❈ 28
Me sumí en un extraño sopor, alternando entre imágenes de aquel horror que había vivido bajo las aguas y fragmentos inconexos de mi alrededor donde, al parecer, estaba siendo transportada por unos brazos que me resultaban desconcertantemente reconfortantes y un corazón que latía contra mi mejilla, acunándome como una nana. Permitiéndome aferrarme a ese sonido lleno de vida y alejándome de la oscuridad del río.
Podía escuchar voces claramente masculinas y ahogadas hablando, pero apenas era capaz de descifrar sus palabras, de lo que estaban diciéndose el uno al otro. Todo mi cuerpo seguía entumecido, mi mente parecía continuar atrapada en aquel horrible lugar... La humedad de mis prendas, volviéndolas tan pesadas, eran un doloroso recordatorio de cómo habían conseguido hundirme poco a poco. Condenándome.
Pero no estaba muerta.
No había perecido, tal y como habría deseado Fatou.
Sen y Darshan, de algún modo que desconocía, habían conseguido dar conmigo. Me habían sacado de aquellas aguas oscuras y habían salvado mi vida. Me habían dado otra oportunidad, cuando todo parecía apuntar a que aquel sería mi último día antes de unirme a los dioses y Zosime reclamara mi alma.
Entreabrí de nuevo los ojos cuando sentí el pecho sobre el que estaba apoyada vibrar cuando su dueño habló:
—Yo me quedaré con ella, vigilándola
No me costó mucho reconocer su voz: era Darshan quien cargaba con mi cansado cuerpo. A su lado, atisbé la silueta de Sen caminando junto a nosotros; bajo la máscara de plata podía adivinarse la preocupación. Ni siquiera él había podido prever lo que planeaba Fatou, lo lejos que había estado dispuesto a llegar.
—Te acompañaré hasta su habitación.
El sonido de los pasos de ambos resonó contra la piedra mientras parecíamos abandonar los niveles inferiores, regresando a los familiares corredores del ala donde nigromantes y Sables de Hierro convivíamos mientras duraba nuestra instrucción.
Y yo volví a cerrar los ojos, dejándome acunar de nuevo por el rítmico latido del corazón de Darshan contra mi oído.
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—Jem...
El sonido de mi nombre hizo que entreabriera lo suficiente los párpados para descubrir que estábamos en un habitáculo... y que era Darshan la silueta que se encontraba inclinada frente a mí, recortándose contra la penumbra. En algún punto del camino había vuelto a perder el conocimiento entre sus brazos, acompañada por el vaivén de su cuerpo y el sonido de su propia respiración.
A pesar de la cuasi oscuridad que reinaba en la habitación, los ojos grises del nigromante parecían resplandecer por sí mismos; me percaté en aquel instante de su cabello húmedo, al igual que sus prendas. Una pregunta empezó a formarse en mi mente, pero apenas era capaz de conseguir formular pensamientos conexos a través de la bruma que cubría mi mente.
—Ya estás a salvo en tu dormitorio. Eso es, pelirroja —me felicitó y yo no supe bien por qué. Me encontraba tendida en un camastro, empezando a sentir un extraño ardor en los pulmones y garganta; además de una dolorosa y punzante sensación en las sienes. Lo único que parecía pedirme mi cuerpo era que volviera a cerrar los ojos y sumirme en la oscuridad que me había recibido, aunque eso supusiera que las imágenes del río y sus aguas se abalanzaran de nuevo sobre mí—. No, Jem. No lo hagas. Sigue mirándome. Sigue despierta un poco más...
Quise darme la vuelta e ignorar a Darshan, pero mis extremidades estaban entumecidas y el peso de mi ropa húmeda me suponía un obstáculo más a mis deseos. El nigromante pareció advertir mis intenciones, ya que se inclinó un poco más hacia mí y apoyó el dorso de su mano sobre mi frente, igual que había hecho mi madre cuando era niña y enfermaba. Incluso tuvo la deferencia de apartar un par de mechones mojados de mi rostro, un gesto demasiado tierno para alguien como él.
—Aún no has conseguido subir tu temperatura corporal —aquello pareció decírselo a sí mismo—. Tienes que desnudarte ahora mismo.
Emití un quejido de protesta cuando alargó sus brazos hacia mí y sentí sus manos tanteando el cuello de mi túnica.
—Vamos, pelirroja, pónmelo un poco fácil —masculló al ver que no iba a obtener mucha cooperación por mi parte.
