❈ 18
No miré atrás cuando el nigromante dio por concluido el interrogatorio. Hizo que los tres rebeldes restantes fueran conducidos de regreso a sus respectivas celdas y despachó el cadáver con un gesto casi aburrido, ordenando que lo sacaran fuera de su vista.
Aceleré mis pasos a través del corredor de piedra, alejándome de aquella maldita habitación. Como si así pudiera dejar en ella las imágenes que no paraban de taladrarme la mente, repitiéndose en bucle.
«Traidora...»
La voz ahogada por la sangre de Thabit resonó en mis oídos, casi haciéndome temer que fuera su iracundo espíritu quien estaba acompañándome, anclado a mí por el horror que había desatado. Por el pecado que había cometido.
Otro más.
Durante los dos meses que habían transcurrido desde que el Emperador nos había enviado a Vassar Bekhetaar mi único objetivo había sido sobrevivir. Darshan no había estado equivocado al hacerme todas aquellas advertencias, al intentar convencerme de que, allí, tendría que dejar a un lado mi faceta humana si quería tener una oportunidad de seguir viva. Tampoco Sen.
La verdadera naturaleza de aquel lugar se había mostrado ante mí de un modo crudo y descarnado cuando Fatou me llamó por primera vez, haciendo que fuera conducida a esa sala de piedra. Aún recordaba con dolorosa claridad cada detalle de aquella ocasión, los rostros de los tres prisioneros que habían arrastrado desde sus celdas para que el nigromante me pusiera a prueba después de su emboscada nocturna; Fatou se encontraba tras las tres víctimas, con sus ojos negros contemplándome tras la máscara de plata con un brillo casi depredador.
Ansiando comprobar si cometía algún error.
Deseando que así fuera.
Pero seguí sus órdenes.
Las seguí mientras los gritos de los prisioneros rebotaban contra la piedra, grabándose a fuego en mi mente. Las seguí mientras me obligaba a no apartar la mirada, testigo de cómo mi magia estaba provocándoles esa tortura, retorciéndoles los huesos hasta que suplicaban piedad... o se desmayaban del propio dolor.
Las seguí y sentí que una parte de mi alma moría.
Como lo hacía cada vez que Fatou me obligaba a ser parte de aquel macabro juego.
Desvié mis pasos hacia un pasillo aledaño, lo suficientemente oscuro para ocultarme de la mirada de cualquiera que pasara por allí. Me agazapé en la oscuridad, apoyando la espalda contra la piedra y cediendo a la debilidad que me había atenazado al permitir que el dolor que había causado a otros saliera de nuevo a la superficie.
Me llevé una mano al pecho, sintiendo un familiar peso al tratar de respirar. Recordé cómo me había asaltado aquella misma sensación la primera vez, cómo el pánico al no saber qué estaba sucediéndome por unos segundos había acrecentado la asfixia...
Cerré los ojos y tomé una profunda bocanada de aire.
—Jedham.
Aturdida por la repentina interrupción, reaccioné torpemente. Intenté incorporarme, pero mis manos resbalaron por la pared, haciendo que volviera a caer sobre mi trasero; el pánico que había tratado de controlar empezó a ganar ventaja al reconocer a la persona que había dado conmigo en aquel rincón.
—No...
Los dioses debían estar castigándome de algún modo retorcido y cruel si le habían enviado a él para encontrarme. Y los maldije por ello.
De nuevo traté de ponerme en pie. En aquella ocasión, las piernas me fallaron, como si no pudieran sostener el peso de mi cuerpo; un gemido ahogado se escapó de mis labios cuando las manos de Perseo frenaron la caída.
—Por favor, no —la voz me salió débil y me odié.
Me odié por ser consciente de cuánto me afectaba su presencia, su cercanía y, por aún, su contacto. Las cosas entre Perseo y yo habían quedado inconclusas después de que me detuviera en las cuevas, antes de que la daga que le robé pudiera alcanzar mi garganta, impidiendo que pudiera convertirme en una prisionera del Emperador.
Después de que anunciara frente al propio Usurpador quién era en realidad, creyendo que aquella baza sería suficiente para salvarme de ser ejecutada junto al resto de rebeldes capturados.
—Jedham —repitió Perseo con un deje de súplica.
No estaba preparada para aquel encuentro, para verlo de nuevo. La última imagen que guardaba del nigromante era en la sala del trono, con una rodilla hincada en el suelo y la mirada gacha mientras el Emperador decidía nuestro destino; durante el poco tiempo que pasé en las mazmorras de palacio, la actitud de Perseo hacia mí fue tal y como la recordaba al principio de nuestra relación: fría e indiferente. Había vuelto a adoptar esa máscara...
Pero ahora empezaba a creer que todo había sido, de nuevo, con el único propósito de protegerme.
Nadie sabía de nuestros encuentros clandestinos en la propiedad de su abuelo, de los planes que habíamos intentado crear juntos... Perseo había optado por fingir que no era más que una rebelde con unas raíces que se remontaban a las antiguas —y prácticamente— extintas familias de nigromantes para impedir que alguien pudiera usar la relación que habíamos mantenido en el pasado en nuestra contra.
