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❈ 20

El pulso se me disparó al ver cómo Fatou se acercaba a nosotros con deliberada lentitud, paseando sus ojos oscuros entre Perseo y yo. Sen permanecía inmóvil, incapaz de apartar la mirada del suelo; ni siquiera fue capaz de alzarla cuando el nigromante pasó por su lado, ignorándolo.

—Me temo que esta situación resulta cuanto menos singular, emisario —apostilló Fatou.

Mientras intentaba asimilar aquellos últimos segundos, cómo las circunstancias habían dado un giro radicalmente opuesto, Perseo pareció reaccionar con mayor rapidez: se apartó lo suficiente de mí, utilizando su propio cuerpo para ocultarme de la vista del nigromante.

—Supongo que ahora me diréis que todo tiene una explicación —continuó, con un timbre burlón—. ¿No es cierto, emisario?

Sentí a Perseo tensarse frente a mí.

—Yo...

Fatou ladeó la cabeza, estudiándolo de pies a cabeza.

—¿Vos qué? —le azuzó con perversa diversión—. Os movéis por mis dominios con total libertad, sin llevar la máscara... Reuniéndoos a escondidas con —tragué saliva cuando mi mirada se cruzó con la suya y el nigromante me dedicó una escalofriante sonrisa— una de nuestras últimas nuevas llegadas. No es difícil llegar a la conclusión de qué estaba sucediendo entre ambos antes de ser interrumpidos: cualquiera podría adivinarlo, incluso sin ser nigromante.

Quise hacerme invisible por el modo en que todavía seguía observándome, con una media sonrisa en sus finos labios. Sen continuaba a unos metros de distancia, sin dar señales de querer intervenir.

—Veo que no me equivocaba en mis sospechas, emisario. Aunque debo reconoceros el esfuerzo que habréis tenido que hacer para mantener todo esto en secreto.

Perseo dio un paso hacia el nigromante, volviendo a enfundarse en aquella fría actitud que le había visto desde que puso un pie en Vassar Bekhetaar.

—Suficiente, Fatou —le ordenó.

—No vas a volver a darme una sola orden en mi propio territorio, chico —le espetó en respuesta—. ¿Qué dirá el Emperador al descubrir que su nuevo favorito en realidad es un fraude...? ¿Y qué hay de nuestra dulce princesa? Eres consciente de que podrías perderlo todo, ¿verdad?

Un extraño zumbido se instaló en mis oídos mientras intentaba encontrarle algún sentido a las sutiles amenazas que le había lanzado Fatou a Perseo, haciéndole saber que podría emplear esa información en su beneficio.

Pero había una pieza que no terminaba de encajar en todo aquel asunto, una pieza que no dejaba de chirriar dentro de mi cabeza, buscando su lugar.

—¿Princesa...? —repetí con confusión.

La sonrisa en los labios de Fatou se hizo tan amplia que me produjo un escalofrío.

—Ah, veo que ha decidido guardarse para sí un par de detalles —ronroneó con astucia, divirtiéndose de mi desconcierto—. No importa, Devmani, me encargaré de ponerte al día mientras me encargo personalmente de aplicar tu castigo.

—No vas a ponerle una sola mano encima, Fatou.

Pero el nigromante ignoró deliberadamente la amenaza en la voz de Perseo, atreviéndose a dirigir sus pasos hacia donde yo me encontraba.

—Aquí no tienes ningún tipo de autoridad, chiquillo —le siseó, acortando la distancia hasta que estuvieron en uno frente al otro—. Ella está sujeta a unas reglas que ha incumplido y que, como bien sabes, tiene unas consecuencias.

El dolor estalló en mi pecho, haciendo caer de rodillas sobre el suelo. Apreté los dientes para ahogar los gemidos de dolor mientras me llevaba las manos ahí donde la agonía se había desatado, sintiendo como si mi corazón estuviera cerca explotar... literalmente; la cabeza empezó a darme vueltas y la visión se me nubló, despertando una oleada de pánico.

