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❈ 14

—Mientes.

El siseo de Darshan logró sacarme de mi estupor momentáneo. La expresión de Sen tras la máscara de plata se mantenía imperturbable, como si la acusación de mi compañero no hubiera tenido el más mínimo efecto en él; mi corazón pareció acelerarse unos instantes antes de que me obligara a aplastar ese pequeño destello que había empezado a germinar en mi interior al escuchar el nombre del nigromante.

Sen se cruzó de brazos con una lentitud calculada.

—¿Qué ganaría yo mintiendo? —le preguntó a Darshan, dejando a un lado su fingida indiferencia hacia el chico.

Darshan esbozó una media sonrisa tan afilada como una daga.

—¿Intentar que ella baje la guardia? —le respondió a su pregunta con otra, empleando un timbre lo suficientemente incisivo como para hacer saltar a su contrincante—. ¿Ganarte algún favor por parte de la persona que te ha pedido que hagas esto, exactamente?

Me tensé ante las sospechas de Darshan. Sen nos había asegurado que sus acciones, aquel extraño comportamiento hacia mí con el que parecía buscar protegerme de los horrores de la prisión, no tenían nada que ver con Fatou. Pero ¿podría haber estado diciéndonos la verdad o se trataba de un truco por su parte?

Ante mi desconcierto, Sen esbozó una sonrisa pareja a la que estiraba los labios de Darshan.

—Oh, por supuesto que estoy ganándome un favor —le concedió, haciendo que mi pulso se disparara—: un favor del nieto de uno de los cabezas de familia más importantes dentro del Imperio.

—No es suficiente para que te crea, nigromante —fue la tajante respuesta de Darshan, cuya mirada plateada se desvió hacia mí de manera intencional—. Al menos, yo no.

Estaba dejando en mis manos la oportunidad de decidir si podíamos confiar en que Perseo realmente estaba tras las acciones de Sen y sus constantes intentos de protegerme o si era una estrategia muy bien montada por el nigromante. Debía concederle a Darshan que hubiera señalado muy acertadamente que todo aquello podía ser una mentira. ¿Sen conocía a Perseo? Tras acabar los años de instrucción en Vassar Bekhetaar, el hijo de Roma había sido devuelto a la capital para servir al propio Emperador. Sin embargo, Sen seguía atrapado en este espantoso lugar.

—Una de las nigromantes que viajó hasta aquí me hizo llegar un mensaje suyo —nos confió, pero sus ojos estaban fijos en mí— donde me pedía que cuidara de una de las prisioneras. Una chica pelirroja de ojos verdes que era la heredera perdida de una de las gens de nigromantes desaparecidas.

El corazón se me retorció dentro del pecho al escucharle mientras que una vocecilla dentro de mi cabeza, similar a la voz de Darshan, me recomendaba no bajar la guardia. Mis verdaderas raíces no habían tardado en extenderse como la pólvora después de que el propio Perseo me expusiera delante del Emperador, esperando que aquella verdad salvara mi vida. Pero una parte de mí estaba obcecada en creer que el mensaje de Perseo era real.

—Su nombre —la tensa voz de Darshan irrumpió en mis pensamientos, devolviéndome a la enfermería.

—Dhijali —Sen no titubeó al mencionar a la persona que le había entregado el mensaje.

Reconocí el nombre. En mi mente se formó la imagen de aquella nigromante, en aquellos ojos verdes que se habían clavado en mí en la caravana en la que terminamos cuando llegó el momento de partir. La resistencia a creer a Sen empezó a flaquear; no era posible que pudiera darnos tantos detalles exactos, no con el poco tiempo que había contado para montar una historia convincente.

Pensar en Perseo, en cómo, incluso estando a kilómetros de distancia, había hecho uso de su influencia para intentar mantenerme a salvo, hizo que algo se quebrara dentro de mí. Las cosas entre nosotros no habían terminado del todo bien, no después de que hubiera descubierto su engaño.

En las cuevas, mientras el resto de los hombres que le habían acompañado intentaban atrapar a todos los rebeldes, había impedido que pudiera seguir adelante. Había empleado su poder para que no llevara a cabo mi último y desesperado acto.

Pese a todas las mentiras y traiciones por parte de ambos, Perseo había tratado de protegerme.

—Le creo —dije al final.


—Chica lista.

