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❈ 15

Un gemido ahogado escapó de mis labios al reconocer al nigromante que me retenía sin necesidad de emplear su poder. A pesar de la oscuridad que reinaba dentro de la habitación, no costó mucho imaginar la mirada de iris negros de Fatou burlándose de mí. Había sido una ingenua al creer que lo sucedido aquella mañana en el patio habría quedado zanjado después de obligar a Darshan a que ocupara mi lugar; era evidente que el nigromante no iba a dejarlo pasar.

—Tu tenacidad no va a servirte de mucho aquí, Devmani.

La mano con la que sostenía su mandíbula me soltó para aferrarme por el cuello de la túnica, obligándome a salir de la cama con un brusco tirón. A tientas fui arrastrada hasta la salida; la leve luz de las antorchas del pasillo me hizo pestañear varias veces, sintiendo una punzada de dolor en la parte trasera de la cabeza y las sienes. A través de mi visión borrosa pude comprobar que Fatou no había acudido solo a emboscarme a mi habitáculo: tres nigromantes con túnicas negras y máscaras plateadas respaldaban a su líder. Dos de ellos se situaron a mis costados, apresándome entre ambos; el tercero alzó sus palmas en mi dirección, provocando que sintiera una repentina debilidad extendiéndose por todo mi cuerpo.

En aquella ocasión pude ver claramente el brillo hambriento en los ojos de Fatou y sufrí una sacudida de desasosiego.

—Al patio —fue lo único que dijo el nigromante.


Traté de seguir el patrón de pasillos que estábamos siguiendo, intentando crear un mapa mental de la prisión, pero perdí por completo el hilo cuando los corredores empezaron a convertirse en un borrón de piedra idéntico. Fatou lideraba la marcha mientras que el nigromante que se encargaba de mantenerme débil y bajo control mantenía su poder asfixiando al mío.

Por unos segundos me imaginé liberándome de la magia, alzando mis propios brazos y logrando detener el corazón de Fatou con un sencillo movimiento. Pero aquellas heroicas imágenes se quedaron dentro de mi cabeza y yo era conducida en silencio hacia mi destino... que, al parecer, se encontraba al final del túnel que estábamos recorriendo.

Alcé la mirada y me topé con el cielo plagado de estrellas. El estómago me dio un vuelco al reconocer las vistas, las mismas que había podido contemplar desde mi hogar, lejos de los ardientes fuegos que iluminaban la zona perilustre y el palacio del Emperador.

—Arrastradla hasta aquí.

La seca orden de Fatou hizo que regresara el presente, a aquel lugar olvidado de la mano de los dioses. Un nudo empezó a formarse en la boca de mi estómago cuando divisé al nigromante detenido en mitad del patio, con los brazos cruzados a la espalda y toda su atención fija en mí.

Intenté resistirme, pero mis patéticos intentos quedaron asfixiados cuando los nigromantes que me escoltaban me empujaron por los hombros para que quedara arrodillada frente a Fatou. Mis rodillas dieron contra la arena del suelo con un golpe seco.

Eché la cabeza hacia atrás, haciendo que nuestras miradas chocaran. Aún recordaba el fallo que cometí en las celdas de palacio al suplicarle, un error que no iba a cometer de nuevo: aquella vez no iba a ceder a su poder, lo aceptaría sin caer en sus juegos.

Fatou chasqueó la lengua con fastidio.

—La tozudez no va a ayudarte a sobrevivir en Vassar Bekhetaar, Devmani —me desveló como si estuviera compartiendo un importante secreto conmigo, empleando un tono casi paternalista—, sino el seguir las órdenes que se te den.

En mi mente desfilaron los rostros que todavía recordaba de los niños con los que nos había reunido en aquel mismo patio. Recordé en especial la expresión de absoluto pánico en la cara del chico que Fatou había hecho adelantarse, convirtiéndolo en su víctima sin que tan siquiera pudiera sospecharlo.

Aquel maldito hijo de puta había intentado que usara mi poder contra un inocente, la primera prueba de lo que sería nuestro futuro durante el tiempo que estuviéramos allí atrapados.

Y yo me había negado. Pese a las advertencias de Darshan de lo que sucedería si no seguía las reglas que imperaban en Vassar Bekhetaar, no había sido capaz de cumplir con los deseos del nigromante que se alzaba ante mí en aquellos momentos. Simplemente, no había podido hacerlo.

Fatou enarcó una ceja, quizá esperando una réplica por mi parte... una réplica que nunca llegó. Sabía que la emboscada que me había tendido en aquel habitáculo que alguna vez tendría que considerar como mío estaba motivado por mi negativa, por haberlo dejado en evidencia frente a aquellos niños. Frente a Darshan.

Eran las consecuencias de las que tanto me había tratado de advertir mi compañero.

