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3- Alek

Está gente realmente me sacaba de quicio. Estaba en el despacho de la directora Olson.

—Déjame ver si te entendí —dijo ella masajeandose las sienes—. Necesitas un permiso firmado por mí, para revisar los archivos clasificados de la ciudad y buscar a tu familia ahí.

—Exacto. No es demasiado. Solo firme aquí por favor.

—No —respondió secamente.

—Pero...

—Sin peros —me cortó—. Solo hay tres personas en esta ciudad que pueden ver esos archivos. Leroy Kingsman, El alcalde y yo. Además de ellos, solo han entrado unas pocas personas con supervisión.

—Entiendo, pero mi hermana y yo realmente necesitamos esa información.

—Escuche señor Prince —me miró seriamente—. No quería ser directa, pero yo misma busqué sobre su familia cuando llegaron aquí y no hallé absolutamente nada. Así que no siga buscando aquí. Por ahora, enfoquese en graduarse y no tendrá problemas en esta ciudad.

—Pues entonces, muchas gracias su señoría —dije sarcástico, saliendo de la oficina.

Salí de la escuela sudado —cortesía de la clase de deportes— porque no quería ducharme en esos baños llenos de hombres desnudos. Apenas me acostumbraba a la presencia de Cecil y él se estaba adaptando a mí. No habría ningún problema. De todos modos era mi casa. Su casa. La casa de los dos.

Ese día las clases duraron hasta tarde, por lo que ya estaba atardeciendo cuando llegué al departamento. Mi única alegría, ya era fin de semana y no tenía tareas acumuladas porque era un maniático que hacía las tareas el mismo día que las mandaron en cuestión de minutos. Así era yo, tenía que resolver todo rápido o llegaría el fin del mundo.

Ya a las 7:00 PM, Cecil se estaba vistiendo para salir. No era mi asunto, pero igual me llamaba la atención.

—¿A dónde irás? —pregunté—. El toque de queda es a partir de las diez.

—No volveré esta noche. Iré a una fiesta, fuera del refugio. Habrán muchas chicas.

—Genial. Supongo que tengo el departamento sólo hoy.

—Puedes venir si quieres. Varias chicas de tu curso irán.

Dato: aún no le había dicho que era homosexual para evitar la incomodidad. Y la verdad, era mejor así. Hasta que lo conociera mejor.

—Bueno, iré. Solo dame diez minutos para arreglarme.

Opté por darme una ducha rápida y ponerme unas botas negras con una chaqueta de cuero sobre una playera blanca. Solo compré unas pocas prendas para darle un poco más de mi estilo a mi armario. No sobreviviría mucho tiempo más con camisetas y suéteres azules. Lo último que compré, fueron unos condones que probablemente no usaría. También le compré un tinte rosa a Pink, porque su cabello poco a poco iba pasando del rosa a su castaño natural.

Es por eso que el negro es el mejor color para teñirse el cabello. No daña demasiado tus hebras, el color es duradero y no es costoso. En otras palabras, es una compra productiva.

Tardé un poco en decidirme entre los aretes negros o rojos. Me quedé con los últimos para que combinaran con mis ojos. Debo de parecer muy selectivo con la ropa. Todo es culpa de Pink y su afán por la moda. Metí un condón en mi bolsillo por pura inercia, nunca se sabe.

—Vamonos —le dije a Cecil mientras salía del departamento.

Él asintió y cerró con llave. Mientras caminábamos, se me ocurrió hacer preguntas para iniciar una conversación.

—¿Y hace cuánto tiempo vives en el refugio?

—Unos... tres años aproximadamente. Desde que mis poderes se hicieron más evidentes.

—¿Cómo fué? Cuéntame. ¿Hiciste levitar un yunque o algo por el estilo?

—No, fué algo peor. Estaba cantando tranquilamente en mi habitación con mis audífonos puestos —su cara pasó de una sonrisa a la decepción absoluta—. Hasta que desafiné y el foco de luz explotó.

—Ok, eso sí es muy loco. Yo no sé hace cuánto puedo hacer magia porque vengo de un sitio donde la magia no funciona. ¿Y entonces tus padres te trajeron aquí?

