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9- Alek

Castillos, museos y gente con mucho dinero. Más gente que descendía de la familia real. Que horror.

—¿Cuantos boletos tienes? —preguntó Floyd a Owen mientras se veía en el cristal de un ventanal en la estación de tren.

Ambos se habían vestido de manera muy elegante, por alguna razón. Ambos con sus respectivos colores reglamentarios para los destinados. Owen con sus pantalones color sepia naranja, una camisa de manga larga con una corbata también naranja bajo un la chaqueta de cuero que le había regalado, tenía el cabello rubio peinado al estilo librito y unos aretes con cruces colgantes de color azul. Floyd vestía igual pero sin aretes y con el cabello muy alborotado. Casi se me hacía raro verlo tan aseado y sin manchas de lubricante para máquinas por la cara y la ropa y, creo que a él también se le hacía raro.

—Solo traje dos de ida y vuelta —respondió Owen—. Los compré con lo que gané por haber reparado el generador.

La estación de tren no estaba bajo tierra ni tampoco los rieles estaban abajo. Los trenes pasaban flotando por encima de unos rieles magnéticos a cincuenta metros de altura, por lo que subimos por un ascensor para llegar a arriba. Los rieles en medio en una sanja artificial y pasillos a ambos lados con ventanales, cuadrados paneles de cristal. No había demasiada gente, pero tampoco éramos los únicos en la estación. ¿Por qué no habían inventado los aviones? Serían un gran avance para la Nación de Cristal. Y ya me estoy cansando de pronunciarlo completo. De ahora en adelante lo abreviaremos cómo NC.

—¿Cómo hiciste para reparar esa vieja caja de latón? —inquirió Floyd, algo impresionado.

—Capuchino me ayudó a cambiar el sistema de vapor por uno eléctrico. Y luego lo encendí con ayuda de mi chispa.

Su chispa.

Floyd y Owen eran distintos, en apariencia, en personalidad y hasta en su edad —tres años de diferencia— pero, hay algo que tenían en común: ambos eran Dafis. El naranja era su color y sus poderes eran ciencia. El signo de Jaspe. En mi opinión eran los mejores poderes, para los aficionados a la ciencia. Para Owen, ah... Digamos que intentaba sacarle provecho. Había estado intentando evitarme desde la noche anterior. Quería fingir que no me importaba pero, ese hecho me llamaba la atención. No me malinterpreten, yo no intentaría cortejar a Owen y, no porque Oliver fuera mi novio no oficial, sino porque Owen era tres años menor que yo. Ese hecho me haría sentir incómodo siendo su pareja. De hecho Owen era adorable cuando se enojaba, incluso si me electrocutaba con solo estar muy cerca de él. No le digan que dije eso. Definitivamente socializar me estaba volviendo más emotivo. Que terrible.

El tren llegó a la hora que Trevor había dicho, las 7:00 AM. Nos subimos y se escuchó la voz del conductor a través de los altavoces diciendo:

—¡Bienvenidos al tren de Topacio! El viaje será agradable y podrá admirar el hermoso paisaje natural a través de las ventanas con total seguridad. Solo serán cuarenta y cinco minutos. ¡Disfrute su viaje!

Casi todos los asientos eran amarillos, exceptuando unos asientos azules que estaban al final del vagón. Creí que eran los asientos para discapacitados, embarazadas y ancianos hasta que Trevor abrió la boca.

—Ahí se sientan los destinados.

Pude ver cómo Pink retorcía su cara en una mueca de desagrado y aún así no dejaba de lucir bien. Todos nos sentamos en los asientos azules excepto Trevor que se sentó en su asiento amarillo a tres metros de nosotros. Las puertas se cerraron al mismo tiempo que los altavoces emitían un corto sonido musical y el tren comenzó a avanzar haciendo un ruido parecido al que hacían las espadas láser en las películas de Star Wars. Owen se sentó junto a Floyd frente a Pink y Vanessa, mientras Cecil, Jason y yo íbamos en la fila de al lado. El pelirrojo sacó su móvil conectado de forma inalámbrica a sus auriculares y ví que puso a reproducir una canción. Cecil hizo lo mismo con sus auriculares. Las chicas al otro lado hablaban con los nuevos amigos sobre el refugio de la capital y de repente me encontré en una dimensión ya no tan agradable. La soledad.

Mi móvil vibró, era un mensaje de Oliver, el cual no leí. En su lugar me puse a buscar más información de mi padre en internet pero está vez con el nombre de Jela Li Cisarus.

Jela Li Cisarus
Principe del Reino de Cristal y posteriormente del Imperio de Cristal

Familia
Hermanos: Leroy Silas Cisarus (Leroy Kingsman), Gwendolyn Victorina Cisarus (Gwendolyn Kingsman).

Padres: Valdis Li Cisarus, Samira Cisarus.

Y solo Dios sabe el por qué yo no sabía de la existencia de una tía. ¿Con que Gwendolyn Kingsman, eh? La princesa, supuse. De inmediato la busqué en internet solo para leer que estaba divorciada y con un hijo de mi edad, que estudiaba en... La ciudad de Topacio. Razón por la cual busqué la ciudad en internet también y, ya el asunto de la ropa elegante tenía sentido. Era el sitio en el que vivía la gente con más pasta. En ese caso, ¿Por qué el tío Leroy había enviado a Jason al Refugio de cristal y no al de topacio? Había un castillo, no pasaban autos por las calles y en su lugar habían carruajes con caballos mecánicos. Un valle con tres templos dedicados a los dioses de cristal. Ya después les hablaré de ellos. Solo habían tres centros educativos: La escuela privada, la del refugio y un internado. La matrícula de la escuela privada se veía tan cara que, realmente dudaba que la familia de Cecil quisiera gastar tanto dinero en uno de sus hijos. Eso reducía la búsqueda hasta el internado. Sería mucho más fácil buscarlo ahí.

Leí tanto que casi no me di cuenta cuando llegamos. Apenas llegamos ya se sentía un aire muy distinto. La estación de Topacio estaba igual de vacía que la de Rodonita. Pero las pocas personas que habían iban muy bien vestidas. Con bastones con detalles dorados, anillos en sus dedos, vestidos y trajes extravagantes. Incluso había un hombre con sombrero de copa.

—¡Es el principe Jason! —dijo una señora a unos metros de nosotros.

Trevor y Jason también iban bien vestidos a pesar de no exagerar extravagancia. Solo nosotros —Pink, Vanessa, Cecil y yo— parecíamos fuera de lugar con nuestras prendas de salir tan comunes. Jason siguió dentro de su mundo musical ignorando por completo a la mujer que lo había señalado. Salimos de la estación volviendo a usar un ascensor para no comernos las muchas escaleras. Lo que ví me dejó casi sin aliento.

No habían edificios como los de la capital, ni tampoco se veía Steampunk cómo la ciudad de Rodonita. La arquitectura de esta ciudad parecía haberse quedado en la edad media pero con todo pintado de blanco. Hasta el castillo que se veía a lo lejos se veía blanquecino y borroso al no contrastar con las nubes de fondo que parecían rodearlo. La gente se nos quedaba viendo, o, más bien se le quedaba viendo a Jason cuando pasábamos. Eso parecía incomodarle un poco. Creo que por eso no había querido quitarse los audífonos.

—Supongo que ustedes irán a ver la ciudad —dijo Trevor a nosotros, mientras ponía una mano sobre el hombro de mi primo pelirrojo—. Yo llevaré a Jason a visitar a la princesa Gwendolyn y al principe Charles. ¿Está bien?

—Ve —dijo mi hermana despreocupadamente—. Estaremos bien y en caso de algún problema te llamaremos.

Trevor asintió.

—Cuidense.

Caminamos hacia el internado siguiendo la ruta que trazaba mi móvil a través de las calles de la ciudad. Pasando en frente de iglesias, tiendas y grandes residencias de los habitantes de la ciudad. En el camino ví a algunas pocas personas que vestían con trajes especiales de color negro. Con chalecos Anti-magia y con características especiales como cuernos, ojos raros, etc. Eran los agentes que trabajaban en esta ciudad. Podía identificar a varios de las listas de reclutamiento que me habían enviado Morenyt, Azael y Strike. Cada vez la rebelión se hacía más grande de manera muy silenciosa. Ya era momento de empezar a planificar nuestro próximo acto de terrorismo. Finalmente llegamos al internado. Estaba rodeado por muros blancos demasiado altos para solo retener a unos chicos de secundaria. Unas rejas negras tan altas como los muros eran la entrada.

—¿Estás listo? —pregunté a Cecil.

—¿Estás bromeando? Obvio que estoy listo. Jamás en mi vida había estado tan listo.

Toqué el timbre para llamar a qué abrieran las rejas. Una cámara salió de un orificio en la pared y comenzó a emitir las palabras del portero.

—Nombre y propósito, por favor.

—Cecil Herington. Vine a visitar a Lionel Herington, soy su hermano mayor. Vine con amigos.

—Solo se permiten dos visitantes por día.

—Oh, no sé preocupen —dijo Pink—. Nosotros ya nos íbamos. Pensábamos ir a ver el valle de los templos.

Los demás asintieron.

—De acuerdo —dijo el portero—, pasen.

Las rejas se abrieron por algún mecanismo. Cecil y yo al mismo tiempo que los chicos se despedían simpáticamente. En cualquier caso, podía rastrear a mi gemela. Entramos al sitio. Tras los muros, se alzaba otro gran castillo. Al entrar por las grandes puertas de madera con símbolos religiosos en medio, vimos a un hombre de mediana edad vestido con un esmoquin blanco, anillos plateados en sus dedos y el cabello negro peinado hacia atrás. Ese tipo no me caía bien y aún no lo conocía. Eso era muy mala señal.

—Vayan a la parte de atrás. Ahí está el área de visitas —dijo el hombre con la voz del portero para después entrar a su cabina y tocar el botón de un micrófono—. Lionel Herington, al área de visitas. Repito, Lionel Herington, al área de visitas.

Su voz resonó por todo el internado.

Caminamos por los silenciosos pasillos del internado, en el camino solo nos cruzamos con más trabajadores del internado y con muy pocos alumnos, por no decir prisioneros. Los alumnos usaban esmoquin negro a diferencia de los trabajadores que usaban el blanco. Se les notaba tristes y agotados. Pero había otro detalle que me inquietaba mas. Finalmente llegamos a la parte de atrás con bancos de madera pintados de blanco y con solo tres personas.

Un chico rubio hablando con la que supuse que era su madre, y otro pelinegro de pelo corto con la piel aceituna y unos ojos avellana. En cuanto nos vió, o, más bien vió a Cecil, quiso correr hacia nosotros pero, se detuvo con una expresión de dolor y comenzó a caminar casi de forma robótica. A Cecil la sonrisa se le congeló, pude ver cómo detenía sus lágrimas enrojeciendo sus ojos para no hacerlas salir. Se dió un abrazo con el chico que era varios centímetros más bajo que él —era casi de mi altura y yo casi medía 1.70—.

—Te odio —dijo la voz de Lionel, para después soltar una risa—. ¿Por qué no viniste antes?

—No tienes idea de cómo llegué aquí —respondió el otro pelinegro ahogando un sollozo—. Te presento al responsable —dijo Cecil señalándome—, mi amigo Alek Prince. Es un familiar lejano de la realeza.

—Ah, ¿Debería hacer una reverencia? —preguntó Lionel algo preocupado.

—No hace falta —le dije haciéndolo exhalar—. Ahora hablen, yo solo vine a acompañarlo.

—¡Ni lo pienses! —exclamó Cecil poniendo su brazo sobre mis hombros—. Nos sentaremos los tres.

Tomamos asiento en los blanquecinos bancos de madera para escuchar sobre la experiencia de internado de Lionel.

—Solo he tenido un año y medio aquí, y ha sido horrible. Solo he salido una vez al mes en compañía de mi grupo de estudio para ir al valle de los templos. Mamá y papá nunca han venido a visitarme y no tengo ni la menor idea de qué ha pasado con Lyna y Eleonora. De lunes a viernes tengo que estudiar desde las seis de la mañana hasta las nueve de la noche. Solo podía usar mi móvil cinco minutos una vez a la semana hasta que se averió hace un par de meses. Y todavía no les he hablado de lo peor.

—¿Qué es lo peor? —inquirió Cecil con cara de terror, podía sentir la culpa en sus palabras, aunque no la tuviera él.

Lionel bajó la mirada a punto de romper a llorar.

—Lionel, no lo hagas —dije—. No te derrumbes.

Yo ya sabía que era «lo peor» es lo que me inquietó al examinar con la vista a los demás alumnos. En las muñecas de Lionel, bajo los brazaletes plateados, su piel se veía enrojecida y lo mismo se veía en su cuello bajo su collar y no quería ni saber en qué otras partes de su cuerpo podría haber más hematomas cómo esos. También tenía algunos rasguños alrededor de los hematomas. Yo no era médico, pero era evidente que Lionel y los demás alumnos del internado de Topacio eran víctimas de maltrato físico y psicológico. Lionel levantó la cabeza y extendió los brazos para que Cecil se diera cuenta de lo que ocurría.

Mi amigo se llevó una mano a la boca y abrió tanto los ojos que casi se le salían de las cuencas.

—Todo es mi culpa —sollozó Cecil apretando la mandíbula—. Nuestros padres no te habrían enviado aquí si yo no fuera mágico.

—La verdad es que igual lo habrían hecho —respondió Lionel tratando de aliviar la tensión—. Me enteré de que tenían pensado enviarte a ti aquí antes que a mí, pero la ley exige que estudies y vivas en el refugio para mágicos. Al parecer papá también vivió en este mismo internado en su adolescencia.

—Entonces, ¿No es mi culpa? —dijo Cecil ya secándose los ojos.

—Porsupuesto que no —respondí—. Simplemente sus padres no tienen corazón.

—Ojalá tuviera manera de sacarte de aquí.

En ese momento mi cerebro comenzó a trabajar. Necesitábamos que no solo los destinados se unieran a nuestra causa, también necesitaríamos el apoyo de los ciudadanos y, Pink y yo teníamos que planear nuestro primer asalto como rebelión. Si nos disponíamos a ayudar una buena causa como lo era la total eliminación del internado, nos ganaríamos la aprobación de mucha gente.

O al menos eso esperaba.

—Lionel, Cecil —les llamé—, les prometo que en un par de semanas este sitio estará en llamas y todos los alumnos estarán a salvo. En cuanto a los profesores y otros trabajadores, no prometo nada.

Cecil me miró con unos nuevos ojos, ojos de curiosidad. Lionel asintió bajando las cejas.

—No tengo idea de cómo harás eso pero, te estaré esperando.

De repente vino uno de los trabajadores al área de visitas y nos dijo a todos:

—El tiempo de visita se ha terminado. Por favor les pido que salgan de la institución.

Cecil y yo avanzamos a paso lento por los pasillos.

—¡Alek! —gritó el pequeño Lionel— ¡Dos semanas!

***

Después de salir del internado, recibí una llamada de Trevor. Me dijo que nos enviaría un carruaje para ir al castillo. Al parecer la Princesa Gwendolyn se había enterado de nuestra existencia y quería vernos para comprobar que de verdad fuéramos sus sobrinos y no unos chicos que querían sacarles dinero.

—No puedo creerlo —dijo Vanessa emocionada—. Iremos al castillo. El castillo Cisarus.

—El castillo Kingsman, querrás decir —le corregí.

—Yo también estoy aún creyendo que es mentira —dijo Floyd intentando peinar su cabello puntiagudo.

Owen puso los ojos en blanco. Creo que conocer a la familia real no era su idea de diversión. Tiene sentido, a mis catorce años no me interesaba conocer al presidente de los Estados Unidos, estaba más interesado en que no me expulsaran de mi escuela para chicos superdotados y en reírme de los pretendientes de mi hermana y, posteriormente fingir que me molestaba que el novio de mi hermana me tratara como si fuera su hermano pequeño.

Sentí a mi movil vibrar un par de veces en mi bolsillo. Lo ignoré. Estaba ocupado pensando en cómo haríamos para trasladar todo un gran equipo de gente al lago que ví en mi llegada al planeta vida y en como nos trataría nuestra nueva familia ahora que se enteraran que el principe perdido tenía hijos.

Llegamos a la gran muralla que rodeaba el castillo, con un gran portón blanco. Trevor estaba ahí esperándonos junto a un par de hombres con armadura. Reconocí que eran caballeros porque traían el mismo escudo que tenían los agentes en su traje a la altura del corazón. Sus armaduras constaban de una pechera y unas grebas plateadas que cubrían sus muslos. Debajo solo llevaban parte del traje negro de tela sintética que ya estaba acostumbrado a ver.

Después de que el carruaje se estacionara cerca de las puertas del castillo, nos bajamos para ser revisados por los guardias.

—Hum —soltó Owen accidentalmente cuando el guardia de cabello morado le tocó la cintura con el sensor en busca de posibles armas—. Ok, esto es incómodo.

—Aretes fuera, por favor —dijo pelo morado a Owen al notar sus aretes de zafiro con cruces—. Están hechos de cristales mágicos. La magia está prohibida dentro del castillo.

Owen se los quitó con el ceño fruncido. Entendía su frustración. Literalmente éramos como reactores nucleares de magia, y le estaban confiscando unos aretes que probablemente solo eran para alejar las malas vibras. Terrible su seguridad.

—Tambien ustedes —dijo el otro guardia castaño, señalando a Pink y a mí—. Esos collares están hechos de rubí. Los rubíes son mágicos.

—Pero no podemos quitarlos —explicó mi hermana—. Están hechos para controlar nuestra magia.

Owen carraspeó su garganta.

—Lo mismo con mis aretes, pero no me tomé el momento de decirlo.

Los guardias miraron a Trevor en busca de respuestas.

—No me miren así. Mi trabajo solo era decirles que vinieran.

—De acuerdo —dijo pelo morado frunciendo el ceño—, pero nada de magia dentro del castillo, rosita.

Estos tipos ya me caían mal. Me daba igual que me hablaran tan autoritariamente a mí, pero ni siquiera yo le ponía apodos a mi hermana. Se los juro, ni siquiera Jared.

Por fin nos dejaron pasar con otros cuatro guardias escoltandonos. La sala del trono tenía una muy larga alfombra púrpura sobre un piso con patrones de mariposas azules. Era la sala del trono. Al final estaban los cinco tronos dorados describiendo un arco en el aire. Habían guardias de pie describiendo dos filas a ambos lados de la alfombra. En el trono de la izquierda estaba sentado Jason con sus audífonos, mirando su móvil sin prestar atención a lo que sucedía. En el de la derecha estaba un rubio de ojos grises con el cabello muy largo y rizado, vistiendo un atuendo azul con detalles dorados, estaba sentado pero veía bastante alto, los anillos de oro en sus dedos no me transmitían nada bueno. Finalmente miré al centro, estaba una mujer pelirroja con el cabello tan largo y rizado como el del rubio y con ojos igual de grises. Su vestido era enorme, de color blanco con broches dorados. En su cabeza brillaba una corona dorada con rubíes. Al parecer, solo la realeza tenía permitido llevar piedras preciosas dentro del castillo.

La princesa Gwendolyn Kingsman y supuse que el tipejo ese era el principe Charles. La mujer se levantó haciendo que parte del vestido descendiera por las escaleras frente al trono. Al voltearme ví que detrás de mí todos hacían una reverencia. Hice lo mismo para seguirles la corriente.

—Trevor —llamó la princesa.

—¿Sí, mi señora? —respondió Trevor levantando solo la cabeza.

—Debes presentarlos —le explicó la princesa intentando ser amable.

Charles puso los ojos en blanco. Trevor asintió.

—Sí, alteza —me hizo un gesto para que diera un paso adelante, así que lo hice—. El es Alek Prince, la chica de pelo rosa es su hermana gemela Pink. Y los demás, son sus amigos. No hace falta presentarlos.

Capuchino avanzó por la sala lanzando insultos en lenguaje Morse hacia Trevor. La princesa bajó del trono y caminó hasta estar justo en frente de mí. Con una de sus manos acercó mi cara a la suya de forma brusca para poder examinarla de cerca. Me daba algo de miedo esa señora, pero obviamente no lo demostré. La gente como yo, no muestra miedo.

—No hay lentes de contacto y sus ojos son más rojos que mi alma. Sí, son los ojos de Jela. Tienen la piel tan clara como nosotros, pero hay un detalle.

El de ojos grises recibió un tazón con uvas de una sirvienta y decidió decir algo antes de empezar a comerlas.

—Yo dejaría de perder el tiempo y los enviaría a la horca por mentir a la realeza.

—Podría hacerlo —recalcó la princesa con una gran sonrisa burlona—, pero no sería algo prudente. Además, mi hermano insistió en que los conociera.

Maldito seas, Leroy Kingsman.

Le dije que no le dijera de nuestra existencia a nadie, y va y le dice a la princesa de cristal. Terrible caso. Creo que la palabra "horca" hizo que Jason despertara de su trance musical. Pues se quitó los audífonos y se levantó de su trono.

—¿Que otra prueba necesitan para estar seguros? Incluso tienen un increíble parecido con el tío Jela.

—¿Cómo puedes estar seguro? —inquirió Charles—. Ni siquiera yo había nacido cuando el estaba vivo.

Mi hermana se indignó. No le gusta tocar el tema de la muerte de papá.

—Querrás decir, antes de que se fuera.

La princesa retorció su cara aún más en una especie de sonrisa ceñuda.

—Jela no se fué. Lo mataron, o, lo secuestraron. El no querría irse. El era el heredero y habría sido un monarca digno de gloria. ¿Vieron las rapiesferas? Las diseñó él. El amaba demasiado a su familia, no habría desaparecido así porque sí.

Era mi momento de hablar.

—Tienes razón —le contesté—. Papá, los quería demasiado, pero quizá se fue a un sitio del que no podría volver.

—¿Que falacias dices, plebeyo? —terció la princesa Gwendolyn.

—Es complicado de explicar —respondí—. Y creo que por ahora no podremos hacerlo. Yo mismo le pedí a Leroy que no divulgara sobre mí y mi hermana. Niko está tan olvidado como nosotros deberíamos estarlo. Si no tiene ninguna intención de vernos como parte de la familia real, entonces, déjenos marcharnos.

La sala del trono se quedó en completo silencio por varios segundos, mientras que Trevor sudaba, probablemente pensando en cómo sacarnos de ahí. Hasta que la princesa suavizó su expresión y tomó mucho aire.

—¡Tráiganme el cofre dorado! —gritó aquella mujer casi haciendo temblar el castillo.

Los guardias se removieron y pude ver cómo Trevor tragaba saliva. Antes queríamos conocer a la familia. Ahora solo tenía ganas de irme de ahí y no volver jamás. Odiaba la actitud altiva de Charles y el egocentrismo de la tía Gwendolyn. Si te crees mejor que los demás, está bien, mientras que no dejes que los demás sepan eso. A nadie le gusta sentirse inferior.

Finalmente un par de sirvientas llegaron con un cofre dorado no tan pequeño como una cajita de anillos, ni tan grande como una mochila. Lo dejaron en el suelo en frente de mí. La princesa volvió a respirar hondo, está vez para calmar su agitada respiración.

—Este cofre era de mi hermano mayor. Solo él sabía cómo abrirlo. Si lo descubres serás nombrado Ali... Cómo te llames, principe de cristal.

—Señora —dije—, nunca dije que quería ser parte de la familia real.

—Aún así tendrás que hacerlo porque ya estoy enojada. Y si no pasas la prueba te enviaré a la horca junto con tu hermana.

—Tía —suplicó Jason bajando la mirada—, solo déjalos marcharse. Ellos no tienen culpa de nada.

La situación se me hizo muy incómoda. Ver a un niño de diez años suplicando porque no maten a sus primos a los cuales había conocido poco antes, te hace pensar en lo frágiles que se vuelven las personas al relacionarse con otras. Es un sentimiento nefasto. Tuve que tomar una decisión.

—Yo lo abriré —dije sin más—. Solo deme quince minutos.

Me dirán loco. Pero yo tenía un plan.

Todos salieron de la sala del trono excepto por la princesa y un guardia que estaba ahí por si se me ocurría matar a la princesa Gwendolyn.

—Ahora —anunció la pelirroja con un reloj de arena entre sus manos—. Quiero ver cómo lo haces. Tu tiempo comienza ahora.

Le dió la vuelta al reloj y la arena azul dentro de él comenzó a caer poco a poco. Yo puse en marcha mi plan. Mi collar estaba hecho para contener mi magia. Mi magia era venenosa para otros tipos de magia. La cerradura de este cofre no era normal. El cofre tenía glifos de protección dibujados por todos lados. Claro que solo un destinado se daría cuenta. Yo me quité mi collar y puse el rubí en la cerradura.

El oro comenzó a ser contaminado con raíces negras que se extendían desde la cerradura por toda la caja. Quité el collar antes de que la infección tocara el suelo del castillo. Luego solo le di un puñetazo y el cofre se abrió. El proceso fue más rápido de lo que esperaba. Creo que el collar no estaba tan cargado.

—Listo —le comenté a aquella mujer—. ¿Está satisfecha?

Ella no respondió. Estaba muy entretenida viendo hacia dentro del cofre. Así que también decidí hechar un vistazo. Eran unos papeles con dibujos y escritos, pero también había algo que llamó más mi atención. Habían unas fotos.

Unas fotos de mamá.

***

—¿Estás bien? —preguntó Vanessa con una mano en mi hombro.

Ya estábamos en el tren de regreso.

—Sí —le contesté. En realidad no estaba bien, pero ellos no tenían por qué saberlo—. No le contarán nada a nadie. ¿Me oyeron?

Todos asintieron excepto mi hermana y Jason que estaban con la misma actitud que yo. Indignación. Ya veía por qué Jason prefería vivir en la capital, lejos de su familia.

Nuestra familia.

Mi teléfono vibró una última vez ese día. Otro mensaje de Oliver. Esta vez, una nota de voz. La reproducí. Sonó lo suficientemente alto para que todos escucharan.

"¡Alek! ¿Dónde mierda estás? Mis padres quieren conocerte".

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