❈ 16
Como cada noche, llevé a cabo mi ritual: tomé el fragmento de cerámica que robé y tenía escondido en una esquina suelta que había hecho al maltrecho colchón para luego dirigirme a un rincón del habitáculo que había empezado a considerar como mío. Contemplé las hileras de líneas que había ido dibujando en la pared, grabando de aquel modo el paso del tiempo, antes de añadir una más.
Dos meses.
Ese era el tiempo exacto que había transcurrido desde que el Emperador nos envió a Vassar Bekhetaar. No había sido un camino fácil, pero desde aquella noche en la que Fatou me arrastró en mitad de la noche para aplicarme aquel brutal castigo, había aprendido la lección.
O eso le había hecho creer.
Tras aquel despliegue de sangre fría, Fatou me había despachado, dejándome en manos de los nigromantes que le habían acompañado. Encogí mis dedos de manera inconsciente, recordando el dolor y cómo había tenido que hacer uso de mi propia magia, en la oscuridad de mi habitación, para intentar sanarme a mí misma. El resultado no había del todo el esperado, dada mi nula experiencia, lo que causó una expresión de rabia en Darshan cuando nos encontramos a la mañana siguiente... y lo que significó que Sen tuviera que rompérmelos de nuevo para sanarlos de la manera correcta.
Aquella noche había conocido el miedo, había sabido que todo aquel macabro espectáculo del que me había hecho formar parte el nigromante sólo había sido un ápice de su crueldad. Por eso decidí que debía sobrevivir a toda costa.
El sonido de unos nudillos contra la vieja madera de la puerta hizo que regresara al presente. Escondí de nuevo mi rústica herramienta y volví a ocultar aquel calendario donde cada noche marcaba un nuevo triunfo: un día más en Vassar Bekhetaar. Un día más viva.
Tal y como se había convertido en una costumbre, Darshan me esperaba apoyado contra la pared. Nuestra alianza parecía haberse consolidado en aquellos dos meses y habíamos aprendido a tolerarnos mutuamente, lejos de los reproches o rencores que pudiera tener por su pasado, aunque seguía guardando las distancias en las pocas ocasiones en las que nuestro camino se había cruzado con el de Sen.
La mirada plateada de mi compañero se entretuvo en mi pómulo, en la marca morada que lucía después de un intenso día de instrucción física. Los nigromantes no solamente aprendían a desarrollar su magia, volviéndola mortífera, también se les enseñaba a defenderse cuerpo a cuerpo, para los casos en los que no pudieran acceder a su poder.
—No pensé que te hubiera golpeado tan fuerte —comentó con aire travieso.
Aparté un rizo díscolo que caía sobre mi frente con un bufido.
—Esto —repliqué, señalándome el golpe—, no ha sido nada. Es que tengo la piel demasiado sensible últimamente.
Darshan sacudió la cabeza con una sonrisa. Fatou, consciente de lo unidos que parecíamos, había intentado por todos los medios separarnos; por eso siempre solía emparejarnos para cualquier ejercicio que supusiera tratar de destrozar a tu oponente.
—Tú tampoco te has contenido —me acusó mientras nos dirigíamos hacia el comedor compartido—: creo que me has partido una costilla.
—Si eso fuera cierto —le dije con fingida dulzura—, no estarías tan charlatán.
Desde hacía tiempo se nos había permitido vagar por el interior de la prisión sin la habitual escolta con la que contábamos los primeros días allí. Darshan caminaba en silencio a mi lado, repentinamente serio; todo ese aire travieso con el que me había recibido parecía haberse desvanecido. Y a mí seguía resistiéndoseme el saber qué pasaba por su cabeza, conocerlo mejor.
Continuaba siendo una maldita caja fuertemente cerrada, un enigma.
—¿Qué sucede? —le pregunté, sin apartar la mirada del frente.
Aquellos dos meses de colaboración también me habían enseñado a que no debía presionar a Darshan... y que tenía que aceptar, aunque fuera a regañadientes, lo que él quisiera compartir conmigo.
Por eso mismo esperé en silencio su respuesta, si es que llegaba en algún momento.
—¿No has notado el ambiente un poco agitado?
El hecho de que respondiera mis preguntas con otras era algo que también había aprendido a soportar en aquel tiempo.
