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Parte 9.


4 años después todo estaba totalmente superado. Elliot se había vuelto un bonito recuerdo en mi adolescencia y ahora cada vez que me acordaba de él simplemente sonreía, aunque aún guardaba la foto que me mandó desde Inglaterra en lo más profundo de la memoria de mi teléfono.

En medio de mis recuerdos, demasiado bien guardados, alguien se me acercó por la espalda.

- Cariño, ¿Va todo bien? Parecías absorta en tus pensamientos.

- Solo estaba recordando mis años en la academia.- le dije a Hugo, mi pareja actual, mientras me obligaba a sonreírle.

- Lo estabas recordando a él, ¿verdad?, a Elliot.

Sí, Hugo sabía casi todo lo que había pasado durante mi tiempo con ese pianista, que me hizo pasar tantas penurias y alegrías a la vez. Lo mejor de todo es que Hugo no me había abandonado debido a mis pensamientos ni conductas, al contrario, amó cada pedazo de mi roto corazón y cada rastro perdido de mi alma e intentó juntarlos para que pudiera volver a vivir.

- Solo recordé como era tocar con él, si hubieras estado allí.

- Quizás no pude escucharos a los dos, pero tengo el placer de escucharte cada vez que tocas en casa y no sabes lo que me produce.

- ¿Te he dicho alguna vez que te amo?- le dije regalándole el mejor beso que le haya podido dar a nadie, ni siquiera a Elliot.

- Sí, me lo has dicho varias veces, pero nunca me cansaré de oírlo y por cierto... yo también te amo.

Después del intercambio de palabras de amor fui hacia mi coche y puse marcha al trabajo, dentro de poco tendría que actuar en el teatro, siendo la concertina de la orquesta en una presentación de la BSO de una película que saldría pronto al cine.

Durante las prácticas todo fue bastante torpe, yo no estaba en mis mejores condiciones. Para calentar habíamos tocado el ave maría y La fuga, ambas piezas de Bach y para colmo me había equivocado en una de las partes más fáciles.

El director me mandó a casa más temprano para que descansara y trabajara desde allí, ya que en el salón de actos estaba retrasando al conjunto.

Sonó mi móvil y por un momento mi mente viajó 3 años en el pasado, al día en que Elliot me llamó.

- ¿Hola?- dije yo sin haber mirado ni el número.

- Hola mi vida.- dijo mi madre al otro lado.- ¿Te importaría venir a recogerme hoy? Es que el coche está en el taller, se le ha roto una válvula de no sé qué.

- Vale mamá, iré a buscarte, puede que llegue un poco antes, te espero en el café de enfrente.

- Gracias cariño.

Una hora más tarde yo ya estaba en la puerta del banco, intentando aparcar en el primer sitio que vi libre. Al mirar hacia adentro observé que mi madre hablaba con un chico que debía tener mi edad o una cercana. Mi querida progenitora parecía enfadada y no es que le mirara como a un amigo, más bien su intención era comérselo vivo. Logré distinguir solo una de las frases que salían de la boca de mi madre... ella le estaba gritando "Mi hija ya no te necesita".

Mi primer impulso, en cuanto mi mente conectó todas las piezas, fue entrar a toda prisa, pero no era la mejor de las ideas. No me había pasado 3 años llorando y muriendo en vida para volver a caerme al abismo tan rápido, por lo que fui a la cafetería en la que había quedado con mi madre y pedí mi té favorito.

Mientras esperaba alguien salió del banco, pero no era mi querida familiar, sino él, Elliot. Le reconocí al instante, afeitado impecable, pelo negro como la noche y su mirada tan azul como la primera vez que lo vi. Estaba más alto de lo que imaginaba y el esmoquin que llevaba estaba hecho a medida, le quedaba mejor de lo que mi mente podía procesar.

Cuando quise darme cuenta se estaba dirigiendo hacia mí.

- Disculpe señorita, ¿Podría indicarme por donde llego a esta calle?- me dijo señalando una en el mapa que llevaba.

Me resultaba gracioso que hablara con ese acento británico tan marcado y que se hubiera olvidado de las calles en las que había vivido tantos años.

- Por supuesto, solo tiene que girar a la derecha y seguir recto hasta que encuentre un puesto de caramelos, el único de la calle, entonces gire a la izquierda y listo, no tiene pérdida.

- Muchísimas gracias señorita, si nos vemos otra vez déjeme agradecérselo.

- No hay nada que agradecer, es un placer ayudar.- le dije sabiendo que no se había dado cuenta de quién era yo.