Sen me dirigió una mirada llena de aprobación. Tras mi respuesta, Darshan había mascullado algo para sí mismo antes de lanzarle una fría mirada al nigromante y escabullirse entre los pocos camastros que casi se apilaban en aquel espacio habilitado como enfermería.

Sin la presencia de mi aliado, me sentí un tanto... expuesta. Supuse que mi decisión de confiar en el nigromante, en creer que estaba cumpliendo la promesa que le había hecho a su hermano, le había molestado más de lo que había dejado traslucir, optando por retirarse para rumiar su enfado.

Lancé un vistazo a mi alrededor, esperando encontrar la inconfundible silueta de Darshan regresando, pero no había ni rastro del chico. Devolví mi atención a Sen, cuyos ojos no se habían apartado de mi rostro en ningún momento.

Había algo que estaba quemándome en la lengua desde que Sen había desvelado quién era la persona que le había encargado que velara por mi seguridad.

—¿Qué...? —dudé unos segundos antes de reformular mi pregunta—. ¿Ponía algo más en el mensaje?

El resentimiento que sentía hacia Perseo había empezado a perder fuerza tras descubrir que, a pesar de todo, aún seguía importándole.

Sen ladeó la cabeza con una expresión curiosa, uniendo las piezas. El mensaje desesperado de Perseo debía haber levantado sus sospechas, haciendo que empezaran a surgir las primeras preguntas. ¿Por qué alguien del status de Perseo se rebajaría a pedir un favor de ese calibre? ¿Qué relación podría unirnos...?

—El mensaje solamente me pedía que vigilara tus espaldas —fue su respuesta.

Una sensación helada descendió por la boca de mi estómago al observar su mirada, ahora impasible. Sabía que estaba estudiándome, midiendo mi reacción al descubrir que el mensaje del nigromante había sido tan escueto. Tan... tan impersonal.

No quería que adivinara cómo la esperanza que había sentido aflorar unos segundos antes se estaba marchitando, dejando a su paso un amargo sabor a decepción. Decepción hacia mí misma, por haberme permitido bajar la guardia en un momento de vulnerabilidad. Las fantasiosas ideas que había creado dentro de mi cabeza sobre qué había empujado a Perseo a actuar de ese modo estallaron como pompas de jabón.

Quizá el nigromante estaba intentando enmendar su error pues, al fin y al cabo, parte de la responsabilidad de que hubiera terminado atrapada allí caía sobre sus hombros.

—Pareces conocer bien a Perseo —mis palabras sonaron como una afirmación.

Sen fingió pasar por alto mi evidente cambio de tema y se cruzó de brazos. Era evidente que Perseo habría acudido a alguien dentro de Vassar Bekhetaar en el que pudiera confiar... o, al menos, pudiera estar seguro que sabría cómo ganarse su favor. Mi intuición se inclinaba a pensar en la primera opción.

—Entrenamos juntos —dijo por toda respuesta.

Entrecerré los ojos al percibir algo en su pulso. Un ligerísimo cambio que delató al nigromante, haciéndome saber que había una historia detrás de aquella sencilla contestación a mi anterior afirmación. Perseo me había confiado algunos de sus fatídicos recuerdos en Vassar Bekhetaar, durante los años que había pasado mientras lo destrozaban y le daban una nueva forma. ¿Habían sido... amigos? ¿Aliados, quizá? Mi acertada observación había alterado a Sen, aunque el nigromante había sabido cómo intentar ocultarlo.

—Tú también pareces conocer bien a Perseo —me devolvió la pelota Sen, empleando mi misma táctica.

Me encogí de hombros, intentando alejar cualquier pensamiento que me evocaba su simple mención.

—Salvó mi vida y me ofreció un puesto de doncella al servicio de su prima —le respondí, simplificando las cosas.

Una pequeña sonrisa cómplice se formó en los labios de Sen, como si hubiera intuido que no estaba diciéndole todo.

—Demasiado esfuerzo para una simple doncella —comentó.

—Demasiada confianza para un simple compañero de entrenamiento —contraataqué.

Su sonrisa creció de tamaño ante mi réplica.

—Bien jugado, dhirim —me felicitó.

La curiosidad por conocer más respecto al lazo que parecía unir a Perseo y Sen —pues la excusa de ser simples compañeros durante los años de instrucción no había sido suficiente para justificar por qué el nieto de Ptolomeo había acudido a él— hizo que me removiera en mi sitio, sin perderle de vista.

