❈ 29
Fatou se mostró desagradablemente sorprendido cuando me reincorporé. Supuse que habría enviado a alguien al río subterráneo a recuperar mi cadáver y que, al no encontrarlo, seguramente creyó que la corriente lo había enviado a lo más profundo. Siguiendo el consejo de Darshan, abandoné mi habitáculo a la mañana siguiente y le acompañé al comedor. No obstante, no fue hasta que alcanzamos el patio, donde otros grupos ya estaban allí reunidos, practicando bajo las órdenes de nuestros instructores, cuando realmente estuve cerca de flaquear.
Fatou estaba allí, protegido en la poca sombra que proporcionaba el patio, observando con sus ojos negros todo lo que sucedía. A su lado se encontraba Rashiba y otro nigromante de su confianza.
Darshan me dio un discreto golpecito en la parte baja de la espalda, animándome a que diera un paso hacia la arena. El resto del grupo con el que entrenábamos ya estaba reunido en el espacio que se les había designado y esperaban con cierta impaciencia la llegada de nuestro instructor.
Pude sentir el instante concreto en el que la mirada del nigromante dio conmigo a través de la distancia. Me tensé de pies a cabeza, a la espera de que Fatou reaccionara a mi presencia; a pesar de los metros que nos separaban, casi pude percibir la fría rabia que envolvió al nigromante al verme aparecer viva. Incluso Rashiba, que se encontraba a su lado, no pudo ocultar la sorpresa.
Ninguno de ellos había esperado que sobreviviera.
Y el nigromante no parecía en absoluto alegre tras comprobar que todavía respiraba y que no me había hundido en aquel río subterráneo.
Rompí el contacto visual con Fatou y seguí cabizbaja a Darshan, intentando tener un perfil bajo. Mi compañero había sido testigo del intercambio de miradas, pero se había limitado a dejarme que lidiara con ello; la promesa que me había hecho de ayudarme a huir de Vassar Bekhetaar continuaba presente entre los dos.
Nuestro instructor, un nigromante que atendía al nombre de Manoj, nos ladró que nos colocáramos en formación, junto al resto del grupo. Gazan, quien se encontraba entre los otros, me lanzó un vistazo en mi dirección; todavía con el orgullo herido por lo sucedido en los baños, había mantenido las distancias... y parecía haber incluido en su lista de enemigos potenciales a Darshan, a quien también observó antes de devolver su atención al instructor.
—Procuraré tener piedad contigo —escuché que me susurraba Darshan, intentando levantar mi ánimo y distraerme de la presencia que había al fondo del patio.
Una media sonrisa se formó en mis labios de forma inconsciente. Tras confesarme que su heroico acto no era tal, sino un hecho accidental provocado por su magia, había optado por tragarme mi vergüenza y fingir que nada había sucedido; una actitud que Darshan no había dudado un segundo en imitar, apresurándome a cubrir su desnudez y marcharse de regreso a su propio dormitorio.
—¿Eso no tendría que hacerlo yo? —le respondí en el mismo tono—. No fui yo quien terminó desmayado en mi cama recientemente...
—Una lástima que no hubiera sido en otras circunstancias —me replicó Darshan, mordaz.
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Las manos empezaron a temblarme cuando atisbé por el rabillo del ojo varias siluetas encapuchadas acercándose al rincón donde Manoj nos había destinado a mi compañero y a mí; durante toda la mañana pude sentir su mirada clavada en cada uno de mis movimientos. Luego le había visto moverse por todo el patio, fingiendo comprobar de primera mano cómo se desarrollaban los enfrentamientos individuales.
Mi oponente estuvo cerca de acertarme gracias a ese segundo de indecisión al ver a Fatou y sus dos secuaces atravesar el patio en nuestra dirección. Darshan, a un par de parejas de distancia, tampoco se perdía detalle del objetivo del nigromante.
Me moví en zigzag para impedir que el chico pudiera atacarme y extendí mis brazos, sintiendo cómo los hilos de mi poder alcanzaban sus tobillos. Con un sencillo giro de muñeca, hice que sus huesos crujieran antes de partirse, arrancándole un grito de dolor a mi contrincante; después vi cómo se desplomaba en el suelo y aparté la mirada del horror que yo misma había provocado, con el estómago revuelto.
No era la primera vez que causaba daño, como tampoco yo me había librado de aquella tortura física. Muchos de los otros nigromantes, en ocasiones, no controlaban del todo la intensidad de su poder; otros simplemente disfrutaban torturando a sus oponentes y compañeros, como si eso pudiera ayudarles en su camino por ganarse la máscara de plata.
El pulso se me disparó cuando Fatou se detuvo junto al chico que intentaba contener las lágrimas y los gritos de dolor. Observó con atención lo que mi magia había provocado, sin tan siquiera interesarse por el joven nigromante; Rashiba, por el contrario, se apresuró a ladrar órdenes a una de las parejas que entrenaba cerca de nosotros.
—¡Llevaos a esta criatura llorosa y débil a la enfermería!
Dos de ellos abandonaron su entrenamiento y corrieron hacia donde su compañero estaba tendido en la arena. Les vi tragar saliva al contemplar los huesos que sobresalían de sus tobillos, la inclinación antinatural de sus pies; incapaz de seguir soportando esa imagen, los dos nigromantes más jóvenes cargaron con el otro sollozante e intentaron arrastrarlo de regreso al interior de la prisión.
Me quedé sola en aquella esquina del patio, sintiendo cómo mi pulso duplicaba su velocidad al ver a Fatou a unos metros de distancia después de que el nigromante me abandonara a mi propia muerte.
Mi cuerpo se tensó cuando sus ojos negros me recorrieron de pies a cabeza con una lentitud casi depredadora. Rashiba tampoco fue capaz de ocultar su desagradable sorpresa de encontrarme allí.
—Veo que la ratita sobrevivió —comentó Fatou, acortando la distancia entre nuestros cuerpos— y alcanzó la orilla.
Toda mi templanza se desvaneció cuando el nigromante se alzó ante mí, cubierto por aquella pesada túnica negra y la máscara de plata que relucía bajo la capucha. El aire empezó a faltarme cuando Fatou se inclinó, haciendo que nuestras miradas quedaran a la misma altura.
—Zosime te dio una segunda oportunidad al no reclamar tu alma —continuó y sentí un ligero temblor en las piernas—. Es una lástima. Hubiera sido deliciosamente desgarrador haber sido testigo de la reacción de Perseo cuando hubiera enviado tu cadáver al palacio, lamentando tan terrible accidente...
La conexión todavía se encontraba activa entre nosotros, permitiéndome percibir sus emociones con mayor facilidad. No recordaba lo que se sentía, pues la primera vez había sido un error, un desliz por mi parte que casi había sacado a la luz uno de mis mayores secretos; en aquella ocasión, después de perder el control, no había podido saber el alcance debido a la furia que me había embargado hacia Jedham por lo que había estado dispuesta a hacer. Porque ese veneno que la pelirroja había conseguido de algún modo había estado destinado a la copa de la que iba a beber Roma.
En ese momento no fui capaz de contener mis propios sentimientos, de mantenerlos a raya. Tenía las emociones a flor de piel después de que la emboscada perpetrada por la Resistencia se hubiera convertido en un fracaso cuyas consecuencias, gracias a los dioses, no fueron demasiado graves, ya que los rebeldes que dejamos atrás solamente fueron cadáveres. Había estado cerca de ser descubierto, mi mente se había quedado atrás, en el instante en el que había comprendido a quién era el objetivo de Jedham; todo lo que había intentado contener explotó cuando regresó a su dormitorio y yo la encaré, con tan mala suerte de dejar que mi magia escapara de mi control.
Aquella segunda vez... Al parecer, tampoco había sido consciente de lo que había hecho. Mi único propósito había sido el ayudarla a entrar en calor, pero mi poder parecía haber percibido la debilidad en la pelirroja y, de nuevo, había decidido actuar sin que yo mismo supiera lo que estaba haciendo.
El hilo que parecía unirme a Jedham, y que aún tardaría un tiempo en desvanecerse, se tensó, haciendo que mi atención se desviara de manera automática hacia el rincón donde nuestro instructor la había enviado junto a su pareja aquella mañana. Fatou había decidido abandonar su escondite y, como las víboras, reptaba a través del patio en dirección a Jedham, respaldado por dos de sus nigromantes de mayor confianza.
Observé a ese maldito hijo de puta contemplar al chico que estaba en el suelo antes de que Rashiba ordenara que se lo llevaran fuera de su vista. Luego se centró en Jedham, quien intentaba permanecer inmutable.
Pero yo podía percibirlo.
Podía sentir a través de la conexión que compartíamos el miedo que atenazaba sus huesos o cómo su corazón latía sin control dentro de su pecho. Incluso su tez parecía haber perdido color al encontrarse cara a cara con su verdugo.
Aún podía sentir su dolor cuando me confió que no sobreviviría en Vassar Bekhetaar, que no sería capaz de llegar hasta el final de la instrucción. No era la primera nigromante que llegaba a esa conclusión; al igual que sucedía con los Sables de Hierro, los nigromantes más jóvenes también eran cribados. Teníamos que soportar pruebas que alcanzaban la inhumanidad para separar a aquellos que merecían la máscara de plata de los que no.
Se deshacían de los débiles y moldeaban a los que estaban dispuestos a cualquier cosa por sobrevivir.
Me fijé en la expresión de Jedham, cómo cambió cuando el nigromante se inclinó hacia ella. No pude escuchar lo que dijo Fatou, pero el modo en que los ojos de la pelirroja se abrieron de par en par y su cuerpo pareció replegarse sobre sí mismo...
Un latigazo de dolor recorrió mi columna vertebral, obligándome a apretar los dientes para impedir que cualquier sonido se escapara de mis labios. Mi cuello giró hacia la nigromante con la que me había tocado enfrentarme; me topé con su gesto concentrado y sus manos alzadas. El sudor que cubría su piel hacía que algunos mechones se le oscurecieran y pegaran a las sienes; recordaba vagamente su nombre, Aarthi. Jadeé al comprobar que había aprovechado aquel instante de despiste por mi parte para tratar de dejarme fuera de juego.
El dolor volvió a repetirse cuando Aarthi cerró las manos en puños, proyectando su poder en mis terminaciones nerviosas. Fue como si el fuego se extendiera por cada una de ellas, desatando un incendio del que no sería capaz de liberarme; fingí que las piernas no me sostenían y me dejé caer al suelo como un fardo.
Creyendo estar rozando la victoria, Aarthi cruzó la distancia que nos separaba al escuchar mi exagerada respiración. Una vez estuvo al alcance de mis piernas extendidas, barrí el suelo con una de ellas, provocando que la chica cayera conmigo, aturdida; aproveché esos segundos de desconcierto y dirigí mis manos hacia su garganta, notando cómo mi magia se enroscaba alrededor de su laringe como una serpiente, lista para estrangularla.
Apreté lo suficiente para que lo tomara como una advertencia. Los ojos de la nigromante se abrieron de par en par por el horror cuando empezó a faltarle el aire; vi las lágrimas acumularse en sus comisuras, el silbido que se escapaba de sus labios entreabiertos mientras sostenía mi agarre e ignoraba el dolor que recorría mi cuerpo.
«Ríndete», deseé en mi fuero interno.
Como si hubiera escuchado mis pensamientos, Aarthi extendió el brazo y golpeó varias veces la arena para hacerme saber que se rendía.
La liberé al mismo tiempo que la chica aspiraba una sonora bocanada de aire, llevándose una mano al cuello. Algo similar a la vergüenza reptó por mi cuerpo cuando vi en su piel las marcas que había dejado mi magia, como si hubieran sido mis propias manos las que hubieran apretado.
Aarthi me fulminó con la mirada desde su posición.
—Has jugado sucio.
Con las pocas fuerzas que me restaban, lo único que hice fue soltar una risa ronca antes de cerrar los ojos.
«Te está debilitando, chico.»
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—No sabía que me echabas tanto de menos, leesh —dijo la inconfundible voz de Sen cuando recuperé la consciencia.
Pestañeé hasta aclarar mi visión, topándome con la triste imagen de la enfermería casi vacía. El chico al que se había enfrentado Jedham estaba tumbado a unas camas de distancia y Sen me observaba con un brillo casi divertido en sus ojos azules, inclinado en mi dirección. Aún notaba un dolor sordo recorriendo mi cuerpo, además de una molesta pulsación en las sienes.
La última imagen que guardaba era la de Aarthi acusándome de no haber jugado limpio en nuestro enfrentamiento en el patio... y el eco de esa maldita voz resonando dentro de mi cabeza, poniendo en palabras lo que había empezado a sospechar después de que Jedham creyera que era un abnegado héroe que había decidido gastar hasta la última gota de su magia para hacer que se recuperara.
Mi preocupación por la pelirroja estaba empezando a pasarme factura.
Me estaba desconcentrado.
Se estaba convirtiendo en un obstáculo en aquella lucha por sobrevivir en Vassar Bekhetaar.
Gruñí al tiempo que intentaba incorporarme sobre el camastro en el que alguien me había depositado. Sen se apartó para darme algo de espacio.
—Busco hasta la más mínima excusa para poder volver a verte, nigromante.
Una sonrisa torcida se formó en los labios de Sen ante mi réplica. Luego la seriedad tan característica volvió a cubrir sus rasgos bajo la máscara de plata.
—Me equivoqué —reconoció el nigromante a media voz—. No estabas recuperado al cien por cien y el esfuerzo de tu enfrentamiento te ha hecho colapsar de nuevo.
Dejé escapar un suspiro. No podía permitirme fallar otra vez; lo que había hecho por Jedham de manera inconsciente me había dejado en una posición bastante delicada. Si era incapaz de llevar a cabo cualquier enfrentamiento sin perder la consciencia... En Vassar Bekhetaar no existían los descansos. A excepción de si terminabas desangrándote sobre un bloque de madera en el patio o a punto de morir ahogado.
Tragué saliva y alcé la mirada hacia Sen.
—Dijiste que podías enviar un mensaje fuera de la prisión —le recordé.
El nigromante me observó en silencio durante unos segundos, como si estuviera intentando encontrar en su mente el momento exacto en el que me dijo eso.
—Te dije que podía intentarlo —me corrigió, tenso y desconfiado.
Aquello tendría que ser suficiente. La voz que había escuchado antes de desmayarme por el esfuerzo había estado en lo cierto: Jedham era una distracción. No podía estar vigilándola todo el tiempo, no podía poner toda mi atención en ella y en asegurarme de que siguiera viva; Jedham estaba convirtiéndose en una carga y la culpa era solamente mía. Por haberme permitido involucrarme más de lo necesario, por no haber seguido mis propios consejos. Por haber empezado a verla con otros ojos y no como la herramienta que había creído necesitar para sobrevivir en aquel infierno.
Y tenía miedo.
Miedo del momento en que tuviera que tomar la decisión de anteponer mi vida o la suya para salir de Vassar Bekhetaar. Porque era egoísta. Lo suficiente egoísta para dejarla atrás si eso significaba estar un paso más cerca de cobrarme mi propia venganza, aunque luego tuviera que lidiar con las consecuencias de no haberla elegido.
—Necesito que le mandes dos mensajes a la capital —le pedí, desvelando parte del plan que había estado organizando dentro de mi mente—. Al palacio del Emperador.
Sen me contempló en silencio, quizá asimilando lo que acababa de pedirle. Era posible que un nigromante como él no tuviera los contactos necesarios para hacer llegar mis dos mensajes, no cuando el palacio del Emperador era uno de los edificios de más difícil acceso de todo el Imperio.
—¿Puedo preguntar...?
Las palabras me ardieron cuando las pronuncié, pero me convencí a mí mismo de que era verdad:
—Jedham está empezando a convertirse en una carga.
«Jedham está empezando a convertirse en una carga.»
Las palabras de Darshan impactaron contra mi pecho como si su magia se hubiera encargado de aplastar mis pulmones hasta arrancarme todo el oxígeno, dejándome clavada en el suelo. Su desmayo había causado un gran alboroto en el patio, dándome la oportunidad idónea para escabullirme de Fatou; había sido yo, con la ayuda de otra nigromante, la que había arrastrado hasta la enfermería a un inconsciente Darshan, suplicándole ayuda a Sen. Temiendo que lo sucedido hubiera tenido algo que ver en todo aquello.
La culpa que había sentido, la responsabilidad que me había acompañado mientras Sen se encargaba de reconocer a Darshan, me había hecho dar media vuelta y salir de la enfermería para buscar un lugar lo suficientemente oscuro donde poder dejar escapar el sollozo que había notado atascado en mitad de la garganta. Porque yo era responsable de su estado; yo había provocado que su magia intentara salvarme, aun cuando el chico no hubiera sido consciente de lo que estaba haciendo.
Pero aquellas palabras, el demoledor mensaje que había en ellas, habían borrado de un plumazo todo. Un entumecimiento se había extendido por mi cuerpo, haciéndome creer por unos segundos que había escuchado mal. Pero el eco de la voz de Darshan seguía repitiéndose en mis oídos como una cruel cantinela.
Me sentí estúpida, muy estúpida. Darshan me había advertido una y otra vez sobre él mismo, sobre que no depositara mi confianza en nadie... en especial en él. Pero yo había sido una idiota que había decidido aferrarse a ese maldito hijo de puta de ojos grises gracias a sus desinteresadas acciones, gracias a sus intentos de mantenerme entera y viva en aquel infierno. Porque creía que habíamos empezado a vernos del mismo modo, ya no como aliados, sino como amigos.
Había bajado la guardia y había caído en su trampa.
Procuré que mi expresión no delatara que le había escuchado hablar con Sen e hice que el sonido de mis pasos resonara con suficiente fuerza mientras me acercaba al camastro que ocupaba Darshan. Los dos nigromantes desviaron la vista hacia mí a la par, un gesto que delataba que yo había sido su último tema de conversación.
Forcé a mis labios a esbozar una sonrisa que pretendía ser traviesa. Los ojos de Darshan buscaron los míos y yo tuve que contenerme a mí misma para no sacudirle un puñetazo por habérmela jugado.
—Parece que también le has tomado un cariño especial a este lugar —intenté bromear.
La mirada de Darshan continuaba clavada en mí, haciendo que el aire que nos rodeaba pareciera volverse más pesado.
—Y yo que pensaba que era por mí —suspiró Sen, siguiéndome la broma porque también había notado el cambio en el ambiente.
Me giré hacia el nigromante. Tanto él como Darshan habían mantenido las distancias el uno con el otro, limitándose a cruzar algún que otro comentario mordaz que en su momento me había causado gracia. ¿En qué momento parecían haberse acercado tanto los dos para que Darshan compartiera con él sus más profundos pensamientos?
—Quizá debería quedarse aquí hasta que esté completamente recuperado —opiné, cruzándome de brazos y cambiando de tema.
«Jedham está empezando a convertirse en una carga.»
Aquellas palabras continuaban taladrando mi mente una y otra vez. Darshan no había abierto la boca por el momento y por unos segundos tuve el absurdo pensamiento de que, quizá, se encontraba avergonzado. O quizá se sintiera culpable.
Pero era Darshan, así que descarté por completo esa posibilidad.
Así era como el chico me veía, como siempre me había visto, aunque me hubiera mentido una y otra vez, intentando arrastrarme a su terreno. ¿Qué pensaba hacer ahora? La promesa que me había hecho en mi habitáculo, bajo las mantas, ahora me resultaba una mentira más. Un truco sucio con el que seguir engañándome.
—No será necesario —se negó Darshan, interviniendo por primera vez desde mi llegada.
Hice a un lado cualquier atisbo de preocupación, fortificando mi corazón y tratando de templar mis sentimientos. Ya no podía considerarlo un aliado... mucho menos un amigo.
Se había convertido de nuevo en un desconocido.
En un enemigo.
Sen le dedicó una mirada preocupada, pero no trató de convencerle; supuse que su extraña relación no había llegado hasta ese punto. Me hice a un lado para que Darshan se incorporara del camastro, ignorando la mirada de Sen.
Estaba sola de nuevo.
Y huir de Vassar Bekhetaar se convirtió casi en un imposible.
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—Te he visto en el patio. Con Fatou.
«Jedham está empezando a convertirse en una carga.»
La voz de Darshan se interpuso al eco que se repetía dentro de mi cabeza. Habíamos dejado atrás la enfermería y recorríamos los pasillos en dirección a nuestras celdas; nos movíamos con lentitud, ya que mi acompañante aún parecía costarle mantener el paso, aunque no le había escuchado protestar o pedir que redujéramos el ritmo. Por un impulso egoísta, me había negado a ofrecerle mi ayuda y una parte de mí disfrutaba de verle en ese estado, demostrándome que, a pesar de todo, también era humano... y no invencible.
Me tensé pero me obligué a continuar andando. La herida abierta de mi pecho ante su traición me recordó que su falsa preocupación no era más que un truco, un intento de sonsacarme más información.
—Estaba sorprendido de verme —le respondí escuetamente.
A la mierda mi plan de fingir que no había pasado nada. Mi tono no dejaba lugar a dudas de que algo me sucedía y Darshan no era estúpido; por el rabillo del ojo vi cómo me echaba un vistazo especulativo, consciente de lo seca que había sonado mi respuesta, y ambos nos quedamos en silencio.
—Sigo trabajando en ello —dijo de repente Darshan—. Pero necesito tiempo y que confíes en mí.
Mis pies se quedaron fijos en el suelo ante aquel despliegue de desfachatez por su parte; por la fluidez y la seguridad con la que era capaz de tejer sus mentiras. Me imaginé a mí misma encarándome a Darshan, empujándole contra la pared de piedra y llevando mis manos hacia su cuello para asfixiarlo, sin necesidad de malgastar mi magia en ello.
—Lo sé, Darshan —fue lo único que respondí.
«Sé que no puedo volver a confiar en ti.»
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La distancia entre Darshan y yo fue creciendo, alimentada por mi resentimiento y rabia. Era imposible que el nigromante no se hubiera dado cuenta pero, como de costumbre, no hizo ningún comentario al respecto; mi supuesto aliado continuaba comportándose del mismo modo, como si no hubiera pasado nada, pero el eco de la opinión que guardaba de mí me impedía caer de nuevo en sus trucos. Me empujaba a que estudiara cada uno de sus movimientos, desconfiando de sus intenciones.
Dos mañanas después, me reuní con Darshan en el pasillo. Durante los entrenamientos había conseguido mantenerse entero y su magia no había vuelto a dejarle fuera de combate; me recibió con su familiar sonrisa, que yo le devolví de manera forzada.
De nuevo el silencio se instaló entre nosotros mientras nos dirigíamos al comedor compartido. Una extraña sensación se abrió paso en mi interior al ver cierto revuelo; observé con el corazón en un puño los murmullos que llenaban cada espacio. Los susurros que se entremezclaban como una cacofonía donde era imposible distinguir una sola palabra.
Darshan pareció tensarse a mi lado, también a causa de los susurros.
Le vi detener a uno de los nigromantes con una expresión llena de cautela.
—¿Qué está pasando?
Una sonrisa macabra se formó en los labios del chico al que había retenido por el brazo. Su mirada alternó entre mi acompañante y mi rostro.
—¿No os habéis enterado? —nos preguntó con deleite—. Ha llegado un mensaje de la capital. Del propio Emperador.
Un nudo de nervios atenazó mi estómago al escuchar las nuevas noticias. El miedo volvió a reptar por mi columna vertebral, el sabor del azufre del agua del río subterráneo inundó mi boca al recordar a Fatou ordenándole a Rashiba que me empujara y la incertidumbre ante el contenido del mensaje venido desde la ciudad hizo que sintiera que me faltara el aire.
—Ha dado su beneplácito a una ejecución.
* * *
Cuando tienes un lapsus en el anterior episodio, te entran las dudas respecto al team al que perteneces... y llega la escritora para liarlo todo un poquito más de cómo todo está revueltito...
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