Aunque hubiera dado una ligera pista a Sen tras ofrecerle un jugoso acuerdo a cambio de que velara por mí en Vassar Bekhetaar.
—Me marcharé si eso es lo que deseas, pero quiero asegurarme de que estás bien —me aseguró Perseo, aún sosteniéndome.
Una risa ronca atravesó mi garganta al escucharle.
—¿Bien? —mi voz raspó al pronunciar aquella simple palabra—. ¿Cómo voy a estar bien después de lo que he hecho?
Una sombra de dolorosa comprensión se instaló en los ojos azules de Perseo. Él también había pasado por aquel infierno, había tenido que soportar las crueldades de Vassar Bekhetaar sin otra salida que apartar la mirada y seguir órdenes. ¿Cuántos prisioneros habrían pasado por sus manos? ¿Cuántas ejecuciones habría perpetrado...?
Sus brazos me rodearon y algo dentro de mí se rompió ante aquel gesto donde no hacían falta las palabras: no me juzgaba por ello porque él también había estado en mi mismo lugar, lidiando en silencio. ¿Habría estado alguien a su lado en momentos así, cuando el peso se volvía insoportable y sabías que estabas cerca de romperte...? ¿Alguien le habría abrazado del mismo modo que estaba haciendo conmigo para intentar reconfortarlo, hacerle saber que no estaba solo?
Apoyé la frente contra el pecho de Perseo, tragándome las lágrimas. El peso que sentía en el pecho pareció duplicar su peso al pensar en el nigromante y en mí, en cómo Vassar Bekhetaar era como una criatura viva que se alimentaba de ti como una sanguijuela, drenándote poco a poco hasta que solamente quedaba un oscuro vacío en tu interior.
—¿Cómo pudiste soportarlo? —le pregunté con voz ahogada, contra la tela de su túnica.
Su pecho se hinchó contra mi frente cuando Perseo tomó una profunda bocanada de aire.
—Mi familia —fue su respuesta. Tan sencilla, pero cargada de tanto poder—. El volver a verlos fue lo que me empujó a luchar.
Pensé en mi padre y en Cassian.
En mi madre.
Ellos eran mi propia familia. Mi razón para seguir un día más en aquel infierno... pero estaba tan cansada. Podía notar mis fuerzas flaquear, la herida invisible de mi pecho crecer con cada atrocidad a la que era obligada a participar con el yugo de lo que podría sucederme de no seguir las órdenes asfixiándome.
No estaba segura de ser tan fuerte para continuar, no por mucho más tiempo.
—Eres fuerte, Jedham —me aseguró Perseo, como si hubiera leído mis pensamientos.
«No. No lo soy.»
❈
Agradecí que Darshan no viniera en mi búsqueda. Tras aquel momento de debilidad frente a Perseo, el nigromante había cumplido su palabra de marcharse después de asegurarle que me encontraba bien; una mentira de la que me había valido para estar completamente sola.
Ahora, en la soledad de mi habitáculo, pude permitirme bajar mis murallas de nuevo. Las lágrimas que había retenido estando con Perseo se liberaron, deslizándose por mis mejillas y cayendo sobre mi regazo. Sollocé con fuerza, intentando eliminar el peso que todavía llevaba conmigo. Sabía que Fatou se regocijaba al contemplar cómo infligíamos daño a los prisioneros y lo mucho que disfrutaba de vernos completamente doblegados a su voluntad; no obstante, se había limitado a ordenarnos que lleváramos a cabo las torturas en los interrogatorios donde éramos obligados a participar.
Tarde o temprano llegaría la siguiente prueba: comprobar si éramos capaces de matar sin mostrar un ápice de duda.
Y estaba aterrada.
La noche que me emboscó y arrastró al patio, acompañado de sus cómplices, para darme aquella lección se repitió en mi mente. Había seguido las reglas de su juego, había fingido haber aprendido de mis errores y estar dispuesta a no volver a cometerlos pero ¿a qué precio? ¿Cuánto quedaba de mí?
¿Cuánto más tendría que dar hasta que por fin pudiera salir de allí?
En la penumbra de aquel diminuto dormitorio que había empezado a considerar como mío, contemplé mis manos desnudas. Ellas habían sido responsables del dolor que causé a ese prisionero; ellas habían sido las que habían canalizado mi poder, sometiendo a mi víctima mientras Fatou contemplaba el sufrimiento ajeno con un punto casi de interés, comprobando lo lejos que podían llegar los prisioneros antes de que la tortura física les venciera, haciéndoles hablar.
La piel estaba limpia, pero casi podía ver las manchas que la sangre de Thabit había dejado sobre ella. El joven rebelde me había reconocido y había podido percibir su traición al verme con aquellas prendas negras, en compañía de otros nigromantes todavía en formación. ¿Habría creído que yo era la persona que los había vendido? ¿Sus últimos pensamientos habrían sido culpabilizándome, creyendo que yo era la traidora desde el principio?
