❈ 13
La conmoción me dejó muda, con un extraño nudo en la boca del estómago. El grupo de niños parecían encontrarse tan perdidos como me sentía yo tras escuchar la retorcida orden del nigromante; incluso la postura de Darshan era mucho más tensa que hacía unos instantes.
Un pesado silencio había caído sobre la zona del patio en la que estábamos. A través de mi estupor distinguí la sonrisa de Fatou creciendo de tamaño al percibir mis dudas... mi visible aturdimiento para seguir sus órdenes; el nigromante estaba disfrutando del momento.
—No tenemos todo el día, milady —me espoleó con un tono desdeñoso, tratando de enmascarar su crueldad—. ¿Acaso no eres capaz de cumplir una simple orden...? La insubordinación es duramente castigada aquí.
Tragué saliva con esfuerzo, sin encontrar la fuerza suficiente para apartar la mirada. El joven que Fatou había elegido para convertirlo en su primera víctima había empezado a temblar, con los ojos abiertos de par en par por el miedo; el resto del grupo contemplaba la escena, pero mi poder me transmitía con claridad lo que todos se esforzaban por ocultar: sus pulsos disparados. El ritmo irregular de sus respiraciones.
El pavor estaba extendiéndose como ponzoña y eso era algo que Fatou podía percibir del mismo modo que yo. Que Darshan.
—Mi paciencia tiene un límite, Devmani —advirtió el nigromante con voz peligrosa—, y estás logrando que se agote...
Continuaba entumecida por la orden, con sus palabras clavándoseme en la cabeza una y otra vez. Aquel maldito hijo de puta quería que empleara mi poder contra aquel chico inocente, sabiendo que con mi casi nulo control sobre mi magia podría desatar una catástrofe. Sabiendo que el daño que podía causarle era mayor que el que me había exigido.
Así era como empezaban a quebrarte, con ese tipo de órdenes. Sencillas en apariencia, pero que ocultaban una prueba de fuego: Fatou estaba intentando probarme delante de todos ellos, intentando descubrir lo lejos que sería capaz de llegar bajo su mando. Estaba poniendo en juego mis propios principios para conocer mis límites y destrozarlos en el futuro.
Fatou chasqueó la lengua al comprender que no iba a mover ni un solo músculo. Mi cuerpo se tensó cuando alzó uno de sus brazos en mi dirección antes de sentir el firme tirón de su poder enroscándose a mi alrededor como una serpiente; un jadeo ahogado brotó de mis labios en el momento en que su magia me arrebató el control de mis extremidades, obligándome a dar un paso hacia donde estaba detenido. Traté de resistirme, de usar mi don para cortar los hilos que me unían al nigromante, que le permitían moverme como si fuera su marioneta...
Pero fracasé estrepitosamente.
La sonrisa de Fatou se volvió más oscura, más perversa, mientras obligaba a mis pies a dar un paso tras otro. El corazón arrancó a latirme con violencia al quedar frente al nigromante; sus ojos negros relucían, disfrutando del momento. De saber que tenía el poder en la palma de su mano y que le resultaría tan sencillo como chasquear los dedos.
Noté la humedad del sudor en mis propias palmas al evaluar todas mis opciones.
—Las dudas —la voz del nigromante era afilada— son un problema en este mundo, Devmani. Uno que puede conducirte a la muerte.
Capté la amenaza velada en su mensaje. Un escalofrío me recorrió el cuerpo cuando Fatou me contempló de pies a cabeza antes de desviar su mirada por encima de mi hombro mientras el silencio que nos rodeaba se volvía más opresivo. No necesité seguir la dirección de sus ojos para saber quién era su nuevo objetivo.
—Mnemus —le llamó—, sé un buen chico y no me obligues a usar mi magia conmigo: acércate.
Mi respiración se entrecortó al escuchar el crujido de la arena bajo las desastradas botas de Darshan. Al contrario que yo, mi supuesto aliado caminaba con una seguridad pasmosa. No me atreví a mirarlo directamente, me conformé con espiarlo por el rabillo del ojo cuando su silueta se detuvo a mi lado.
Tras nuestro desencuentro y su tajante ultimátum sobre mantener aquella desesperada alianza para sobrevivir en aquel infierno, me había prometido a mí misma intentar no ceder a mis impulsos y seguir sus consejos. En aquel instante, me pregunté si Darshan sería capaz de llegar tan lejos con el propósito de salir de Vassar Bekhetaar; si demostraría de nuevo los pocos escrúpulos de los que había hecho gala en el pasado para conseguir lo que se proponía.
Una sonrisa satisfecha se formó en el rostro de Fatou al no encontrar resistencia en mi compañero.
—La desobediencia debe ser castigada —el nigromante alzó la voz para que todo el grupo pudiera escucharla con claridad, para que se pudiera oír el mensaje que estaba a punto de transmitir—. En Vassar Bekhetaar no hay lugar para la clemencia, la piedad o el perdón. Cada acto tiene una consecuencia y las dudas que ha mostrado esta chica van a ser nuestro primer ejemplo de qué sucede cuando no se siguen las reglas.
Intenté retroceder, pero el poder de Fatou me mantenía clavada en el sitio, digiriendo sus palabras. A mi lado, Darshan pareció tensarse, quizá sabiendo qué papel jugaría en aquella demostración. Las cicatrices de mi espalda me cosquillearon, recordando cómo el látigo de Eudora había golpeado mi carne una y otra vez... ¿Tendría un castigo similar? Dudaba que Fatou llegara tan lejos para condenarme, sabiendo quién era en realidad, pero...
—Quiero que hagas con ella lo mismo que le he ordenado —busqué la mirada de Darshan, intentando descubrir si realmente lo haría.
Los ojos plateados del chico se mantenían fijos en el nigromante, su rostro estaba protegido por la familiar máscara de piedra que solía utilizar, la que debía haber forjado en aquellos años de instrucción que pasó en aquella prisión. Quise convencerme a mí misma de que no sería capaz de hacerlo, que no se atrevería... Éramos aliados, en las sucias celdas del palacio del Emperador había sido el propio Darshan quien me había tendido aquella mano, advirtiéndome de que, si queríamos que esto funcionara, tendría que confiar en él.
Tomé una bocanada de aire y decidí arriesgarme.
Decidí que confiaría en Darshan, que el chico se negaría a cumplir con los pérfidos deseos del nigromante.
Con un simple giro de muñeca, Fatou hizo que mis brazos se alzaran, ofreciendo mis manos hacia Darshan. Contuve la respiración cuando mi compañero giró hasta que quedamos el uno frente al otro; la expresión de Darshan era hermética, pero sus ojos... sus ojos no eran capaces de ocultar la verdad.
La disculpa que se leía en ellos no era suficiente, no cuando sentí su magia destrozándome la primera falange con una precisión inhumana. Conseguí tragarme las lágrimas, sirviéndome de la rabia y el sentimiento de traición que me embargó al comprobar que Darshan había vuelto a hacerlo.
Aguanté en silencio, sosteniéndole la mirada, hasta que el dolor se hizo insoportable... hasta que bajé mis ojos hacia mis manos destrozadas, contemplando aquel horror que Darshan había desatado. Un molesto pitido se instaló en mis oídos y en mi visión aparecieron unas motitas negras antes de entender lo que iba a suceder a continuación.
Me desplomé en el suelo con la imagen grabada de los ojos de Darshan pidiéndome perdón.
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Una corriente chisporroteante recorrió mis muñecas, alcanzando mis destrozadas manos. Una nueva oleada de agonía me sacudió mientras alguien obligaba a mis huesos a sanar, deshaciendo lo que mi supuesto aliado me había provocado; el estómago se me revolvió ante la tortura de la magia de aquel nigromante que estaba haciéndose cargo de mí tras perder el conocimiento en la arena del patio. Apenas fui capaz de rodar hasta quedar de costado antes de que una arcada vaciara el poco contenido que tenía en mi cuerpo.
Escuché un gruñido cargado de disgusto antes de abrir los ojos, descubriendo que no me encontraba al aire libre. Supuse que, tras perder el conocimiento, Fatou habría quedado satisfecho con su castigo, permitiendo que se me trasladara a algún lugar donde pudieran ocuparse de mí. Aquella sala me recordó vagamente a la enfermería de la Resistencia: un enorme espacio lleno de camas improvisadas e inquietos sanadores —si es que lo eran o habían aprendido a lo largo de los años— moviéndose de un lado a otro.
—Detesto cuando suceden estas cosas.
Escuchar esa desconocida voz hizo que pestañeara hasta aclarar mi visión, descubriendo a una mujer con el rostro contorsionado por el desdén y el asco. Llevaba su pelo oscuro recogido en la nuca, mostrando las hebras plateadas de las sienes; sus ojos castaños me observaban con algo cercano a la animadversión.
—¿Nigromante...? —fue lo único que pude susurrar, sintiendo la garganta dolorida.
—Gracias a los dioses no —me ladró en respuesta. Luego desvió la mirada hacia algún punto por encima de mí—. Hay un cubo cerca de ti, acércalo por si fuera necesario...
El resto de sus palabras quedaron ahogadas por un nuevo pitido. La mujer me dedicó una última mirada antes de bufar y marcharse, quizá para limpiar mi propio desastre. Cerré los ojos unos segundos, percibiendo un ligero pálpito en los dedos... un cosquilleo.
Tal y como había sospechado mientras recuperaba la consciencia, algún nigromante se había encargado de mis dedos, curándolos y haciendo que volvieran a su lugar. El estómago se me estrechó al pensar en su aspecto cuando Darshan empleó su magia para cumplir las órdenes de Fatou.
—Pelirroja...
Me armé de valor antes de girar sobre la camilla, descubriendo al que creía mi compañero junto a mí. Su expresión ya no era de piedra, como en el patio, y sus ojos me contemplaban del mismo modo que lo habían hecho antes de que liberara su poder contra mí. Flexioné mis dedos de manera inconsciente, notando cierta rigidez en las articulaciones. Aquella milagrosa recuperación no era obra de la molesta mujer que había elevado una plegaria a los dioses... ¿Habría sido el propio Darshan quien me había curado las manos, quizá movido por los remordimientos?
—Lo hiciste —siseé, dejando que la familiar rabia que despertaba en mí me espoleara—. Lo hiciste y no dudaste, hijo de puta.
Su rostro se ensombreció ante mi acusación, pero no trató de negarlo o excusarse. Pensé en lo absurdo que resultaba sentir un mínimo de alivio al ver que no iba a justificar sus acciones; Darshan había demostrado ser una persona directa que no dudaba en arrancar un vendaje de golpe.
—Lo hice —confirmó, apoyándose sobre la camilla vacía que había a su espalda.
Dejé escapar una risa que arañó las maltratadas paredes de mi garganta.
—¿Así es como respetas una alianza? —le eché en cara, incapaz de contener mi furia—. ¿Vendiéndote al mejor postor, convirtiéndote en un maldito perro que obedece las órdenes de su amo?
Darshan se cruzó de brazos, acusando cada uno de mis dardos con una entereza que despertaba un ramalazo de envidia en mí.
—Así son las reglas del juego, Jedham.
Sacando fuerzas de flaqueza, logré incorporarme sobre un codo, sintiendo mi cuerpo todavía entumecido tras haber perdido el conocimiento. Una parte de mí no podía evitar darle la razón, sabiendo que la única manera de sobrevivir en aquel nido de monstruos era haciendo precisamente lo que Darshan había hecho: obedecer.
—¿Te arrepientes?
El nigromante alzó la mirada hasta que sus ojos plateados chocaron con los míos, provocando que un escalofrío se deslizara a lo largo de mi espalda.
—En este lugar no hay hueco para los arrepentimientos, pelirroja —su respuesta me dejó fría, aunque recordaba con claridad la mirada que me había dirigido segundos antes de atacarme—. Ya deberías saberlo.
—Interesante forma de respetar nuestra alianza, Darshan —le espeté. Él no había tenido ningún problema en enfrentarse a mí hacía unas horas por mi comportamiento la noche anterior. ¿Acaso era su forma de vengarse de mí?—. Lo tendré en cuenta la próxima vez que ese psicópata nos obligue a destrozarnos los unos a los otros.
Un músculo tembló en la mandíbula de Darshan ante la implícita mención de Fatou. Ahora era capaz de entender por qué el nigromante parecía tener tanto poder en la prisión y por qué la gente le respetaba de ese modo casi reverencial: era el peor monstruo de todos los que estaban atrapados de Vassar Bekhetaar. Y había hecho de la prisión su propio tablero de juego.
—El fin de nuestra alianza es sobrevivir a toda costa, Jedham —me recordó, descruzándose de brazos e inclinándose hacia mi camilla—, y si eso significa que tengo que destrozarte todos y cada uno de tus huesos para seguir a salvo, entonces lo haré —hizo una pausa, tomando aire, antes de que su mirada volviera a clavarse en mí—. Y tú también deberías empezar a hacerlo, si quieres tener una maldita oportunidad de seguir adelante.
Aparté la imagen de sus ojos en el patio de mi mente, aferrándome a sus palabras, a la crudeza de su mensaje: éramos aliados, pero eso no era una garantía ni una protección. No frente a nuestros superiores. Si Fatou nos arrastraba de nuevo a enfrentarnos el uno contra el otro...
Darshan había sido claro: no podíamos negarnos, teníamos que ajustarnos a las retorcidas reglas que imperaban en aquel infierno. Salir de allí, sobrevivir, debía ser nuestra máxima prioridad; y, para Darshan, eso significaba empezar a comportarse como un auténtico nigromante.
—La máscara plateada encajará contigo a la perfección, Darshan.
Una sonrisa cínica se formó en los labios del muchacho ante mi insulto camuflado.
—Supongo que lo llevo en la sangre, ¿no crees?