—¿Te ha comido la lengua un lince del desierto, Devmani? —me provocó el nigromante—. En las celdas de palacio te noté mucho más... comunicativa.

Me limité a sostenerle la mirada y traté de imitar la actitud de Darshan. Mi silencio no pareció agradar a Fatou, cuyos labios se torcieron en una mueca de absoluto desprecio por no lograr su objetivo.

—La primera lección que vas a aprender es a cumplir con lo que se te exige —hizo una breve pausa, contemplándome durante unos segundos antes de ordenarme—: Extiende los brazos.

Podía sentir el poder de los tres nigromantes palpitando a mi espalda, una constante pulsación en el centro de mi espalda; una silenciosa amenaza hacia mí. No podía atacar a Fatou, como exigía una voz dentro de mi cabeza, no podía hacer nada en ese estado de desventaja.

Alcé ambos brazos con actitud sumisa, con las palmas apuntando hacia el cielo. El nigromante dio un paso hacia mí, desplegando parte de su magia; un sabor amargo llenó mi boca al percibir aquella aura de poder que parecía rodear al nigromante.

Mi rostro se contorsionó cuando Fatou dobló un dedo y el calor se extendió por todo mi cuerpo al sentir cómo se torcía de un modo antinatural el dedo meñique de mi mano izquierda.

—Si te digo que des un paso al frente, Devmani —me explicó—, lo das.

El siguiente dedo fue el anular, con aquel simple movimiento del suyo.

De nuevo traté de controlar mi expresión, de tragarme el gemido que pugnaba por escapárseme de la garganta.

No iba a darle esa satisfacción.

—Si te digo que le rompas todos y cada uno de los dedos de ese maldito crío, se los rompes.

Me atraganté con mi propia respiración cuando, en aquella ocasión, fueron los tres restantes los que se doblaron, emitiendo un audible crujido que me erizó el vello. La oscura mirada de Fatou estaba fija en mi rostro, atento a cada una de mis reacciones y con un brillo casi ansioso reluciendo en sus iris negros.

Pegué mi mano herida contra mi pecho, respirando entre dientes a causa del dolor que se extendía desde mis dedos torcidos hasta el hombro. Los ojos me ardían mientras me tragaba las lágrimas con esfuerzo, negándome a derramar una sola frente al nigromante.

Su túnica siseó contra la arena cuando hincó una rodilla en el suelo y nuestras miradas quedaron a la misma altura.

—Si te digo que dejes de respirar —su poder me estranguló con demasiada rapidez, pillándome desprevenida y haciendo que boqueara como un pez fuera del agua—, dejas de respirar.

Era como si un puño estuviera rodeando mi garganta, impidiendo que el aire llegara a mis pulmones. Las sienes empezaron a latirme con fuerza y la visión pareció ennegrecérseme por los bordes; a causa de la asfixia mi cuerpo se quedó bloqueado, clavado en la arena. Inútil.

Las lágrimas que había estado tragándome se deslizaron por mis mejillas mientras iba sintiendo cómo la consciencia se me escapaba entre los dedos y boqueaba por un ápice de oxígeno. Fatou sonrió con una mezcla de maldad y deleite.

—Si te digo que mates —su voz llegó a mis oídos de manera ahogada, la oscuridad estaba ganando terreno y mi mirada estaba casi desenfocada—, matas.

Caí hacia delante cuando Fatou me liberó y una arcada ascendió por mi garganta al mismo tiempo que intentaba tomar una bocanada de aire. Un ataque de tos me sacudió de pies a cabeza, ahogando por unos instantes el intenso dolor de mi mano herida.

El sabor a bilis inundó mi lengua al tratar de recuperar el aliento, de llenar mis pulmones de oxígeno. Notaba las mejillas húmedas y pegajosas tras las lágrimas que había derramado involuntariamente...

Luego estaba el miedo.

Sentí pavor al imaginar lo que supondría tener que hacer frente a este tipo de torturas constantemente. De cada noche ser arrancada de mi cama para ser conducida hasta allí con el único propósito de que aquel monstruo intentara destrozarme a base de aquella agonía física y mental.

«Vas a tener que dejar a un lado tus sentimientos —la voz de Sen se repitió en mis oídos como un lejano eco— si quieres sobrevivir, dhirim...»

Jadeé cuando sentí los dedos de Fatou en mi cabello, tirando con brusquedad para obligarme a alzar la mirada. En su mirada no había arrepentimiento, sino una férrea determinación.

—Si te ordeno que vayas al dormitorio de Mnemus y le rajes la garganta... —me incitó, dejando el final de la frase en el aire.

Las palabras ardieron en mi lengua cuando las pronuncié:

—Se la rajo.

* * *

FELIZ JAUBELIN GRUPO!

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