría lo que realmente había sucedido aquel día en el mercado.

—Era feliz, Jedham, y aún sigo amando a Bhasvah —me conmovió saber que, a pesar del tiempo, ella seguía pensando en mi padre—. Habíamos conseguido un pequeño hogar donde ver crecerte y, quizá, aumentar la familia... Pero entonces empezaste a dar señales de que tu magia estaba despertando; sentí pánico ante las consecuencias: yo no estaba capacitada para ayudarte a controlar tu magia y era peligroso. Galiano acechaba desde su palacio, ávido por engrosar las filas de su nuevo y moldeado ejército de nigromantes; si alguien descubría lo que eras, te separarían de nosotros... y a mí se me partía el corazón tan solo de pensarlo.

»Decidí usar mi viejo colgante y te lo regalé. Cuando tu poder reaccionó contra la damarita, haciéndote enfermar... Eso es algo que ni tu padre ni yo misma he logrado perdonarme —imágenes de aquel momento cruzaron mi mente. Vi a mi madre, más joven, intentando convencerme; también volví a ver la pena que asomaba en sus ojos, una pena que no lograba entender—. Pero lo hice para protegerte, Jem. Para impedir que la sangre que corría por tus venas pudiera condenarte.

Ella quería salvarme de aquel cruel destino, al que ni siquiera el poder del abuelo de Perseo había conseguido hacerlo. De no haber anulado mis poderes cuando apenas comenzaban a mostrarse... ¿Qué habría sucedido? ¿Me habría puesto en evidencia a mí misma, siendo separada de mi familia y enviada a Vassar Bekhetaar, siendo transformada en una criatura sin escrúpulos?

—El mercado —dije con voz ronca—. ¿Qué pasó en el mercado?

La expresión de mi madre volvió a ensombrecerse.

—Hubo una redada y algunos fuimos detenidos por los nigromantes que estaban de patrulla —respondió a media voz—. No llevaba nada de damarita que pudiera ocultar mi verdadera naturaleza y uno de ellos sintió mi poder.

—¿Fue Roma? —aún no comprendía la extraña familiaridad que las unía.

Mi madre sacudió la cabeza.

—Roma no fue la que me descubrió, pero sí que me reconoció —dijo, haciendo una breve pausa—. Ella sólo trató de protegerme, Jem, como siempre había hecho desde que éramos niñas.

* * *

¡FELIZ SAMHAIN / HALLOWEEN, PEQUEÑAS CALABACITAS!

Antes de nada: no, esto no es ninguna alucinación. Tampoco es ningún truco o trato por parte de una humilde servidora. Con motivo de esta celebración (reconozcamos que los nigromantes tienen su vibe de Halloween, no tengo pruebas pero tampoco dudas)

Ahora bien, que haya subido capítulo hoy no quiere decir que vuelvan las actualizaciones (se escuchan algunos abucheos). En estos momentos quiero centrarme en las cuatro historias que llevo en curso y terminarlas antes de retomar las que ya sabemos.

Y así, como apunte, también recordaros que hace tiempo que os dije que habría un spin-off de estos libros llamado La Favorita... Gracias a este capi, ¿intuís por dónde van los tiros?

No obstante, y dado que es Jaubelin... ¿qué mejor que una buena dosis no solamente de La Nigromante, por la que tanto hemos suplicado, si no de todas mis obras? No, no estoy hablando sólo de Daughter of Ruins, Vástago de Hielo, Dama de Invierno o Thorns...

¡TAMBIÉN HABLO DE PEEK A BOO Y REINO DE NIEBLA! Si no las seguís, os invito a que paséis por mi perfil y les echéis un vistazo.

Tras hacer una pequeña encuesta a través de Twitter (donde ganó la opción bruja /Peek a Boo vibes/ por cierto) no quise comportarme como un duendecillo travieso, por lo que he decidido traeros un pack de actualizaciones de 10

Cuidaos mucho... y no olvidéis poneros la mascarilla

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