Toda la diversión que podía haber mostrado tras la máscara de plata se desvaneció de golpe.

—Deberías emplear esa rapidez en otras cosas —me recomendó— y seguir el consejo que te di.

Mis mejillas se colorearon inconscientemente. El nigromante me había advertido sobre aquel lugar, sobre las personas que estaban atrapadas allí... aunque no fueran prisioneros.

—Eran niños —fue lo único que pude decir en mi defensa.

Aún recordaba la expresión de pánico del chiquillo que Fatou había escogido para su primera lección. Debería haber sabido que el nigromante estaba tramando algo de ese calibre, listo para hacerme pagar por los disturbios que provoqué la noche anterior, al enfrentarme a ese tipo.

El rostro de Sen no mutó al escuchar quiénes habían sido las víctimas elegidas por Fatou a modo de castigo, pero yo no había podido hacerlo. No había sido capaz de emplear mi magia contra el niño, rompiéndole todos y cada uno de sus huesos; mostrándoles al resto la tortura a la que estaba sometiendo a esa criatura inocente.

Simplemente no había podido.

Escuché a Sen suspirar antes de que se inclinara hacia los pies del camastro, apoyando las palmas sobre el maltrecho colchón en el que había despertado. Sus ojos azules eran tan fríos y desapasionados que me provocaron un escalofrío de temor. ¿Mi mirada terminaría igual de muerta que la suya? ¿Conseguiría Vassar Bekhetaar quebrarme y hacer desaparecer a la Jedham que había sido antes de acabar allí?

—Vas a tener que dejar a un lado tus sentimientos si quieres sobrevivir, dhirim —sus palabras me golpearon con contundencia; Darshan me había dedicado un mensaje similar, sabedor de la oscuridad que encerraba aquella prisión—. En este mundo no existen los amigos: son ellos... o tú.


La voz de Sen no dejó de repetirse dentro de mi cabeza en bucle. Tras su demoledor golpe de realidad, Darshan había regresado con una expresión indescifrable; sus ojos plateados habían estudiado de pies a cabeza al nigromante antes de dirigirse a mí, informándome que podía abandonar la enfermería. Sen se limitó a hacerse a un lado y a recordarme que no forzara demasiado mi mano herida, que cosquilleaba todavía gracias al poder del nigromante.

Darshan me ayudó a incorporarme del camastro y dejó que me apoyara sobre su costado mientras nos dirigíamos hacia la salida; Sen se quedó atrás, con sus impasibles ojos azules clavados en nuestras espaldas. Mi acompañante se mantuvo en silencio, con la vista al frente hasta que traspasamos el umbral y salimos al pasillo.

—No deberías confiar en él.

Sus primeras palabras tras su regreso me hicieron dar un respingo.

—Es imposible que estuviera mintiéndonos al respecto, Darshan —le dije.

El chico frunció el ceño, totalmente en desacuerdo conmigo.

—Sigo creyendo que ese nigromante está ocultando algo —insistió, fulminando con la mirada el pasillo vacío que se extendía ante nosotros.

—Perseo acudió a él por un motivo —expuse, consciente de lo vehemente que sonaba ante prácticamente un desconocido.

—Un motivo que desconocemos por completo —apostilló Darshan.

—Fueron compañeros en la instrucción.

El chico dejó escapar una risa baja.

—No me parece motivo suficiente para jugársela y cuidar de ti.

Me mordí el interior de la mejilla. Darshan había verbalizado mi misma opinión respecto a por qué Sen parecía tan dispuesto a cumplir con la petición de Perseo si ambos solamente eran simples conocidos de la época en la que el nieto de Ptolomeo estuvo allí, aprendiendo a emplear su poder e intentando ganarse una máscara de plata.

—Ten cuidado, Jedham —me llegó la voz de Darshan—: aquí las lealtades siempre juegan a favor del mejor postor.


Tras mi desvanecimiento a causa del dolor, Fatou había hecho que Darshan cargara conmigo hasta la enfermería, liberándolo de las largas horas de entrenamiento que todavía quedaban hasta que llegara la hora de la cena. Por lo que me había contado el chico, apenas había pasado una hora desde que la sanadora de la enfermería consiguió hacerme volver en mí.