—Me echaron de casa porque no querían un reactor mágico musical en su casa. Yo llegué al refugio por mi propia cuenta.

Salimos de las enormes rejas que marcaban la separación entre el refugio y la ciudad.

—Tampoco creo que me extrañen —prosiguió hablando—. En una familia de ocho hermanos es difícil ser el favorito.

—Pero... tenías solo trece. ¿Que acaso no hay leyes que protejan a los menores aquí?

—Los destinados no tenemos los mismos derechos que los de cristal.

Esto se los puedo explicar. La magia se efectúa gracias a unos componentes en nuestra sangre que se llaman Celulins. Y al parecer una de cada doscientas familias tienen un integrante con celulins. A estos se les llaman destinados. Además de los destinados, solo los mestizos —descendientes de dos razas— tienen está cualidad.

—Yo pensaba que esta ciudad era más tolerante con eso. Escuché que en otra ciudad los ejecutan.

—Esta gente odia lo diferente. Es por eso que no hay extranjeros aquí.

—¿Como son las otras naciones?

—¿Has estado viviendo bajo una roca? Todos tenemos un conocimiento mínimo del planeta vida.

—Hasta hace una semana no sabía que existía la magia. Ya me dirás tú.

Cecil suspiró y se llevó una mano a los ojos, negando.

—Además de la Nación de Cristal, está la Nación Terrestre y la Nación del Mar. Los terrestres poseen rasgos que los identifican. Cómo por ejemplo, cuando tienen emociones fuertes les salen orejas de conejo de la cabeza. Aparte algunos son hombres lobo... ¿Estás anotando?

Asentí mientras seguía escribiendo en las notas del Mobil. Sip, el celular que parece reloj.

—En cuánto a la Nación del Mar —siguió diciendo—. Viven bajo el agua y tienen una aleta en vez de piernas.

Sirenas en otras palabras.

—¿Y en todas las naciones hay destinados? —pregunté inocentemente—. Es decir, ¿no somos los únicos con magia o sí?

—De hecho los terrestres poseen cierta magia gracias a su conexión con la naturaleza. Pueden hablar con animales y su forma de hacer magia es más... —pensó buscando la palabra adecuada— espontánea y menos estudiada que la nuestra. Aún no se sabe mucho de los humanos marinos.

No seguí preguntando por el tema. Pensé que talvez habría un poco más información en Internet o en los libros del almacén. Llegamos a la fiesta. Era en una mansión no tan grande. Estaba abarrotado de adolescentes hormonales. Y tengo razones para decirlo de esta manera. Uno, habían más de tres parejas en la entrada besandose y en una de ellas se estaban manoseando; dos, adentro estaban un par de estripers, un chico y una chica.

Y antes de que se lo pregunten, ¡NO! No disfruto los ambientes sexosos con mucha gente. Me hace sentir incómodo y no es que me incomode el sexo como tal, aunque siendo virgen no sabría explicarlo. Simplemente creo que de el líbido debe ser algo íntimo.

Subí al segundo piso para buscar donde sentarme y no hablar con nadie, porque Cecil ya se había perdido en el mar de chicas en biquini que bebían en la piscina. Reconocí a algunas personas de mi curso que por momentos se me quedaban viendo. Olvidé que nadie me había visto con esta pinta además de Cecil y mi hermana. Me senté junto a un grupo que jugaban en una consola que jamás había visto en mi corta vida. Los dos que jugaban usaban auriculares con micrófono así que no hablaban muy alto para comunicarse.

Saqué mi movil y me puse a leer artículos sobre hechizos simples.

—Este no es un sitio muy adecuado para leer ¿no crees? —me dijo un chico al oído— No digo que le moleste a nadie. Solo que no debe ser muy cómodo.

—Pensé que esto sería un poco más divertido —expliqué.

—¿Entonces, cuál es tu idea de diversión? —señaló a los que bailaban en medio de la sala—. Ellos la están pasando bien.

—Yo solo quería salir del refugio y ver un sitio interesante.

