La familia se reunió alrededor de la mesa del comedor, fascinada por el viejo álbum de fotos que Rocco, Luna y Nube habían descubierto. Mateo, con la ayuda de sus padres, comenzó a examinar las fotografías, intentando descifrar los secretos que guardaban.

Las fotos eran antiguas, algunas descoloridas por el tiempo, pero aún así conservaban un cierto encanto misterioso. Había retratos de personas desconocidas, con ropa de épocas pasadas, algunas sonrientes, otras con expresiones serias y pensativas. Había fotos de paisajes lejanos, de casas antiguas y de objetos curiosos.

Entre las fotos, encontraron una que llamó particularmente la atención de Mateo: una fotografía de un perro, muy parecido a Rocco, con un collar similar al que él llevaba. El perro de la foto estaba junto a una niña pequeña, con una sonrisa radiante en su rostro.

Mateo, emocionado, le mostró la foto a Rocco. Rocco, al ver la foto, sintió una extraña conexión con el perro de la imagen. Era como si reconociera al perro, como si hubiera una parte de él misma en esa imagen.

Con la ayuda de sus padres, Mateo comenzó a investigar la historia de la casa y del jardín, buscando información sobre las personas que aparecían en las fotos. Descubrieron que la casa había pertenecido a una familia que había vivido allí durante generaciones, una familia que amaba a los animales y que tenía una larga historia de cuidado y protección de los animales abandonados.

La investigación reveló que el perro de la foto era un antiguo miembro de la familia, un perro leal y cariñoso que había vivido en la casa muchos años atrás. La niña de la foto era la bisabuela de Mateo, una niña que había amado profundamente a su perro.

La historia de la familia y de su perro les conmovió profundamente. Rocco, al conocer la historia de su antepasado, sintió una profunda conexión con la casa y con la familia que lo había acogido. Se sintió parte de una larga tradición de amor y cuidado por los animales.