Con un esfuerzo sobrehumano, traté de ayudar a Darshan en la titánica tarea de quitarme la ropa. En cualquier otro momento habría puesto el grito en el cielo por la osadía del nigromante, pero mis energías me abandonado y lo único que buscaba era poder cerrar los ojos y desaparecer; quizá por eso no me escandalizó el modo en que sus manos rozaban mi piel desnuda o cómo las prendas iban desapareciendo de mi cuerpo.
Una vez me quitó la última de ellas, me aovillé sobre el duro colchón, empezando a sentir cómo el frío era mucho peor y notando el castañeo de mis dientes.
Darshan procedió a cubrirme con una de las toscas mantas que había arrebujadas a los pies del camastro antes de que sus manos se dirigieran hacia el dobladillo de su propia túnica.
Entre los pliegues de la tela que parecía protegerme del frío que todavía seguía aferrado a mis huesos pude espiar al nigromante mientras también parecía estar desnudándose. La imagen de la espalda desnuda recortada a la luz de las pocas velas que iluminaban el interior del habitáculo hizo que me despejara un poco, lo suficiente para que un extraño calor plantara batalla a la sensación helada que arrastraba desde que me hubieran sacado del río.
No era la primera vez que veía a un hombre semidesnudo, incluso si ese hombre semidesnudo era el propio Darshan. Entrenar en el patio, bajo el calor abrasador del desierto, era un gran inconveniente tanto para nigromantes como cadetes que deseaban formar parte del cuerpo de Sables de Hierro, por lo que no era extraño ver a gente retirándose la ropa, Darshan entre ellos; el nigromante no había dudado un segundo en hacerlo, deshaciéndose de las oscuras túnicas para evitar asarse a causa del inclemente sol que lucía sobre Vassar Bekhetaar mientras nos enfrentábamos por órdenes de nuestros instructores.
Aquello no podía ser distinto a esas ocasiones... pero lo era. Por algún incomprensible motivo que se me escapaba, en aquel momento me pareció algo mucho más íntimo; en especial cuando tiró de cualquier modo su empapada prenda superior y se quitó las botas, antes de llevarse los dedos a la cinturilla de sus pantalones.
Decidí que había visto suficiente. Cerré los ojos con fuerza y traté de hacerme diminuta en la pequeña bola que había formado con la manta; los dientes continuaban castañeándome y la oleada de calor que me había sacudido de pies a cabeza no había sido suficiente para disipar el frío.
Todo mi cuerpo se tensó cuando el peso de otro hizo crujir el colchón. Entreabrí un ojo lo suficiente para atisbar una fugaz imagen del pecho desnudo de Darshan antes de que el nigromante intentara colarse bajo la manta, acomodándose a mi lado. Ni siquiera supe de dónde saqué las fuerzas necesarias para rodar sobre mi diminuto hueco, quedándome tendida de costado.
—Calor corporal —fue lo único que dijo.
Aquellas dos simples palabras provocaron que un viejo recuerdo se agitara en el fondo de mi mente, haciéndome sentir como si hubiera transcurrido una eternidad. Sobre el viejo jergón de aquella casa abandonada donde me había conducido tras escapar del palacio, Cassian se había acomodado contra mi cuerpo y yo había bromeado respecto a las limitaciones del espacio a la hora de pasar un buen rato con sus conquistas; él había intentado seguirme la broma, haciéndome cosquillas con su aliento en mi cuello...
«Sin ninguna expectativa más que entrar en calor», había dicho antes de que yo me echara a reír.
Mi pecho se retorció al pensar en mi mejor amigo. Su recuerdo había estado presente, me había acompañado, pero las crueldades de Vassar Bekhetaar habían empujado lentamente la imagen de Cassian —y de mi padre— al fondo de mi memoria. Lo había relegado a un segundo lugar y ahora la culpa y la traición y la añoranza estaban empezando a ahogarme.
Le echaba en falta. Muchísimo.
Una parte de mí estaba convencida que había perecido en las cuevas, junto a muchos otros rebeldes como mi padre... Pero otra aún seguía aferrándose a la esperanza de que hubiera logrado huir y ahora se encontrara a salvo. Muy lejos de aquí.
Los ojos se me llenaron de lágrimas. A la añoranza de mi mejor amigo tuve que sumarle el peso de todo lo sucedido, el miedo que había pasado mientras Fatou y Rashiba daban media vuelta, abandonándome en el agua, sabiendo que no sabría cómo salir por mis propios medios.
Un sollozo arañó mi garganta, atravesándola cuando Darshan apoyó con cautela su brazo sobre mi cintura, empujándome con la palma de su mano en la parte baja de mi espalda para que me acercara más a él.
—Quería acabar conmigo —se me escapó con voz rota. Todavía incapaz de asimilar lo lejos que había estado dispuesto a llegar Fatou por deshacerse de mí—. Me abandonó para que muriera sola.
