Dos cosas pasaban por su joven juventud. Aunque solo fuera una la que obedecía y esa era y sería la de tomar un respiro afuera. Leves tristerias de los vientos, pequeños sonidos poco audibles. Gatos en el cielo que pasaban y se quedaban sin volver, y Aristide no prestaba atención. 

"Pensar..."

Iba así caminando, con sus miradas muertas y un falso rostro mantenido. Como persona a la que uno ve y parece que arrebatada por algún pensar, y que de vez en cuanto da a entender alguna lejana depresión. Las hojitas secas que pisaba al caminar eran demasiado pequeñas, para que su ruido le sirviese de susto o de canción de cuna. Su abrigo se enfriaba, el calor que lo ataba aún a la añoranza de su hogar. Se iba desprendiendo, se asomaba al mundo desde los mimbre de lana y ondeándose se iba de él. Claro que era consiente de su estado, la visión de su esposa se le venía encima. Pero no encontraba solución a la cual abrazar, por lo que no podía. Y quedaba el acertijo.

- Y es claro, que tengo que pensar. Porque estar así, no, no, no. Si será posible que pensar me mantenga alejado. Yo sé que en estos momentos sé que estoy muy mal ¿no es ridículo?

Estaba caminando de forma aleatoria, en derredor y alrededor de su parque. Y sin darse cuenta había pisado en su trayecto. La vida de un circulo social activo, con sus relojes pendiendo de la batería en sus bolsillos y los tenis de colores. Los niños de 8, 5 o trece años, así en derredor de un vetusto. Frente a frente tropezó, y ya no podía apartarse.