La angustia se extendió como una infección mientras seguía siendo torturada por el poder de Fatou. Apenas pude distinguir la oleada de voces y la llegada de más nigromantes; traté de tomar una bocanada de aire mientras unas manos desconocidas me incorporaban, arrastrándome sin que pudiera oponer la más mínima resistencia.

El trayecto se convirtió en un borrón ante mis ojos antes de que mis captores me soltaran de improviso sobre lo que parecía un bloque de madera. Gemí cuando me obligaron a extender mis brazos, amarrándolas con cuerda.

—Voy a dejar que tengas un sitio privilegiado, emisario —la voz de Fatou sonó ahogada en mis oídos.

Con un simple chasquido, el infierno que se había desatado en mi pecho se evaporó, permitiéndome aspirar con fruición hasta que mis pulmones empezaron a dolerme y la vista se me aclaró hasta reconocer el patio al que había sido conducida aquella noche, meses atrás... Y a Perseo frente a mí, retenido por dos fornidos nigromantes.

—La lujuria nos vuelve débiles —dijo entonces Fatou, alzando la voz—. Nos ciega y nos hace olvidar cuál es nuestro deber. Esta nigromante ha olvidado cuál es su propósito, dejándose caer en sus garras. En Vassar Bekhetaar este tipo de comportamientos están castigados y es mi responsabilidad recordárselo...

—Por favor.

La voz de Perseo resonó en el patio, interrumpiendo el pasional discurso de Fatou, haciendo que el propio nigromante se girara hacia él con un ápice de interés iluminando sus ojos negros.

—¿Estás suplicando por tu amante, emisario? —le preguntó Fatou con una suavidad que escondía un peligroso filo—. Qué decepcionada se sentiría tu prometida si esto llegara a sus oídos...

Alcé la mirada del bloque de madera al que había sido amarrada como un perro, aturdida. Fatou me lanzó una mirada de soslayo, disfrutando del caos que estaba creando con sus palabras.

—Recuerdo mi promesa de ponerte al día, Devmani, ya que él no parece haber reunido el valor suficiente para hacerlo —me dijo, dando un paso hacia mí—. Quiero su espalda al aire. Ya —ordenó.

El aire frío azotó mi espalda cuando alguien rasgó con un fluido movimiento la tela de mi túnica. El aliento se había quedado retenido a mitad de mi garganta mientras intentaba encontrarle un sentido a las palabras de Fatou.

—No es ningún secreto que nuestra Majestad Imperial buscaba afianzar sus alianzas y que, para ello, ofreció a su joven hija Ligeia como un jugoso cebo para conseguirlo —aquella parte de la historia la conocía, sabía lo que había estado haciendo el Emperador y cómo Ptolomeo había visto en ello una oportunidad—. Le decisión no fue complicada, al parecer, y Perseo Horatius se convirtió en la mejor opción. Pero, me temo, que las cosas no salieron como se habían planeado en un principio...

Perdí de vista a Fatou cuando terminó de rodearme, aunque su voz sonaba con fuerza. Mis ojos se cruzaron con los de Perseo, quien parecía haber empequeñecido entre sus captores; los recuerdos se agitaron dentro de mi cabeza, haciendo que un escalofrío se deslizara por mi columna vertebral.

—La noche en que debía formalizarse el compromiso entre la princesa y el heredero de la gens Horatia hubo un ataque a la propiedad del cabeza de familia. Rebeldes —se me escapó un siseo involuntario cuando una débil quemazón empezó a brotar en mi espalda, como la afilada punta de un cuchillo—. El Emperador canceló de inmediato la futura unión entre su querida hija y el heredero de la gens Horatia, para vergüenza de Ptolomeo Horatius.

Mis dedos se arquearon cuando aquella sensación lacerante se repitió, deslizándose con la precisión de un sanador. Tardé unos segundos en comprender que Fatou estaba abriendo con lentitud las cicatrices que el látigo que había usado Eudora había dejado en mi piel, haciendo que la conmoción quedara relegada a un segundo lugar.

Mis músculos temblaron de dolor mientras la carne se abría bajo el paso del poder del nigromante, haciéndome resollar del esfuerzo.