Noté en mi coronilla el peso de su barbilla mientras su brazo seguía rodeándome y la distancia entre nuestros cuerpos prácticamente se había desvanecido. Tras unos segundos de indecisión, yo también apoyé mi frente sobre su esternón, sintiendo las lágrimas humedecer mis mejillas.
—Ese hijo de puta va a pagar por ello, pelirroja —me aseguró y supe que su promesa no iba en vano.
Envidié la certeza que envolvía sus palabras, la seguridad que siempre parecía demostrar, incluso en aquel infierno. Las energías que me habían empujado en el pasado habían ido desgastándose en aquellos dos meses que llevaba allí atrapada; la convicción y mi firmeza a no dejarme romper me flaqueaban. Y después de esto...
—No sobreviviré —le confesé a Darshan, agradeciendo que no pudiera ver mi expresión desolada—. No voy a lograrlo. No puedo.
Pese al inestimable apoyo que había recibido por su parte, ahora estaba segura que no saldría viva de Vassar Bekhetaar. No sería capaz de acabar la instrucción y ganarme la máscara de plata; Fatou estaba dispuesto a hacer cualquier cosa por impedirlo, pues había comprendido que jamás conseguiría lo que buscaba de mí.
Allí el precio de los errores era demasiado alto.
Y yo había estado a punto de pagarlo.
—Necesito salir de Vassar Bekhetaar —dije y sentí la punta de los dedos de Darshan hundiéndose en la parte baja de mi espalda, sorprendido por mis palabras. Por mi abierta renuncia—. Necesito salir de este infierno antes de que termine conmigo.
—Jedham...
La angustia de lo que pudiera decir, de que usara su labia para hacerme cambiar de opinión, animándome a seguir adelante, como había hecho en el pasado, cuando había estado cerca de romperme, me empujó a que no le dejara terminar.
Fatou lo había conseguido.
Estaba rota.
Rota y desesperada por huir de Vassar Bekhetaar.
—No soy como tú —mi voz salió atropellada, temblaba al igual que mi cuerpo—. No soy como tú, Darshan. No puedo soportarlo...
Pese a los esfuerzos de mi aliado para que siguiera adelante, haciéndome creer en mi propia fuerza, aquel había sido un punto de inflexión en mi camino en Vassar Bekhetaar. El enfrentarme a la muerte, completamente sola, guardando como última imagen las siluetas de Fatou y Rashiba dejándome atrás, me había demostrado que, quizá, no estaba preparada para afrontar el resto de horrores que me esperaban en la prisión.
Perseo no había mentido al comparar ese igual como un infierno, una cárcel no solamente destinada a las pobres y desafortunadas almas que eran condenadas a sus oscuras celdas. Los nigromantes que todavía tenían que ganarse su máscara de plata y los cadetes que entrenaban para convertirse algún día en Sables de Hierro también sufrían las inclemencias de aquel lugar.
Y yo no tenía la entereza suficiente de continuar.
—No necesitas ser como yo —la mano libre de Darshan apartó algunos mechones mientras hablaba, empleando un tono firme—. Eres fuerte, pelirroja. Has logrado sobrevivir y esto —se refería a mi derrota, al hecho de que hubiera confesado que no sería capaz de seguir adelante— no va a cambiarlo —tomó una bocanada de aire, como si estuviera preparándose para añadir algo más—. Voy a sacar de aquí. Pero necesito tiempo, Jedham. Necesito tiempo —repitió, casi para sí mismo.
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Ninguno de los dos volvió a tocar ese tema en cuestión, dejando que un pesado silencio se instalara en el poco espacio de la habitación. Fui la primera en despertar la mañana siguiente, extrañamente recuperada por completo; durante la noche tanto Darshan como yo nos habíamos acercado el uno al otro, atraídos por la promesa de obtener más calor, de modo que terminé con la cabeza escondida en el hueco de su cuello y una de mis piernas entre las suyas. Darshan, por el contrario, no había movido su brazo alrededor de mi cintura, permitiéndome que le usara casi como una almohada.
Mi rostro estuvo de explotar a causa del calor que me asaltó cuando abrí los ojos y me topé con semejante escena. Ambos habíamos caído rendidos poco después de que Darshan me prometiera su ayuda para salir de allí y allí me encontraba ahora, atrapada bajo el peso de su brazo y prácticamente echada sobre su cuerpo desnudo.
