Capitulo 4
La casa de Mateo olía a pino, a canela y a algo más... a hogar. Un olor cálido y acogedor que envolvió a Rocco como una manta suave. Era un olor completamente diferente al de las calles, al de la basura y el frío. Este olor era una promesa de seguridad, de confort, de algo que él había olvidado que existía.
Mateo lo llevó al interior, a una sala iluminada por una cálida luz dorada. Un árbol de Navidad, adornado con luces brillantes y esferas coloridas, dominaba la escena. Era un árbol enorme, imponente, que parecía emanar un calor que se extendía por toda la habitación. Rocco había visto árboles de Navidad antes, desde la distancia, pero nunca se había acercado tanto a uno.
Un hombre y una mujer, que Rocco supuso eran los padres de Mateo, lo miraron con una mezcla de curiosidad y cautela. No eran la imagen de los humanos crueles que Rocco había conocido en las calles. Tenían una mirada amable, aunque un poco preocupada.
El hombre, alto y corpulento, se acercó a Rocco con cautela. Extendió una mano, con un gesto lento y cuidadoso, y acarició suavemente su cabeza. La caricia era suave, firme, llena de una ternura que Rocco no recordaba haber sentido nunca.
La mujer, más menuda y de aspecto dulce, se acercó con un plato de comida. Era comida caliente, humeante, con un aroma delicioso. Era una comida diferente a la que Mateo le había dado antes; era una comida abundante, generosa, que parecía preparada con amor.
Rocco comió con avidez, sintiendo la satisfacción de una necesidad básica cubierta. No solo estaba lleno, sino que sentía una sensación de paz, una sensación de seguridad que le era desconocida. Estaba en un hogar, un lugar cálido y seguro, rodeado de personas que, al parecer, no tenían intención de hacerle daño.
Después de la cena, Mateo lo llevó a una habitación pequeña, pero acogedora. Había una cama mullida, una manta suave y un juguete de peluche. Era un lugar pequeño, pero para Rocco, era un palacio.
Rocco se acurrucó en la cama, sintiendo la suavidad de la manta y el calor que emanaba de las paredes. Cerró los ojos, escuchando el sonido lejano de la televisión y las risas de la familia. Por primera vez en mucho tiempo, se sintió seguro, protegido, amado. Había encontrado un hogar, un hogar inesperado, en la noche más mágica del año.
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