Lo que significaba una interminable sucesión de tiempo sin hacer nada.

Iniciamos nuestro lento regreso a la zona de los dormitorios sin cruzar palabra. La actitud silenciosa de Darshan me hizo sospechar que quizá estaba diseccionando de nuevo todo lo sucedido con Sen; el nigromante había soltado una demoledora bomba respecto a por qué se comportaba de ese modo conmigo. Por qué parecía estar dispuesto a ayudar pese a no conocernos de nada.

No habíamos vuelto a tocar el tema, ni mucho menos mencionar a Perseo, pero las palabras cosquilleaban en la punta de mi lengua. El escueto mensaje que el chico había hecho llegar a Sen por medio de un intermediario no dejaba de dar vueltas dentro de mi mente, haciendo que un torbellino de emociones se retorciera en la boca de mi estómago.

Aunque Sen hubiera vendido la historia de que Perseo había hecho un intercambio de favores, algo no terminaba de encajarme del todo. Forcé a mi mente a escarbar en los dolorosos momentos que había compartido con el nigromante, en especial cuando se había mostrado más vulnerable ante mí. Indagué dentro de mi cabeza, ignorando el vuelco en el pecho, cuando reviví esos instantes; cuando traté de rescatar sus palabras, sus vivencias en aquel mismo lugar. ¿Había mencionado en alguna ocasión a Sen? ¿Qué tipo de relación les había unido...?

—Casi puedo oír tus pensamientos desde aquí.

La voz de Darshan me sobresaltó. Parecía haber dejado a un lado los suyos propios y ahora sus ojos grises no se perdían detalle de mí con un brillo cercano a la burla en sus pupilas. Tuve que echar mano de casi todo mi autocontrol para que mis mejillas no ardieran y mi expresión me delatara por sí sola.

—¿Y cuáles son, si puede ser? —le reté, sabiendo que en aquel juego de azar seguramente tuviera una mano perdedora.

El chico era suspicaz, demasiado suspicaz. ¿El padre de Perseo habría sido tan sagaz y calculador como su joven vástago? ¿Quizá era una mezcla entre Roma y Panos?

Arrugué la nariz al ver cómo una sonrisita se formaba en el rostro de Darshan, complacido, antes de que se esfumara, dejando en su lugar un gesto contrito.

—Piensas en Perseo —sus certeras palabras me golpearon con contundencia, haciendo que me arrepintiera de haber dado pie a esa conversación. El estómago se me volvió a agitar ante mis traicioneros sentimientos—. En su supuesta colaboración con ese nigromante de la enfermería. El tipo que se ha encargado de tus... lesiones —noté que Darshan maquillaba lo sucedido al mismo tiempo que desviaba la mirada con aire culpable.

Me tragué el mensaje que Sen había compartido conmigo, aquellas simples palabras que había plasmado en un trozo de papel. ¿Qué había esperado, que le abriera su corazón al suplicarle que me protegiera en Vassar Bekhetaar por lo mucho que significaba para él? Estaba segura que el nigromante había podido leer entre líneas, que quizá tenía sus sospechas a por qué Perseo había decidido jugar una baza tan importante como el poder que poseía su familia para obtener su favor.

—Sigo creyendo que está jugando contigo, pelirroja —insistió Darshan, mostrando de nuevo su desconfianza hacia Sen.

Recordé lo que había dicho respecto a la lealtad dentro de la prisión, lo efímera que resultaba. En aquellos momentos no era una persona que pudiera incitar a intentar llegar a formar una alianza, pero Perseo...

Fruncí los labios.

—¿Siguiendo las órdenes de quién? —le espeté, sonando más seca de lo que pretendía.

—De Fatou, posiblemente —respondió Darshan.

—¿Perseo nunca... nunca compartió contigo sus años aquí? —me atreví a preguntar.

Era la primera vez en mucho tiempo —prácticamente desde que desvelara el mayor secreto de los orígenes de Darshan— que pensaba en el innegable vínculo que compartían tanto el chico como Perseo. Me pregunté sobre cómo sería su relación, cómo habría sido para Perseo descubrir que tenía un hermano menor... Roma había decidido ocultar a su segundo hijo, manteniéndolo apartado de su familia. No sabía en qué punto la nigromante había optado por hablar con Perseo, desvelándole la existencia de otro vástago. De otro heredero de la gens Horatia.