—Sin embargo, las tornas cambiaron cuando el joven Perseo hizo caer a la Resistencia, desvelando desde dónde operaban y se mantenían ocultos —un nuevo jadeo brotó de mis labios conforme el dedo de Fatou iba moviéndose—. Así que el Emperador decidió ofrecerle de nuevo aquella poderosa alianza, como recompensa por su servicio.

Las lágrimas se acumularon en las comisuras de mis ojos mientras el nigromante continuaba con su castigo y la actitud de Perseo era de completa derrota. Me dije a mí misma que no era cierto, que aquel relato no era más que un truco por parte de Fatou para su propio deleite.

Pero en lo más profundo de mi ser sabía que el nigromante no estaba mintiendo y aquella certeza fue más dolorosa que el castigo al que estaba siendo sometida.

—Los rumores que llegaron desde la capital coincidían en que fue una velada perfecta y, en esta ocasión, sin interrupciones de ningún tipo —Fatou paró en seco, haciendo que todo mi cuerpo se tensara por no ser capaz de verlo—. Aunque tenemos la fortuna de contar con uno de los protagonistas, quien podrá confirmárnoslo. ¿No es cierto, emisario?

Miré a Perseo con el corazón encogido y hecho pedazos, pero él mantenía la vista clavada en la arena.

—Veinticinco latigazos bastarán como castigo —escuché que decía Fatou—. Si la piel se abre demasiado, se le curará y, si pierde el conocimiento, haremos que lo recupere —sus pasos le guiaron de nuevo hacia el frente, interponiéndose entre donde estaba amarrada y donde mantenían a Perseo. Sus ojos negros no podían ocultar la sensación de triunfo que sentía—. Quiero que lo recuerdes, Devmani, y que mires cara a cara al responsable del mismo. Él es quien te ha conducido a esto. Él y sus mentiras. ¿Ha valido la pena? Yo creo que no... Cuando él regrese a palacio, junto a su futura esposa, tú seguirás aquí, arrastrando las consecuencias de vuestras acciones.

Apenas fui capaz de registrar el silbido que hizo el látigo antes de que restallara contra mi espalda. Separé los labios en un grito mudo cuando el cuero golpeó con virulencia la carne maltratada y preparada por Fatou.

Aguanté la compostura a duras penas, sintiendo cómo mis músculos empezaban a agarrotarse del dolor y la humedad de la sangre se extendía por mi piel, derramándose por mi costado hasta el bloque de madera en el que permanecía maniatada.

Mis fuerzas empezaron a fallarme en el séptimo. La vista se me había nublado por el dolor y apenas era mantener la cabeza erguida; Fatou se había hecho a un lado, permitiendo que Perseo tuviera una privilegiada visión de mi sufrimiento. La sangre continuaba empapando cada centímetro de mi piel y mi verdugo seguía golpeándome con la misma intensidad; no pude reprimir el grito que brotó de mi garganta cuando el látigo volvió a entrar en contacto con mi destrozada espalda por décima vez.

El eco de mis lamentos resonó por todo el patio, pero no siquiera eso me ayudó a sobrellevar la agonía de los latigazos.

Empecé a sentir cómo la consciencia me abandonaba, pero el poder de Fatou ayudó a despejar mi mente, devolviéndome al dolor. El tiempo pareció alargarse hasta el infinito mientras el látigo cortaba el aire una y otra vez.

Cuando llegó el último golpe, creí que iban a desfallecer.

A través de mi visión empañada distinguí una silueta acercándoseme. Mis brazos cayeron a plomo cuando esa persona liberó mis muñecas; jadeé con esfuerzo al intentar incorporarme pero apenas tenía fuerzas para sostener mi propio peso.

—Estoy aquí, dhirim —aquel apelativo delató al nigromante que había acudido en mi ayuda, además de la sombra de preocupación que distinguí en su voz—. ¿Puedes moverte...?

—Llévala a la enfermería y encárgate de sus heridas —me encogí al reconocer a aquella segunda voz. Fatou—. Permite que mantenga esas cicatrices. Es posible que tengamos que abrírselas de nuevo si vuelve a fallar.