Fruncí el ceño y repasé nuestro día, buscando algún indicio que pudiera dar una respuesta afirmativa a lo que Darshan había dejado en el aire.
—Lo cierto es que... no —reconocí al final.
Todo se había desarrollado conforme a la rutina que habíamos tomado en Vassar Bekhetaar, no había visto nada sospechoso o fuera de lugar. Ni siquiera en el comportamiento de nuestros compañeros.
Vi que Darshan sacudía de nuevo la cabeza.
—Algo está pasando, puedo intuirlo.
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Tuve que darle la razón —a regañadientes— sobre su sospecha cuando atravesamos las puertas abiertas y una oleada de conversaciones agitadas llenaba el aire del comedor. Tanto la facción que pertenecía a los Sables de Hierro como la zona que ocupaban los nigromantes parecía encontrarse en ebullición.
Nos hicimos hueco en una de las mesas, contemplando la algarabía que reinaba a nuestro alrededor sin poder entender ni una sola palabra. Darshan llamó la atención de uno de nuestros compañeros de mesa, tratando de arrojar algo de luz al misterio de por qué Vassar Bekhetaar estaba tan revolucionado. Pensé en nuestra llegada. ¿Tendría algo que ver esa excitación colectiva con el hecho de que pudieran traer desde la capital una nueva remesa de inexpertos nigromantes, listos para ser convertidos en monstruos?
«Monstruos como tú», susurró una voz en mi mente.
Un escalofrío de temor me sacudió de pies a cabeza y, antes de que pudiera detener a mi propia mente, los recuerdos me inundaron: vi los rostros demacrados de los presos, volví a escuchar las súplicas y los lamentos desde las celdas. Contemplé de nuevo la inconfundible figura de Fatou, su mano ordenándome con un seco gesto que me acercara.
Mi cabeza reprodujo con exactitud el horror en los rebeldes a los que sacaron de sus celdas, conduciéndolos hasta una habitación completamente cerrada, iluminada levemente por las antorchas que ardían en las paredes. El eco en mis propios huesos de la tortura a la que me vi obligada a someterlos, junto a otros jóvenes nigromantes en instrucción, para arrancarles las respuestas que nuestro amo requería.
Apreté los puños con fuerza, intentando alejar esos recuerdos y devolverlos al rincón donde los había escondido, avergonzada y horrorizada a partes iguales por lo lejos que había llegado para sobrevivir en aquel infierno de muerte y piedra.
Entonces sentí cómo mi corazón se detenía ante aquella posibilidad salida de aquellas trágicas imágenes que había vuelto a revivir. ¿Y si la agitación que llenaba el ambiente se debía a la Resistencia? El ataque de hacía dos meses a nuestra guarida había terminado prácticamente con la extinción de los rebeldes. Muchos de ellos habían sido atrapados por las huestes del Emperador, otros muchos habían contado con la suerte de lograr huir y otros... otros no habían conseguido salir con vida de aquellas cuevas.
No sabía qué había sido de mi padre y Cassian. Una pequeña parte de mí se había aferrado a la idea de que hubieran huido, de que estuvieran a salvo; durante aquel tiempo había estado atenta a la llegada de nuevos prisioneros, de noticias que pudieran proceder de la capital.
Pero ninguna de ellas había dado respuesta a la pregunta que hacía que mi corazón latiera de una forma dolorosa: ¿seguían vivos?
Mi vieja esperanza resurgió de sus cenizas después de tanto tiempo sin haber escuchado un solo rumor sobre la decaída Resistencia. Puse toda mi atención en la respuesta del nigromante que estaba junto a Darshan:
—Una delegación del Emperador está en camino —dijo, hundiendo el tenedor en el trozo de carne pálido que tenía en su plato—. Una inspección, al parecer.
Aquello era inusual. Los asuntos de Vassar Bekhetaar se solucionaban en la propia prisión, el Emperador nunca había mostrado tanto interés en conocer los entresijos que imperaban en aquel lugar. Ahora parecía entender por qué todo el mundo parecía tan conmocionado con la noticia. ¿Por qué el Emperador se molestaría en enviar una delegación a Vassar Bekhetaar?