La mortificación que sentía no hizo más que aumentar cuando traté de deslizar la pierna que reposaba entre las suyas, con tan mala suerte de que mi rodilla rozó accidentalmente cierta parte de su anatomía masculina. Dejando a un lado el sigilo que había mostrado al principio, terminé por arrastrarme lejos de él, sin que Darshan pareciera dar señales de empezar a despertar.
Contemplé la habitación donde el nigromante me había conducido y mi corazón dio un vuelco al reconocer mi propio habitáculo. Aun con nuestras prendas desperdigadas por el suelo y todavía húmedas, fui directa hacia la desastrada cómoda para conseguir algo de ropa. Mientras hurgaba entre mis pocas pertenencias, de vez en cuando lanzaba algún que otro vistazo por encima de mi hombro, casi esperando ver a Darshan apoyado sobre un codo y una sonrisa maliciosa en los labios, más que encantado de poder hacer algún comentario grosero sobre lo sucedido.
Sin embargo, el nigromante continuaba tendido en el camastro y una alarma pareció saltar en mi cabeza al ver su estado. Me vestí a toda prisa con algunas viejas prendas que había conseguido robar y regresé junto a Darshan, notando un sabor amargo en la punta de la lengua.
Toqué su frente, imitando su mismo gesto de la noche anterior, y me quedé paralizada al comprobar que su piel no estaba tan caliente. La incomprensión azuzó un nudo de nervios en la boca de mi estómago mientras repasaba cada segundo de lo poco que conseguí rescatar de la maraña inconexa de fragmentos que rondaban mi mente: Sen y él me habían salvado la vida del río. Darshan había cargado conmigo, conduciéndome hasta mi dormitorio. Darshan me había desnudado antes de hacer lo propio consigo mismo. Luego yo me había roto frente a él, confesándole no ser capaz de sobrevivir en Vassar Bekhetaar.
Darshan había estado a mi lado durante toda la noche, sin dar señales de que algo pudiera ir mal. Incluso había sido el primero en quedarse dormido a mi lado, cediendo al cansancio de mi rescate. Entonces ¿por qué no despertaba? ¿Por qué su piel estaba más fría que la noche anterior, cuando ambos habíamos tratado de volver a entrar en calor gracias a nuestros cuerpos?
El sonido de una tímida llamada en la puerta, casi imperceptible, hizo que me tensara de pies a cabeza. Me aparté lentamente del lado de Darshan, sintiendo cómo mi pulso se disparaba. ¿Habría bajado Fatou de nuevo al río subterráneo para recuperar mi cadáver y enviarlo a la capital con una sentida nota de pésame...?
—Leesh, soy yo.
Un alivio casi instantáneo hizo temblar mis ya inestables piernas cuando reconoí la voz de Sen al otro lado. Abrí un ápice la puerta y observé al nigromante que esperaba en el pasillo.
—Necesito tu ayuda.
Una amalgama de emociones cruzó sus ojos azules al comprobar que era yo la persona que había acudido a su llamada. Sin darle tiempo, le arrastré al interior de mi habitación y cerré la puerta con suavidad a nuestra espalda; el nigromante todavía parecía estar conmocionado por mi repentina recuperación, lo que no parecía ser una buena señal.
—Es Darshan.
No necesitó que añadiera nada más. Apenas tardó un segundo en descubrir al chico inconsciente —y todavía desnudo— tendido sobre mi camastro; en un par de zancadas cruzó el espacio que le separaba y se inclinó sobre él, pasando la palma de sus manos por el cuerpo de mi aliado.
—Anoche estaba... bien —musité, como si eso pudiera servirle de ayuda.
Sen me contempló por encima del hombro.
—Y tú aún deberías estar recuperándote —repuso, con voz tensa—. Cuando Darshan te sacó del río estabas casi al borde de la muerte, Jedham; tuvimos que usar nuestras respectivas magias hasta que reaccionaste. Tu recuperación es...
Dejó la frase en el aire, pero no podía estar más equivocado: mi recuperación no tenía nada de «milagrosa». No ahora que las piezas habían empezado a encajar tras aquel pellizco de información que Sen me había brindado.
El peso de la culpa hizo que tuviera que buscar apoyo en la superficie más cercana mientras el nigromante volvía a centrar su atención, y esfuerzos, en el chico tendido de mi cama. Maldije la estupidez de Darshan: aun con su poder menguado por el esfuerzo de salvarme la vida, el muy idiota parecía haber querido ir más allá, sin saber que estaba poniéndose en riesgo a sí mismo.
—Usó su magia conmigo —dije con voz monótona.
Sen asintió, sin mirarme.
—Necesita recuperar energías, nada más —me informó cuando terminó de examinar a un inconsciente Darshan.