Por lo visto yo había cambiado tanto que él no era capaz de saber quién estaba delante de su persona, de no reconocer a esa chica a la que le dijo te quiero de forma desesperada mientras suplicaba su perdón.

- Por lo menos dígame su nombre.- dijo él de repente, pillándome totalmente por sorpresa.

- Me llamo Elizabeth.

- Un placer conocerla, soy Elliot.

¡Ya sé quién coño eres! Lo que me sorprende es que no te des cuenta de con quien hablas, pensé.

Cuando este se marchó de mi vista dejando un rastro de soledad y dolor apareció mi madre.

- Siento mucho haber tardado tanto, tuve un encontronazo con unos papeles atrasados.

- No te preocupes madre, pide lo que quieras, hoy invito yo.

- ¿Te ha pasado algo bueno? Te veo demasiado feliz.

- No es nada, de hecho me han dicho que me tome un par de días libres para practicar en casa con la excusa de que esté lista para la actuación.

- Pero si es dentro de 4 días.

- Lo sé, estaré preparada, lo prometo.

Mi madre sonrió de manera extraña y no fuimos a su casa tras terminar lo que habíamos pedido para la comida de media mañana. Obviamente me cabreaba que ella me estuviera ocultando que Elliot había vuelto como su jefe, pero si sacaba el tema, ella sabría que había recordado todo aquello y eso no podía permitírmelo.

Al llegar a mi casa, la cual compartía con Hugo, cogí el stradivarius y comencé a tocar todas las piezas que tocaba junto a Elliot cuando estábamos en la academia. Las toqué con alegría y sin freno hasta quedar satisfecha, algo que hacía cuando quería devolver todos esos recuerdos al fondo de mi mente.

Esa vez fue distinta, las lágrimas que no había soltado desde hace tiempo volvieron a salir sin que pudiera hacer nada para detenerlas. ¡Joder! Habían pasado 4 putos años y yo seguía llorando por esa persona.

Cuando llegó mi Hugo yo ya había dejado de llorar y estaba perfectamente para dedicarle todo el amor que era capaz de profesarle.

- Hola mi vida, ¿Qué tal tu día?

- Todo ha sido demasiado aburrido, la práctica ha sido como volver a clase.- le dije en una mentira piadosa.- ¿Y tu día?

- No sé cómo decírtelo pero... me han despedido, por lo visto un tal Elliot Scott ha comprado la empresa y ha hecho recorte de personal.

Me cago en todo lo que lo rodea, al final acabaré teniéndole en la sopa de nuevo. No le basta con volver a esta maldita cuidad a joder la vida que tanto me había costado rehacer sino que va y se hace el jefe de mi novio para despedirlo.

- Bueno, si quieres puedo ir a reclamar... a ti no te dejarán entrar, pero a mí sí que lo harán.

- ¿Qué te hace pensar eso?- me dice totalmente perplejo.

- Pues que no solo soy la mejor violinista de orquesta en este momento, sino que espero que recuerdes que soy parte del bufete de abogados de tu empresa.- le respondo con mi mejor sonrisa.

- Siempre se me olvida que has estudiado derecho.

- Mañana iré a conocer al dueño, seguro que tiene preguntas que hacerme y le dejaré caer lo de tu despido.

- ¿Qué haría yo sin ti?- me dice mientras me besa suave y cálidamente, algo que siempre me ha vuelto loca de él y de lo que nunca me cansaré.

Al día siguiente me paso por la empresa y le digo a la recepcionista que quiero hablar con el nuevo dueño y señor de la compañía.

- Lo siento, pero sin cita no puede acceder al despacho del señor Scott.

Ay cielo, si tú supieras lo que le he llegado a hacer yo a tu "jefecito".

- Tengo que hablar con él urgentemente, soy parte del bufete de abogados de la empresa.

- Lo siento muchísimo, de veras, pero órdenes son órdenes.

- ¿Qué pasa aquí, Viviane?

- Señor Scott, esta chica dice ser del bufete contratado por la empresa.

- En ese caso, sígame señorita.

Parece que al "señor" no se le ha pasado la manía de aparecer en el momento oportuno para sacarme de los líos en los que me meto yo solita.

Al llegar a su despacho veo que tiene una foto en la mesa, está enmarcada con cariño y puesta en un lugar a la vista de todo aquel que pase por allí. La fotografía no es otra que la del día en la que se nos entregó el premio del concurso.

- Es una foto de cuando asistía a clases de piano.- me dice cuando se da cuenta de que no puedo dejar de observarla con tal detenimiento que no me salto ni un solo detalle.