Apenas fui capaz de probar bocado, incapaz de alejar de mi mente la idea de que una delegación estaba en camino. ¿Los motivos que se escondían tras esa supuesta inspección? Un completo misterio.
Alargué mi pierna por debajo de la mesa, dándole una discreta patada a Darshan. Cuando sus ojos plateados se cruzaron con los míos, alcé ambas cejas en una silenciosa pregunta: ¿alguna idea? La sagacidad de mi compañero era impresionante... y muy útil, dadas las circunstancias.
Darshan se encogió de hombros, aunque un brillo apagado en su mirada me hizo sospechar que algo parecía estar rondando en su mente.
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La famosa delegación enviada por el propio Emperador alcanzó Vassar Bekhetaar a la tarde siguiente. Los nigromantes con máscaras se reunieron en la entrada de la prisión, encabezados por Fatou y sus hombres de mayor confianza; el resto de nosotros, los nigromantes que aún estábamos en entrenamiento, se nos ordenó que esperáramos en el patio, en formación.
El inclemente calor que aún se resistía a desaparecer junto al sol estaba logrando hacerme sudar el desastrado uniforme. Un pesado silencio reinaba allí, sin que se oyera siquiera el más leve sonido; habíamos formado en dos grandes bloques: Sables de Hierro y nigromantes. Ambas facciones se observaban de frente, pero ninguna de las dos partes sacó a relucir la manifiesta enemistad que existía.
Me removí en mi sitio, rezando a los dioses para que, tras la evidente pompa y fanfarria con la que habían sido recibidos los delegados enviados en representación del Usurpador, fueran conducidos hasta aquel maldito patio y pudieran echar un primer vistazo a las huestes de su señor. La luz del atardecer prácticamente cubría todo el patio, pero la temperatura continuaba siendo tan asfixiante como la mañana. Lo que significaba una nueva visita a los baños comunes, una habitación alargada y sin apenas ventilación donde había estrechos cubículos con un nefasto sistema de agua; allí acudían tanto Sables de Hierro como nigromantes, y las pocas mujeres nigromantes —pues en los Sables de Hierro les estaba prohibido alistarse— que convivíamos en Vassar Bekhetaar no contábamos con un baño privado, teniendo que compartirlo.
La sangre aún continuaba hirviéndome al recordar mi primera vez en aquel rincón de la prisión, el peso de todas aquellas miradas... los comentarios y las burlas que había escuchado a mi espalda. Había sido humillante. Tiempo después aprendí que mis compañeras optaban por acudir allí en momentos puntuales cuando no había prácticamente nadie, como solían ser las madrugadas. Así que decidí adoptar ese mismo hábito, colándome en los baños cuando sabía que no había casi posibilidades de cruzarme con alguien... y pidiendo a nuestras comprensivas divinidades que hubiera suficiente agua para poder asearme.
El sonido de unas botas arrastrándose por la arena hizo que me pusiera en tensión. Busqué con la mirada a Darshan, topándome con su espalda un par de filas por delante de la mía. En aquel silencio casi mortuorio, prácticamente podía escucharse todo; además, podía sentir a los recién llegados avanzando por el último trayecto del túnel que conducía al patio.
Froté de manera inconsciente mis sudorosas palmas contra la tela del pantalón, controlando mi poder. Un susurro colectivo empezó a recorrer las hileras de nigromantes y Sables de Hierro cuando Fatou atravesó la boca oscura, saliendo a la luz del atardecer junto a otro nigromante.
Por unos segundos creí que mi visión estaba jugándome una mala pasada, que era imposible que él estuviera en Vassar Bekhetaar. Que fuera él quien liderara la delegación enviada por el Emperador. Traté de convencerme, diciéndome que estaba confundiéndome con cualquier otro, gracias a las máscaras y túnicas que les obligaban a llevar a todos aquellos afortunados que lograban pasar la prueba de sobrevivir a la prisión...
Pero era Perseo quien se encontraba junto a Fatou, estudiándonos con atención.
* * *
Me siento un poco como en HOTD con este pequeño blinco temporal de 2 meses
I know, i know que el capitulito ha sido corto, entono el mea culpa
Pero por todos los dioses y Zosime me perdone... PERSEEEEEEOOOO YA TE VEOOOOO
Y ya sabemos lo que suele pasar cuando Perseo asoma la patita, ¿verdad?
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