Estaba oscuro pero estoy seguro de que ví cierto brillo en sus ojos.

—Oh, entonces ¿eres mágico no?

—Así es —suspiré.

Pensó un momento y luego pareció que se le hubiera encendido el foco imaginario y se acercó a mi oído para no tener que subir tanto la voz.

—Hagamos un trato. Yo te llevo a un sitio muy cool y a cambio tú me muestras algo de magia.

—Acepto —no lo pensé demasiado, por no decir que no pensé nada en realidad.

Lo seguí bajando las escaleras y por el estacionamiento hasta llegar a su auto. Me senté de copiloto, y salimos de ese mar de pubertad. El camino fue un silencio cómodo. Nos detuvimos frente a un enormemente alto rascacielos. Antes de que me diera cuenta, él me llevaba de la mano corriendo por la profunda oscuridad del edificio. No tengo idea de cómo encontró el ascensor. Subimos hasta la terraza.

Se podía ver los límites de la ciudad y todas sus luces. Estaba realmente impresionado.

—¿Y bien?

Me volví hacia él y pude verlo mejor gracias a las luces de la ciudad. Su cabello era como Ónices negros y sus ojos como turmalinas. Su piel cremosa y reluciente. Se sonrojó unos segundos después. Desvié la mirada para no incomodarlo demasiado. También me puse rojo cuando me percaté de que aún le tomaba la mano, separando la mía el enseguida.

—¿Que te gustaría ver? —le pregunté para cortar la tensión— a magia me refiero. Por favor, no me pidas algo demasiado grande, tengo mis límites.

—Algo simple como, una luz quizás.

—Sé mas específico.

—Una luz roja como... —carraspeó— tus ojos.

Luché contra mis mejillas que amenazaban con volverse tomates y cerré mis ojos pensando en una luz roja. Cuando abrí mi puño, ya se iluminaban sus ojos con el tono escarlata que emitía la luz. La apagué antes de que pudiera cegarlo porque mis emociones intensificaban la magia.

—Fabuloso —dijo—. No suelo ver esas cosas con frecuencia. La magia está prohibida fuera del refugio. Y no puedo entrar ahí si no voy acompañado de un destinado.

—Que lástima —saqué el reloj para ver la hora—. Ya se cerraron las rejas del refugio. Tendré que volver a la fiesta o quedarme aquí hasta el amanecer.

—Puedes quedarte en mi casa.

Este niño debía de estar bien loco.

—¿Que? —abrí mis ojos como platos.

—Mis padres trabajan durante la noche. Solo deberás irte antes de las ocho A.M.

—¿Estás seguro? —me rasqué la nuca—. Es decir, me acabas de conocer y...

—Sé que no me vas a matar, ni me vas a robar —se volvió hacia el ascensor sin luz—. Vamos, a menos que quieras volver a la fiesta a leer en tu móvil.

Ví como levantó la comisura de sus labios. Bajé con él y entré en su auto.

—Tu ganas. Pero... ¿dónde dormiré exactamente?

—Está la habitación de huéspedes, pero me dará pereza acomodarla, así que tienes el sofá o incluso puedes dormir en mi cuarto y yo en el sofá. Cómo prefieras.

—El sofá estará bien.

Está vez hablamos un poco mientras conducía. Su nombre era Oliver. Me contó que sus padres eran doctores y que la mayoría de la veces tenían turno nocturno, entonces, él se quedaba solo en casa.

—¿Y como te gustan? —me preguntó— los chicos quiero decir.

La pregunta me hizo ver mariposas. Mariposas negras, pero mariposas.

—Realmente, no lo sé —miré a la ventana—. Nunca me tomo la molestia de pensar en eso y, además, nunca he tenido pareja.

—¿Porque no se ha dado la ocasión o porque no has querido?

—Digamos, que un poco de ambas.

Él estacionó el auto. Quiero entender porqué no hay casas; todas las viviendas son pisos y mansiones. Supongo que son cosas de una ciudad sobrepoblada y dividida. Las únicas casas que había visto desde que crucé el portal, fueron las cabañas en los campos. Subimos al apartamento. Tenía tres habitaciones, comedor, cocina y sala. Eso lo calculé con solo una vista.

—Voy a ducharme. Puedes esperar en mi cuarto... si quieres.

—Ve, no te preocupes por mí.

Oliver entró al baño, negando con una sonrisa. Yo tardé siglos en captar el mensaje. Mis instintos se activaron de repente, como si hubiera despertado un sentimiento que había estado oculto en algún lugar de mi cabeza. Me saqué toda la ropa hasta quedar solo con mi escasa pero existente dignidad y abrí la puerta, no sin antes haber sacado el condón de mi bolsillo.

***

Desperté y por un momento no reconocí el sitio en el que estaba. Luego ví la cabeza de Oliver sobre mi pierna y recordé todo. No quería esperar demasiado para irme, porque sabía que sus padres ya venían en camino. Tampoco quería despertarlo. Así que solo me vestí, agarré un marcador rojo de su escritorio y le escribí mi número telefónico en el brazo.

Me fui corriendo por las escaleras y pedí un Uber que me llevó hasta las rejas del refugio. Cuando llegué al departamento, Cecil caminaba de un lado a otro. Casi se le sale el alma por los ojos, al verme pasar por esa puerta.

—¿Dónde diantres estabas? Te exploté el celular con llamadas.

—Me fuí con alguien.

—Cuentalo ¿cuántas posiciones practicaron? —dijo con sarcasmo— ¿Fue la número quince o la dieciséis?

—De hecho fue un chico y fue el primero.

Me esperé una muñeca de asco o una mala palabra, pero de hecho solo asintió. Me fui a ducharme y a cambiarme de ropa. Le envié un mensaje a Pink para encontrarnos en la cafetería y salí de inmediato. Tenía hambre, porque si no recuerdan, no cené.

Ya tenía algo investigado sobre la magia y como funcionaba, pero aún había algo que no encajaba. Me faltaba una pieza en el rompecabezas del planeta vida. Necesitaba investigar más sobre su sociedad. Saqué mi móvil y busqué la palabra homofobia en internet.

0 resultados encontrados.

El término ni siquiera existía. Lo segundo que busqué fue la Xenofobia. Tenían el tema demasiado normalizado, como si fuera normal o peor. Como si estuviera bien ser xenofóbico. Incluso la primera guerra que tuvo la Nación de Cristal fue porque la Nación del Mar estaba intentando hacer una alianza con ellos. Leí el artículo con precisión.

El principe Corentine II fue asesinado por un francotirador "no localizado" después de proponer una alianza entre las dos naciones. Las razones del atentado son desconocidas al igual que quién lo hizo. La princesa Cassie fue sorprendida con la noticia dos días después de su coronación e inició un plan de ataque para la ciudad de Lapislázuli a orillas de la Nación de Cristal. Lo único que se sabe al respecto es que no hay señales de su hija y que pronto se iniciará el contraataque.

Más abajo, había más información acerca de la princesa Cassie y el rey Corentine.

La princesa Cassie es una mujer de cristal que fue nombrada princesa de la Nación del Mar tras contraer matrimonio con el principe Corentine II, hace veinte años. Con la aprobación del rey Corentine I, la princesa no fue restituida de su puesto y se mantiene como heredera al trono de la Nación del Mar. Después de que dejara la guerra por razones desconocidas, no se sabe si ya fué nombrada reina.

Este asunto cada vez me confundía más. Ahora tenía mis dudas sobre qué ritual satánico hizo esa mujer para respirar bajo el agua. Es decir, entiendo que haya magia y todo este asunto de los destinados, pero no comprendo cómo alteras la biología de esa manera.

Cuando llegué a la cafetería, me adelanté a hacer mi pedido. Pink y Vanessa no tardaron mucho en llegar. Se sentaron en frente de mí y pidieron sus hotcakes con crema y cerezas.

—¿Que lograste averiguar? —me preguntó mi hermana apartándose el flequillo que ya le cubría casi toda la cara.

—Que no se puede razonar con Mariah Olson y que la primera vez en la cama es algo vergonzosa.

Vanessa contuvo una risa y luego se aclaró la garganta.

—Siempre ha sido muy estricta —dijo apartando la vista de su libro—. Según varios profesores, ha sido así incluso desde antes de que se abriera el refugio.

—No se ve tan vieja —comenté—. Incluso la veo demasiado joven para ser directora.

—No te dejes engañar —me aconsejó—. Se ve de veinte pero tiene como cincuenta o más. Hay fotos de ella con el Principe Corentine segundo.

Coincidencia, no lo creo. Las coincidencias no existen.

—Yo he tratado de investigar en la ciudad, pero no encontré absolutamente nada —habló Pink—. Está gente ni siquiera conoce nuestro apellido.

—Que ironía.

—No entiendo por qué es una ironía —dijo Vanessa.

Pink carraspeó antes de responder.

—Es que, en nuestro planeta, somos muy conocidos.

—Conocidos es poco —afirmé, aunque algo no me cuadraba—. Somos celebridades incomparables. Un momento... —me corté— ella sabe que venimos de... otro lado.

—Tú hermana no hizo mención de nada —articuló la albina—. Yo lo deduje.

Oficialmente Vanessa era muy inteligente. Demasiado diría yo. El tema se disolvió en el aire de la conversación, por lo que quise aprovechar el momento, para adquirir información.

—Cuentanos de tí, ¿cómo llegaste al refugio y como descubriste tus poderes?

—Es sencillo, no conocí a mis padres, ni sé dónde están. Solo sé que, quien quiera que sean, me abandonaron cuando vieron mi cabello y mis ojos NO fluorescentes. Y esas anomalías ya demostraban que yo era algo especial.

Me arrepentí de haber preguntado.

—Así que solo fue cuestión de esperar mis poderes. Crecí en el refugio. Hasta que un día, hice estallar una botella de agua. Nadie se dió cuenta, pero sé que fui yo.

—Vaya historia. Todos aquí tienen ojos de colores brillantes ¿no? —supuse—. En el planeta tierra eso es una anomalía. De hecho hay gente que cree que somos alienígenas.

—Y cuando vuelvan, les dirán algo cómo. Oigan, no somos alienígenas, pero tenemos poderes mágicos y venimos de otra dimensión.

—De hecho, no hay magia en la tierra —le respondió Pink—. Nosotros no nacimos aquí, somos de la tierra. Mi madre tenía los ojos negros y era una recién graduada en medicina cuando conoció a papá.

—Entonces son mestizos. Eso explica mucho —se limpió con una servilleta—. Si quieren información confidencial, lo mejor es conseguir a algún agente que pueda acceder a ella o ir directamente con la fuente.

De inmediato mi mente empezó a trazar una ruta. Navegué en mis pensamientos hasta llegar al final.

—Fuente. Agua. Cloacas. Almacén. Golden eyes. Kingsman —casi pude ver un foco encendido sobre mi cabeza—. Olson dijo algo sobre el padre del pequeño de ojos dorados.

—Es muy importante dentro de la ciudad, si es que no para toda la nación. Los puestos pasan de generación en generación. El apellido Kingsman juega un papel importante desde que esto era un reino. Y eso fue hace cien años.

—Como es que sí hay información sobre eso y no hay ni pista de la familia Prince. En fin —me levanté de la mesa—, tengo que hablar con él.

—Suerte —me dijo Pink.

Salí de la cafetería y luego me quedé corto al no saber en dónde buscar al tal Kingsman. A veces me decepciono de mis ideas, pero después me llega otra y vuelvo a sentirme el ser más inteligente del mundo o mundos. En plural. Mi plan era buscar al pequeño Golden Eyes y preguntarle por su padre. Estaba seguro de haberlo visto salir de una de las residencias.

Lo malo de transitar en el refugio, es que la única forma de movilizarse es caminando porque nadie tiene auto y los taxis no pasan por aquí. Las hojas anaranjadas caían de los árboles, para recordarnos que ya estábamos en octubre. Cuando me encontré en la planta baja del edificio, ví por tercera vez en la semana al agente de cabello verde. Azael.

