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❈ 22

Abrí los ojos, desorientada.

Estaba acostada de lado sobre una de los duros camastros de la enfermería, con mi mirada clavada en una de sus paredes de piedra; imágenes inconexas de lo sucedido el día anterior inundaron mi cabeza, haciéndome soltar un gemido dolorido.

Un tirón en la espalda, tan familiar al que había sentido en la propiedad de Ptolomeo, después de haber sido cruelmente castigada por Eudora, me hizo saber que había sido real. Todo había sido real.

Fatou había decidido elegirme como diana, sabiendo que no podía atacar directamente a Perseo por haber sido enviado hasta la prisión como emisario del Emperador. Y luego había disfrutado destrozándome, no solamente con aquella tortura que me había dejado la espalda convertida en un amasijo de carne... sino también por dentro.

El nigromante había estado al corriente desde el principio del compromiso de Perseo con la princesa, formalizado tras aquel primer desafortunado intento. Y luego lo había usado como baza contra mí, después de confirmar sus sospechas sobre mi posible relación con Perseo.

¿Cuándo lo habría averiguado...? Desde que el nieto de Ptolomeo hubiera puesto un pie en aquel lugar, había mantenido las distancias. Había guardado bajo llave cualquier sentimiento relacionado con él.

Un nuevo tirón me disuadió de intentar cambiar de posición, resignándome a quedar tumbada de costado. Todos los músculos se me tensaron al advertir una sombra alargada sobre la pared, moviéndose hasta rodear el camastro y descubrirle con una expresión que cualquier otro podría suponer que era preocupación.

—Darshan —suspiré con cansancio.

Había creído que lo sucedido en el patio no trascendería, ya que Fatou no buscaba generar un espectáculo con ello, sino simplemente quitarse a Perseo de encima lo antes posible. Que Darshan estuviera en la enfermería y que hubiera visto mi espalda destrozada significaba que había empezado a correrse la voz.

Me fijé en las sombras que había bajo sus ojos plateados, en la fina línea que formaban sus labios y el cabello desordenado.

—Te creía más inteligente, Jedham.

Sus primeras palabras fueron como esquirlas de hierro atravesándome la piel. Había sonado duro y la decepción se reflejaba en su mirada; el calor de la vergüenza empezó a trepar por mi cuello mientras hacía un esfuerzo sobrehumano para no bajar la vista, dolida.

—Mantuve las distancias con él —ni siquiera me atreví a pronunciar su nombre, era como una enorme piedra atascada en mitad de mi garganta.

Darshan entrecerró los ojos, cruzándose de brazos.

—Tu espalda parece decir lo contrario, pelirroja —me contradijo, de nuevo haciendo uso de aquel tono casi frío. El que siempre se reservaba cuando estaba molesto.

Una parte de mí casi entendía su actitud. Darshan me había advertido en multitud de ocasiones sobre Fatou, sobre la prisión; no había estado equivocado, no cuando fue capaz de atisbar el monstruo que se escondía tras la máscara. Pero Perseo...

Un aguijonazo en mis heridas fue recordatorio suficiente de lo que había sucedido en relación al nigromante.

—Intenté mantener las distancias —repetí, pero mi alegato salió demasiado débil.

Desde que Perseo había puesto un pie en la prisión, los dioses bien sabían que había procurado alejarme del nigromante. Sin embargo, el destino parecía haber guardado otros planes al respecto, empujándome una y otra vez en su camino; y yo había sido una estúpida en olvidar nuestro pasado —y su futuro— con la soñadora promesa de pensar que podríamos tener una segunda oportunidad.

Que no habría más secretos entre nosotros.

No había sabido leer entre líneas. No había sabido ver que la visita de Perseo a la enfermería, organizada por Sen, había sido una despedida... porque el nigromante estaba prometido a la princesa y sus responsabilidades, tanto para su familia como para con Ligeia, pesaban más que sus propios sentimientos. Que sus propias decisiones.

Aun así había optado por maquillar la verdad, por esconderme los cambios que habían tenido lugar en su vida en aquellos dos meses que no nos habíamos vuelto a ver.

Había decidido ocultarme que estaba a punto de convertirse en un miembro más de la familia real. Prácticamente en un hijo del Usurpador y uno de los hombres más poderosos de todo el Imperio.

Un sollozo brotó de mi garganta sin que pudiera detenerlo.

La vil mentira de Perseo había sido el golpe de suerte que Fatou necesitaba para doblegarlo. La vil mentira de Perseo me había arrastrado hacia aquel bloque de madera, donde el nigromante me había humillado para luego convertirme en una advertencia para todo aquel que estuviera cerca.

Nadie escapaba de sus garras.

Nada escapaba de su control.

Las lágrimas humedecieron mis mejillas mientras el llanto sacudía mi cuerpo, levantando una leve molestia en mi espalda herida. Había estado dispuesta a entregarle mi corazón a Perseo, a perdonarle —perdonarnos— por el daño que le había causado y él...

Un suspiro cansado me recordó que no estaba sola, que Darshan estaba siendo testigo de aquel humillante momento. A través del velo húmedo de mis ojos pude atisbar su expresión casi comprensiva, su mirada plateada observándome con un brillo cercano a la lástima. Él no tendría que estar presenciándolo, no tendría que estar viendo cómo me rompía por segunda vez al recordar cómo todo había saltado por los aires después de que Fatou diera con nosotros en aquel pasillo que conducía a la enfermería.

No quería que Darshan viera mi debilidad.

Mi cuerpo sufrió un involuntario sobresalto cuando el chico apoyó una de sus manos sobre mi hombro.

—Yo no... —traté de justificarme patéticamente.

Darshan negó con la cabeza, haciendo que dejara la frase inacabada.

—Puedo entender tu dolor, Jedham —me dijo con voz suave, abandonando finalmente esa actitud molesta y fría con la que me había topado tras abrir los ojos—. No es sencillo arrancar a alguien de tu corazón. No cuando está tan aferrado a él que resulta imposible hacerlo sin que se lleve una parte.

Sus palabras calaron hondo dentro de mí, haciendo que viera a Darshan desde otra perspectiva que no fuera la del chico calculador que era capaz de mantenerlo todo bajo control. Me pregunté si habría estado enamorado alguna vez, antes de que consagrara toda su vida en alcanzar su propia venganza. De haberlo estado... ¿Habría tenido que dejar a esa persona atrás? ¿Se arrepentiría de ello?

Una media sonrisa apareció en los labios de Darshan mientras acercaba su mano a mi rostro y pasaba su pulgar para eliminar el rastro que las lágrimas habían dejado sobre mi piel. Aquel gesto me pilló desprevenida.

—Seca tus lágrimas, pelirroja —susurró, inclinando su cabeza para quedar más cerca de la mía—. Cura tus heridas... Y demuéstrales a todos quién es Jedham Devmani, heredera de la gens Furia.


Mi recuperación quedó a cargo de Sen. El nigromante se esforzó en cumplir con las indicaciones que había recibido por parte de Fatou de mantener las cicatrices sobre mi piel como un doloroso —y nuevo— recordatorio; Darshan intentaba colarse en la enfermería siempre que sus deberes se lo permitían. Gracias a ello supe que Perseo había empezado a organizar su abandono de Vassar Bekhetaar sin la fanfarria que había levantado a su llegada, haciendo que los rumores y las habladurías empezaran a correr; unos rumores que no habían tardado en convertirse en multitud de versiones... y todas apuntaban a mi persona.

Tras aquel extraño final de conversación con Darshan, había intentado seguir su consejo. La primera vez que dejé que Perseo me hiciera daño conseguí salir adelante, ¿por qué no hacerlo de nuevo? «Demuéstrales a todos quién es Jedham Devmani, heredera de la gens Furia». Aquellas palabras no habían dejado de dar vueltas en mi mente desde que Darshan me las dirigió, intentando consolarme. O intentando darme un propósito para salir adelante después de lo sucedido con su hermano.

La gens Furia había sido erradicada como muchas otras gens de nigromantes, junto a mi madre, nosotras éramos las últimas herederas; su último resquicio antes de desaparecer para siempre. Desde que Perseo desvelara mis orígenes, no le había dado la mayor importancia; la sangre que corría por mis venas quedó relegada a un segundo plano mientras intentaba sobrevivir en aquel inhóspito lugar.

Recordé el nigromante que se había burlado de mí aquella primera noche, usando como justificación quién era. No me costó mucho tiempo descubrir que se llamaba Gazan y pertenecía a una rama secundaria de la gens Apustia, otra de las grandes familias de nigromantes que habían desaparecido por completo. Su padre había sido un bastardo, lo que había logrado que se salvara de la masacre... pero que no había salvado a Gazan de ser descubierto en uno de los controles que se llevaban a cabo en todo el Imperio para sacar a los pocos nigromantes que quedaban a la luz.