—Me quedaré a su lado hasta que despierte —decidí, desviando la mirada de nuevo hacia la cama. Era lo mínimo que podía hacer después de que se hubiera arriesgado hasta ese punto; eso sin contar con la imperiosa necesidad de estar allí cuando abriera los ojos... Para reprocharle su inconsciencia, nada más.
Tras una última comprobación, Sen se dirigió hacia la puerta. Ambos compartimos una mirada antes de que el nigromante apoyara una mano sobre mi hombro.
—No seas muy dura con él.
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De algún modo supe el momento exacto en que Darshan empezó a recuperar la consciencia, tras haber prácticamente llegado al límite con su magia. Había perdido por completo la noción del tiempo después de que Sen tuviera que marcharse y yo me acomodara frente a la cama, con la espalda apoyada en la pared. Pero aquel ligero aleteo que pude percibir en su pulso me hizo saber que estaba cerca; por eso me incorporé del hueco que había reclamado en el suelo para vigilar a Darshan y dirigí mis pasos hasta quedarme detenida junto al borde del colchón, contemplando el rostro sereno de mi aliado.
Lo primero que registraron sus ojos grises fue mi expresión malhumorada.
—Me dijiste que no depositara mi confianza en nadie, ni siquiera en ti —le espeté, cruzándome de brazos para que no pudiera ver cómo me temblaban las manos—. Pero no estás poniéndomelo nada fácil, Darshan.
El chico pestañeó y frunció el ceño, como si no hubiera terminado de entender mis palabras. Aún parecía algo aturdido tras las horas que había pasado prácticamente sumido en un profundo sueño, así que decidí morderme la lengua y brindarle un poco de espacio.
—¿Qué...? —preguntó con voz pastosa.
Después de mi pequeña concesión de darle espacio, me senté en el borde del colchón y le dediqué una mirada fulminante. De manera inconsciente, le di un golpe en el hombro que le arrancó un quejido y una expresión de absoluto desconcierto, como si no supiera la maldita razón de mi enfado.
—¡Imbécil! —le recriminé y quise seguir insultándole un poco más—. ¿En qué estabas pensando, maldita sea? ¡Has malgastado la poca magia que te quedaba para curarme por completo!
El nigromante me lo había advertido una y otra vez: no debía entregarle mi confianza a nadie, ni siquiera a él, mi supuesto aliado. ¿Cómo debía tomarme toda aquella preocupación por mí? ¿Cómo podía no confiar en él después de todas las molestias que se había tomado conmigo, demostrándome que aquella forzada conexión había evolucionado a algo más, a algo cercano a una amistad?
Pero el gesto de confusión con el que Darshan me observaba era genuino: volvió a fruncir el ceño, cada vez más despejado.
—Yo no... —su voz fue perdiendo fuerza, como si hubiera caído en la cuenta de algo. Sus ojos grises parecieron sorprendidos—. No lo hice de forma consciente. Mi magia debió percibirte y empezó a circular hacia ti, para ayudarte a sanar más rápido.
Una mezcla de bochorno y decepción empezó a bullir en el fondo de mi estómago al descubrir que Darshan no me había transmitido lo poco que le quedaba de su magia de forma altruista, en un último acto heroico, sino que había sido su propio poder quien había actuado por sí solo.
Aparté la vista para que el chico no fuera testigo de mi mortificación después de aquel numerito que le había montado.
—De todos modos —dije, todavía con los ojos clavados en un punto cualquiera de mi dormitorio, notando cómo la cara me ardía de humillación—, gracias. Y no solamente por curarme, aunque fuera de manera inconsciente.
La noche anterior había estado tan abrumada y asustada por lo sucedido que no había tenido la oportunidad de agradecerle que se hubiera lanzado a ese río para sacarme de él y luego, con la ayuda de Sen, ambos me hubieran conseguido salvar de las garras de la muerte.
—Puedo notarlo otra vez —la voz de Darshan, extrañamente pensativa, hizo que desviara mi atención hacia él. Tenía los ojos cerrados de nuevo, con una palma apoyada sobre su pecho—. Esa... conexión. Ese pequeño hilo que nos conecta hasta que el rastro de mi magia desaparezca de ti, puedo sentirlo de nuevo.
* * *
AMANTES DEL DRAMA Y LA DESESPERACIÓN, BIENVENIDES A OTRO CAP DE LA NIGROMANTE. UN CAPÍTULO QUE ESTABA DESEANDO QUE LLEGÁRAMOS A ÉL POR LO EVIDENTE
Os leo por aquí vuestras reacciones y os aviso que la paz va a durar poco (y ya sabéis lo que me gusta a mí causar un poquito de caos y dramita...)
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