Entrecerré los ojos, leyendo el mensaje entre líneas que el nigromante había querido lanzarme. Había tenido la verdad sobre sus orígenes delante de mí todo aquel tiempo, pero no había sabido verlo hasta que Roma intercedió por él frente al Emperador, después de que sacara a la luz su mayor secreto.
Roma había tenido un segundo vástago, tal y como Ptolomeo había sospechado, al que había ocultado junto a una nigromante. La gens Horatia desconocía que había un miembro de su rama principal perdido en las calles del Imperio, alejado de las garras de su abuelo y cabeza de familia.
—Eres un maldito hijo de...
—Has recuperado la consciencia.
Mi exabrupto quedó interrumpido con su silenciosa llegada. Un nudo se formó en mitad de mi garganta al contemplar su larga túnica negra y la máscara que cubría parte de su rostro; sabía quién era ese nigromante que nos estudiaba a Darshan y a mí con un brillo calculador en la mirada.
—Sen —su nombre escapó de mis labios como una exhalación.
La postura de Darshan cambió al devolverle la mirada al nigromante que había intercedido por mí la noche anterior, sacándome del comedor antes de que las cosas se hubieran descontrolado aún más.
El interpelado negó con la cabeza, quedándose a los pies de la camilla que ocupaba.
—Has tardado menos de lo que apostaba por ti en acabar aquí, dhirim —me habló y supe que estaba ignorando deliberadamente a mi compañero.
—Lamento haberte decepcionado —dije en respuesta, con un marcado timbre de ironía. Un ligero cosquilleo en los dedos me hizo flexionarlos de nuevo mientras contemplaba al inesperado invitado, con una ligera sospecha sobre su presencia allí—. Has sido tú, ¿verdad?
Darshan se incorporó repentinamente al entender el sentido de mis palabras, haciendo que Sen desviara la atención hacia él.
—Empieza a resultarme muy sospechosa tu actitud, nigromante.
Sen pareció poner los ojos en blanco antes de devolver su atención a mí.
—Me tomaré tus palabras como un agradecimiento, dhirim.
—¿Por qué? —intervino Darshan, a todas luces molesto por la actitud del nigromante.
Sen se cruzó de brazos alternando la mirada entre los dos.
—Eso no es de tu incumbencia, leesh —contestó y Darshan pareció erizarse como un gato al escuchar cómo se había referido a él. Cachorro.
—Por supuesto que es de mi incumbencia, nigromante —replicó el otro, apretando los puños. Me sorprendió ver que mi aliado parecía tener serios problemas para hacer uso de su familiar actitud indiferente y controlada frente a Sen—. ¿Cómo sabemos que no estás siguiendo órdenes de Fatou? ¿Cómo podemos asegurarnos que todo este alarde de bondad hacia ella no es más que un truco para hacer que bajemos la guardia...?
Las acusaciones de Darshan hacia la sospechosa actitud de Sen hicieron que las primeras dudas empezaran a germinar en mi interior. Aquel nigromante no me conocía de nada, nuestros caminos se habían cruzado por primera vez en Vassar Bekhetaar la noche anterior, tras mi enfrentamiento con aquel tipo arrogante. La prisión no era un lugar donde se prodigaran las buenas acciones hacia el prójimo; allí la gente se movía con un único objetivo: sobrevivir.
Entrecerré los ojos, moviendo mi cuerpo hasta que quedé sentada sobre la camilla. Sen enarcó una ceja al percibir mis recelos, despertados por las acertadas preguntas que Darshan le había lanzado sobre el porqué de su comportamiento.
—¿Y bien? —presionó mi aliado, acechando al nigromante.
Sen ladeó la cabeza.
—¿Confiarías en mi palabra si te dijera que mis acciones no tienen nada que ver con Fatou? —inquirió, dirigiéndose a Darshan.
El susodicho se cruzó de brazos, sin querer bajar la guardia frente al nigromante.
—Si no estás siguiendo las órdenes de Fatou, ¿entonces de quién las sigues? —le interrogó.
Toda la enfermería pareció quedarse en silencio cuando Darshan hizo la pregunta final, provocando que mi propio pulso se descontrolara mientras esperaba la respuesta. Los ojos azules de Sen buscaron los míos y tuve un mal presentimiento al respecto.
—Perseo Horatius fue el nigromante que me pidió que te vigilara de cerca.
* * *
Welcome otro sábado a lo que viene siendo casi ya una tradición: cómo hacer que Fatou sufra por tremendo hdp que es y cómo nos encantaría a todes ver que el karma decide devolvérselo todo con intereses
Darshan... bueno, Darshan en su línea como siempre...
¿Y qué os está pareciendo Sen por el momento? ¿Os esperabais esa pequeña mini bomba al final del capítulo?
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