—Hola, novato —me saludó—. Este no es tu departamento, ¿que te trae por aquí?

—Estoy buscando al hijo de los Kingsman.

—Si no me equivoco, está en el piso dos, puerta once. No le digas a nadie que te dije.

—Un momento. Antes de que te vallas, dime. ¿Puedes acceder a archivos clasificados?

—Pudiera, si tuviera motivos para pedir una autorización. No hay misiones disponibles que requieran datos confidenciales. Por ende, no puedo ayudarte. Adiós.

Y se fué trotando a quién sabe dónde.

Subí directamente al piso que me dijo y toqué la puerta. Me abrió Morenyt. Menuda casualidad. Lucía algo desaliñada.

—¿Que haces aquí, novato?

—Estoy buscando a Kingsman.

—Pasa, está haciendo sus tareas.

Entré con algo de vergüenza por haber venido tan temprano.

—¿No vive con sus padres verdad?

—Las reglas son las reglas. Solo los mágicos pueden vivir dentro del refugio y los padres del niño no son mágicos. Está bajo mi cuidado durante el tiempo que no está en la escuela. Me lo asignaron desde que la otra chica lo perdió.

—En otras palabras, la mitad del día de lunes a viernes y los fines de semana.

—No. Él estudia todo el día.

Llevaba un pijama. Lo ví tratando de resolver un problema que de hecho era muy avanzado para su edad. Cuando me vió con esos ojos grandes y dorados, cerró el cuaderno.

—Hola, señor Prince.

—Hola... Jason.

Contuve el impulso de llamarle Golden Eyes. Claramente odiaba ese apodo. Me sonrió al ver que sí recordaba su nombre. Abrió su cuaderno y siguió buscando la solución al problema matemático. Se lo veía muy inocente. Sin darse cuenta de que lo estaban entrenando para dirigir un país. Me dió mucha lastima. Quizás era porque me recordaba a... mí.

Negué rotundamente para sacar esos pensamientos de mi cabeza. Morenyt arqueó las cejas, como diciendo: ¿Eso era todo?. Me aclaré la garganta antes de volver a hablar.

—Oye, quería preguntarte cómo puedo contactar con tu padre.

—Papá siempre está trabajando y viajando. No lo veía mucho cuando vivía con mamá, pero puedes llamarlo desde mi teléfono.

Se levantó y se metió a la que deduje que era su habitación. A continuación, salió y abrió la lista de contactos. Por alguna razón se me hizo triste ver que solo tenía tres contactos. Mamá, Morenyt, Papá. Eso era todo.

Atendieron el teléfono al quinto tono. Contestó una mujer. Estaba activado el altavoz.

—Oficina Kingsman. ¿Con quién hablo?

—Millie, soy Jason. Quiero hablar con papá.

—El señor Kingsman está ocupado, dijo que no recibiría llamadas.

—Quiero hablar con papá —repitió Jason con tono demandante.

Se oyó un suspiro y luego un ruido seco. Lo siguiente fue la voz del señor Kingsman.

—Hola, Jason. No podré buscarte hoy. Sé que te dije que iríamos al cine, pero no puedo, tengo mucho trabajo y espero que lo...

—No es por eso que te llamé —le interrumpió el pelirrojo—. ¿Recuerdas al señor que me ayudó a salir del almacén? Necesita hablar contigo.

El señor Kingsman suspiró.

—Pásale el teléfono.

Me pasó el teléfono con una nueva sonrisa.

—Señor Kingsman. Necesito un gran favor de usted. La última vez no tuvimos tiempo de presentarnos.

—Hable.

—Mi nombre el Alek Prince. Y necesito encontrar información sobre mi familia.

Hubo un silencio sepulcral por unos segundos. Me asusté un poco cuando respondió.

—Ve a las rejas. Enviaré a mi mayordomo a buscarte.

Me fuí sin pensarlo dos veces después de agradecerle a Jason y prometerle que le ayudaría con su problema más tarde. Un hombre canoso de unos cuarenta y tantos con traje fué el que me recogió en ese auto negro y lujoso. Ya casi me sentía como en casa. Llendo de un lado a otro desde muy temprano, recibiendo llamadas de personas multimillonarias y lo único que me faltaba era la voz de mi padrastro diciendo:

—Alek, eres muy joven para vivir de esta manera. ¿Por qué no te relajas un poco? Te vendría bien un descanso.

Aunque tenía toda la razón, yo solía movilizarme para hacer que se cumplan los planes importantes. Mi hermana también, pero cada quién tiene sus propios métodos.

Mi teléfono vibró. Era un mensaje de un número desconocido.

XXX-XXXX-XXX:
Alek, te fuiste sin avisar. Gracias por dejarme tu número por lo menos.

Agregué a Oliver y le respondí con un emoji aburrido. También le escribí.

Tú:
Tenía que hacer algunas cosas. Ya pronto estaré libre. Aún no es mediodía y ya estoy agotado.

Oliver:
Puedes, venir más tarde si quieres. Mis padres se van a su trabajo a las 7pm.

Tú:
Talvez vaya, pero ¿lo haremos otra vez?

Oliver:
No. A no ser que cambiemos de roles. Aún duele.

Me sentí un poco culpable.

Tú:
Lo siento. Fué mi primera vez.

Tardó un poco en responder, me angustié por unos segundos.

Oliver:
La mía también. Somos un desastre. Debimos haber investigado un poco más antes de hacerlo.

Tú:
Iré a tu casa más tarde.

Cerré el chat y me bajé del auto. Ya habíamos llegado. Había un alto e imponente edificio negro en frente de mí. El mayordomo fue caballeroso y me guió hasta la oficina principal del distrito capital. En otras palabras, estaba en uno de los sitios más importantes del gobierno de Cristal. Kingsman me analizó de pies a cabeza y me miró fijamente, como buscando algo en mí.

—Dices que tu apellido es Prince. ¿Cuántos años tienes? Ya debes de ser agente. Te ves bastante atlético.

—Soy estudiante, tengo dieciséis. Y me ejército seguido.

Aunque había descuidado mi rutina al llegar al planeta vida. El fruncía el ceño cada vez más.

—No utilizas lentes de contacto ¿Verdad?

Asentí. Contestaba a sus preguntas sin rechistar porque sé que a algún lado quería llegar.

—¿Tu cabello es negro natural? ¿Tienes hermanos?

—Mi cabello es teñido, su color natural es castaño. Y solo tengo una hermana, somos gemelos.

Caminaba a mi alrededor, pasándose las manos por la cabeza y con los ojos ya algo cristalizados.

—¿Cuál es el nombre de tu padre?

Respiré profundamente. Ya empezaba a sospechar lo que se avecinaba.

—El nombre completo de mi padre era Niko tercero Prince.

No sé si me entenderán. Pero pude escuchar como algo se quebraba dentro del señor Kingsman.

—Alek, yo... —se le quebró la voz— yo soy tu tío.

Y en ese momento, el tiempo se detuvo. Ví mi vida pasar en frente de mí como dientes de león que se fueron volando con el viento junto con todas mis ganas de seguir averiguando más. Pero debía seguir.

Sentí como una lágrima bajó por mi mejilla, pero yo no había cambiado la expresión en mi cara.

Leroy Kingsman era el nombre de mi tío. Mi padre había cambiado su apellido antes de desaparecer porque de esa forma podía deshacerse de su herencia en la familia. El gobierno de la Nación de Cristal. Era el hermano mayor por lo que el cambio de apellido era su única opción.

Me fuí de ese edificio con una nueva perspectiva de mi padre. Ya era de noche. Le di al chófer la dirección de Oliver para que me llevará. En el camino le envié un enorme testamento a Pink explicándole todo lo sucedido. Le pedí a Leroy que no revelara a nadie lo que habíamos descubierto. La fama era peligrosa para mí.

Después de ese día. Me prometí que hundiría a Mariah Olson en la desgracia porque era más que obvio que me lo había ocultado todo. Pero antes de destruirla, tendría que sacarle información. Mientras tanto, disfrutaría de la nueva compañía de Oliver.

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