- Disculpe la indiscreción, solo vengo a poner en orden todo lo que deba, ya que supongo que tiene su propio bufete.

- Para nada, me vendría bien tu ayuda... por cierto, gracias de nuevo por indicarme la dirección ayer.

- Le repito que no hay nada por lo que deba estar agradecido, si no hubiera querido no se la habría indicado.- le dije con toda la franqueza del mundo.- ¿Tiene alguna pregunta sobre trabajo, señor Scott?

- Llámame Elliot, por favor, y tutéame.

- Como quieras, entonces, ¿alguna pregunta?

Nos quedamos mirando a los ojos por unos instantes y el miedo irracional a que se diera cuenta de quién era yo me asaltó, por suerte no fue así.

- Ninguna en realidad.- me dice de repente con una sonrisa que hace unos años habría hecho saltar a mi corazón de alegría.

- En ese caso quiero comentarle algo. Tengo entendido que ha hecho recortes en el personal y quisiera decirle que ha cometido el mayor fallo de dueño novato que he visto en lo que llevo de abogada, aunque no sea mucho.

- Veo que no te andas con rodeos, te escucho.

- Hugo Libera, cuyo expediente traigo conmigo.- dije extendiendo el informe de mi novio sobre su mesa.- es el mejor empleado que ha pisado esta compañía y quisiera saber el porqué de su despido.

- No sabía que fuera el mejor, si tú lo dices tendré que admitirlo de nuevo. ¿Nunca ha pensado en ser asesora?- me dice descolocándome por completo.

- Me va muy bien como abogada, seguro que puede encontrar a alguien muy capaz para asesorarlo, si todo ha quedado claro debo irme.

Cuando me disponía a marcharme lo más rápido posible, para no caer en la tentación de su sonrisa, una mano me agarró impidiendo mi marcha.

- Déjeme invitarla a un café, como agradecimiento y celebración, ya que empezaremos a trabajar codo con codo.- y así acabé cayendo en un capricho suyo, aunque mi conciencia me matara por ello.

Durante el café mencioné su acento y él se sorprendió, ya que por lo visto nadie se había fijado en este desde su llegada. Fui muy atrevida al decirle que posiblemente fuera por educación y él se carcajeó con ganas ante mi picardía. Por lo visto le gustaba que fuera tan atrevida y que me diera igual que me despidiera por una palabra ofensiva.

En algún momento Elliot agarró su Smartphone y mandó una especie de mensaje antes de justificar que era de negocios. Tras revisar el mío, que gracias a dios estaba en silencio, vi un mensaje del mismo número de hace tres años. ¡Me había mandado un jodido mensaje! En este ponía.

Siento muchísimo no haber podido llamarte en tanto tiempo.

He vuelto a la ciudad y me he encontrado con una damita que me ha recordado mucho a ti.

Espero que no me guardes rencor y que aún te acuerdes de mí.

Te he estado buscando, espero que me dejes encontrarte y que me puedas perdonar.

Te sigo queriendo tanto que cuando te lo dije por primera vez.

Siempre tuyo: Elliot Scott.

- ¿Va todo bien Elizabeth?- le dijo Elliot sacándome de mi mundo personal.

- Sí, solo eran de mi otro trabajo, no quiero aburrirle.- dije brevemente.

- Me encantaría oírlo, así disfruto también de tu voz.

- Demasiado galán para ser mi jefe indirecto. Solo es mi hobbie, toco en la orquesta este fin de semana.

- ¿Qué instrumento?

En ese momento miro la hora y con la excusa de que se me hace tarde me voy dejando la pregunta de Elliot en el aire.

Al llegar de nuevo a mi casa notifico a mi jefe de bufete que ya he ido a conocer al nuevo señor de la compañía de telecomunicaciones, me elogian por mi rapidez al actuar y me voy a la ducha en cuanto cuelgo.

Cuando me dispongo a vestirme llega mi chico favorito a la habitación, pillándome en paños menores, se abalanza sobre mi rápida pero gentilmente y en unos instantes me ha llevado a su terreno. Desde que lo hicimos por primera vez lo he disfrutado como he querido, pero esa vez reconozco que parecía una muñeca dejándome llevar por las gentiles pero fuertes embestidas que Hugo me regalaba.

Después de volver a ducharme y recostarme junto a mi pareja le dije que había solucionado lo de su despido, lo cual me agradeció con un enorme y apasionado beso. Lo único que me preocupaba era que, a partir de mañana, mi novio y el chico de mis recuerdos trabajarían bajo el mismo techo.

Pensando en ello me quedé dormida en un profundo sueño, que por una vez fue agradable y sin pesadillas.

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