❈ 10
Perdí por completo el transcurso del tiempo en el interior de aquel habitáculo privado de cualquier ventanuco o ranura que me permitiera intentar seguir las horas a las que nos habían condenado a pasar allí hasta que alguien viniera a por nosotros. La pared que separaba nuestros dormitorios permanecía en silencio, indicando que Darshan también había optado por mantener un perfil bajo.
La presencia fantasma del chico al otro lado me hizo sentir menos sola mientras atravesaba el diminuto cuartucho para dejarme caer sobre el incómodo colchón. Mis ojos vagaron sin dirección establecida, entreteniéndose en las visibles vetas de damarita que atravesaban la piedra; una oleada de difusos pensamientos me asaltó, haciendo que mi estómago se encogiera. Me imaginé a un Perseo mucho más joven siendo arrastrado hacia una de esas habitaciones, empujado a su interior mientras el material que recubría las paredes asfixiaba su magia, apagándola de aquel abrupto modo y dejándole aovillado en un rincón, aturdido y debilitado. Mi madre también había mencionado que, tras despertar sus poderes, había sido enviada junto a otros en su misma situación para que se les enseñara a manejar su magia... ¿Habría terminado allí, en aquella cárcel alejada de la mano de los dioses? ¿Habría tenido que hacer frente a los monstruos que habitaban en aquel lugar y que vestían máscaras plateadas con túnicas negras?
Acerqué mis piernas al pecho, notando el acelerado ritmo de mi corazón golpear contra mis costillas. El transcurso del tiempo se transformó en un lento goteo de segundos en aquella oscuridad, sin ningún punto de referencia, mientras esperaba lo que viniera a continuación...
Preguntándome cuánto tardaría en quebrarme por completo.
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Mis músculos agarrotados protestaron cuando escuché cómo retiraban el bloqueo de mi puerta, haciendo que la madera chirriara al deslizarse sobre el suelo. Tuve que entrecerrar los ojos debido a la repentina luminosidad que atravesó el umbral, llenando mi habitáculo; no sin esfuerzo conseguí distinguir dos difusas figuras en la entrada, posiblemente observándome con fijeza.
—Levántate.
Una mezcla de rabia y alivio se retorció en mi pecho al descubrir que la persona que me había dado aquella orden era un hombre. La humillación que había sufrido a manos de aquella nigromante no desaparecía de mis pensamientos, exigiendo una retribución; pero ello me tomaría tiempo.
Obedecí en silencio, deslizándome sobre el colchón hasta incorporarme. Estudié a mis nuevos carceleros, sorprendiéndome al encontrar a uno de ellos con el rostro al descubierto; sus prendas, similares a las que llevaba ahora, delataron que se trataba de un nigromante aún en formación. Un monstruo en ciernes.
Los ojos verdes del chico, que parecía ser un par de años menor, me contemplaron con una chispa de curiosidad, reacción generalizada en todos los jóvenes que permanecían en Vassar Bekhetaar entrenando para sumarse a las filas del Emperador. Me fijé en su tono de piel tostado, similar al mío; aquel muchacho no pertenecía a ninguna familia ilustre. Aquel muchacho pertenecía a mi mundo. ¿Qué se le habría pasado por la cabeza al haber salido sus poderes a la luz?
Me arrastré con esfuerzo hacia la puerta, sintiendo el peso de la damarita del dormitorio sobre cada uno de mis doloridos músculos. ¿Me pondrían unos nuevos grilletes...? Un simple vistazo a las manos vacías de mis dos guardianes hizo que el corazón acelerara su ritmo hasta que me topé con el rostro casi ceniciento de Darshan en el pasillo, custodiado por otros dos nigromantes. Los ojos plateados de mi compañero tropezaron con los míos con un brillo apagado, su actitud burlesca se había desvanecido en aquel período en el que habíamos estado encerrados en nuestras respectivas nuevas celdas.
—En marcha —ordenó el nigromante con el rostro cubierto que había abierto mi puerta momentos antes.
Mi poder fue despertando levemente al traspasar el umbral, lejos del material que bloqueaba nuestra magia. La familiar chispa se encendió en mi interior, haciendo que mi aterido cuerpo ganara algo de fuerza; de manera inconsciente flexioné los dedos, empezando a percibir el eco de los corazones que me rodeaban. La cadencia de sus respiraciones.
Sería tan fácil dejar que mi poder se desplegara... que aplastara sus pulmones para que se ahogaran en su propia sangre...
Un escalofrío en la nuca fue una caricia de advertencia por parte de uno de mis guardianes, distrayéndome de mis ensoñaciones. Cerré los puños con rabia, conteniendo mis propios planes, y me limité a seguir en silencio al nigromante con máscara que encabezaba el grupo.
De nuevo nos sumimos en aquel entramado de laberínticos pasillos oscuros o mal iluminados. La temperatura fue descendiendo paulatinamente, haciendo que todo el vello de mi cuerpo se erizara; el silencio era tan ensordecedor que parecía uno más caminando entre nosotros. El sonido de nuestros pasos era lo único que lo rompía, haciendo que resonaran contra las paredes casi al mismo ritmo que el desenfrenado latido de mi corazón.
Me tensé de pies a cabeza cuando creí escuchar un ligero eco en algún lugar cercano a nosotros. Mi sospecha no hizo más que aumentar al intuir que ese rincón desconocido del que procedían aquellos sonidos era nuestro destino final, a juzgar por la ruta por la que estábamos siendo conducidos.
El estómago me dio un vuelco al ver un halo de luz al fondo del pasillo, el barullo que podía apreciarse al otro lado. Noté cómo mi pulso se disparaba conforme los metros desaparecían, acercándonos a aquel lugar; Darshan, que caminaba a mi lado, dejó escapar un sonido estrangulado cuando alcanzamos el umbral...
Como si supiera exactamente qué nos esperaba una vez lo traspasáramos.
Pestañeé de sorpresa al toparme con una imagen demasiado cotidiana en un lugar como aquél: un enorme comedor donde se reunían tanto Sables de Hierro como nigromantes, fácilmente distinguibles por sus respectivas vestimentas... y por cómo parecían estar separados los unos de los otros. La marea negra que ocupaba una parte de la sala correspondía a los nigromantes, tanto los que aún se encontraban formándose como los que portaban máscaras plateadas; los Sables de Hierro, por el contrario, eran una variopinta amalgama de prendas de distintos colores y rostros descubiertos, algunos de ellos ensombrecidos por el recelo.
Los nigromantes nos condujeron sin miramientos hacia una de las mesas del área que ocupaban los otros. Mi vello se erizó a modo de advertencia a cada paso que dábamos, provocando que las conversaciones se apagaran a nuestro alrededor; los comensales alzaron la mirada con un brillo de interés al oír nuestra llegada, sin duda al tanto de quiénes éramos. Estudié a los que estaban sentados en el banco que daba al pasillo más cerca de nosotros: cuatro jóvenes de edades disparejas nos observaban con expresiones casi depredadoras. Me obligué a no bajar la mirada, a sostenérsela a cada uno de esos chicos que parecían encontrarnos como sus nuevas y apetecibles presas; casi toda mi vida había tenido que lidiar con gente que compartía esa misma actitud, muchos de ellos empujados por el hambre y la desesperación. Por saber que era el único modo de sobrevivir: a costa de los que creían más débiles.
Uno de ellos, un tipo corpulento con la cabeza rapada que permitía atisbar un par de gruesos surcos cicatrizados atravesando su cráneo. Su piel era mucho más pálida que la de sus otros compañeros; sus ojos castaños no se perdían detalle de todos nosotros, entrecerrándose cuando su mirada se detuvo en Darshan, que se encontraba a mi lado, tenso todavía.
—Así que sois vosotros dos los que habéis revolucionado Vassar Bekhetaar con vuestra llegada, ¿eh? —dijo con un timbre grave. Sus ojos se apartaron de mi único aliado entre aquellos muros para clavarse de nuevo en mí—. La heredera perdida.
No me amilané ante la amenaza implícita que adiviné en sus últimas palabras, cuidadosamente elegidas y con un propósito claro: hacerme saber que era su nuevo objetivo. Al ver que no iba a recibir una respuesta por mi parte, el corpulento nigromante se inclinó sobre la mesa, afianzando sus codos en la madera mientras sus dos compinches parecían relamerse ante la dulce promesa de algo de acción; el aire que nos rodeaba pareció volverse más pesado mientras los ojos castaños del tipo me barrían de pies a cabeza de un modo que me hizo apretar los puños.
—¿Qué pasa? —me azuzó con una sonrisa torcida—. ¿Crees que la pureza de tu sangre tiene algún valor aquí...?
Una voz dentro de mi cabeza me recomendó que siguiera guardando silencio, pero ya sabía lo que sucedería en tal caso: ese maldito nigromante lo tomaría como un punto a su favor, acrecentando su ego y provocando que siguiera utilizándome como su nueva diana preferida. Aquel lugar infernal se asemejaba más de lo que creía a las calles en las que me había criado y conocía sus reglas a la perfección.
Para sobrevivir entre aquellos monstruos tendría que ganarme mi propio lugar, demostrar que yo también tenía garras y dientes para abrirme paso entre ellos.