Tras conocer su nombre y su historia, no fue complicado llegar a la conclusión de que todo aquel estúpido espectáculo lo había organizado movido por la envidia y la rabia. En Vassar Bekhetaar, dentro de la facción de nigromantes, los que tenían algún residuo de sangre noble eran tratados de mejor forma que aquellos cuyo linaje no tenía aquel origen.

Y yo era la única que podría considerarse de sangre pura, descendiente directa de la rama principal de la gens Furia.

Cuando le hice saber a Sen, con quien había empezado a compartir largas horas en compañía debido a mi reclusión en la enfermería mientras el nigromante se encargaba poco a poco de los latigazos de mi espalda, el joven se limitó a mirarme fijamente para después comunicarme que en Vassar Bekhetaar no encontraría las respuestas a mi recién despertada curiosidad sobre mi familia y todas aquellas que habían sido borradas de la faz de la tierra por orden del Emperador.

Tendría que aguardar hasta el momento en que pudiera abandonar la prisión y regresar a la capital. Una vez completara mi instrucción y me hubiera ganado mi propia máscara de plata.

—Tiene mucho mejor aspecto que ayer —comentó Darshan, haciendo que abandonara de golpe mis pensamientos.

Mi aliado, fiel a su costumbre, se encontraba situado tras de mí, contemplando cómo las heridas abiertas iban convirtiéndose poco a poco en unas nuevas y gruesas cicatrices que alcanzaban mucha más carne que las de Eudora en su momento. Lo miré por encima del hombro, observando cómo sus ojos grises recorrían el minucioso trabajo de Sen.

—Lo sé —dije a media voz.

Apenas habían pasado un par de días desde aquella fatídica noche, pero, para mí, era como si hubieran transcurrido semanas. Sen se había esforzado en ayudarme con el dolor de mis heridas mientras trabajaba en mi curación, intentando hacerme el menor daño posible. Conocía las instrucciones de Fatou y el hecho de que las habilidades de Sen no estaban tan desarrolladas para hacer frente a lesiones más graves que una torcedura de tobillo.

Sabía que Fatou estaba al tanto de mi proceso de recuperación, pues había visto pululando por la enfermería a algunos de sus nigromantes de mayor confianza, y una parte de mí temía el momento en que tuviera que abandonar aquella sala de piedra para enfrentarme al mundo que había más allá. Agradecía a Darshan que no intentara suavizar las novedades que me traía del exterior, aunque el chico parecía mostrar cierta cautela cuando el nombre de Perseo salía obligatoriamente a colación.

A pesar de que me había prometido a mí misma apartarlo de mi mente, siempre aparecía en los instantes en los que bajaba la guardia.

Pero, en aquella ocasión, la fantasmal presencia de Perseo fue conjurada por la pregunta que se me escapó casi de forma inconsciente.

—¿Tú lo sabías?

La mirada de Darshan detuvo su escrutinio y se desvió hacia mi rostro. Los dos nos habíamos esforzado en no volver a mencionar lo sucedido aquella noche, la conversación que habíamos mantenido; mi repentina mención le había pillado por completo desprevenido.

Aun así, no necesité añadir nada más: Darshan había comprendido a la perfección a qué estaba refiriéndome.

—Lo descubrí aquella misma noche —me respondió, cruzándose de brazos. Intuí que algo estaba pasándole por la mente al ver cómo su ceño se fruncía y apartaba la mirada hacia un punto cualquiera de la pared—. No voy a justificar a Perseo y su decisión —me advirtió con tono serio—, pero no creas que él no está pagando sus errores, pelirroja. Y que seguramente esté arrepentido por su forma de actuar.

Me resultó extraño escuchar a Darshan salir en defensa de su hermano y me pregunté si no habrían tenido algún encuentro en aquellos días. Sin embargo, preferí guardar silencio y quedarme con lo importante: Darshan no estaba mintiéndome al afirmar que había desconocido el compromiso de Perseo hasta que Fatou había hecho estallar la noticia mientras era brutalmente golpeada.

—Tiene mucho de lo que arrepentirse —fue lo único que dije.

* * *

Sé que este capi es un poco más soft que el anterior, pero prometo que tendremos más dramita del bueno. Palabra de girl scout jeje

Y ahora, ¿cómo van esas teorías...?

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