Tenía la vista nublada por el dolor y la espalda ardiendo. Aquella agonía duplicaba con creces el castigo que sufrí a manos de Eudora, pero no lograba eclipsar lo que sentía en mi pecho. Ese desgarrador hueco que la confesión de Fatou y el silencio de Perseo me habían abierto al descubrir que el nigromante no había sido del todo sincero conmigo.

Apenas pude registrar los brazos de Sen tomándome con delicadeza, apartándome del bloque de madera manchado con mi propia sangre. No tuve el valor suficiente de mirar hacia donde debía encontrarse Perseo, en aquellos instantes lo único que anhelaba era que el dolor me arrastrara hacia la inconsciencia.

Que me permitiera olvidarlo todo.

—Limpiad todo este maldito estropicio —oí la voz de Fatou por segunda vez—. Y acompañad al emisario de regreso a su habitación: tiene que preparar su partida hacia la capital.


Pese a los esfuerzos de Sen por no rozarme demasiado las heridas abiertas de mi espalda, el continuo bamboleo de mi peso entre sus brazos hacía que la carne tirara un poco más, expandiendo una llamarada agónica desde mis omóplatos hasta la altura de mi rabadilla. Mi consciencia iba y venía, haciendo que el trayecto hacia donde fuera que el nigromante estuviera llevándome se convirtiera en una confusa sucesión de imágenes.

Un siseo ahogado escapó de mis labios entreabiertos cuando Sen trató de depositarme sobre una superficie áspera y mi espalda ardió como si alguien hubiera colocado una plancha de hierro al rojo vivo sobre ella antes de que consiguiera voltearme hasta que quedé de costado.

—Lo siento —escuché que se disculpaba el nigromante—. Lo siento.

No fui capaz de responderle.

Apoyé la sien sobre la superficie en la que estaba tendida y cerré los ojos, intentando alejar de mi mente cualquier pensamiento.

Percibí la silenciosa presencia de Sen a mi espalda y, a través de mis párpados cerrados, atisbé una repentina luminosidad. Un sonido estrangulado brotó de mi garganta cuando los dedos del nigromante se movieron sobre mi maltratado cuerpo.

—Dabril sigue siendo un carnicero —comentó Sen—. El proceso no será cómodo y el dolor no desaparecerá instantáneamente...

No pasé por alto el intento del nigromante de llenar el silencio con su voz, como si eso fuera suficiente para distraerme.

—Tú lo sabías.

Quise que sonara a pregunta, pero una dolorosa certeza hizo que mis palabras sonaran a confirmación. Aunque había intentado dejar mi mente en blanco, en los pequeños momentos de lucidez rotos por el castigo de mi espalda destrozada había tenido tiempo suficiente para hacer mis propias conjeturas.

Los dedos del nigromante se detuvieron en seco al escuchar el débil eco de mi voz.

Dhirim...

—Lo sabías —repetí con menos fuerza.

Aquella noche Fatou no solamente había hecho que mi cuerpo sufriera la ira de su castigo: mi alma también había sido víctima de su crueldad. El nigromante había guardado sus sospechas respecto a Perseo y a mí... no dudando un segundo en emplear la información con la que contaba de la capital para hacerme ver lo caras que eran las consecuencias cuando fallabas en Vassar Bekhetaar.

—Lo siento, Jedham —fue la única confirmación que necesitaba por su parte—. Cuando Perseo vino aquí traté de convencerle para que no siguiera adelante con su idea de llevarte consigo... y para que te dijera la verdad.

La oleada de dolor que vino a continuación, cuando Sen invocó su poder para empezar a curar los latigazos, fue una agradecida distracción para los turbulentos pensamientos que amenazaban con rondar en mi mente.

«Por favor.»

La súplica de Perseo hizo que mi destrozado corazón se astillara un poco más, reabriendo viejas heridas del pasado.

Recordé la noche en que la Resistencia se coló en la propiedad de Ptolomeo, la misma noche en la que el Emperador y el abuelo de Perseo tenían intenciones de anunciar ante las familias más poderosas del Imperio la unión entre la princesa y el heredero de la gens Horatia; en aquella ocasión el nigromante también había optado por ocultarme la verdad mientras que su prima, en un intento de protegerme, no me había permitido asistir, bajo falsos pretextos.