—Lo que creo es que te encanta oírte hablar —le interrumpí.
Tal y como había sospechado, dejar a un lado mi silenciosa postura hizo que el ambiente se volviera un poco más... interesante. Mi sutil insulto provocó que los ojos de los compinches del nigromante corpulento se abrieran de par en par, asombrados por mi repentina osadía; a mi lado, juraría escuché a Darshan soltando el aire en un siseo molesto.
Lo ignoré.
—Así que la pequeña gatita tiene uñas —ronroneó con siniestro placer, incorporándose del banco y mostrándome que era varios centímetros más alto que yo. Una velada amenaza que no tuvo ningún efecto en mí, pues en el pasado me había enfrentado a rivales de complexión similar.
Mis labios se retorcieron hasta formar una peligrosa sonrisa. Una extraña sed de sangre había despertado en mi interior, clamando por violencia; había demasiada rabia y demasiado dolor contenido en mi cuerpo y aquel estúpido —además de pretencioso— nigromante estaba brindándome una salida. Mi magia cosquilleó en la punta de mis dedos, anticipándose a lo que se avecinaba.
Parte de la mesa se había quedado muda, permitiéndome percibir la intensidad de sus miradas. Algunos pulsos desenfrenados por la emoción de un posible enfrentamiento entre aquel nigromante y yo.
—¿Gatita? —repetí con burla—. Hasta un niño de cinco años es capaz de hacerlo mejor que tú, grandullón.
Una oleada de silbidos se elevó desde algunos comensales, haciendo que la atención de prácticamente toda la habitación se dirigiera hacia nosotros. Sabía que la fina cuerda estaba cerca de quebrarse, haciendo que todo estallara por los aires; mi sed ansiaba que llegara ese momento, esa promesa de liberación.
Por el rabillo del ojo intuí a Darshan moviéndose antes de sentir su mano sobre mi hombro. La mirada del tipo corpulento se deslizó hacia ese punto concreto, haciendo que una cínica sonrisa aflorara en sus labios; un escalofrío de anticipación se extendió por todo mi cuerpo en esos segundos que tardó en lanzarse hacia ese hecho como un animal de presa.
—¿Acaso has arrastrado hasta aquí a tu perro? —me preguntó, sibilino—. ¿No eres capaz de cuidar de ti misma que necesitas que alguien más vigile tus espaldas...?
Mi sonrisa se transformó en una mueca grotesca, dejándome caer gustosamente en aquella trampa que me había tendido para arrastrarme a su terreno de juego. Con una rápida sacudida me deshice del agarre de Darshan antes de que mi compañero siquiera sospechara mis plantes; un segundo después, mi mano salió disparada hacia la mesa, encontrando el mango de madera de uno de los cuchillos. Una expresión casi salvaje se abrió paso en el rostro del nigromante cuando lancé el brazo hacia delante, hacia su hombro...
Una oleada de impotencia se expandió por mi pecho cuando el movimiento se detuvo con una llamarada de dolor ascendiendo desde la muñeca.
Los ojos castaños del nigromante relucieron cuando nuestras miradas se encontraron y traté de convocar mi propia magia para contrarrestar la suya y conseguir hundir el filo del cuchillo en su carne. La sensación de ardor se incrementó conforme la sonrisa del tipo crecía de tamaño, enardecido por sus rápidos reflejos a la hora de detener mi ataque; me focalicé en mi rival, notando un molesto pitido en los oídos mientras la ardiente magia del nigromante continuaba extendiéndose por mis nervios.
Él tenía su atención fija en el cuchillo que empuñaba en mi mano, aún con una sonrisa de superioridad curvando sus labios. Parecía muy seguro de su propia victoria, a juzgar por cómo estaba empleando su poder contra mí: alargando el espectáculo de cara al público que nos rodeaba, regodeándose de cómo había detenido mi ataque...
Pero sin vigilar mi mano libre.
La misma que empleé para dirigir mi magia hacia su cuello, un punto vulnerable a mi alcance. Me maravilló lo sencillo que fue hacer que el aire que pasaba a través de su tráquea fuera disminuyendo, cómo con un simple gesto de mi mano podría asfixiarlo hasta la muerte.
Pero no iba a hacerlo.
Iba a disfrutar viendo cómo toda la arrogancia de la que había hecho gala momentos antes se esfumaba al mismo tiempo que el aire de sus pulmones. Ignorando el dolor del brazo, imprimí más energía a mi mano, haciendo que la corriente de magia se intensificara; solté una risa entre dientes cuando los ojos del nigromante se abrieron de par en par, entendiendo mi jugada.