Contemplé a Darshan desde una nueva perspectiva, intentando adivinar cómo habría sido para ambos el desarrollo de su relación fraternal, ya que habían estado colaborando estrechamente para hacer caer a la Resistencia.

Darshan inclinó la cabeza hacia un lado, haciendo que sus articulaciones crujieran.

—Sabemos el uno del otro lo suficiente, pelirroja —se limitó a contestar, evasivo.

Decidí no insistir. Había aprendido que mi aliado era quien decidía cuándo y cómo daba las respuestas que quería dar, ni más ni menos. A parte de su propia familia, ¿habría alguien que conociera al auténtico Darshan, al chico que se escondía tras todas aquellas máscaras? Luego me corregí a mí misma: ¿su propia familia sabría quién era Darshan? El chico había abandonado a su madre adoptiva, Ghaada, para unirse a los Sables de Hierro.

«Hagas lo que hagas, Darshan —la voz de Ghaada resonó como un eco en mis oídos—, tú siempre serás mi hijo.»

Espié por el rabillo del ojo a mi compañero, notando un nudo en la boca del estómago. Aquella noche, después de compartir con Cassian la dirección de su hogar para ayudarme y cubrir lo que había hecho en aquella nave, había acudido para comprobar el estado en el que me encontraba; un pellizco de culpa me aguijoneó el pecho al recordar cómo me había quedado en absoluto silencio en aquel pasillo, escuchando a escondidas. Darshan se había mantenido alejado de su familia para protegerlos, dejándolos al margen de sus propios planes. ¿Cuál sería la motivación de Darshan para abandonar su vida y convertirse en la persona que caminaba a mi lado? ¿Cuál era el objetivo que lo empujaba a seguir?

—Puedo seguir escuchando los engranajes de tu cabecita —se burló Darshan, con una afilada media sonrisa—. No pierdas el tiempo, pelirroja: no merece la pena.


Poco después alcanzamos la zona de los cuartuchos que considerábamos como nuestros. Había optado por no insistir, sabiendo que las últimas palabras que me había dirigido mi compañero habían sonado más como una sutil advertencia; Darshan me recomendó que empleara el tiempo que nos había brindado Fatou a causa de lo sucedido en el patio, así que me despedí de él en aquel tétrico pasillo antes de que cada uno tomara distintas direcciones.

Dejé escapar un suspiro resignado al sentir el efecto de la damarita de las paredes cerniéndose sobre mí. El cosquilleo de la mano herida había desaparecido, aunque aún podía percibir cierta rigidez en alguno de los dedos que Darshan había destrozado por órdenes del nigromante.

En la oscuridad de mi habitáculo me permití escarbar en esos momentos, cuando Fatou me había arrastrado como conejillo de indias, dispuesto a sacar parte de su crueldad. Mi estómago se encogió al recordar los rostros de aquellos niños, de aquellas criaturas inocentes, mientras el nigromante trataba de ganárselos con esas dulces palabras, con aquel mensaje envenenado donde les hacía creer que debían sentirse agradecidos con un hombre que los usaría a su antojo, degradándolos a simples objetos que emplear hasta que dejaran de serle útiles.

A tientas me dirigí hacia el camastro, notando la rigidez contra mis doloridos músculos. Una extraña somnolencia se empezó a apoderar de mí, producto residual de lo sucedido en el patio; perdí el hilo de mis pensamientos, entregándome de buena gana a la oscuridad que cada vez ganaba más y más terreno.

El sueño me reclamó sin que opusiera resistencia alguna...

... hasta que algo me arrancó con violencia, haciendo que mi corazón golpeara con contundencia mis costillas.

Un grito se quedó atascado en mi garganta cuando mi visión se enturbió, incapaz de distinguir más que formas difusas a mi alrededor. Todas ellas vestidas de negro.

Una de ellas me aferró por la mandíbula, haciendo que un escalofrío de temor se deslizara por mi columna vertebral. Mi cuerpo se quedó paralizado ante la amenaza que desprendían aquellos dedos que se clavaban con saña en mi carne.

—Todavía no he terminado contigo, Devmani: lo de esta mañana solamente ha sido el principio.

 * * *

Cuando piensas que nada puede ir peor... y viene la escritora para liarla más aún

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