Recordé lo estúpida que me sentí al comprender qué estaba sucediendo y cómo, a pesar de ello, no pude seguir adelante con mi venganza. Como tampoco pude negarme a la promesa que le hice a Perseo de proteger a Aella de la escaramuza, poniéndola a salvo.

Una parte de mí sabía que el compromiso había sido un asunto en el que no había tenido ni voz ni voto. Un astuto movimiento por parte de Ptolomeo para que la gens Horatia acumulara más poder... ¿Y qué mejor modo que ofreciendo a su nieto al Emperador? Me asqueó la hipocresía del abuelo de Perseo. El hecho de que siempre hubiera renegado de su condición de nigromante pero hubiera decidido explotarla después.

La magia de Sen sanando mi espalda ayudó a despejar mi mente, a aclarar mis ideas. Haciendo que cayera en la cuenta de un pequeño detalle en el que no había pensado hasta ese mismo instante.

—Tú condujiste a Fatou hasta nosotros —dije, con un leve tono de acusación.

El nigromante había sido la persona que nos había interrumpido en aquel pasillo, antes de que el otro le alcanzara.

—No, dhirim —me contradijo con un punto de tensión en sus palabras—: yo dejé que Perseo se colara en la enfermería porque estaba destrozado tras lo que había sucedido en el patio; yo preparé ese encuentro porque sé lo importante que eres para él y no dudé un segundo en correr hacia vosotros cuando supe que Fatou se dirigía hacia allí porque había ordenado a uno de sus subalternos que vigilara a Perseo.

Las lágrimas ardieron en las comisuras de mis ojos. Aún podía oír el eco de mi desesperada declaración en la oscuridad de aquel pasillo, el pánico que me había atenazado al entender que podría perder la última oportunidad que los dioses parecían habernos brindado para solucionar las cosas.

Y ahora...

Ahora no sabía si quedaba una sola brizna de esa esperanza que había florecido al saber que podíamos hacerlo bien, la certeza de que podríamos estar juntos sin secretos y más mentiras, en mi interior. No sabía si mi amor por Perseo había quedado atrás, en el patio.

Desangrándose hasta morir en aquel bloque de madera.

* * *

Antes de desmigajar el capítulo me gustaría ponerme un poco seria (aunque el capítulo de hoy tampoco es que invite a hacer muchas bromas, la verdad...)

Soy consciente de mis desapariciones, de que algunas veces puedo llegar a ser muy inconstante con mis actualizaciones. Lo sé y me disculpo por ello; desde hace años que sufro de ansiedad pero, en estos dos/tres últimos la situación se me ha empezado a ir un poco de las manos. Los cambios drásticos, nuevas responsabilidades, presión por la puñetera vida de adultos y mi peor enemiga, esa vocecita dentro de mi cabeza que no se calla, son lo que a veces me llevan hasta el límite. De ahí que pare en seco, de ahí que no sea capaz en ocasiones ni de teclear una sola línea de mis historias; de ahí que a veces desaparezca de la nada.

Por eso quiero daros las gracias a esas personitas que son comprensivas, que entienden que, quizá, si no he actualizado es por algún motivo de peso y saben esperar, respetando mi espacio y tiempo. A las otras personas, las que se quejan y en ocasiones pueden llegar a ser un poco rudas solamente decir: escribo por pasión y lo comparto aquí porque me apetece, de forma altruista y sin esperar nada a cambio. Nunca he pedido o exigido votos o comentarios para actualizar; no me llevo nada cada vez que subo un capítulo, lo hago por el simple gusto de hacerlo, de compartirlo. Quizá es el momento de tomar un instante y hacer un poquito de retrospección interior, o de tener un poquito de empatía con la persona que está al otro lado de la pantalla.

Resumiendo: desaparezco por necesidad, no por gusto. Y otra cosa: priorizad vuestra salud mental, no dudéis ni un segundo.

Y, ahora sí, ¿opiniones del capítulo?

¿Alguien se lo esperaba?

Un pequeño spoiler del próximo: va a ser desde el punto de vista de Darshan


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