Su ataque titubeó unos segundos, los necesarios para que pudiera liberarme y dirigir el filo de mi arma hasta su objetivo, deseosa de contemplar la imagen de su sangre derramándose. Demostrándole que no iba a conseguir amilanarme, que no sería una más de sus víctimas.
Un ligero tono rosado empezó a colorear el rostro del chico, levantando una oleada de satisfacción en mi interior. Doblé los dedos y mi magia respondió a mi deseo, estrechando todavía más su tráquea; mi alrededor quedó difuminado ante aquel ápice de lo que era capaz de hacer, de lo que podría ser en un futuro.
Una mano salida de la nada inmovilizó mi muñeca, alejándome del nigromante, que resolló como un animal herido mientras sus compinches le rodeaban, preocupado; cuando giré la cabeza, un escalofrío descendió por mi espalda cuando vi el reflejo plateado de su máscara.
Era un nigromante.
Uno de los pocos que aún permanecían en Vassar Bekhetaar después de haber terminado con su instrucción. Sus iris, de un prístino color azul, apuntaban hacia un punto cualquiera del comedor; el agarre de sus dedos se hizo apretó un poco más cuando otro de sus compañeros se interpuso en nuestro camino, obligándole a casi detenerse. Me fijé en la fría mirada del nuevo nigromante, en cómo parecía encajar perfectamente con el objeto que cubría parte de sus rasgos faciales.
—¿Qué crees que estás haciendo, Sen? —preguntó con un tono insidioso.
El que me retenía por la muñeca se mantuvo impertérrito ante la aparición del otro, incluso el modo que había empleado para dirigirse a él.
—Llevármela de aquí antes de que acabe muerta —contestó de manera desapasionada el nigromante que me retenía.
—Estás retrasando lo inevitable —señaló, entrecerrando los ojos en mi dirección—. No deberías haber actuado de ese modo.
Me irritó la forma de cómo estaba ignorándome deliberadamente, aun sabiendo que estaba allí, delante de sus narices. Como si me considerara insignificante.
—¿Debería haber dejado que se impusiera? —le pregunté, incapaz de contener mi rabia. El labio superior del nigromante tembló, como si sufriera un tic de molestia—. ¿Debería haberme dejado pisotear por ese hijo de puta, dándole ese poder sobre mí?
Haberle permitido a ese maldito recluta que se saliera con la suya, bajando la cabeza y resignándome a su aparente liderazgo, no habría mejorado las cosas en aquel lugar. En absoluto.
Una diminuta sonrisa pareció formarse en las comisuras del nigromante cuyo nombre desconocía, el de mirada fría. Mis palabras, al parecer, le habían divertido; y no sabía si eso era una buena señal.
—Va a ser interesante ver cómo intentas sobrevivir a Vassar Bekhetaar, dhirim —apreté los puños al escuchar aquel término, «pequeña llamita». No había sonado como un halago, precisamente—. No entiendo qué te traes entre manos, Sen, pero esto no tardará en llegar a oídos de Fatou.
Los dedos del nigromante presionaron mi muñeca ante la mención del hombre que nos había arrastrado a Darshan y a mí hasta allí. El mismo que había instigado tanto a Sables de Hierro como nigromantes, encerrándonos a los dos en una misma celda con el único propósito de empujarnos a enfrentarnos el uno contra el otro hasta la muerte... Una prueba y anticipo de lo que nos depararía el futuro.
—Eso no es problema mío, Reindek —espetó Sen con timbre que sonaba casi molesto.
El aludido, Reindek, alternó la mirada entre su compañero y yo. No entendía los motivos que habían empujado a Sen a interceder, salvando al estúpido recluta de ser humillado aún más frente al generoso público que estaba en el comedor; tampoco estaba con ánimos suficientes para intentar desvelar aquel misterio. A mi espalda aún podía escuchar el barullo que había desatado con mi enfrentamiento, los murmullos que se elevaban desde cada rincón de aquella enorme sala que reunía tanto a Sables de Hierro como a nigromantes.
Una sonrisa viperina culebreó en los labios de Reindek antes de que su mirada se desviara por encima de la línea que formaba mi hombro con el de Sen.
—Enhorabuena, dhirim —me felicitó, ladeando la cabeza con un ápice de lo que parecía ser interés—: no han pasado ni un día desde que has llegado y ya te has ganado tu primer enemigo. Quizá deberías vigilar tus espaldas de ahora en adelante... Los accidentes entre nigromantes inexpertos son frecuentes por aquí.
* * *
Y CON TODES USTEDES... EL PERSONAJE NUEVO QUE ANUNCIÉ
Además de nuestra querida Jedham, que nunca le dice que no a una pelea
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