Mi propia piel empezó a cosquillearme de una manera desagradable, despertando la urgente necesidad de frotarla hasta hacer desaparecer las manchas invisibles que parecía sentir sobre ella. Me puse en pie, dirigiéndome hacia la puerta con demasiada prisa; sabía que prácticamente todo el mundo estaría reunido en el comedor comunitario, aprovechando la segunda comida al día que se nos proporcionaba, por lo que los baños estarían vacíos.
Salí al pasillo con un destino en mente, rezando para no toparme con nadie en mi camino. El sonido de mis pasos era el único sonido que me acompañaba mientras atravesaba los laberínticos corredores... hasta que el eco de una voz me hizo detenerme y buscar apoyo en la pared que tenía más cerca.
—He cumplido mi palabra.
Fruncí el ceño al reconocer el tono: era Sen. Estaba mencionando la supuesta promesa que había hecho a Perseo de protegerme y que Darshan seguía creyendo firmemente de que era una trampa para ganarse mi confianza.
Me quedé inmóvil, a la espera de escuchar la respuesta de la persona que debía acompañarle en aquel rincón clandestino.
—Me conoces lo suficiente para saber que yo también soy un hombre de palabra.
El corazón me dio un vuelco inesperado al comprobar que la voz pertenecía a Perseo y que el nigromante no había mentido al afirmar que había sido el heredero de Ptolomeo la persona que le había encargado mi vigilancia el tiempo que estuviera en Vassar Bekhetaar.
Sen dejó escapar una risa ronca.
—Ambos somos conscientes de que no acepté por ese absurdo acuerdo que quisiste venderme, Perseo —se burló el nigromante.
Hubo un instante de silencio entre los dos que hizo que mi pie se adelantara un paso de manera inconsciente.
—Esa chica... creo que puedo entender tu interés hacia ella —dijo entonces Sen—. Más aún sabiendo quién es en realidad.
—No me acerqué a ella por sus orígenes —le aclaró Perseo, sonando algo tenso ante la insinuación que el otro nigromante había dejado en el aire.
—Pero no podrás negar lo conveniente que sería una alianza así —insistió Sen—: la noble gens Horatia unida a la casi extinta gens Furia, una de las familias de nigromantes más poderosas que existían dentro del Imperio.
—Suficiente, Sen —le cortó Perseo, molesto.
—Es verdad, lo olvidaba. Mis disculpas.
Un denso silencio vino a continuación, tras las palabras de Sen.
—Supongo que tu estancia en Vassar Bekhetaar no se alargará mucho más, dadas las circunstancias —añadió el nigromante—. El heredero de la gens Horatia ahora tiene nuevas responsabilidades después de su inestimable papel en la caída de la Resistencia.
El estómago me dio un vuelco al escuchar que el Emperador parecía haber recompensado a Perseo de algún modo. Ptolomeo, a pesar de haber renegado del poder que corría por las venas de su nieto, estaría pletórico por ello; era fiel al Emperador por el temor que despertaba y estaba dispuesto a cualquier cosa por no contrariarlo.
—Debo volver a la capital pronto —reconoció Perseo, pero pareció dubitativo.
—No quieres dejarla atrás —adivinó Sen.
—Es fuerte, pero lo que está obligada a soportar...
—Es lo que hemos tenido que afrontar todos los nigromantes, Perseo —le recordó Sen con frialdad—. Ella no puede ser ninguna excepción, no si quieres que siga protegida.
Pensé en nuestro reencuentro, en el modo en que Perseo me había abrazado. El nigromante estaba mostrando de nuevo su preocupación por mí al temer que no fuera capaz de sobrevivir en Vassar Bekhetaar; sin embargo, Sen no estaba de acuerdo con la idea que parecía rondar por la mente de Perseo.
—Si la sacas de aquí sin que haya completado la formación, sin saber cómo controlar su propia magia, la gente se hará preguntas —insistió el nigromante, empleando en esta ocasión un tono mucho más suave—. La gente podría empezar a sospechar sobre vosotros... ¿Y qué harás en ese caso, Perseo?
Aquel argumento dejó al nigromante sin réplica alguna. Había salvado mi vida en las cuevas, convirtiéndome en una prisionera más; luego había desvelado mi verdadera identidad frente al Emperador para salvarme de la ejecución... De seguir saliendo en mi defensa, alguien podría creer que había algún tipo de relación entre nosotros, lo que pondría a Perseo en una difícil tesitura. Y quién sabía lo que podría hacer el Emperador con esos rumores en su poder.
—Déjala aquí, Perseo —le recomendó Sen y sonó demasiado convincente... demasiado tentador—. Permite que continúe fortaleciendo sus poderes como nigromante, dale la oportunidad de que entienda lo lejos que puede llegar gracias a la sangre que corre por sus venas. Y yo seguiré cuidando de ella.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro